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No seamos idiotas

OPINI脫N de Jos茅 Carlos Garc铆a Fajardo.- El intento de formar un nuevo gobierno en Espa帽a est谩 resultando demoledor para los ciudadanos por los ego铆smos, sectarismos, descalificaciones y falta de respeto en la ausencia del necesario di谩logo (la palabra que fluye a trav茅s del otro y entre ellos), sobre todo para quienes cumplimos con nuestro derecho y deber sociopol铆tico de participar en unas Elecciones Generales.

Est谩 en juego la gesti贸n de la casa com煤n que este es el significado de la econom铆a, oikos nomos. En la Atenas de Pericles y de Sol贸n, a quienes no participaban en la cosa p煤blica se les denominaba idiot茅s, de ah铆 la evoluci贸n sem谩ntica a “idiota”, el que no sabe o no quiere participar en la vida social, como si se tratase de un enajenado. Y es una falta de la virtud c铆vica de la politeia como el ordenado y compartido gobierno de la ciudad, polis o comunidad de deberes y derechos. Eso nos arrastra al imperio del despotismo, de las oligarqu铆as, oligopolios, demagogias y el regreso a la horda de la que nos tendr铆an que sacar, historia teste, el ruido de los sables o el siniestro espectro de los muros y de las cunetas en las carreteras. No exageramos, mirad la inhumanidad del rechazo a los que demandan el leg铆timo y natural derecho de la acogida en nombre de la hospitalidad que prima sobre todos los tratados de los hombres. Por eso Arist贸teles define al ciudadano no por su residencia en un territorio, tampoco por los derechos y deberes jur铆dicos, pi茅nsese en los ausentes y en los extranjeros residentes, sino que es quien tiene el poder de tomar parte en la administraci贸n judicial o en la actividad deliberativa del estado. Y llega a decir que el derecho a intervenir en la fase deliberativa es superior en s铆 misma a la constituci贸n, pues este es el modo como mejor se expresa la soberan铆a y la autoridad que del cuerpo de ciudadanos emana.

Hay una p谩gina memorable en la Oraci贸n f煤nebre de Pericles por los muertos en La guerra del Peloponeso, transmitida por Tuc铆dides: “cada ciudadano ser谩 honrado en la cosa p煤blica no tanto por la clase social a la que pertenece como por su m茅rito, ni tampoco si alguno puede hacer alg煤n beneficio a la ciudad se le impide por la oscuridad de su fama… ya que obedecemos a los que en cada ocasi贸n desempe帽an las magistraturas y a las leyes y, de entre ellas sobre todo a las que est谩n legisladas en beneficio de quienes padecen la injusticia y a las que, por su calidad de leyes no escritas, traen una verg眉enza manifiesta al que las incumple”. Es una ocasi贸n privilegiada para reflexionar sobre las cuestiones m谩s acuciantes que afectan a nuestra sociedad. Solemos comenzar por los problemas y soluciones propuestas. Pocas veces nos reflexionamos sobre nosotros mismos y la forma de estar los unos con los otros. ¿Qu茅 consideramos m谩s importante, urgente y necesario para la construcci贸n com煤n?

En una interesante nota de una respetable organizaci贸n social se destacaban importantes aspectos que no nos resistimos a se帽alar. La realidad provoca en nosotros reacciones de asombro, de dolor o amargura, de rabia, de alegr铆a. “La rabia es como tomar veneno y esperar matar al otro”, dijo Buda. Al contrario de lo expresado por Worthington, “La clave para perdonar con 茅xito es cultivar un sentido de simpat铆a, humildad y compasi贸n”. Suscita deseos que dilatan el coraz贸n, hace surgir preguntas que son el motor de nuestra b煤squeda en tantos campos, desde el cient铆fico hasta el afectivo o el existencial. En el fondo de estas reacciones, deseos y preguntas subyace la exigencia de significado, que constituye nuestra verdadera estatura humana. Porque una persona sin significado es un ente sin atributos. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a dejar nuestra humanidad en el recinto de nuestra casa, asumiendo que es “algo privado”, que no tiene “dignidad p煤blica”. Que en el centro de nuestra convivencia est茅 la persona es algo que no podemos dar por descontado. Cuando lo hacemos nos pasa factura: la energ铆a de construcci贸n de un pa铆s y la calidad de nuestra convivencia est谩n ligadas a la realizaci贸n personal, que depende de la respuesta a las cuestiones esenciales de la vida: ¿qu茅 o qui茅n colma mi deseo? ¿Qui茅n me ama y a qui茅n amo sin condiciones ni porqu茅s? ¿Para qu茅 trabajo? ¿Qu茅 sentido tienen la enfermedad y la muerte? En definitiva, ¿por qu茅 merece la pena vivir? “Aunque la vida no tuviera sentido, tiene que tener sentido vivir, aqu铆 y ahora”, respondi贸 Malraux a De Gaulle. Detr谩s de muchos de nuestros problemas p煤blicos (dial茅ctica exasperada, tensiones territoriales, violencia en diferentes niveles, marginalidad, fracaso escolar, conflictos laborales, soledad, rupturas de los lazos afectivos,) se encuentra una falta de atenci贸n a la persona con toda la riqueza de sus preguntas y exigencias.

Los primeros lazos de sociabilidad surgen cuando nos descubrimos como seres de encuentro, prestos a acoger y a ser acogidos. Esta experiencia se dilata cuando encontramos personas que nos entienden porque participan de nuestras mismas preguntas e inquietudes. Y comprendemos que el otro es un bien en s铆 mismo. Esta es la base de una verdadera convivencia, que llega a abrazar a la persona extra帽a porque tiene nuestra misma exigencia de felicidad. Este es uno de los problemas m谩s graves que tiene nuestra sociedad: el otro se percibe como enemigo. Y el otro nunca podr谩 ser objeto de nuestro amor o inter茅s porque el otro es siempre sujeto que sale al encuentro y nos interpela.

Jos茅 Carlos Garc铆a Fajardo
Profesor Em茅rito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @GarciaFajardoJC

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