JOSÉ BAUTISTA jbautista@lamarea.com.- Saskia Sassen es, quizá, la persona que mejor comprende el fenómeno de la globalización actualmente. Sin ir más lejos, dedicó nueve años “de monje, que no de monja” hasta parir Territorio, autoridad y derechos: de los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales, que ella misma considera como una de sus obras más completas de la decena de libros que componen su influyente bibliografía.
Esta semana Sassen visita Madrid para inaugurar el XXV Congreso de la Asociación de Geógrafos Españoles. Comienza su ponencia con un perfecto castellano –acento argentino– y se permite unas notas de humor, a pesar de la fatiga que produce cruzar el Atlántico dos veces en menos de 48 horas. En cuestión de minutos, conecta ideas y datos de disciplinas como la física, la sociología, la economía y la geografía, y las ilustra con ejemplos mundanos que penetran tanto en las mentes especializadas –aisladas– en un campo específico, como en las principiantes. Ante el hechizo de sus palabras, los millenials del público se olvidan del smartphone; insólito ademán de gozo en los rostros de las personas con aire intelectual y pelo canoso que colman la sala. Sassen no deja a nadie indiferente.
Premio Príncipe de Asturias 2013 en Ciencias Sociales, Sassen habla de migraciones, desigualdad, cambio climático y empobrecimiento de las clases medias, modestas y trabajadoras. Procura conscientemente evitar términos como neoliberalismo porque cree que “son como invitaciones a no pensar”. Sassen creció en cinco idiomas, y en todos ellos ha escuchado y leído que la digitalización es la gran revolución de nuestra era, pero ella insiste en que ese punto de inflexión tuvo lugar hace 30 años. Para esta socióloga, la “máquina de vapor” de nuestros días podría ser la alta finanza. “Ni la máquina de vapor ni lo digital afectan a todo, mientras que la alta finanza genera un cambio fundacional en la sociedad y el sistema”. Prefiere hablar de tú a tú y desgrana su pensamiento con la mirada clavada en quien tiene delante, como si estuviera leyendo sobre los ojos de su interlocutor.
Primera pregunta, ¿eres optimista?
[Una joven interrumpe la entrevista. Ha reconocido a Sassen y quiere expresarle la admiración que le despierta su trabajo. “Pero si eres socióloga”, dice la chica. Le sorprende ver a Sassen en un congreso de geógrafos].
–Yo creo que sí, soy optimista, a pesar de que hablo de muchas cosas negativas. Mi disposición es a mirar a la cara a todas estas cosas negativas. Cuando estás combatiendo, tienes energía.
Sassen presta atención a mundos muy distintos. Es profesora de la Universidad de Columbia y la próxima conferencia en su agenda se celebrará en la prestigiosa Universidad de Stanford, pero asegura que lo que le importa es hablar “a los que sufren abusos, un abuso a menudo invisible”. En este momento desarrolla un proyecto sobre espacios urbanos en la periferia de París, uno de esos lugares que ella denomina “espacios indeterminados”, para que “quienes están en riesgo de alienación” sientan que forman parte de su espacio urbano. En privado, admite que no le gusta jugar a predecir el futuro: “Prefiero estar alerta de las trayectorias que van cambiando”. Su obsesión, reconoce, es comprender lo que está pasando justo ahora: “Lo que me gusta es descubrir, no replicar”. No forma parte de los “batallones de científicos sociales”.
Una de las tendencias que más le interesan como pensadora e investigadora es lo que define como “extractivismo financiero” y que comenzó con las grandes desregularizaciones de los años 80. “La alta finanza es un sector extractivo que vende lo que no tiene“, a diferencia de la banca tradicional, “y nosotros pagamos el precio”, dice. A ojos de la profesora, el sistema financiero logra colonizar espacios no financiarizados, periféricos, para seguir expandiendo sus fronteras y acumulando más riqueza y poder.
Mientras hablamos, invoca el caso de las grandes corporaciones financieras de Alemania y su rol en la crisis de la deuda soberana en varios países de Europa. También cita ejemplo de los productos derivados de las hipotecas subprime que los grandes grupos financieros de Estados Unidos concedieron a las familias con las rentas más bajas, unos instrumentos especulativos tóxicos, ahora prohibidos, que se vendieron y esparcieron a nivel global y que aceleraron la transmisión de la crisis por todo el mundo. El sistema financiero necesitaba activos tangibles, como las casas de esos ciudadanos de renta baja, para crear esos productos derivados y obtener plusvalías muy rentables. Más tarde la alta finanza expulsó a esas familias pobres que unos años antes había incorporado, lo que se materializó en más de 14 millones de hogares estadounidenses desahuciados. Al igual que sucedió en España, allí el Estado también destinó cifras récord para salvar a la banca.
¿Crees que veremos un cambio de dinámica en el mundo de las grandes finanzas que no implique una tragedia?
