OPINI脫N de Daniel Tanuro.- El mundo sue帽a con una cosa de la que le bastar铆a tomar conciencia para poseerla realmente (Karl Marx, carta a Arnold Ruge)
Existen varias definiciones posibles del capitalismo. Desde el punto de vista de los y las explotadas, el capitalismo es ese sistema en el que los recursos de la tierra que nos aseguran la subsistencia han sido monopolizados por una minor铆a que posee tambi茅n los dem谩s medios de producci贸n. As铆, para vivir, la mayor铆a no tiene m谩s remedio que vender su fuerza de trabajo, m谩s remedio que venderse, de hecho. Por tanto, depende completamente de los propietarios, est谩 alienada de la producci贸n de su existencia, es decir, a fin de cuentas, alienada de su humanidad. Los propietarios compran la fuerza de trabajo, o no, por un tiempo determinado a cambio de un salario. Aparentemente, la transacci贸n es justa… salvo por el hecho de que el valor de la fuerza de trabajo (el salario) es inferior al valor del trabajo realizado. La diferencia constituye el beneficio. La eficacia de esta forma de explotaci贸n del trabajo carece de precedentes hist贸ricos. En particular, es claramente superior a las del vasallaje y del esclavismo, dos modos de producci贸n en los que la explotaci贸n era plenamente transparente y saltaba a la vista.
Desde el punto de vista de la riqueza social, el capitalismo se define como una producci贸n generalizada de mercanc铆as destinadas a satisfacer cada vez m谩s necesidades humanas a una escala que se ampl铆a sin cesar. Que esas necesidades sean reales o no, que “tengan su origen en el est贸mago o en la fantas铆a”, que esta sea una creaci贸n o no del capital para dar salidas al productivismo, todo esto no cambia nada la cuesti贸n. Propia del sistema, la acumulaci贸n de bienes de producci贸n y de consumo es fenomenal y carece de precedentes hist贸ricos. Su motor es la competencia por el beneficio: so pena de sucumbir econ贸micamente, cada propietario de capital est谩 obligado a tratar continuamente de incrementar la productividad del trabajo explotado, y por tanto a sustituir a los trabajadores y trabajadoras por m谩quinas.
Desde la invenci贸n de la m谩quina de vapor por James Watt, esta din谩mica de mecanizaci贸n y de acumulaci贸n no ha hecho m谩s que acentuarse. No podr铆a ser de otra manera, pues todo avance de la mecanizaci贸n reduce la parte proporcional del trabajo humano, y por tanto la cantidad de valor creado y la tasa de beneficio. Gran contradicci贸n del capitalismo, la ca铆da tendencial de la tasa de beneficio no puede compensarse con el aumento de la masa de beneficios, es decir, con el incremento de la producci贸n, por un lado, y con el incremento de la tasa de explotaci贸n –trabajo no pagado– por otro. Por tanto, el sistema se mueve por s铆 mismo hacia la regresi贸n social y la destrucci贸n medioambiental.
El capitalismo, un sistema “sin suelo”
Su l贸gica “crecentista” tambi茅n permite definir el capitalismo desde el punto de vista de sus relaciones con la naturaleza. Las sociedades anteriores en la historia estuvieron basadas directamente en la productividad natural. En esas sociedades, un eventual traspaso de los l铆mites ecol贸gicos solo pod铆a ser temporal, y se pagaba al contado. Ensanchar esos l铆mites solo era posible mejorando los conocimientos y las t茅cnicas agr铆colas (por ejemplo, el descubrimiento de que las leguminosas son un “abono verde” porque fijan el nitr贸geno del aire en el suelo). Con el capitalismo, la cosa cambia. Gracias a la industria y la tecnolog铆a (la ciencia aplicada a la producci贸n), puede ampliar los l铆mites artificialmente, sustituyendo los recursos naturales por productos qu铆micos.
