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La Fortaleza de las Golondrinas, contra el olvido del genocidio armenio

Anush Janbabián. Ereván (EuroEFE).- Desde hace un siglo, el pueblo armenio persevera por el reconocimiento mundial del genocidio sufrido durante la Primera Guerra Mundial, deportado y aniquilado de los territorios que ocupaba en el Imperio Otomano. En memoria de las víctimas, abrió en 1967 un monumento conmemorativo en Ereván que una delegación del Parlamento Europeo visitó en la semana de Navidad.

La delegación de eurodiputados atiende a la exposición sobre el genocidio armenio en el museo de Tsitsernakaberd (FOTO: Anush Janbabián/EFE)

"Nadie, sea hombre, mujer o niño, es una isla. Y lo que les ocurre, todas esas experiencias, debe ser recordado. No estamos hablando de Historia; se trata de asegurarnos de que hemos aprendido la lección, de modo que no repitamos lo que les ocurrió a los armenios en Turquía", dice a Efe laeurodiputada británica Clare Moody tras firmar en el libro de condolencias del monumento erigido enla colina de Tsitsernakaberd (la Fortaleza de las Golondrinas).

Tsitsernakaberd es lugar de peregrinación para todos los armenios dispersos por el mundo y de visita obligada para las delegaciones oficiales que llegan a Armenia, como la que acudió a Ereván entre el 19 y el 21 de diciembre para la decimoséptima sesión del Comité de Cooperación Parlamentaria UE-Armenia.

Para el británico Sajjad Karim, que encabezó la delegación, el monumento ayuda a "entender la importancia que (el genocidio) tiene para la sociedad armenia y a que el resto del mundo sea mucho más consciente de las atrocidades que se han cometido históricamente contra el pueblo armenio".

"Lecciones de la Historia que aún debemos aprender"

En la tragedia de este pueblo, dice a Efe Karim, "también hay un mensaje para el mundo de hoy. Hay tantas lecciones de la historia que aún debemos de aprender".

La europarlamentaria finlandesa Anneli Jäätteenmäki lamenta que el mundo "no ha sacado las conclusiones debidas, ya que a día de hoy siguen ocurriendo cosas similares".

"Esto debería ser un ejemplo que marque el camino hacia el reconocimiento de todos los genocidios ocurridos a lo largo de los tiempos", abunda su colega Heidi Hautala, también de Finlandia.

Al visitar el monumento, añade, "no pude evitar pensar que las atrocidades contra los armenios de principios del siglo XX en realidad también están sucediendo ahora. Somos testigos de limpieza étnica, que en algunos casos se podría llamar genocidio, como la que está ocurriendo con la minoría rohinyá en Myanmar (Birmania)".

Según las autoridades de Armenia, millón y medio de miembros de este pueblo murieron durante el genocidio, cuyo inicio conmemoran cada 24 de abril, fecha de la detención masiva en 1915 de intelectuales y miembros de la élite armenia del Imperio Otomano, previa a la deportación y muerte de tantos de ellos.

Durante décadas, fueron olvidados. Los supervivientes se vieron condenados al exilio y Armenia quedó reducida a sólo una parte de su territorio ruso, pronto formando parte de la nueva Unión Soviética.

La historia del monumento de Tsitsernakaberd comienza en 1965, cuando el pueblo armenio, en un gesto de insumisión sin precedentes en la URSS, exigió su construcción al Gobierno soviético.

Decenas de miles de armenios tomaron aquel año las calles de Ereván para reclamar que se rompiera el tabú del genocidio, silenciado en la URSS pues el Kremlin quería evitar cualquier muestra de nacionalismo y mantener buenas relaciones con la vecina Turquía, que todavía hoy niega que perpetrara un genocidio.

Aunque las manifestaciones fueron dispersadas por la fuerza, la voz del pueblo fue escuchada y en la colina de Tsitsernakaberd comenzaron las obras de construcción de un monumento que, entonces, fue dedicado "a los caídos en la Primera Guerra Mundial".

La Fortaleza de las Golondrinas fue inaugurada medio siglo después del genocidio, a fines de noviembre de 1967.

Resoluciones del Parlamento Europeo

Casi 20 años más tarde, el 18 de junio de 1987, el Europarlamento aprobó una primera resolución que declaraba que "los hechos trágicos" ocurridos a los armenios en el Imperio Otomano entre 1915 y 1917 "constituyen un genocidio" según lo define la ONU.