Creo que han encontrado un límite, aunque la cuestión es que siguen desarrollando instrumentos. Mira cuando inventaron los productos derivados. Hay una especie de exhaustion [usa el término en inglés para decir ‘agotamiento’] de opciones. Me interesan mucho las nuevas posibilidades que puedan surgir. Cuando Goldman Sachs empezó a comprar todo tipo de activos relacionados con el aluminio, generó una crisis en el mundo financiero. No usaron el metal, sino que especularon y generaron una escasez que incluso les llevó a los tribunales, pero ahí siempre ganan. Generan escasez para obtener una plusvalía. Es increíble.
El FMI vuelve a pedir más apoyo de los Estados a los planes de pensiones privados… ¿Qué rol juegan los gobiernos nacionales en todo esto?
¿Qué gobierna el gobierno? Los gobiernos nacionales han facilitado esto, cediendo ante lobbies, cambiando leyes… Recuerdo cuando, ante el estallido de la crisis, en EEUU el poder legislativo discutía si debía dar al sistema bancario la mitad del fondo de rescate, dotado con 700.000 millones de dólares. Al mismo tiempo la Reserva Federal [banco central de EEUU] decidió que sí. Bloomberg News pidió información y no la obtuvo hasta dos años y medio más tarde. Después llegó el quantitative easing [compra de bonos y tipos de interés cercanos a cero], en total 12 billones de dólares. Mientras, la opinión pública debatía por 300.000 millones de dólares [coste estimado del programa de salud pública Obamacare]. El nivel de corrupción de Ben Bernanke, por entonces jefe de la Reserva Federal, fue tan profundo que no se percibió como tal. Llegamos a creer que así es como han de hacerse las cosas. Han generado esa lógica hasta convencernos de cómo se resuelve esto. Ahora el FMI, institución pública, aunque lo olvidemos, defiende la privatización de las pensiones, y sabemos muy poco de este tema. Todos los presidentes que hemos tenido [en Estados Unidos], también Obama, han sido convencidos por el sistema financiero, que tiene gente muy inteligente, para que tomaran decisiones nefastas. Clinton fue uno de los peores, puso en marcha la desregularización, creando el escenario para la tormenta perfecta que llegó después.
En su afán por entender cómo se conectan distintas realidades, Sassen ha desarrollado un basto conocimiento sobre dinámicas migratorias, cambio climático, ‘tierra muerta’ y globalización. Habla de “un tercer sujeto migrante” que queda fuera de los tratados internacionales sobre refugiados o las leyes nacionales sobre migración: personas expulsadas del campo que terminan en grandes suburbios de la periferia y son “capturados en un desarrollo económico (…) que oscurece esta realidad de expulsión”, con la ayuda de indicadores económicos tan reduccionistas como el crecimiento del PIB. Sassen subraya que esas familias mantuvieron la tierra viva durante generaciones, pero las nuevas plantaciones son capaces de destruirla en solo 50 años. En breve comienza la Cumbre del Clima de Bonn (Alemania) y la socióloga no deja pasar la oportunidad para insistir en que, a su parecer, estos acuerdos son solo “un pasito chico, no son suficientes”. “Este sistema económico no tiene en cuenta el tema, pero está surgiendo conciencia”, dice en referencia al cambio climático.
Tras el fatalismo realista, una pincelada de optimismo: “Hay muchísima esclavitud en el mundo hoy en día, pero también hay gente que relocaliza elementos de la economía, como quienes empiezan a cultivar verduras en barrios modestos”. Ella interpreta estos brotes de cambio como un intento por recuperar algo que no es simplemente una franquicia, y esta vez cita como ejemplo Barcelona y su menguante tejido de antiguos negocios familiares que caen ante la llegada de grandes firmas internacionales, con lo que eso conlleva, desde la pérdida de conocimiento –”la familia que tenía una floristería sabía dónde obtener flores, cómo trabajarlas… Ahora son franquicias y ese savoir faire se queda en la sede de la multinacional”– hasta la salida de dinero que antes permanecía en el circuito local. “¿De verdad necesito a una multinacional para tomarme un café en mi barrio?”, se pregunta.
Sassen asegura que no siente miedo, sino indignación, ante el masivo flujo de datos personales en manos de grandes corporaciones y gobiernos. Opina que “tienen tantos datos que les cuesta manejarlos”, pero le molesta que compañías como Google, o sobre todo Facebook, ingresaran sus primeros 1.000 millones de dólares “sin asumir ningún tipo de riesgo, ¿y si potencian algo que es falso? Además, venden toda la información sobre nosotros a otras empresas también sin asumir ningún riesgo”.