El capitalismo tiende, por decirlo as铆, a desarrollarse “al margen del suelo”. Un ejemplo evidente es la ruptura del ciclo de los nutrientes debido a la urbanizaci贸n capitalista en el siglo XIX: la p茅rdida de fertilidad resultante pudo compensarse gracias a la invenci贸n de los abonos de s铆ntesis, y esto sigue funcionando hoy en d铆a. Sin embargo, est谩 claro que las posibilidades de desarrollo al margen del suelo no son ilimitadas. Pronto o tarde, el sistema se enredar谩 en el antagonismo entre su bulimia de crecimiento y el car谩cter finito de los recursos. El choque ser谩 duro, ya que los problemas se acumulan a fuerza de aplazarlos y torearlos. Una salida capitalista al desaf铆o del calentamiento global es m谩s dif铆cil de encontrar que una soluci贸n al agotamiento de los suelos. M谩xime cuando la situaci贸n es grav铆sima: se ha tardado tanto que para salvar el clima ya no bastar谩 con reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que, adem谩s, habr谩 que retirar di贸xido de carbono de la atm贸sfera. Deducir de ello que el capitalismo se hunde es un poco precipitado; al contrario, la amenaza de un capitalismo b谩rbaro es muy real.
Combinar los tres puntos de vista permite calibrar la gran dificultad a que se enfrentan las luchas ecologistas. Ni que decir tiene que estas luchas son por definici贸n sociales: los atentados al medio ambiente afectan m谩s que nada a los explotados y oprimidos, que son los que menos responsabilidades tienen. La cat谩strofe clim谩tica amenaza la existencia de cientos de millones de personas. Algunas son conscientes y pasan a la acci贸n, pero el grado de compromiso var铆a mucho seg煤n los grupos sociales: los campesinos y los pueblos ind铆genas se encuentran en primera l铆nea y las mujeres son especialmente activas; los trabajadores, en general, se mantienen a la expectativa.
El mundo del trabajo, baza estrat茅gica
Esta actitud de los trabajadores supone una traba enorme: cuando la clase obrera podr铆a paralizar la maquinaria de destrucci贸n capitalista, prestando as铆 un servicio inmenso a la humanidad y a la naturaleza, parece estar, por el contrario, paralizada en su funci贸n al servicio de la maquinaria. La explicaci贸n es simple: la existencia de los trabajadores depende de su salario, su salario depende de su empleabilidad por el capital y su empleabilidad por el capital depende del crecimiento. Sin crecimiento, la mecanizaci贸n incrementa el paro, las relaciones de fuerzas se degradan y la capacidad sindical de defender lo salarios o los derechos sociales disminuye. Hoy en d铆a nos encontramos precisamente en esta situaci贸n: los sindicatos est谩n a la defensiva, desestabilizados por el paro masivo y por la globalizaci贸n.
Los campesinos poseen sus medios de producci贸n, en su totalidad o en parte, y los pueblos ind铆genas producen su sustento en relaci贸n directa con la naturaleza; los trabajadores, en cambio, no tienen ninguna posibilidad equivalente. Ser铆a demasiado f谩cil, y francamente estar铆a fuera de lugar, deducir de ello que los trabajadores son servidores del productivismo. Consumen, desde luego, y los m谩s aventajados consumen de una manera ecol贸gicamente insostenible, pero ¿es suya la culpa? ¿Acaso el frenes铆 consumista no es m谩s bien fruto de la ilusi贸n monetaria que hace que todo parezca estar al alcance de todos? ¿Acaso esta no funciona como compensaci贸n miserable de la miseria de relaciones humanas en esta sociedad mercantil? Muchos trabajadores son conscientes y est谩n inquietos ante las amenazas ecol贸gicas que planean sobre sus cabezas y de las de sus hijos. Muchos aspiran a un cambio que les permita vivir bien y cuidando el medio ambiente. Pero ¿qu茅 hacer? Y ¿c贸mo hacerlo? Esta es la cuesti贸n.
