OPINI脫N de Carola Ch谩vez, Venezuela.- Emocionad铆simos, metieron sus m谩scaras anti gases, sus capuchas y un pu帽ado de miguelitos en sus mochilas, se enfundaron sus franelas con la palabra “Paz” estampada en el pecho y un mensaje para sus madres en la espalda: “Mam谩, sal铆 a luchar por Venezuela, si no regreso, me fui con ella”. Hab铆a llegado la hora, as铆 se los anunciaron sus dirigentes. El gobierno caer铆a y ellos iban a ayudar a tumbarlo. Tomar铆an Caracas.
Camino a la Toma, para matar el tiempo y la ansiedad que les produc铆a estar sentados en un autob煤s cuando sus cuerpos ped铆a batalla, decidieron ir calentando el ambiente regando amenazas por las redes sociales. “Maldito chaburro ¿D贸nde te vas a meter?” Llegaron al este de Caracas y lo tomaron. “¡Vamos a quemar esta vaina, que con marchitas de bailoterapia no se tumba al gobierno!”. Aqu铆 no vamos a quemar nada porque de este lado vivimos nosotros –hubo que explicarle a unos alborotados con acento andino antes de mandarlos a sus casas a tocar cacerolas.
Aquel odio fermentado durante toda 17 a帽os que explotar y explot贸. El 1 de septiembre en la noche, en las redes sociales descargaron su arrechera. ¡Maldita MUD! Ped铆an sangre, guerra muerte; acusaban a su dirigencia de cobardes, colaboracionistas, traidores; juraban venganza, sangrienta y dolorosa venganza que describ铆an con detalles macabros de un sadismo espeluznante, ah铆 en sus cuentas personales, justo debajo de sus fotos de muchachos y muchachas felices de no mucho m谩s de 20 a帽os.
La generaci贸n del selfie: chamos mostrando sus abdominales de chocolate frente al espejo del ba帽o, pavitas posando con boca de pato en alguna helader铆a, en la playa, en alg煤n lugar remoto y nevado; fotos que no hablan de carencias sino, por el contrario, muestran privilegios de mi帽os que han sido mimados hasta el exceso. No, ah铆 no hay carencias… materiales.
Con dolor de mam谩, porque “cuando se tienen dos hijos…”, pienso es esa generaci贸n de muchachos que, envenenados de odio, se marchitan antes de florecer. Los imagino -tantas veces lo he escrito- peque帽itos, de 4 y 5 a帽os, sentaditos en el asiento de atr谩s del carro camino al colegio, tratando de despertar con la voz estridente de alguna de las estrella del periodismo opositor, en la radio que sintoniza su mami religiosamente, diciendo que se los van a llevar a Cuba para siempre, lejos de sus padres, la pesadilla m谩s terror铆fica para cualquier ni帽o. Permeando sus almas la angustia de mam谩, que tambi茅n se crey贸 el cuento y cuando los deja en el cole, con su abrazo tembloroso, no deja sino la horrenda duda de si esa tarde volver谩n a verse. Chamos amamantados con miedo, miedo que, para que no doliera tanto, se convirti贸 en odio.
Aprendieron que maldecir al otro es socialmente aceptable, deseable, necesario si quieres no ser sospechoso. El odio se hizo “cool”. Aprendieron a desear la muerte, a celebrarla, siempre que el muerto fuera chavista. Aprendieron que la violencia no es mala, que te da puntos, bonos y vidas extra; creyeron que la vida real es un video juego. As铆, algunos llegaron a poner guayas para degollar a gente que jam谩s conocieron, no importa, y otros se regocijaron con tan cobarde haza帽a. A los m谩s violentos los llamaron h茅roes y hasta salieron en el la tele. Un sue帽o torcido hecho realidad en medio de la pesadilla que creen que viven.
Lo que me preocupa y entristece es que no son la excepci贸n estos muchachos, son la regla en la juventud opositora. Son parte del futuro de nuestro pa铆s, una parte convencida de que la otra no debe existir, de que su exterminio -siempre doloroso- ser铆a un acto de justicia y libertad, de que no importa lo que cueste, seguid el ejemplo que Ucrania dio.
Me preocupa enormemente porque esa ma帽ana del 1 de septiembre, un grupo de cuarentones, seguramente con hijos, comentaban content铆simos que hab铆a un gent铆o en Toma de Caracas y que, ay ay ay, chavistas, miren que as铆 empez贸 Libia.
