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Cuba y su revolución: la generación de los hijos en el poder, y la de los nietos al margen

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Según el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba y único medio de prensa escrita que se imprime en el país, el nuevo Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, explicó en su discurso de toma de posesión “las posturas de continuidad del gobierno que encabezará, en especial en cuanto a la relación con el pueblo, las relaciones internacionales y el liderazgo del Partido, al frente del cual continúa el General de Ejército Raúl Castro Ruz”.

En su alocución, el nuevo presidente se decantó por la retórica propia del régimen, una práctica en la que la propaganda siempre ha primado sobre el análisis razonable. Solo los hermanos Castro se han permitido alguna valoración crítica en contadas ocasiones, pero en cualquier caso nunca incluyeron reflexión alguna relativa a errores o insuficiencias propias, sino que los déficits siempre fueron o de otros o difusamente colectivos.

En un discurso de 2008, Raúl Castro reconoció la contracción que padecía la manufactura cubana, así como la necesidad de producir por lo menos para alimentarse. El presidente, que había substituido por enfermedad a su hermano Fidel dos años atrás, introdujo un paquete de reformas económicas que ahondaron las diferencias sociales en el interior de la isla sin pese a ello frenar el desplome de su economía. El despido de empleados estatales, la eliminación de gratuidades, la venta a precio de mercado de productos de primera necesidad antes subvencionados, y el aumento en cinco años de la edad de jubilación de los trabajadores, percutieron en la línea de flotación del sistema. Se repartió el coste del ajuste entre los asalariados y los pensionistas mediante la reducción del poder adquisitivo de sus ingresos, pero sin mejorar por ello la situación general. Raúl Castro fue duro en aquella ocasión, tanto que afirmó ante el pasmo de su audiencia: “No nos engañemos más; si no hay presión, si no existe la necesidad de trabajar para satisfacer mis necesidades, y me lo están dando gratis por aquí y por allá, nos quedaremos sin voz llamando al trabajo”.

Denunciaba el mandatario un histórico déficit central de la economía del país, el absentismo y la bajísima productividad, particularmente perversa en el terreno de la producción alimentaria. La realidad agraria y el problema de la alimentación ha sido siempre un tema recurrente, sobre el que Raúl Castro volvió a insistir el 26 de julio de 2009. En fecha tan señalada, el dirigente realizó en un discurso centrado en cuestiones económicas, y provocó un baño de realismo para un país agrícola que ―según sus propias palabras― se ve obligado a importar buena parte de los alimentos que consume, mientras mantiene sin cultivar más de la mitad de las tierras que son propiedad del Estado.

De las previsiones exultantes que se hicieron en los años sesenta, se había pasado al discurso de Raúl Castro en 2009. En 1961, Fidel Castro decía: “Es en la agricultura donde están nuestras posibilidades inmediatas, es en la agricultura donde los frutos se van a ver más pronto”. En un documental oficialista, en concreto el Noticiero de ICAIC de aquellos años, la voz en off dice: “El Comandante Fidel Castro lee las conclusiones que resolverán el abastecimiento pleno de carne antes de fines de año para la capital, y en febrero del año entrante en todos los mercados. A partir de enero de 1962, el abastecimiento de viandas superará todas las necesidades del mercado. En junio del propio año, la producción de pesca alcanzará las necesidades del consumo, y en enero del 63 se dará solución definitiva al problema de las grasas. No es una promesa. Es un compromiso del gobierno revolucionario con la patria en la seguridad de cumplir las metas de la producción trazadas en las fechas señaladas”.

Medio siglo después, en 2009, Raúl Castro decía: “El 26 de julio de 2007, en Camagüey, me refería a la imperiosa necesidad de volvernos hacia la tierra, hacerla producir más. Entonces casi la mitad de la tierra cultivable estaba ociosa, o deficientemente explotada. Avanza a ritmo satisfactorio la entrega de tierras en usufructo, aunque persisten insuficiencias en unos municipios más que en otros. Es un tema de seguridad nacional: producir los productos que se dan en este país, y que nos gastamos cientos y miles de millones de dólares, y no exagero, trayéndolos de otros países. No podemos sentirnos tranquilos mientras exista una sola hectárea de tierra sin empleo útil”.