En un mundo cada vez m谩s urbanizado, si queremos ganar la batalla ecol贸gica, es estrat茅gicamente importante ayudar al mundo del trabajo a responder a estas preguntas. No se trata solamente de que los trabajadores participen en las movilizaciones por el medio ambiente. Para que esta participaci贸n tenga la m谩xima repercusi贸n, es preciso que est茅n presentes colectivamente, en su calidad de productores. Tambi茅n es necesario que los trabajadores planteen la cuesti贸n ecol贸gica en las f谩bricas, las oficinas y los dem谩s lugares de trabajo, como productores. Como hacen los campesinos y los pueblos ind铆genas. Esto solamente es posible en el marco de una estrategia que unifique las luchas medioambientales y sociales para que confluyen en un mismo combate. Esto exige, 1潞) una comprensi贸n correcta de la fuerza destructiva del capitalismo; 2潞) la perspectiva de una sociedad distinta, ecosocialista; y 3°) un programa de luchas y de reivindicaciones que responda tanto a las necesidades medioambientales como a las necesidades sociales, dando a cada uno y cada una la posibilidad de vivir dignamente desempe帽ando una actividad 煤til para la colectividad.
¿Un compromiso con el capitalismo verde?
Con algunas excepciones, el movimiento sindical ha comprendido la necesidad de afrontar la cuesti贸n ecol贸gica. La Confederaci贸n Sindical Internacional (CSI) se esfuerza por concienciar a sus miembros. En su segundo congreso (Vancouver 2010) adopt贸 una resoluci贸n sobre el cambio clim谩tico. Este texto afirma que la lucha contra el calentamiento del planeta es un asunto sindical, reclama un acuerdo internacional para no sobrepasar los 2 °C, respalda el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, del Norte y del Sur, insiste en los derechos de las mujeres y reivindica una “transici贸n justa” para el mundo del trabajo…
Sin embargo, trata la cuesti贸n clave del empleo de forma ambigua. En efecto, la CSI cree que el capitalismo verde conducir谩 al crecimiento y a la creaci贸n de “puestos de trabajo verdes”. Por consiguiente, se declara dispuesta a colaborar en la transici贸n, a condici贸n de que la factura para el mundo del trabajo sea limitada y de que se ofrezca una reconversi贸n a los sectores condenados. De paso, la CSI considera “verdes” unos puestos de trabajo que no lo son en absoluto: en la captura-secuestro del carbono, en la distribuci贸n de productos “etiquetados” de los bosques y de la pesca “sostenible” (cuando sabemos que esas etiquetas son un fraude), en la gesti贸n de los mecanismos de compensaci贸n forestal de las emisiones (REDD+), en la plantaci贸n de 谩rboles en r茅gimen de monocultivo y en las energ铆as “bajas en carbono” (¿incluida la nuclear?).
Reflejo de esta ambig眉edad, la resoluci贸n de Vancouver estima que la “transici贸n justa” debe proteger la competitividad de las empresas. Est谩 claro: la CSI cree que es posible salvar el clima sin poner en tela de juicio la l贸gica productivista. Peor a煤n: no ve otro medio que el crecimiento para combatir el paro. Esto va tan lejos que el secretario general de la CSI es miembro de la “Comisi贸n Global de Econom铆a y Clima”, un 贸rgano influyente presidido por Nicholas Stern. El informe de esta comisi贸n (“Better Growth, Better Climate”) desgrana medidas neoliberales que permiten realizar apenas un poco m谩s del 50 % de la reducci贸n necesaria de las emisiones para no sobrepasar los 2 °C. Stern es coherente: para evitar “costes excesivos”, su informe de 2006 preconizaba una estabilizaci贸n del clima en 550 ppm CO2 eq, que suponen un recalentamiento superior a 3°C de aqu铆 al final del siglo. La CSI no lo es.