Me preocupa, porque parece que solo una pesadilla como la que desean les har铆a comprender cu谩n equivocados estaban. Entonces ya ser铆a demasiado tarde.
Camino a la Toma, para matar el tiempo y la ansiedad que les produc铆a estar sentados en un autob煤s cuando sus cuerpos ped铆a batalla, decidieron ir calentando el ambiente regando amenazas por las redes sociales. “Maldito chaburro ¿D贸nde te vas a meter?” Llegaron al este de Caracas y lo tomaron. “¡Vamos a quemar esta vaina, que con marchitas de bailoterapia no se tumba al gobierno!”. Aqu铆 no vamos a quemar nada porque de este lado vivimos nosotros –hubo que explicarle a unos alborotados con acento andino antes de mandarlos a sus casas a tocar cacerolas.
Aquel odio fermentado durante toda 17 a帽os que explotar y explot贸. El 1 de septiembre en la noche, en las redes sociales descargaron su arrechera. ¡Maldita MUD! Ped铆an sangre, guerra muerte; acusaban a su dirigencia de cobardes, colaboracionistas, traidores; juraban venganza, sangrienta y dolorosa venganza que describ铆an con detalles macabros de un sadismo espeluznante, ah铆 en sus cuentas personales, justo debajo de sus fotos de muchachos y muchachas felices de no mucho m谩s de 20 a帽os.
La generaci贸n del selfie: chamos mostrando sus abdominales de chocolate frente al espejo del ba帽o, pavitas posando con boca de pato en alguna helader铆a, en la playa, en alg煤n lugar remoto y nevado; fotos que no hablan de carencias sino, por el contrario, muestran privilegios de mi帽os que han sido mimados hasta el exceso. No, ah铆 no hay carencias… materiales.
Con dolor de mam谩, porque “cuando se tienen dos hijos…”, pienso es esa generaci贸n de muchachos que, envenenados de odio, se marchitan antes de florecer. Los imagino -tantas veces lo he escrito- peque帽itos, de 4 y 5 a帽os, sentaditos en el asiento de atr谩s del carro camino al colegio, tratando de despertar con la voz estridente de alguna de las estrella del periodismo opositor, en la radio que sintoniza su mami religiosamente, diciendo que se los van a llevar a Cuba para siempre, lejos de sus padres, la pesadilla m谩s terror铆fica para cualquier ni帽o. Permeando sus almas la angustia de mam谩, que tambi茅n se crey贸 el cuento y cuando los deja en el cole, con su abrazo tembloroso, no deja sino la horrenda duda de si esa tarde volver谩n a verse. Chamos amamantados con miedo, miedo que, para que no doliera tanto, se convirti贸 en odio.
Aprendieron que maldecir al otro es socialmente aceptable, deseable, necesario si quieres no ser sospechoso. El odio se hizo “cool”. Aprendieron a desear la muerte, a celebrarla, siempre que el muerto fuera chavista. Aprendieron que la violencia no es mala, que te da puntos, bonos y vidas extra; creyeron que la vida real es un video juego. As铆, algunos llegaron a poner guayas para degollar a gente que jam谩s conocieron, no importa, y otros se regocijaron con tan cobarde haza帽a. A los m谩s violentos los llamaron h茅roes y hasta salieron en el la tele. Un sue帽o torcido hecho realidad en medio de la pesadilla que creen que viven.
Lo que me preocupa y entristece es que no son la excepci贸n estos muchachos, son la regla en la juventud opositora. Son parte del futuro de nuestro pa铆s, una parte convencida de que la otra no debe existir, de que su exterminio -siempre doloroso- ser铆a un acto de justicia y libertad, de que no importa lo que cueste, seguid el ejemplo que Ucrania dio.
Me preocupa enormemente porque esa ma帽ana del 1 de septiembre, un grupo de cuarentones, seguramente con hijos, comentaban content铆simos que hab铆a un gent铆o en Toma de Caracas y que, ay ay ay, chavistas, miren que as铆 empez贸 Libia.
Me preocupa, porque parece que solo una pesadilla como la que desean les har铆a comprender cu谩n equivocados estaban. Entonces ya ser铆a demasiado tarde.