A continuación, el dirigente endureció el tono y afirmó: “No es cuestión de gritar Patria o Muerte, abajo el imperialismo, el bloqueo nos golpea y la tierra ahí, esperando por nuestro sudor. Puedo asegurarles que en la mayoría de los pueblos sobra tierra y de buena calidad, pegada a nuestros patios, que no se utiliza. Y por ahí es por donde se está haciendo un plan para avanzar…”.

Nada dijo Raúl Castro de las felices previsiones de los años sesenta, que recordadas ahora resultan hirientes. Han pasado décadas desde entonces, y “se está haciendo un plan”, dijo el Presidente Castro. Nadie se rio o protestó entre los miles de asistentes bajo un sol de justicia. Es más, los aplausos fueron vehementes y entusiastas cuando dijo que había que trabajar más. Cincuenta años de revolución, con la tierra improductiva y con la despensa vacía, y todavía se estaba pensando en un nuevo plan. Un plan que pasa, según el dirigente, por la distribución de tierras, como si esa fuera la solución mágica. No se habla de formación agraria, ni de simientes, ni de productos químicos, ni de financiación, ni de infraestructuras de transporte, ni de redes de comercialización, ni de exportación. Solo se habló, cincuenta años después, de hacer un nuevo plan de reparto de tierras, al estilo de medio siglo atrás.

En aquel documental oficialista de 1961 se alardeaba –por ejemplo- de la producción de huevos, y se decía que las gallinas habían desbordado todas las previsiones de crecimiento de la producción, hasta el punto de que se había comenzado a exportar este producto. Casi seis décadas después, en la canasta básica de alimentación que actualmente subsidia el Estado cubano, la realidad dista mucho de aquellas previsiones tan optimistas, y cada cubano puede adquirir a precio subsidiado tan solo cinco huevos al mes.

Siempre ha sido potente el gobierno cubano que surgió de la revolución en el apartado de la propaganda, y con muchísima frecuencia ha conseguido que internacionalmente –que no en el interior de la isla- se acepte como verdadero lo que dice ser en vez de lo que realmente es. Cuba ha sobrevivido con el sacrificio de los cubanos, y no solo los que padecen los rigores internos. Otra buena parte de ellos son los exiliados, repudiados como traidores, quienes envían remesas de dinero a sus familiares del interior para ayudarlos a resistir mientras que, al tiempo, constituyen un aporte que alivia las carencias financieras del sistema.

No lo va a tener nada fácil el flamante dirigente que acaba de hacerse con el timón de Cuba, que en su primer discurso aseguró que Raúl Castro “sigue siendo el referente para la causa revolucionaria, enseñando y siempre presto a enfrentar al imperialismo, como el primero, con su fusil a la hora del combate”.

Díaz-Canel no hizo la revolución, forma parte de la generación de los hijos de ésta. Un problema importante lo tendrá con la generación que le sigue, la de los nietos de la revolución. Son fundamentalmente estos, y también cierto tipo de profesionales cualificados, los que hacen lo posible y lo imposible por abandonar el país, por emigrar a dónde y cómo sea. No son pocos los que aprovechan cualquier oportunidad para abandonar la isla. Desde los matrimonios de conveniencia a la deserción de muchos de quienes han salido al extranjero en misión oficial. Mantenerles la proa a todos ellos, a los que el régimen considera simples traidores y como tal los trata, sería una primera rectificación a realizar por el nuevo mandatario si, de verdad, deseara abrir un tiempo nuevo.

No obstante, caben serias dudas sobre las novedades esperables. En su toma de posesión, Miguel Díaz-Canel afirmó, según recoge Granma: “Aquí no hay espacio para una transición que desconozca o destruya la obra de la Revolución”. Además, añadió: “A quienes por ignorancia o mala fe dudan de nuestro compromiso, debemos decirles que la Revolución sigue y seguirá, [pues] el mundo ha recibido el mensaje equivocado de que la revolución termina con sus guerrilleros”.

Si lo que queda de aquella revolución que tantas ilusiones despertó en la década de los sesenta no se modifica sustancialmente, solo aguantará a base de represión y todavía más sacrificios de los cubanos del interior. Tras la desaparición de la Unión Soviética, los guerrilleros decretaron el durísimo Período Especial en Tiempo de Paz, y sus hijos o lo aceptaron con mayor o menor entusiasmo, o huyeron por donde pudieron. Hoy en día, casi sesenta años después, es impensable que los nietos de aquella revolución de los barbudos con uniforme verde olivo sigan comulgando indefinidamente con un régimen que hace mucho dejó de cumplir con las expectativas que había generado.




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