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Flores

OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro.- París. Un hombre joven con su hijo de unos cuatro años en brazos frente al lugar del atentado jihadista. El diálogo del amor entre los dos:

-Papá, por qué han matado a tanta gente? ¿Son muy malos los malos? ¿Tendremos que cambiarnos de casa, a un sitio donde no haya malos?

-Hijo mío, gente mala la hay en todas partes. Buena también. Aquí hay personas buenas. No todas son malas.

-Pero los malos llevan pistolas y matan.

-Hijo, no te preocupes. Nosotros no tenemos pistolas, pero tenemos flores.

-Ya estoy más tranquilo, papá. Tenemos flores y las flores no matan, nos protegen.


Hollande habla de una Francia en guerra. Pide ayuda al resto de naciones argumentando que según el reglamento de la OTAN cuando un país es atacado deben acudir en su ayuda todos los demás integrantes. Hollande está en período preelectoral y muy bajo en la estima de sus conciudadanos. Necesita –dicen expertos politólogos- inyectar en vena una alta graduación de adhesión. Está, según esos comentaristas, sobreactuando porque tanto él como sus asesores tienen constancia de que lo mejor para responder a ese jihadismo asesino no es precisamente proclamar un estado de guerra, pero esa proclamación es necesaria para conseguir unas elecciones.

Si esto es así, confieso que me repugna que alguien aproveche la sangre de los muertos para alzarse a la cumbre de adhesión que se requiere para ganar votos. Dolor de huérfanos, de viudas, de hombres para siempre solitarios, dolor de heridas que no se cerrarán nunca, utilizados para llegar a una cima donde las urnas acojan los votos resultantes de una sobreactuación macabra.

Bombarderos últimos modelos. Putin arrimando el hombro para que la sangre sea más abundante. EE,UU, destruyendo camiones de petróleo con sus conductores dentro. El resto de naciones a la expectativa. A algunos no les conviene que el país se llene de pancartas con un NO a la guerra como cuando Irak y juegan a la dilación y la ambigüedad en sus declaraciones. Todos estamos de luto. Corbata negra los mandatarios, traje negro ellas. Y grandes declaraciones. Todos contra el terrorismo, pero sólo contra uno. Para cuándo manifestaciones por los niños palestinos, por los refugiados que huyen de la muerte para llegar a la muerte, para cuándo algo más que el canto emocionado de himnos nacionales para plantearle a muchos un canto a la vida? Para cuándo resarcir a Irak de los destrozos de una guerra de unos falsos salvadores de las patrias? Se absuelve la sangre de aquella guerra diciendo que fue simplemente un error? Se arrancan a Aznar las condecoraciones de reptil que siguió a los otros guerreros? Dónde está aquel parlamento español aplaudiendo la decisión de un presidente hueco? A nadie se le cae la cara de vergüenza? Hay tribunales que juzguen estos “errores”?

Ahora todos se apresuran a firmar pactos antiterroristas y quienes se niegan a hacerlo porque exigen ir a la raíz del problema son tachados con el mayor desprecio como quienes justifican los atentados y ejercen una demagogia barata. Y los mandatarios vislumbran el momento exacto de recortar derechos, de ampliar penas. Se podrán efectuar registros sin orden judicial, retener en el propio domicilio sin que intervenga la orden de un tribunal, se restringirá la libre circulación de personas, se informará a la autoridad competente de reuniones antojadizamente peligrosas, se sospechará de la maldad de cada viandante, se partirá de la base de que todos somos culpables mientras no se demuestre lo contrario. Se inocula el miedo, la inseguridad más absoluta y se extraen los derechos conseguidos a lo largo de la historia.

Pactos antiterroristas contra nadie en concreto porque, según los expertos, la dispersión del enemigo, sus fuentes de financiación escondidas en paraísos fiscales, su venta de petróleo a países ahora dolidos por las muertes parisinas, la venta de armas, etc. hace casi imposible saber dónde radica ese odio en concreto. Que toda persona honrada está en contra de estos actos es algo que hay que admitir como evidencia, pero los políticos necesitan la seriedad de Versalles y su hermosura para firmar lo que el pueblo firma con velas y cuartillas de cuadernos y flores.

Por todo esto, me parece enternecedor ese hombre de la calle explicándole a su hijo de cuatro años que la humanidad cuenta con la existencia de personas malas que disparan pistolas, que matan, que destruyen. Pero que junto a esos, hay gente buena, hay velas cálidas de vida y flores que nos protegen como dioses laicos. Y el pequeño se siente más tranquilo, se le ensancha el alma diminuta de sus cuatro años porque el olor de las rosas lo hace mejor, más humano, más digno de ser hombre y mujer de un mundo que revienta nucas y destroza corazones destinados a proclamar el amor al prójimo.

La bondad es invencible mientras haya nardos, amapolas, rosas y claveles. La tierra respira perfumes. Y mientras algunos ven la gran oportunidad de querer que vivamos en el miedo, un niño comprende que los claveles callan la boca de los fusiles.















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