La profesora termina matizando: “Hay gente brillante que no pudo trabajar en un diario y ahora puede escribir sus historias, pero al mismo tiempo hay un abuso total, estas corporaciones pueden cometer errores pero nunca son culpables, es lógica extractivista“. “Cuando todos los modelos que admiramos caen en eso, tenemos un problema serio”, sentencia Sassen.
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Esta semana Sassen visita Madrid para inaugurar el XXV Congreso de la Asociación de Geógrafos Españoles. Comienza su ponencia con un perfecto castellano –acento argentino– y se permite unas notas de humor, a pesar de la fatiga que produce cruzar el Atlántico dos veces en menos de 48 horas. En cuestión de minutos, conecta ideas y datos de disciplinas como la física, la sociología, la economía y la geografía, y las ilustra con ejemplos mundanos que penetran tanto en las mentes especializadas –aisladas– en un campo específico, como en las principiantes. Ante el hechizo de sus palabras, los millenials del público se olvidan del smartphone; insólito ademán de gozo en los rostros de las personas con aire intelectual y pelo canoso que colman la sala. Sassen no deja a nadie indiferente.
Premio Príncipe de Asturias 2013 en Ciencias Sociales, Sassen habla de migraciones, desigualdad, cambio climático y empobrecimiento de las clases medias, modestas y trabajadoras. Procura conscientemente evitar términos como neoliberalismo porque cree que “son como invitaciones a no pensar”. Sassen creció en cinco idiomas, y en todos ellos ha escuchado y leído que la digitalización es la gran revolución de nuestra era, pero ella insiste en que ese punto de inflexión tuvo lugar hace 30 años. Para esta socióloga, la “máquina de vapor” de nuestros días podría ser la alta finanza. “Ni la máquina de vapor ni lo digital afectan a todo, mientras que la alta finanza genera un cambio fundacional en la sociedad y el sistema”. Prefiere hablar de tú a tú y desgrana su pensamiento con la mirada clavada en quien tiene delante, como si estuviera leyendo sobre los ojos de su interlocutor.
Primera pregunta, ¿eres optimista?
[Una joven interrumpe la entrevista. Ha reconocido a Sassen y quiere expresarle la admiración que le despierta su trabajo. “Pero si eres socióloga”, dice la chica. Le sorprende ver a Sassen en un congreso de geógrafos].
–Yo creo que sí, soy optimista, a pesar de que hablo de muchas cosas negativas. Mi disposición es a mirar a la cara a todas estas cosas negativas. Cuando estás combatiendo, tienes energía.
Sassen presta atención a mundos muy distintos. Es profesora de la Universidad de Columbia y la próxima conferencia en su agenda se celebrará en la prestigiosa Universidad de Stanford, pero asegura que lo que le importa es hablar “a los que sufren abusos, un abuso a menudo invisible”. En este momento desarrolla un proyecto sobre espacios urbanos en la periferia de París, uno de esos lugares que ella denomina “espacios indeterminados”, para que “quienes están en riesgo de alienación” sientan que forman parte de su espacio urbano. En privado, admite que no le gusta jugar a predecir el futuro: “Prefiero estar alerta de las trayectorias que van cambiando”. Su obsesión, reconoce, es comprender lo que está pasando justo ahora: “Lo que me gusta es descubrir, no replicar”. No forma parte de los “batallones de científicos sociales”.
Una de las tendencias que más le interesan como pensadora e investigadora es lo que define como “extractivismo financiero” y que comenzó con las grandes desregularizaciones de los años 80. “La alta finanza es un sector extractivo que vende lo que no tiene“, a diferencia de la banca tradicional, “y nosotros pagamos el precio”, dice. A ojos de la profesora, el sistema financiero logra colonizar espacios no financiarizados, periféricos, para seguir expandiendo sus fronteras y acumulando más riqueza y poder.
Mientras hablamos, invoca el caso de las grandes corporaciones financieras de Alemania y su rol en la crisis de la deuda soberana en varios países de Europa. También cita ejemplo de los productos derivados de las hipotecas subprime que los grandes grupos financieros de Estados Unidos concedieron a las familias con las rentas más bajas, unos instrumentos especulativos tóxicos, ahora prohibidos, que se vendieron y esparcieron a nivel global y que aceleraron la transmisión de la crisis por todo el mundo. El sistema financiero necesitaba activos tangibles, como las casas de esos ciudadanos de renta baja, para crear esos productos derivados y obtener plusvalías muy rentables. Más tarde la alta finanza expulsó a esas familias pobres que unos años antes había incorporado, lo que se materializó en más de 14 millones de hogares estadounidenses desahuciados. Al igual que sucedió en España, allí el Estado también destinó cifras récord para salvar a la banca.
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¿Crees que veremos un cambio de dinámica en el mundo de las grandes finanzas que no implique una tragedia?