La última resolución fue aprobada el 15 de abril de 2015, con ocasión del centenario del genocidio, y en ella el Europarlamento instaba a Turquía a abrir sus archivos y "asumir su pasado, reconocer el genocidio armenio y, de esta manera, allanar el camino para una verdadera reconciliación entre los pueblos turco y armenio".

El eurodiputado letón Andrejs Mamikins fue uno de los autores de la resolución y se declara "orgulloso" de que la mayoría de los eurodiputados la secundaran.

"Los armenios hace 100 años también tenían la confianza de ser rescatados, pero todo quedó en una mera esperanza. Yo creo -declara a Efe- que tenemos que (...) contarles a nuestros hijos sobre el genocidio armenio, que solo puede ser comparado con el Holocausto de los judíos o el genocidio de los gitanos. Para que no ocurra nunca más".

Décadas de silencio y olvido

De lo que estaba ocurriendo con el pueblo armenio quedó constancia en una declaración de protesta del 24 de mayo de 1915, en la que la Entente formada por Francia, Gran Bretaña y Rusia condenaba las "masacres de armenios a manos de turcos y kurdos" que llevaban un mes sucediendo y los lugares donde ocurrían.

Pero eso no las detuvo y el pueblo armenio siguió siendo deportado en masa hacia los desiertos de Siria, pereciendo por el camino. Los supervivientes no pudieron regresar y fueron acogidos por países como Francia y EEUU, donde la diáspora armenia es todavía hoy notable.






Los armenios que habitaban en el Imperio Ruso pasaron bajo control de la URSS, que en pocos años (1921) firmó un tratado de amistad con Turquía que borraba la memoria de lo ocurrido. Hasta que se erigió la Fortaleza de las Golondrinas y recobró fuerza la lucha de los armenios contra el olvido.

Símbolo del duelo y el renacimiento armenio

Cuando el cielo está despejado, desde la colina de Tsitsernakaberd se puede contemplar el bíblico monte de Ararat, uno de los símbolos más sagrados del pueblo armenio, actualmente en territorio turco.

El monumento lo componen doce losas de basalto que representan las doce provincias más afectadas por el genocidio. Dentro, a metro y medio de profundidad, se halla una llama eterna.

A su lado se erige una columna en punta de 44 metros de altura que está dividida en dos, como el pueblo armenio, y en un muro de 100 metros de largo fueron inscritos los nombres de las ciudades y aldeas en las que tuvieron lugar las deportaciones y masacres.

Cada año Gevorg Glkhadián, acompañado de su esposa y sus dos hijos, sube caminando a la colina para depositar flores.

Mientras recorren a pie los dos kilómetros que separan su casa del monumento, los Glkhadián hablan del impacto que tuvo la tragedia en su familia y en otras centenares de miles. Él lo sabe por los relatos de su madre.



"Siempre llevo conmigo a mis hijos y pronto espero también ir con mis nietos porque el recuerdo de lo ocurrido debe vivir en cada uno de nosotros", dice a Efe este funcionario armenio.

Para la joven médica Svetlana Andriasián, el monumento es un lugar de duelo pero también un símbolo del renacer del pueblo armenio, que, según cree, fue salvado de su total aniquilación por su inquebrantable fe en Dios.

"Muchas veces -dice a Efe- voy a Tsitsernakaberd sola porque es un lugar donde puedes simplemente cerrar los ojos y elevar una oración al Señor. Es como ir a una iglesia para quedarnos a solas con nuestros pensamientos y rezar para que todos los muertos encuentren la paz y que lo ocurrido no se repita jamás".

En el complejo en homenaje a las víctimas de genocidio, canonizadas por la Iglesia Apostólica Armenia, se encuentran también el Museo del Genocidio y una Alameda de la Memoria con abetos plantados por diversas personalidades que visitaron el lugar, entre líderes mundiales, jerarcas religiosos y figuras del mundo de la cultura.

Cada 24 de abril, Tsitsernakaberd recibe más de un millón de visitas. Ese día, la cantidad de flores depositadas frente a la llama eterna alcanza la altura de una persona y son luego recicladas: con ellas fabrican el papel en el que se publican los trabajos de investigación sobre la página más negra de su Historia.

Por Anush Janbabián, con edición de Julia R. Arévalo

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