Al ponerse a remolque del capitalismo verde, el movimiento sindical corre el riesgo de convertirse en c贸mplice de cr铆menes clim谩ticos de gran amplitud, cuyas v铆ctimas ser谩n los pobres. Es distinta la v铆a que habr铆a que tomar. Es la que se ve en las pr谩cticas de empresas recuperadas, en Argentina y otros sitios. En RimaFlow (Mil谩n) o Fralib (Marsella), los trabajadores en lucha por el empleo tratan espont谩neamente de producir para las necesidades sociales respetando los imperativos ecol贸gicos. Ciertos elementos de una alternativa se hallan en las posiciones de la red “Trade Unions for Energy Democracy” (TUED), que propone en particular que el sector energ茅tico pase a manos de la colectividad.
Frente al capitalismo en crisis y al problema clim谩tico, es ilusorio esperar que se supere el desempleo mediante un compromiso con el “crecimiento”. Por el contrario, la 煤nica estrategia coherente para conciliar lo social y lo ecol贸gico implica cuestionar de forma radical el productivismo y, por tanto, el capitalismo. Se trata de salir de ese marco, en particular insistiendo en cuatro ejes: la colaboraci贸n con los campesinos frente a la agroindustria y la gran distribuci贸n; la expropiaci贸n del sector financiero (muy imbricado en el sector energ茅tico); el desarrollo del sector p煤blico (transportes colectivos, aislamiento de los edificios, cuidados del ecosistema…), y la reducci贸n radical de la jornada de trabajo media jornada) sin p茅rdida del salario, con contrataci贸n compensatoria y disminuci贸n de los ritmos.
M谩s all谩 de las monta帽as de pantallas planas, de tel茅fonos inteligentes, m谩s all谩 de los coches de alta tecnolog铆a y de los viajes todo incluido, m谩s all谩 de esos sonajeros que se agitan para distraerle de su explotaci贸n, el mundo del trabajo percibe muy bien, en el fondo, que su inter茅s fundamental, su porvenir y el de sus hijos, no radica en hacer girar el engranaje destructivo del capital, sino, por el contrario, en quebrarlo. La pr谩ctica social es la 煤nica que puede transformar esta percepci贸n difusa en conciencia y organizaci贸n. ¡Actuemos!
*http://alencontre.org/ecologie/capitalisme-emploi-et-nature-sortir-de-lengrenage-destructif.html
Traducci贸n: VIENTO SUR
Existen varias definiciones posibles del capitalismo. Desde el punto de vista de los y las explotadas, el capitalismo es ese sistema en el que los recursos de la tierra que nos aseguran la subsistencia han sido monopolizados por una minor铆a que posee tambi茅n los dem谩s medios de producci贸n. As铆, para vivir, la mayor铆a no tiene m谩s remedio que vender su fuerza de trabajo, m谩s remedio que venderse, de hecho. Por tanto, depende completamente de los propietarios, est谩 alienada de la producci贸n de su existencia, es decir, a fin de cuentas, alienada de su humanidad. Los propietarios compran la fuerza de trabajo, o no, por un tiempo determinado a cambio de un salario. Aparentemente, la transacci贸n es justa… salvo por el hecho de que el valor de la fuerza de trabajo (el salario) es inferior al valor del trabajo realizado. La diferencia constituye el beneficio. La eficacia de esta forma de explotaci贸n del trabajo carece de precedentes hist贸ricos. En particular, es claramente superior a las del vasallaje y del esclavismo, dos modos de producci贸n en los que la explotaci贸n era plenamente transparente y saltaba a la vista.
Desde el punto de vista de la riqueza social, el capitalismo se define como una producci贸n generalizada de mercanc铆as destinadas a satisfacer cada vez m谩s necesidades humanas a una escala que se ampl铆a sin cesar. Que esas necesidades sean reales o no, que “tengan su origen en el est贸mago o en la fantas铆a”, que esta sea una creaci贸n o no del capital para dar salidas al productivismo, todo esto no cambia nada la cuesti贸n. Propia del sistema, la acumulaci贸n de bienes de producci贸n y de consumo es fenomenal y carece de precedentes hist贸ricos. Su motor es la competencia por el beneficio: so pena de sucumbir econ贸micamente, cada propietario de capital est谩 obligado a tratar continuamente de incrementar la productividad del trabajo explotado, y por tanto a sustituir a los trabajadores y trabajadoras por m谩quinas.
