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Divide et impera


Un desamparado se salv贸
Por causa de una buena acci贸n
Y hoy nadie lo repudia, aleluya
Y un hambriento hoy tiene de comer
Y hoy donaron a una iglesia una fortuna
Aleluya…

(Versi贸n castellana de “Hallelujah”)

OPINI脫N de Jorge Majfud.- La globalizaci贸n explot贸. Como en un Big Bang, su realidad todav铆a existe, pero ha generado una estela de micro fragmentos que se van alejando unos de otros, creando mundos, sistemas solares que se ven, pero se desconocen entre s铆. Como el Big Bang, esta hiper fragmentaci贸n es reversible, s贸lo que el mundo humano suele desafiar las leyes de la f铆sica y esperamos que la reversi贸n no sea un Big Crunch, una gran implosi贸n.

Para aquellos que estamos a favor de la revoluci贸n humanista iniciada en el siglo XV (no confundir humanismo con ate铆smo), con sus ideas herejes de libertad individual, de progreso de la historia a trav茅s de la educaci贸n (proceso que se aceler贸 con la revoluci贸n cient铆fica del siglo XVII y el Iluminismo en el silo XVIII) lo que estamos presenciando hoy es un regreso a la Edad Media, a un Neomedievalismo superpuesto a un progreso tecnol贸gico que no se detiene y que pareciera seguir sus propias leyes, independiente de las leyes sociales.

Como en la Edad Media, la verdad y la justicia ya no depende de la raz贸n y la investigaci贸n de los hechos (quiz谩s el 煤nico aporte positivo de la inquisici贸n), sino de la fuerza del brazo del vencedor, como en el torneo medieval. Como en la justa medieval, quien tiene los medios, la lanza y el caballo, son los caballeros, no los plebeyos de a pie, raz贸n por la cual el ganador, es decir el due帽o de la raz贸n y la verdad, es siempre el noble, el arist贸crata. El vasallo, el buen vasallo, se doblega ante la verdad dominante—cuando no la defiende a muerte.

El esp铆ritu de partido no es diferente al esp铆ritu del f煤tbol moderno y de cualquier otro torneo antiguo. Como en la guerra, el soldado no se detiene, ni puede detenerse a pensar si est谩 del lado de los justos o del otro lado. Su objetivo es vencer y sobrevivir. Lo mismo con la pol铆tica tradicional, con las luchas de fan谩ticos deportivos o religiosos. Los hechos no importan en ning煤n caso. ¿Cu谩ndo alguien cambi贸 de religi贸n o de equipo de f煤tbol en base a un hecho, por dram谩tico que fuese? En pol铆tica partidaria suele ocurrir lo mismo. Los 煤nicos hechos que pueden conmover a un votante del partido X, del candidato Y, son los econ贸micos. Especialmente cuando la econom铆a golpea de forma dram谩tica su propio bolsillo, que es el 贸rgano m谩s sensible de un votante. Pero esto ocurre cuando los golpes son violentos, como en una recesi贸n. Si su bolsillo est谩 herido y desangra lentamente, a帽o tras a帽o, las narrativas de consuelo suelen anestesiar el dolor y el fiel votante se aferra a la bandera como un hincha de f煤tbol, como un creyente fan谩tico. Esa es la funci贸n de la gran narrativa del poder: encubrir, consolar: ir a la guerra con fervor; atacar al peligroso pobre, a la temida chusma, mientras se defiende la estabilidad de la sociedad a trav茅s de la seguridad y protecci贸n del uno por ciento que posee la mayor parte de los beneficios de un pa铆s, de una sociedad, del progreso de la historia, como si ellos fuesen los responsables del bienestar del resto de la poblaci贸n.

Por la din谩mica de esta fidelidad del consumidor, es que se explica c贸mo, por ejemplo, en Estados Unidos aquellos que defienden la vida oponi茅ndose al aborto sin restricciones son amantes de las armas. Aquellos que se dicen “cristianos compasivos” son los primeros en apoyar las guerras econ贸micas y militares contra otros pa铆ses, con ese esp铆ritu de cruzada, propio de muchas otras sectas. Son enemigos de los impuestos, partidarios ac茅rrimos del beneficio de una elite privada sobre una min煤scula redistribuci贸n de la riqueza de una sociedad entre sus miembros menos favorecidos. Son religiosos defensores de las leyes de Darwin al tiempo que demonizan a Darwin. Y as铆 un largo etc茅tera.

