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Las calles serán siempre nuestras

OPINIÓN de Esther Vivas.- La movilización en la calle ha sido clave para llegar dónde estamos ahora. La represión del aparato del Estado el pasado 20-S generó una oleada de protesta que desbordó las bases tradicionales procesistas. Un frente democrático y rupturista emergió en defensa de derechos fundamentales básicos más allá del derecho a decidir o la independencia.

“Las calles serán siempre nuestras” es la consigna que mejor sintetiza este sentir. Y la hemos visto materializada en forma de movilizaciones masivas cortando calles, ocupando el edificio histórico de la Universitat de Barcelona, con centenares de escuelas ocupadas y una huelga general y una parada de país. Aquí radica el éxito del referéndum, en la auto-organización popular.

¿Y ahora qué?

¿Qué pasará a partir de ahora? Si en algo todo el mundo coincide es en el desconcierto que ha creado la declaración del presidente Puigdemont, que se presentó con un perfil moderado y dialogante. Un desconcierto que puede situar a contrapié al adversario, pero que también puede resultar desmovilizador para todos aquellos que defendieron en carne propia el referéndum, antes, durante y después el 1-O.

Veremos qué hará el Gobierno de Rajoy a partir de ahora, pero parece difícil que levante el pie del acelerador una vez que ha preparado minuciosamente el relato y el terreno para la aplicación del artículo 155. Una respuesta que puede acabar siendo el antídoto al discurso desmovilizador del presidente catalán. El Partido Popular, de hecho, es el principal proveedor de gasolina del ‘procés’ y el pegamento adhesivo necesario entre sensibilidades políticas diversas.

Si la mano dura es la respuesta, el ‘procés’ puede ganar simpatías internacionales y acercar buena parte de la base social de los ‘comuns’, ante el autoritarismo y la intransigencia del Estado. La falta de plazos y la carencia de concreción en la propuesta de diálogo son otras de las debilidades de la oferta de la Generalitat, que puede hacer tambalear la unidad del frente independentista, como ya se ha visto con el malestar comprensible expresado por los ‘cupaires’.

Con todo, no queda claro cuáles serán los próximos pasos, pero el más importante es no volver al ‘processisme’ y mantener el frente amplio creado el 1-O. Una debilidad de la línea adoptada por Puigdemont es precisamente la carencia de cualquier referencia a la necesidad de impulsar un proceso constituyente, el mejor punto de encuentro entre los partidarios de la independencia y aquellos que quieren una ruptura con el régimen del 78.

Independentistas y no independentistas, gente de movimientos sociales muy diversos, custodiaron a pie de calle las urnas en el marco de los comités de defensa del referéndum, que funcionaron en diferentes barrios y ciudades el 1-O. Una red que habrá que ver a partir de ahora cómo se coordina más allá del nivel municipal y si tiene iniciativa propia. Ampliar sus bases es uno de los retos que hay por delante.

La calle ha desbordado parcialmente las propias instituciones, y la dialéctica entre ambos es clave para conseguir dar pasos adelante hacia un horizonte de ruptura institucional democrática.




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