Desde la invenci贸n de la m谩quina de vapor por James Watt, esta din谩mica de mecanizaci贸n y de acumulaci贸n no ha hecho m谩s que acentuarse. No podr铆a ser de otra manera, pues todo avance de la mecanizaci贸n reduce la parte proporcional del trabajo humano, y por tanto la cantidad de valor creado y la tasa de beneficio. Gran contradicci贸n del capitalismo, la ca铆da tendencial de la tasa de beneficio no puede compensarse con el aumento de la masa de beneficios, es decir, con el incremento de la producci贸n, por un lado, y con el incremento de la tasa de explotaci贸n –trabajo no pagado– por otro. Por tanto, el sistema se mueve por s铆 mismo hacia la regresi贸n social y la destrucci贸n medioambiental.
El capitalismo, un sistema “sin suelo”
Su l贸gica “crecentista” tambi茅n permite definir el capitalismo desde el punto de vista de sus relaciones con la naturaleza. Las sociedades anteriores en la historia estuvieron basadas directamente en la productividad natural. En esas sociedades, un eventual traspaso de los l铆mites ecol贸gicos solo pod铆a ser temporal, y se pagaba al contado. Ensanchar esos l铆mites solo era posible mejorando los conocimientos y las t茅cnicas agr铆colas (por ejemplo, el descubrimiento de que las leguminosas son un “abono verde” porque fijan el nitr贸geno del aire en el suelo). Con el capitalismo, la cosa cambia. Gracias a la industria y la tecnolog铆a (la ciencia aplicada a la producci贸n), puede ampliar los l铆mites artificialmente, sustituyendo los recursos naturales por productos qu铆micos.
El capitalismo tiende, por decirlo as铆, a desarrollarse “al margen del suelo”. Un ejemplo evidente es la ruptura del ciclo de los nutrientes debido a la urbanizaci贸n capitalista en el siglo XIX: la p茅rdida de fertilidad resultante pudo compensarse gracias a la invenci贸n de los abonos de s铆ntesis, y esto sigue funcionando hoy en d铆a. Sin embargo, est谩 claro que las posibilidades de desarrollo al margen del suelo no son ilimitadas. Pronto o tarde, el sistema se enredar谩 en el antagonismo entre su bulimia de crecimiento y el car谩cter finito de los recursos. El choque ser谩 duro, ya que los problemas se acumulan a fuerza de aplazarlos y torearlos. Una salida capitalista al desaf铆o del calentamiento global es m谩s dif铆cil de encontrar que una soluci贸n al agotamiento de los suelos. M谩xime cuando la situaci贸n es grav铆sima: se ha tardado tanto que para salvar el clima ya no bastar谩 con reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que, adem谩s, habr谩 que retirar di贸xido de carbono de la atm贸sfera. Deducir de ello que el capitalismo se hunde es un poco precipitado; al contrario, la amenaza de un capitalismo b谩rbaro es muy real.
Combinar los tres puntos de vista permite calibrar la gran dificultad a que se enfrentan las luchas ecologistas. Ni que decir tiene que estas luchas son por definici贸n sociales: los atentados al medio ambiente afectan m谩s que nada a los explotados y oprimidos, que son los que menos responsabilidades tienen. La cat谩strofe clim谩tica amenaza la existencia de cientos de millones de personas. Algunas son conscientes y pasan a la acci贸n, pero el grado de compromiso var铆a mucho seg煤n los grupos sociales: los campesinos y los pueblos ind铆genas se encuentran en primera l铆nea y las mujeres son especialmente activas; los trabajadores, en general, se mantienen a la expectativa.
