Ana Isan. Ecología Verde.- Ahora que está de moda ser madre a avanzada edad, y que tanta polémica despierta la cuestión, conocer este caso nos reconcilia con la idea de un modo casi mágico. Y es que poca crítica puede suscitar la preciosa historia de esta mujer centenaria, madre de unos hijos bien plantados y llenos de vida, que beben agua, aire y sol.
En efecto, ella es humana, y como es fácil adivinar, sus hijos son árboles. Conocida por sus vecinos como “Saalumarada”, que significa “fila de árboles” en canarés, una lengua del sur de la India, este año ha soplado 105 velas, mientras su prole se cuenta por cientos y superan el medio siglo.
Plantar árboles le trajo la felicidad
Conocer la historia de Thimmakka, su verdadero nombre, significa entender lo cruel que puede llegar a ser una sociedad cuando margina por distintos motivos que, lógicamente, en modo alguno tienen justificación.
Dos de ellos: la pobreza y la infertilidad, fueron auténticas losas para ella durante años y años. No es nada extraordinario en la sociedad india castigar la infertilidad con el rechazo social, como tampoco resulta extraño que, de un modo u otro, también ocurra en otras sociedades.
Pero nuestra protagonista y nuestra historia están en la India, donde ser pobre y no poder tener hijos pueden acabar provocando un auténtico drama en la vida de una persona. Así fue como lo vivió Thimmakka: sufrió el estigma social por doble partida, pero su historia no tendría un triste final.
Muy al contrario, aun a riesgo de parecer cursi, lo cierto es que en su caso se cumplió aquello de que el amor lo puede todo: el amor de su segunda pareja, tras quedar viuda, y también su amor por la naturaleza.
Las cosas mejoraron cuando su situación parecía ir de mal en peor, pues enviudó y ello le supuso más marginación y repudio, ya que parientes la rechazaban. Por aquel entonces, pensar en su vida era un mar de lágrimas: desde pequeña estuvo trabajando de sol a sol, y su existencia no había mejorado desde entonces.
Nacer pobre en una sociedad de castas, concretamente en el poblado de Hulikal, a más de 2.000 kilómetros al sur de Nueva Delhi, la capital, es prácticamente una condena para cualquiera, pero en su caso no todo estaba escrito.
La madre naturaleza
O quizá sí, pudiera ser que ese giro positivo, tan inesperado, estuviera escrito en las estrellas, las mismas que iluminan los caminos que bordean los árboles estaba destinada a plantar.
La suerte tenía un nombre: Bikkala Chikkayya, el hombre que pronto se convertiría en su marido. Con él compartió 25 años, y gracias a él pudo ver la luz al final del túnel.
Fue su esposo el que la animó a sembrar árboles tras años de intentos infructuosos para concebir, y también le ayudó a cuidarlos, sobre todo a protegerlos del ganado y a regarlos. De no recorrer cuatro kilómetros cargados con agua para regar a sus árboles, éstos no hubieran sobrevivido.
En un terreno árido, en el que las lluvias eran cosa excepcional, lograron que los árboles ganaran la batalla al difícil entorno. Como ella misma cuenta, además de estar “con el mazo dando”, como dice la famosa frase, también dedicaba tiempo a rogar al dios Indra que los bendijera con un poquito de lluvia.
Heroína de la naturaleza: reconocimientos mil
La lluvia le llegó, pero en forma de reconocimientos. Su larga vida es otro don que también le fue concedido, pero tuvo que decir adiós a su amado esposo, el hombre que la había hecho madre de un modo tan especial.
Sin saberlo, Bikkala Chikkayya también había plantado una semilla que iba a florecer cuando él no estuviera, justo cuando más lo iba a necesitar su esposa. Cuando le dijo que los árboles serían esos hijos que la naturaleza no le daba en forma humana, le transmitió un mensaje que llenaría su alma y la colmaría de cuidados que vendrían de la forma más inesperada.
El karma se alió con ella y le devolvió toda la vida que había creado de forma tan desinteresada. Su amor incondicional por los árboles estaba ha vuelto a ella multiplicado por mil, y ahora la suerte le sonríe.
Ahora no es millonaria, pero cuando volvió a enviudar se vio obligada a vender su pequeño pedazo de tierra a sus parientes, lo único que poseía, y tuvo que ir a vivir a una choza. Por suerte, la idea de plantar árboles empezó a dar unos frutos muy dulces que la anciana está recogiendo ahora, en la vejez.
Hablo en sentido figurado, lógicamente, pero en este caso se ha cumplido la expectativa de los padres de ser cuidados por sus hijos en los años de vejez. Sus criaturas verdes, en efecto, empezaron a darle una buena sombra bajo la que cobijarse pocos años después de la muerte de su esposo.
Todos debemos plantar árboles
Saalumarada ha conseguido que el gobierno de Karnataka le construya una casa y le conceda una pequeña pensión. Ella es rica en reconocimientos y amor del bueno, de ese que dan los hijos del corazón.
Además de su hermosa historia de amor conyugal que le cambió la vida, y cuyo dulce recuerdo le sigue acompañando, ahora tiene un hijo adoptivo, Sri Umesh, con el que ve colmado su sueño de tener un hijo humano y hace frente a las actividades de su fundación.
Igualmente, plantar árboles en la carretera que une Hulikal con Kudoor le devolvió el aprecio de los vecinos, y la bautizó con el apodo que lleva orgullosa. En toda su vida ha plantado cientos, puede que incluso miles y, sea como fuere, si todos la imitáramos aunque solo fuera un poquito no habría problemas de deforestación en el mundo.
