OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual.- Según dice la ONU y el propio papa Francisco estamos viviendo la tercera guerra mundial. Estoy de acuerdo. Millones de seres humanos sufren en sus carnes la violencia de unos estados más interesado en controlar posiciones geo-estratégicas que en preservar del horror la vida de los ciudadanos. El zarpazo terrorista también alcanza nuestra zona de confort occidental. Esa atalaya desde la que observábamos la injusticia y el abuso que se ejerce sobre gran parte del planeta ya no es invulnerable. Si antes bastaba con cubrirnos con un impermeable virtual para evitar que nos afectaran las salpicaduras de sangre de otras etnias y nacionalidades, ahora es nuestra propia sangre la que mana a causa del odio y la sinrazón del terrorismo. "Je suis Charlie", "Je suis Bruselas", repiten las buenas gentes europeas. Pero pocos entiende que "Nous sommes Pakistan, Siria, Yemen o NIgeria". Que las víctimas que este sucio conflicto produce a diario en otros muchos países debieran hermanarnos frente a los sátrapas que gobiernan el mundo.
Es complicado desenredar la maraña que ha provocado esta espiral de terror. El primer grupo yihadista sunnita no surgió como una reacción del islamismo fanático. Fue creado por el ex-presidente Jimmy Carter en 1987 para derrocar al gobierno marxista de Kabul y cercar a la Unión Soviética con un cortafuegos religioso. Es solo el principio de un plan orquestado por Washington. Por un lado financian el terrorismo religioso contra el anticapitalismo para luego erigirse en salvadores con la milonga de acabar con su propio invento.
Es la estrategia del bombero pirómano. Un juego perverso que también contribuye a que los fabricantes de armas se pongan las botas gracias a la hipocresía de gobiernos como el español que vende armamento a Arabia Saudí aún a sabiendas que acabará en manos de los terroristas. Armas que servirán para seguir asesinando inocentes, también en Europa.
Mientras tanto, el fascismo retorna de su duermevela en occidente. En Bruselas, hordas de neonazis son escoltados por la policía para reventar el acto en homenaje a las víctimas. Pisotean las flores con la misma furia que Europa se blinda ante la emergencia humanitaria más grande de la historia contemporánea. El terror creado por unos y por otros anula el principio inalienable de los derechos humanos. Privatizamos la conciencia transfiriendo a Turquía este problema a cambio de un puñado de monedas de plata.
Desde un centro de retención de refugiados, el activista español Benjamín Julián nos envía una foto que define la miseria moral que atravesamos. En la imagen Zahra, una niña de seis años, intenta romper la verja con un cuchillo de plástico. Zahra no entiende de intereses económicos o geo-políticos. Es solo una pequeña que ha perdido su infancia huyendo de una muerte segura para toparse con la crueldad de quienes deberían darle cobijo. Su inocente acto de rebeldía es un aldabonazo inocuo que no conmueve la hipócrita mirada de la vieja Europa. De mis entrañas nace un grito desesperado: "Je suis Zahra". Pero en realidad, los hechos me demuestran que el grito unánime debiera ser otro: "Nous sommes la merde". Una mierda podrida, sin paliativos ni paños calientes.
El negocio que para algunos países supone el terrorismo actúa como un poderoso emético para que renunciemos a la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los pueblos. Tenemos suficiente información para no caer en su trampa. Suficientes datos para intuir que somos manipulados. Tras el 11S EEUU bombardeó Afganistán. Sin embargo 15 de los 19 terroristas implicados eran de Arabia Saudí. Hubo respuesta, pero más adecuada a los intereses económicos de las superpotencias que a la realidad de la autoría de la
masacre. Quienes han atentado en Francia o Bélgica eran en su mayoría de nacionalidad europea. Sin embargo los bombardeos se centraron en Siria. ¿Por qué razón?
Zahra insiste tozudamente en hacer un agujero que la libere de las aberrantes alambradas. ¡Pobre niña! Ojalá pudiéramos sobreponernos a la ignorancia, a la cobardía, al miedo elaborado, a la comodidad que supone aceptar las mentiras oficiales para ayudarle a arrancar esas verjas y arroparle en nuestros brazos. Pero el sueño de la razón, ya lo decía mi paisano Goya, produce monstruos. Nos roba la inteligencia, la bondad y la empatía. El mundo no es una mierda. ¡NOUS SOMMES LA MERDE!
Es complicado desenredar la maraña que ha provocado esta espiral de terror. El primer grupo yihadista sunnita no surgió como una reacción del islamismo fanático. Fue creado por el ex-presidente Jimmy Carter en 1987 para derrocar al gobierno marxista de Kabul y cercar a la Unión Soviética con un cortafuegos religioso. Es solo el principio de un plan orquestado por Washington. Por un lado financian el terrorismo religioso contra el anticapitalismo para luego erigirse en salvadores con la milonga de acabar con su propio invento.
Es la estrategia del bombero pirómano. Un juego perverso que también contribuye a que los fabricantes de armas se pongan las botas gracias a la hipocresía de gobiernos como el español que vende armamento a Arabia Saudí aún a sabiendas que acabará en manos de los terroristas. Armas que servirán para seguir asesinando inocentes, también en Europa.
Mientras tanto, el fascismo retorna de su duermevela en occidente. En Bruselas, hordas de neonazis son escoltados por la policía para reventar el acto en homenaje a las víctimas. Pisotean las flores con la misma furia que Europa se blinda ante la emergencia humanitaria más grande de la historia contemporánea. El terror creado por unos y por otros anula el principio inalienable de los derechos humanos. Privatizamos la conciencia transfiriendo a Turquía este problema a cambio de un puñado de monedas de plata.
Desde un centro de retención de refugiados, el activista español Benjamín Julián nos envía una foto que define la miseria moral que atravesamos. En la imagen Zahra, una niña de seis años, intenta romper la verja con un cuchillo de plástico. Zahra no entiende de intereses económicos o geo-políticos. Es solo una pequeña que ha perdido su infancia huyendo de una muerte segura para toparse con la crueldad de quienes deberían darle cobijo. Su inocente acto de rebeldía es un aldabonazo inocuo que no conmueve la hipócrita mirada de la vieja Europa. De mis entrañas nace un grito desesperado: "Je suis Zahra". Pero en realidad, los hechos me demuestran que el grito unánime debiera ser otro: "Nous sommes la merde". Una mierda podrida, sin paliativos ni paños calientes.
El negocio que para algunos países supone el terrorismo actúa como un poderoso emético para que renunciemos a la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los pueblos. Tenemos suficiente información para no caer en su trampa. Suficientes datos para intuir que somos manipulados. Tras el 11S EEUU bombardeó Afganistán. Sin embargo 15 de los 19 terroristas implicados eran de Arabia Saudí. Hubo respuesta, pero más adecuada a los intereses económicos de las superpotencias que a la realidad de la autoría de la
masacre. Quienes han atentado en Francia o Bélgica eran en su mayoría de nacionalidad europea. Sin embargo los bombardeos se centraron en Siria. ¿Por qué razón?
Zahra insiste tozudamente en hacer un agujero que la libere de las aberrantes alambradas. ¡Pobre niña! Ojalá pudiéramos sobreponernos a la ignorancia, a la cobardía, al miedo elaborado, a la comodidad que supone aceptar las mentiras oficiales para ayudarle a arrancar esas verjas y arroparle en nuestros brazos. Pero el sueño de la razón, ya lo decía mi paisano Goya, produce monstruos. Nos roba la inteligencia, la bondad y la empatía. El mundo no es una mierda. ¡NOUS SOMMES LA MERDE!