La raz贸n radica en que un partido (una “fracci贸n”), en el fondo es una trampa para las causas. Los partidos crean divisiones dual铆sticas, paquetes ideol贸gicos, como en los torneos medievales, y todo lo que caiga de este lado debe ser definido, y atacado todo lo que caiga del otro. As铆, si estoy contra el aborto y a favor de la redistribuci贸n de la riqueza, tarde o temprano voy a terminar, dependiendo del partido, estando a favor o en contra del aborto, cuando el mismo concepto es una trampa: nadie, con excepciones, est谩 a favor del aborto per se; nadie es “anti vida”. Todos somos “pro vida”. El problema es que concebimos diferentes soluciones. Lo que para unos es el mal menor, para los otros (los “pro vida”) es el mal, a secas.

Y as铆 seguimos atrapados. Porque no s贸lo los partidos pol铆ticos son trampas. Las mismas palabras (como ideol茅xicos) lo son. Todos somos liberales y conservadores al mismo tiempo, en diversos grados y en diversos temas, pero las definiciones nos meten en uno de los dos paquetes y nosotros mismos terminamos, por ese esp铆ritu de partido, defendiendo el paquete completo sin cuestionamientos, temiendo “traicionar la causa”.

La fragmentaci贸n y la compartimentaci贸n del pueblo siempre fue una t茅cnica del poder. No voy a volver sobre Trump, pero consideremos la promoci贸n por escrito, menos hip贸crita, del racismo del gobernador de Carolina del Sur, James Glen, en el siglo XVIII, para mantener a diferentes grupos raciales odi谩ndose unos a otros con el solo objetivo de asegurar la paz y la estabilidad—de aquellos en el poder de turno. O las pr谩cticas administrativas de los sistemas fascistas y del sistema sovi茅tico. O la ret贸rica del presidente venezolano Nicol谩s Maduro. O las viejas pr谩cticas de las m谩s importantes multinacionales de los pa铆ses “democr谩ticos”, gobernadas por un CEO (un “gerente ejecutivo”) quien es, por definici贸n, un dictador—puede ser una persona buena o mala, pero es siempre un dictador que, cuando se convierte en presidente de un pa铆s no deja de serlo, aunque limitado por algunas instituciones.

Actualmente, la hiper fragmentaci贸n, apoyada por las tecnolog铆as, se est谩 dando en las sociedades y en el individuo mismo. Es m谩s: el individuo ya no posee una identidad sino muchas y contradictorias. Ante la percepci贸n de la hiper fragmentaci贸n, el individuo se impone una uni贸n a la fuerza, a trav茅s de la eliminaci贸n de la diversidad, del odio al otro. Es un s铆ntoma esquizofr茅nico, tal vez neur贸tico, de nuestra realidad intercultural. De esto ya nos ocupamos hace m谩s de diez a帽os.

Parad贸jicamente, la aceptaci贸n de la diversidad implica una uni贸n mayor, mientras las uniones corporativas, nacionalistas, implican una divisi贸n. Por lo pronto, y aunque pueda parecer una idea algo ut贸pica, una de las soluciones es la eliminaci贸n gradual de los partidos pol铆ticos (o de su predominancia), la sustituci贸n de esas instituciones r铆gidas y manique铆stas por “Las causas”, lo cual no implica la eliminaci贸n de los conflictos, pero s铆 de la aniquilaci贸n.

M谩s o menos, estas eran nuestras ideas en los a帽os 90. El presente se ha movido en direcci贸n contraria. No obstante, podemos creer que tanto el bien como la posibilidad est谩n del otro lado: en democracias m谩s directas, liberadas de patriotismos anacr贸nicos y criminales, en beneficio de una conciencia y un inter茅s m谩s global y no s贸lo para los ricos.

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