OPINIÓN de Esther Vivas.- Por fin ha llegado el Black Friday. Hoy, tan pronto como podamos saldremos corriendo a un gran centro comercial, entraremos en un portal de compra on line o bien nos acercaremos a una avenida llenísima de tiendas para hacernos con alguna “ganga”. No podemos dejar pasar la oportunidad de comprar barato. Si la desaprovechamos es que somos tontos. O eso parece decirnos la publicidad, que desde hace días nos bombardea con la llegada del Black Friday.
En Estados Unidos desde hace décadas esta fecha está marcada en rojo en el calendario del comercio. La gente casi se “mata”, literalmente, por comprar. En 2011, una mujer llegó a rociar con spray pimienta a otros compradores en pleno combate por las mercancías deseadas. En Gran Bretaña, donde tal jornada lleva años consolidada, el 2014 nos dejó escenas parecidas: dos personas peleándose por llevarse un mismo televisor, avalancha de gente en el suelo pisándose a la entrada de un centro comercial, familias luchando por obtener otros objetos codiciados. Incluso algunos establecimientos, temiendo por su seguridad y las de sus enajenados clientes, llegaron a solicitar la presencia de las fuerzas policiales.
Ventas y más ventas
Aquí, importamos el Black Friday hace tan solo unos cinco años, pero ya ha entrado a formar parte de nuestro calendario anual. De hecho, y según varios comercios se trata de uno de los días con más ventas del año, en algunos el que más. Está claro que el Black Friday ha venido para quedarse.
Sin embargo, ¿qué hay detrás de esta celebración? Nos dicen que todos saldremos ganando: más compras, más baratas, más trabajo. Pero el entusiasmo consumista beneficia sobre todo a las principales marcas, quienes producen mercancías a gran escala, en pésimas condiciones laborales, contaminando el medio ambiente, compitiendo deslealmente con el pequeño comercio… para finalmente vendernos un producto “imprescindible” y “al mejor precio posible”. ¿Quién no lo puede dejar escapar?
A lo mejor ya va siendo hora de plantearnos que podemos “vivir mejor con menos”, que no necesitamos tanto como algunos nos quieren hacer creer y que la felicidad no se obtiene a golpe de talonario. Tal vez consumiendo como consumimos acabaremos muy pronto, nosotros y el planeta, consumiéndonos.
En Estados Unidos desde hace décadas esta fecha está marcada en rojo en el calendario del comercio. La gente casi se “mata”, literalmente, por comprar. En 2011, una mujer llegó a rociar con spray pimienta a otros compradores en pleno combate por las mercancías deseadas. En Gran Bretaña, donde tal jornada lleva años consolidada, el 2014 nos dejó escenas parecidas: dos personas peleándose por llevarse un mismo televisor, avalancha de gente en el suelo pisándose a la entrada de un centro comercial, familias luchando por obtener otros objetos codiciados. Incluso algunos establecimientos, temiendo por su seguridad y las de sus enajenados clientes, llegaron a solicitar la presencia de las fuerzas policiales.
Ventas y más ventas
Aquí, importamos el Black Friday hace tan solo unos cinco años, pero ya ha entrado a formar parte de nuestro calendario anual. De hecho, y según varios comercios se trata de uno de los días con más ventas del año, en algunos el que más. Está claro que el Black Friday ha venido para quedarse.
Sin embargo, ¿qué hay detrás de esta celebración? Nos dicen que todos saldremos ganando: más compras, más baratas, más trabajo. Pero el entusiasmo consumista beneficia sobre todo a las principales marcas, quienes producen mercancías a gran escala, en pésimas condiciones laborales, contaminando el medio ambiente, compitiendo deslealmente con el pequeño comercio… para finalmente vendernos un producto “imprescindible” y “al mejor precio posible”. ¿Quién no lo puede dejar escapar?
A lo mejor ya va siendo hora de plantearnos que podemos “vivir mejor con menos”, que no necesitamos tanto como algunos nos quieren hacer creer y que la felicidad no se obtiene a golpe de talonario. Tal vez consumiendo como consumimos acabaremos muy pronto, nosotros y el planeta, consumiéndonos.