El mundo del trabajo, baza estrat茅gica
Esta actitud de los trabajadores supone una traba enorme: cuando la clase obrera podr铆a paralizar la maquinaria de destrucci贸n capitalista, prestando as铆 un servicio inmenso a la humanidad y a la naturaleza, parece estar, por el contrario, paralizada en su funci贸n al servicio de la maquinaria. La explicaci贸n es simple: la existencia de los trabajadores depende de su salario, su salario depende de su empleabilidad por el capital y su empleabilidad por el capital depende del crecimiento. Sin crecimiento, la mecanizaci贸n incrementa el paro, las relaciones de fuerzas se degradan y la capacidad sindical de defender lo salarios o los derechos sociales disminuye. Hoy en d铆a nos encontramos precisamente en esta situaci贸n: los sindicatos est谩n a la defensiva, desestabilizados por el paro masivo y por la globalizaci贸n.
Los campesinos poseen sus medios de producci贸n, en su totalidad o en parte, y los pueblos ind铆genas producen su sustento en relaci贸n directa con la naturaleza; los trabajadores, en cambio, no tienen ninguna posibilidad equivalente. Ser铆a demasiado f谩cil, y francamente estar铆a fuera de lugar, deducir de ello que los trabajadores son servidores del productivismo. Consumen, desde luego, y los m谩s aventajados consumen de una manera ecol贸gicamente insostenible, pero ¿es suya la culpa? ¿Acaso el frenes铆 consumista no es m谩s bien fruto de la ilusi贸n monetaria que hace que todo parezca estar al alcance de todos? ¿Acaso esta no funciona como compensaci贸n miserable de la miseria de relaciones humanas en esta sociedad mercantil? Muchos trabajadores son conscientes y est谩n inquietos ante las amenazas ecol贸gicas que planean sobre sus cabezas y de las de sus hijos. Muchos aspiran a un cambio que les permita vivir bien y cuidando el medio ambiente. Pero ¿qu茅 hacer? Y ¿c贸mo hacerlo? Esta es la cuesti贸n.
En un mundo cada vez m谩s urbanizado, si queremos ganar la batalla ecol贸gica, es estrat茅gicamente importante ayudar al mundo del trabajo a responder a estas preguntas. No se trata solamente de que los trabajadores participen en las movilizaciones por el medio ambiente. Para que esta participaci贸n tenga la m谩xima repercusi贸n, es preciso que est茅n presentes colectivamente, en su calidad de productores. Tambi茅n es necesario que los trabajadores planteen la cuesti贸n ecol贸gica en las f谩bricas, las oficinas y los dem谩s lugares de trabajo, como productores. Como hacen los campesinos y los pueblos ind铆genas. Esto solamente es posible en el marco de una estrategia que unifique las luchas medioambientales y sociales para que confluyen en un mismo combate. Esto exige, 1潞) una comprensi贸n correcta de la fuerza destructiva del capitalismo; 2潞) la perspectiva de una sociedad distinta, ecosocialista; y 3°) un programa de luchas y de reivindicaciones que responda tanto a las necesidades medioambientales como a las necesidades sociales, dando a cada uno y cada una la posibilidad de vivir dignamente desempe帽ando una actividad 煤til para la colectividad.
¿Un compromiso con el capitalismo verde?
Con algunas excepciones, el movimiento sindical ha comprendido la necesidad de afrontar la cuesti贸n ecol贸gica. La Confederaci贸n Sindical Internacional (CSI) se esfuerza por concienciar a sus miembros. En su segundo congreso (Vancouver 2010) adopt贸 una resoluci贸n sobre el cambio clim谩tico. Este texto afirma que la lucha contra el calentamiento del planeta es un asunto sindical, reclama un acuerdo internacional para no sobrepasar los 2 °C, respalda el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, del Norte y del Sur, insiste en los derechos de las mujeres y reivindica una “transici贸n justa” para el mundo del trabajo…
Sin embargo, trata la cuesti贸n clave del empleo de forma ambigua. En efecto, la CSI cree que el capitalismo verde conducir谩 al crecimiento y a la creaci贸n de “puestos de trabajo verdes”. Por consiguiente, se declara dispuesta a colaborar en la transici贸n, a condici贸n de que la factura para el mundo del trabajo sea limitada y de que se ofrezca una reconversi贸n a los sectores condenados. De paso, la CSI considera “verdes” unos puestos de trabajo que no lo son en absoluto: en la captura-secuestro del carbono, en la distribuci贸n de productos “etiquetados” de los bosques y de la pesca “sostenible” (cuando sabemos que esas etiquetas son un fraude), en la gesti贸n de los mecanismos de compensaci贸n forestal de las emisiones (REDD+), en la plantaci贸n de 谩rboles en r茅gimen de monocultivo y en las energ铆as “bajas en carbono” (¿incluida la nuclear?).
