OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.- De vez en cuando los medios de comunicaci贸n nos dan una noticia siempre triste: ha muerto tal o cual actor. Nunca encarn贸 papeles de protagonista. Fue un eterno secundario, pero brillante. Abundan en el cine, en el teatro. No doy nombres por miedo a excluir a algunos que realmente perdurar谩n en la historia por encima de esos protagonistas de post铆n, de aut贸grafos y fans juveniles. Si les soy sincero, esa distinci贸n entre principales y secundarios me resulta artificial. Tan necesario es el cemento como el m谩rmol. El monumento resultante no es una suma, sino una simbiosis que nos muestra la hermosura.
A prop贸sito de la muerte de uno de esos actores secundarios he pensado en la pol铆tica. Y si en el teatro o el cine algunos tienen clara esa divisi贸n de papeles, creo que en democracia se ha tergiversado su prioridad por conveniencia de unos pocos. Los pol铆ticos elegidos en las urnas se han apropiado del papel protagonista de la historia y exigen (s铆, exigen) que la ciudadan铆a sea relegada a un papel secundario. Y aqu铆 es donde radica la perversi贸n de esa divisi贸n. Esta apropiaci贸n de protagonismo por parte de los pol铆ticos es una forma de acabar con la democracia. El poder tiende siempre a la tiran铆a. S贸lo la primac铆a del pueblo mantiene viva esa democracia frente a la tentaci贸n dictatorial de los que mandan.
Todos los pol铆ticos dicen sentirse abrumados por la responsabilidad cargada sobres sus hombros y aseguran concebir su mandato como un servicio. Terminado su juramento o promesa, se instalan en sus despachos y se ponen el uniforme de capit谩n general con mando en plaza. Y el servicio se convierte en imperativo y la responsabilidad en el placer de ordenar.
Cuando los ciudadanos protestan en las calles, el poder promulga una ley mordaza para que las gentes asuman su papel de actor secundario y reconozca que los sabios est谩n arriba. Cuando un grupo pol铆tico es advertido de su p茅rdida de poder en las siguientes elecciones, cambia la ley electoral para garantizarse la permanencia en el protagonismo frente a un electorado desarmado. Cuando ese dominio se ha perdido de hecho, se condenan las coaliciones que lo desplazan y se arbitran mecanismos que impidan que esas uniones funcionen. Y empiezan a definirse las mayor铆as por un sistema simplista y no como el resultado de elementos diversos que configuran un todo num茅rico e ideol贸gico. Usurpan el protagonismo que nadie les concedi贸 y condenan al papel de eterno secundario a quienes son inequ铆vocamente los due帽os de la realidad humana.
El pueblo no debe sucumbir nunca a la comodidad de sacudirse la responsabilidad de su protagonismo. Y los que ostentan el poder no pueden sustraerse a su realidad de importancia transitoria y su obligaci贸n de sometimiento a la voluntad de quien realmente ostenta la jefatura de la historia.
De aqu铆 se deducen muchas cosas, pero dos principalmente. Una: el voto ciudadano no conlleva la espera pasiva que media entre elecci贸n y elecci贸n. Dos: en consecuencia, la ciudadan铆a siempre mantiene el poder de corregir la trayectoria de los elegidos y manifestarles sin miedo a represalias que hay que enderezar el camino porque las metas est谩n claras en la conciencia colectiva por m谩s que intereses espurios pretendan fijarlas a su imagen y conveniencia.
Y nadie, sin caer en funciones dictatoriales, puede negarse a las decisiones ciudadanas.
No cabe argumentar, como se oye con frecuencia, que las urnas hablaron y que los dem谩s debemos guardar un infame silencio hasta que de nuevo tengamos la oportunidad de manifestar nuestra voluntad de voto. Las urnas no silencian por un largo per铆odo al votante. El dinamismo de la democracia no lo permite. Y esa estaticidad exigida por quien sea, entra en contradicci贸n con la fuerza arrolladora que la define. Todos los d铆as todos hacemos la democracia.
En segundo lugar, la ciudadan铆a no es ajena al quehacer de cada momento. Todos somos responsables del devenir y en un momento delegamos, pero no entregamos, la capacidad de decisi贸n a nadie en exclusiva. Los gobernantes deben rendir cuentas con la frecuencia que los ciudadanos les reclamen y deben someter a su criterio el cometido gubernamental. No estamos obligados a cargar con hechos consumados. Eso pertenece a las dictaduras. Los servidores no pueden erigirse en seres dominantes. Unos y otros debemos tomar conciencia de la responsabilidad que entre todos significa construir un presente habitable y un futuro atractivo.
Nadie es actor secundario. Somos los protagonistas insustituibles de esa empresa que se llama democracia..