Creo que han encontrado un límite, aunque la cuestión es que siguen desarrollando instrumentos. Mira cuando inventaron los productos derivados. Hay una especie de exhaustion [usa el término en inglés para decir ‘agotamiento’] de opciones. Me interesan mucho las nuevas posibilidades que puedan surgir. Cuando Goldman Sachs empezó a comprar todo tipo de activos relacionados con el aluminio, generó una crisis en el mundo financiero. No usaron el metal, sino que especularon y generaron una escasez que incluso les llevó a los tribunales, pero ahí siempre ganan. Generan escasez para obtener una plusvalía. Es increíble.
El FMI vuelve a pedir más apoyo de los Estados a los planes de pensiones privados… ¿Qué rol juegan los gobiernos nacionales en todo esto?
¿Qué gobierna el gobierno? Los gobiernos nacionales han facilitado esto, cediendo ante lobbies, cambiando leyes… Recuerdo cuando, ante el estallido de la crisis, en EEUU el poder legislativo discutía si debía dar al sistema bancario la mitad del fondo de rescate, dotado con 700.000 millones de dólares. Al mismo tiempo la Reserva Federal [banco central de EEUU] decidió que sí. Bloomberg News pidió información y no la obtuvo hasta dos años y medio más tarde. Después llegó el quantitative easing [compra de bonos y tipos de interés cercanos a cero], en total 12 billones de dólares. Mientras, la opinión pública debatía por 300.000 millones de dólares [coste estimado del programa de salud pública Obamacare]. El nivel de corrupción de Ben Bernanke, por entonces jefe de la Reserva Federal, fue tan profundo que no se percibió como tal. Llegamos a creer que así es como han de hacerse las cosas. Han generado esa lógica hasta convencernos de cómo se resuelve esto. Ahora el FMI, institución pública, aunque lo olvidemos, defiende la privatización de las pensiones, y sabemos muy poco de este tema. Todos los presidentes que hemos tenido [en Estados Unidos], también Obama, han sido convencidos por el sistema financiero, que tiene gente muy inteligente, para que tomaran decisiones nefastas. Clinton fue uno de los peores, puso en marcha la desregularización, creando el escenario para la tormenta perfecta que llegó después.
En su afán por entender cómo se conectan distintas realidades, Sassen ha desarrollado un basto conocimiento sobre dinámicas migratorias, cambio climático, ‘tierra muerta’ y globalización. Habla de “un tercer sujeto migrante” que queda fuera de los tratados internacionales sobre refugiados o las leyes nacionales sobre migración: personas expulsadas del campo que terminan en grandes suburbios de la periferia y son “capturados en un desarrollo económico (…) que oscurece esta realidad de expulsión”, con la ayuda de indicadores económicos tan reduccionistas como el crecimiento del PIB. Sassen subraya que esas familias mantuvieron la tierra viva durante generaciones, pero las nuevas plantaciones son capaces de destruirla en solo 50 años. En breve comienza la Cumbre del Clima de Bonn (Alemania) y la socióloga no deja pasar la oportunidad para insistir en que, a su parecer, estos acuerdos son solo “un pasito chico, no son suficientes”. “Este sistema económico no tiene en cuenta el tema, pero está surgiendo conciencia”, dice en referencia al cambio climático.
Tras el fatalismo realista, una pincelada de optimismo: “Hay muchísima esclavitud en el mundo hoy en día, pero también hay gente que relocaliza elementos de la economía, como quienes empiezan a cultivar verduras en barrios modestos”. Ella interpreta estos brotes de cambio como un intento por recuperar algo que no es simplemente una franquicia, y esta vez cita como ejemplo Barcelona y su menguante tejido de antiguos negocios familiares que caen ante la llegada de grandes firmas internacionales, con lo que eso conlleva, desde la pérdida de conocimiento –”la familia que tenía una floristería sabía dónde obtener flores, cómo trabajarlas… Ahora son franquicias y ese savoir faire se queda en la sede de la multinacional”– hasta la salida de dinero que antes permanecía en el circuito local. “¿De verdad necesito a una multinacional para tomarme un café en mi barrio?”, se pregunta.
Sassen asegura que no siente miedo, sino indignación, ante el masivo flujo de datos personales en manos de grandes corporaciones y gobiernos. Opina que “tienen tantos datos que les cuesta manejarlos”, pero le molesta que compañías como Google, o sobre todo Facebook, ingresaran sus primeros 1.000 millones de dólares “sin asumir ningún tipo de riesgo, ¿y si potencian algo que es falso? Además, venden toda la información sobre nosotros a otras empresas también sin asumir ningún riesgo”.
La profesora termina matizando: “Hay gente brillante que no pudo trabajar en un diario y ahora puede escribir sus historias, pero al mismo tiempo hay un abuso total, estas corporaciones pueden cometer errores pero nunca son culpables, es lógica extractivista“. “Cuando todos los modelos que admiramos caen en eso, tenemos un problema serio”, sentencia Sassen.