Reflejo de esta ambig眉edad, la resoluci贸n de Vancouver estima que la “transici贸n justa” debe proteger la competitividad de las empresas. Est谩 claro: la CSI cree que es posible salvar el clima sin poner en tela de juicio la l贸gica productivista. Peor a煤n: no ve otro medio que el crecimiento para combatir el paro. Esto va tan lejos que el secretario general de la CSI es miembro de la “Comisi贸n Global de Econom铆a y Clima”, un 贸rgano influyente presidido por Nicholas Stern. El informe de esta comisi贸n (“Better Growth, Better Climate”) desgrana medidas neoliberales que permiten realizar apenas un poco m谩s del 50 % de la reducci贸n necesaria de las emisiones para no sobrepasar los 2 °C. Stern es coherente: para evitar “costes excesivos”, su informe de 2006 preconizaba una estabilizaci贸n del clima en 550 ppm CO2 eq, que suponen un recalentamiento superior a 3°C de aqu铆 al final del siglo. La CSI no lo es.
Al ponerse a remolque del capitalismo verde, el movimiento sindical corre el riesgo de convertirse en c贸mplice de cr铆menes clim谩ticos de gran amplitud, cuyas v铆ctimas ser谩n los pobres. Es distinta la v铆a que habr铆a que tomar. Es la que se ve en las pr谩cticas de empresas recuperadas, en Argentina y otros sitios. En RimaFlow (Mil谩n) o Fralib (Marsella), los trabajadores en lucha por el empleo tratan espont谩neamente de producir para las necesidades sociales respetando los imperativos ecol贸gicos. Ciertos elementos de una alternativa se hallan en las posiciones de la red “Trade Unions for Energy Democracy” (TUED), que propone en particular que el sector energ茅tico pase a manos de la colectividad.
Frente al capitalismo en crisis y al problema clim谩tico, es ilusorio esperar que se supere el desempleo mediante un compromiso con el “crecimiento”. Por el contrario, la 煤nica estrategia coherente para conciliar lo social y lo ecol贸gico implica cuestionar de forma radical el productivismo y, por tanto, el capitalismo. Se trata de salir de ese marco, en particular insistiendo en cuatro ejes: la colaboraci贸n con los campesinos frente a la agroindustria y la gran distribuci贸n; la expropiaci贸n del sector financiero (muy imbricado en el sector energ茅tico); el desarrollo del sector p煤blico (transportes colectivos, aislamiento de los edificios, cuidados del ecosistema…), y la reducci贸n radical de la jornada de trabajo media jornada) sin p茅rdida del salario, con contrataci贸n compensatoria y disminuci贸n de los ritmos.
M谩s all谩 de las monta帽as de pantallas planas, de tel茅fonos inteligentes, m谩s all谩 de los coches de alta tecnolog铆a y de los viajes todo incluido, m谩s all谩 de esos sonajeros que se agitan para distraerle de su explotaci贸n, el mundo del trabajo percibe muy bien, en el fondo, que su inter茅s fundamental, su porvenir y el de sus hijos, no radica en hacer girar el engranaje destructivo del capital, sino, por el contrario, en quebrarlo. La pr谩ctica social es la 煤nica que puede transformar esta percepci贸n difusa en conciencia y organizaci贸n. ¡Actuemos!
*http://alencontre.org/ecologie/capitalisme-emploi-et-nature-sortir-de-lengrenage-destructif.html
Traducci贸n: VIENTO SUR