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Rajoy perdió la niña

OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro.- No he sido fiel al título primitivo. Yo quería decir que Rajoy ha sufrido un aborto, pero me resultaba raro porque me da la impresión que al presidente se le ha retirado la regla, es decir, que ha perdido el norte de sus promesas electorales, que ha dejado pasar el tiempo, que el estrés del FMI, de los rescates, las privatizaciones, los bancos que han chupado la sangre del país, la reforma laboral, Bárcenas como resumen de una corrupción global, que Floriano, Cospedal, Valencia, Púnica, Aguirre, sobres, etc. no le han permitido dedicarse en cuerpo y alma al ciclismo, a la roja (vaya nombre), al Marca. Y todo eso ha hecho que pierda a la niña que llevaba en su vientre cuando la campaña, cuando las chuches, cuando Pons prometía, cuando todavía no había tomado conciencia de la herencia que se le venía encima, cuando aspiraba a gobernar sin tener idea de cómo estaba el país y se tuvo que enterar después por un telediario de Intereconomía. Y Rajoy perdió aquella niña a la que quería dar un futuro con educación gratuita, con una sanidad universal, una dependencia ayudada, un trabajo digno porque los empresarios se dignificarían y aportarían seriedad a los trabajadores con salarios acordes, con despidos que duelen menos porque las indemnizaciones tendría el carácter de dos voluntades que se encuentran y llegan a acuerdos con un abrazo. Porque en su campaña prometió devolvernos la alegría que nos había robado el pérfido leonés cuya mujer se llamaba Sonsoles y (habrase visto cosa igual) cantaba en un coro de ópera o cosa por el estilo.

Rajoy abortó a aquella niña que le había tocado en una tómbola ferial y con ella había expulsado de sus cuidados maternales a millares de criaturas. Y fruto de aquella mala gestación, hay medio millón de niños con los estómagos vacíos. Se acabó el curso escolar. Los comedores se van de vacaciones. Los padres están en la cola del paro como si de un concierto de Malú se tratara y los niños andan abandonados, con las barrigas hinchadas, buscando cáscaras de plátanos en los contenedores o sorbiendo un flan-basura pasado de fecha, desechado por los grandes almacenes.

Rajoy decidió que los bancos tenían más derechos a llenar sus barrigas insaciables. Pensó que los empresarios necesitaban despedir sin mayores argumentos. Los despidos hay que hacerlos, no razonarlos. Y se fabricaron millones de parados con las consecuencias que entrañan: desahucios, desesperación, pérdida de ayudas, hambre. Con aquella niña le chorrearon miles de niños que bebían leche aguada, que comían un bocadillo sin nada dentro, que ni el chocolate de tierra ni la mortadela posbélicos cuando Franco triunfó e inventó la cartilla de racionamiento con un litro de aceite, azúcar moreno y pan negro.

Por ahí andan las ONG pidiendo por las puertas de la renta, en las pantallas de los televisores, en los medios radiofónicos. Los bancos de alimentos (no me gusta lo de bancos, suena a blasfemia) Caritas, gente preocupada por la infancia. Por ahí andan las madres, preñadas de llanto, pidiendo un plato de fideos, de lentejas, de judías verdes. Guardando la tortilla francesa para la noche, para que el niño cene algo recalentado después de jugar con una pelota de trapo como cuando nos aplastaba el general de todo.

Medio millón de niños. Cuando ya nos hemos recuperado económicamente, cuando creamos cuatro puesto de trabajo por minuto, cuando los evasores han abonado una miseria para alcanzar la indulgencia plenaria de Montoro, cuando ya nadie habla del paro, cuando el FMI pide que rebajemos los sueldos, las pensiones, la inversión (no el gasto) en sanidad y educación, cuando los empresario piden pagar en especies una parte del mísero sueldo interprofesional, cuando exigen más libertad para despedir, cuando preconizan que los sueldos tienen que bajar porque el chantaje de lo tomas o hay otros que lo harán, cuando más cornás da el hambre.

Medio millón de niños. Un país envidia del mundo por su crecimiento, modelo de recuperación económica, con una cosecha espléndida de ladrones por metro cuadrado, cuando los políticos mienten con un cinismo digno de actores consumados, donde el PIB, la prima de riesgo, las exportaciones son mirados por el resto de naciones como modelo de todo.

Medio millón de niños, con la melodía siniestra de tripas vacías, con sopas aguadas porque no da para más la pensión del abuelo, con mantequilla caducada de contenedores. ¿O es falsa toda esta realidad? ¿Son populismos de la izquierda radical, demagogia bolivariana, visiones irreales de la realidad?

¿O será populismo decir que el estado de bienestar funciona como nunca, que a nadie le preocupa el paro, que no hay desahucios, que no hay contratos por horas, por días, por semana? ¿Será falso que han bajado los salarios, que los contratos son todos indefinidos, que no hay listas de espera, que no hay un niño sin comida?

A Rajoy se le han perdido una niña acompañada del hambre de medio millón de chavales sin futuro. Una sangría sin coagulante que la contenga.




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