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El mundo es más fuerte que yo




“La ficción es eso ¿no? Inventarse cosas para sentir cosas. Si te inventas cosas pequeñas sentís cosas pequeñas, si te inventas cosas más grandes, sentís cosas más grandes. Y si no te inventas nada, no sentís nada.“

El mundo es más fuerte que yo no es una obra. Es un accidente, una sesión abierta, obscena y en permanente reconstrucción. Cada espectador altera nuestro tejido, por eso cada sábado puede pasar cualquier cosa. La actriz entrará en trance para ser otra o para dejar de ser. El baterista tocará tan fuerte que tapará todas las ideas importantes del texto. La asistente preparará whisky falso para un espectador real. El director bailará un minué y lo hará muy mal. Una Ifigenia trash será invocada para salvar al teatro occidental de su incesante repetición. Un terremoto que jamás vivimos hará temblar la República de Chacarita. El público huérfano saldrá a las calles de una ciudad dormida. Alguien será sacrificado. Una obra en contra de la representación. Una búsqueda ciega del acontecimiento. Un intento desesperado por transgredir la costumbre y entregarnos a lo desconocido.


El mundo es más fuerte que yo cuestiona los límites de la ficción, la situación del teatro en Argentina, los estereotipos, las identidades, las tramas de los afectos, entre una larga lista de cuestionamientos. “Volver al teatro una experiencia en la era de Netflix” es el desafío de lxs creadores Victoria Roland y Juan Coulasso. La propuesta escénica y las actuaciones son maravillosas, Victoria Roland hace una performance inolvidable. LatFem recomienda: 5 puñitos.
"El teatro es el mundo es una mujer es una mostra"

Agustina Paz Frontera. LatFem.- La mujer y la ficción aparecen hermanadas por una duda constante acerca de su sustancialidad ¿dónde empieza y dónde termina ser mujer, dónde empieza y dónde termina la ficción? En ambos casos el género es performance. Así como no hay un eterno femenino ineludible, no hay un destino o deber ser de la representación. Por ejemplo, dice la actriz: “esta obra es transgénero”.



“De mí depende hoy que en el futuro ningún​ bárbaro se pueda llevar impunemente a una mujer griega”, dice Ifigenia en El mundo es más fuerte que yo. Según el Catálogo de las mujeres, de Hesíodo, Ifigenia tenía hermosos tobillos; según el catálogo de mujeres que Victoria Roland presenta como rockstar agónica, Ifigenia, el símbolo del origen de lo que hoy conocemos como teatro, es apenas una de las identidades posibles de cualquier mujer y una de las formas posibles del teatro.


El espacio escénico es toda la sala de Roseti, quizás incluya el pasillo y la vereda. Describir formalmente se vuelve errático porque los límites acerca de qué está pensado dentro de la obra y qué afuera son engañosos. La asistente, Flor Sánchez Elia, y el director, Juan Coulasso, están en escena, también hay una batería y un baterista. El músico, Matías Coulasso, tiene una remera que dice ATSIRETAB, la asistente también: en su remera aparece espejado el nombre de su rol. Como escenografía hay un living de sillones desparejos y raídos. Sentada con los pies en el asiento está la actriz que mira inquisidora a quienes entran al espacio. Podría ser la ruina después de un terremoto, podría ser un tiempo mítico, un estado mental desquiciado. El mundo es más fuerte que yo es una obra de teatro que cuestiona los límites de la ficción, la situación actual del teatro, los estereotipos femeninos, etc etc etc etc.







EL CATÁLOGO DE LAS MUJERES

Un traje verde esmeralda que la yergue como heroína mítica, un micrófono con cable que la envuelve en una imagen de estrella del rockpop de los 2000, una batería en escena que suena como el pulso de un tren industrial son el contorno de una enumeración: “soy una puta, soy libertaria, soy una esclava, soy ama de casa, soy obrera, soy actriz, amante, etc, etc, etc”. Una larga lista, un catálogo de mujeres. Victoria Roland, la actriz que personifica, está tirada en el suelo, enroscada en sí misma. La lista de lo que una es, deviene, esconde, Roland la escribió de una sentada. “Yo soy todas las mujeres y a la vez una actriz puede actuar todas las mujeres. Ahí se espejan cosas más allá del teatro, eso es la vida misma, ¿qué identidad tenemos que portar y como la tenemos que portar? En lo ficcional uno puede ser quien quiera, pero también así es la vida”, dice Roland en conversación con LATFEM.

El catálogo de las mujeres aparece en un momento de masificación del feminismo y el movimiento de mujeres en la Argentina, un contexto que la actriz define como de “revolución subjetiva”. Pero no es este el único gesto feminista de la obra. Hay también un erotismo liberado, en continuidad con las experiencias más prosaicas.
En El mundo es más fuerte… la identidad individual y el teatro son existencias fluidas y abiertas, podemos decir: performances. La mujer y la ficción aparecen hermanadas por una duda constante acerca de su sustancialidad ¿dónde empieza y dónde termina ser mujer, dónde empieza y dónde termina la ficción? En ambos casos el género es performance. Así como no hay un eterno femenino ineludible, no hay un destino o deber ser de la representación. Por ejemplo, dice la actriz: “esta obra es transgénero”.

La mujer y la ficción aparecen hermanadas por una duda constante acerca de su sustancialidad ¿dónde empieza y dónde termina ser mujer, dónde empieza y dónde termina la ficción? En ambos casos el género es performance. Así como no hay un eterno femenino ineludible, no hay un destino o deber ser de la representación. Por ejemplo, dice la actriz: “esta obra es transgénero”.