“Todos, desde los niños hasta los ancianos, deberían plantar y hacer crecer árboles: sería beneficioso para todos nosotros”, dice la voz de la sabiduría. Además, plantar un árbol ayuda a encontrar el sentido a la vida.
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En efecto, ella es humana, y como es fácil adivinar, sus hijos son árboles. Conocida por sus vecinos como “Saalumarada”, que significa “fila de árboles” en canarés, una lengua del sur de la India, este año ha soplado 105 velas, mientras su prole se cuenta por cientos y superan el medio siglo.
Plantar árboles le trajo la felicidad
Conocer la historia de Thimmakka, su verdadero nombre, significa entender lo cruel que puede llegar a ser una sociedad cuando margina por distintos motivos que, lógicamente, en modo alguno tienen justificación.
Dos de ellos: la pobreza y la infertilidad, fueron auténticas losas para ella durante años y años. No es nada extraordinario en la sociedad india castigar la infertilidad con el rechazo social, como tampoco resulta extraño que, de un modo u otro, también ocurra en otras sociedades.
Pero nuestra protagonista y nuestra historia están en la India, donde ser pobre y no poder tener hijos pueden acabar provocando un auténtico drama en la vida de una persona. Así fue como lo vivió Thimmakka: sufrió el estigma social por doble partida, pero su historia no tendría un triste final.
Muy al contrario, aun a riesgo de parecer cursi, lo cierto es que en su caso se cumplió aquello de que el amor lo puede todo: el amor de su segunda pareja, tras quedar viuda, y también su amor por la naturaleza.
Las cosas mejoraron cuando su situación parecía ir de mal en peor, pues enviudó y ello le supuso más marginación y repudio, ya que parientes la rechazaban. Por aquel entonces, pensar en su vida era un mar de lágrimas: desde pequeña estuvo trabajando de sol a sol, y su existencia no había mejorado desde entonces.
Nacer pobre en una sociedad de castas, concretamente en el poblado de Hulikal, a más de 2.000 kilómetros al sur de Nueva Delhi, la capital, es prácticamente una condena para cualquiera, pero en su caso no todo estaba escrito.
La madre naturaleza
O quizá sí, pudiera ser que ese giro positivo, tan inesperado, estuviera escrito en las estrellas, las mismas que iluminan los caminos que bordean los árboles estaba destinada a plantar.
La suerte tenía un nombre: Bikkala Chikkayya, el hombre que pronto se convertiría en su marido. Con él compartió 25 años, y gracias a él pudo ver la luz al final del túnel.
Fue su esposo el que la animó a sembrar árboles tras años de intentos infructuosos para concebir, y también le ayudó a cuidarlos, sobre todo a protegerlos del ganado y a regarlos. De no recorrer cuatro kilómetros cargados con agua para regar a sus árboles, éstos no hubieran sobrevivido.
En un terreno árido, en el que las lluvias eran cosa excepcional, lograron que los árboles ganaran la batalla al difícil entorno. Como ella misma cuenta, además de estar “con el mazo dando”, como dice la famosa frase, también dedicaba tiempo a rogar al dios Indra que los bendijera con un poquito de lluvia.
Heroína de la naturaleza: reconocimientos mil
La lluvia le llegó, pero en forma de reconocimientos. Su larga vida es otro don que también le fue concedido, pero tuvo que decir adiós a su amado esposo, el hombre que la había hecho madre de un modo tan especial.
Sin saberlo, Bikkala Chikkayya también había plantado una semilla que iba a florecer cuando él no estuviera, justo cuando más lo iba a necesitar su esposa. Cuando le dijo que los árboles serían esos hijos que la naturaleza no le daba en forma humana, le transmitió un mensaje que llenaría su alma y la colmaría de cuidados que vendrían de la forma más inesperada.
El karma se alió con ella y le devolvió toda la vida que había creado de forma tan desinteresada. Su amor incondicional por los árboles estaba ha vuelto a ella multiplicado por mil, y ahora la suerte le sonríe.
Ahora no es millonaria, pero cuando volvió a enviudar se vio obligada a vender su pequeño pedazo de tierra a sus parientes, lo único que poseía, y tuvo que ir a vivir a una choza. Por suerte, la idea de plantar árboles empezó a dar unos frutos muy dulces que la anciana está recogiendo ahora, en la vejez.
Hablo en sentido figurado, lógicamente, pero en este caso se ha cumplido la expectativa de los padres de ser cuidados por sus hijos en los años de vejez. Sus criaturas verdes, en efecto, empezaron a darle una buena sombra bajo la que cobijarse pocos años después de la muerte de su esposo.
Todos debemos plantar árboles
Saalumarada ha conseguido que el gobierno de Karnataka le construya una casa y le conceda una pequeña pensión. Ella es rica en reconocimientos y amor del bueno, de ese que dan los hijos del corazón.
Además de su hermosa historia de amor conyugal que le cambió la vida, y cuyo dulce recuerdo le sigue acompañando, ahora tiene un hijo adoptivo, Sri Umesh, con el que ve colmado su sueño de tener un hijo humano y hace frente a las actividades de su fundación.
Igualmente, plantar árboles en la carretera que une Hulikal con Kudoor le devolvió el aprecio de los vecinos, y la bautizó con el apodo que lleva orgullosa. En toda su vida ha plantado cientos, puede que incluso miles y, sea como fuere, si todos la imitáramos aunque solo fuera un poquito no habría problemas de deforestación en el mundo.
“Todos, desde los niños hasta los ancianos, deberían plantar y hacer crecer árboles: sería beneficioso para todos nosotros”, dice la voz de la sabiduría. Además, plantar un árbol ayuda a encontrar el sentido a la vida.
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