EL TRANSGÉNERO

“Sentíamos hastío y la sensación de que no podíamos seguir repitiendo los procesos creativos y que había una necesidad de punto de inflexión y repensar el teatro”, comenta Victoria Roland. En Buenos Aires, el mundo del teatro en muy prolífico, la carrera por producir más hace que se automaticen algunas prácticas. Las condiciones de producción del teatro off se volvieron análogas a las del teatro comercial. “Creamos la obra cansados del teatro”, dice Roland, desde ese lugar de hastío la obra reflexiona y busca deconstruir el hecho teatral. El trabajo conjunto de Juan Coulasso y Victoria Roland lleva 2 años: “en este tiempo nos diseccionamos, buscamos darle forma a una crisis con el teatro y preguntarnos qué nos pueden decir los grandes relatos, como Ifigenia, por ejemplo. Para qué vamos al teatro si afuera todo es un espectáculo. Son preguntas abiertas que la obra todo el tiempo se plantea”.

Para Victoria, la batería, tocada por Matías Coulasso, es fundamental para sacar a la obra del lugar del teatro clásico. La actriz que representa Roland debe interactuar con ruidos, con el pulso del instrumento: ”lo sentimos más como un recital, o como un ritual, un viaje de ayahuasca de teatro, otros formatos que no necesariamente son los del teatro”. Es en este sentido que la obra excede al teatro, a su pureza y la actriz la clasifica como “transgénero”. No es sólo performance, ni sólo biodrama, ni sólo autoficción, ni sólo teatro, ni un recital, es un espacio superpuesto a todas estas lógicas: “se caga en la pureza”.




LOS AFECTOS

Todas las presencias humanas en escena menos la actriz visten de negro. Son los elementos que al achinar los ojos la percepción debe borrar, como en un efecto especial de chroma, como en un truco de magos de pueblo. Son las partes que mueven los engranajes de un espectáculo pero no se ven. Los vínculos entre todos estos personajes son meramente funcionales. No tienen diálogos de humanos, no tienen siquiera nombres propios. La afectividad entre ellos está anulada, casi no se miran amorosamente, ni con compasión, hay, pareciera, un entendimiento tácito, pre-representacional. Se entienden sin nada.

Las espectadoras y los espectadores asistimos a estos vínculos casi empresariales. Y, por momentos, somos miradas con esos mismos ojos. “Vamos a drogar al público”, advierte Roland en una de las arrancadas monológicas. Pero no son las flores que transitan por el público sino la confusión bien lograda la que marea a las butacas. “Volver al teatro una experiencia en la era de Netflix”, dice Victoria, es el objetivo. Alguien del público, seleccionado caprichosamente por la actriz, ingresa a escena, hace el esfuerzo para que no pero sus mejillas estallan pudor. Le van a alcanzar un sillón para que se siente, en un espacio cotidiano esto se haría de forma intrascendente, acá la asistente lo trae de la forma más lenta posible, haciendo todo el esfuerzo físico por no apurar. La lentitud arbitraria frente a la velocidad extrema del mundo financiero, comunicacional y afectivo del capitalismo podría ser una forma de contrarrestar ese mundo que aunque más fuerte que una, es tentación e inclinación ética pelearle.


“La asistente” baila el terremoto.


EL FIN DEL MUNDO

“De mi depende hoy que en el futuro ningún bárbaro se pueda llevar impunemente una mujer griega”, dice la actriz cuando representa a Ifigenia. A su traje confuso, entre victoriano, Lady Gaga y futurista, se suma una armadura hecha de arapos y sobras y una especie de escafandra. El mundo se está terminando, o está renaciendo, podría ser una escena de Brazil, de Terry Gilliam, las luces, el sonido colaboran para conformar un mundo devastado, caluroso, sin ley. Pero la actriz, frente a un mundo postapocalítico dice esa frase de Ifigenia, que nos remite a las mujeres robadas, a la desposesión de las mujeres de sus propias vidas. “Eso es re niunamenos, re feminista, uno no puede ver los cambios hoy pero en el futuro se va a mover algo”, dice Roland.

En un momento, tiene lugar un terremoto, se hace lugar un terremoto. Es una danza y un ataque sensorial, el sonido es apabullante. El fin del mundo es, ante todo, algo que se siente en el cuerpo. “Es un monstruo: es una obra física, sexual y conceptual”. Pero el fin del mundo no es algo muy claro: no se sabe si es verdad o mentira, si llueven escombros, si hay una razzia y si esto es una ficción que se prolongara a los minutos y los días por venir o si, efectivamente, el mundo es más fuerte que una.

Ficha técnico artística
Texto:
Juan Coulasso, Victoria Roland
Actúan:
Victoria Roland, Flor Sanchez Elía
Trailer:
Nadia Lozano
Músicos:
Matías Coulasso
Diseño de vestuario:
Endi Ruiz
Diseño de luces:
Matías Sendón
Diseño sonoro:
Matías Coulasso
Realización de vestuario:
Emiliana De Cristofaro, Luisa Vega
Video:
Nadia Lozano
Operación de sonido:
José Feliciano Ramirez
Fotografía:
Nora Lezano
Entrenamiento vocal:
Bárbara Togander
Asesoramiento coreográfico:
Carmen Pereiro Numer
Asesoramiento musical:
Bárbara Togander
Asesoramiento artístico:
Bárbara Togander
Asistencia de dirección:
Nadia Lozano, Marina Ollari
Dirección de arte:
Endi Ruiz
Colaboración en dirección:
Carmen Pereiro Numer
Dirección:
Juan Coulasso

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