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Pablo Casado y sus próximos, entre el friquismo y la Enciclopedia Álvarez

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- El Partido Popular vive momentos aciagos, y da tumbos de mal en peor como resultado de la fragilidad y la extrema vulnerabilidad de su líder, de su carencia de propuestas de gobierno, de su improvisación, y de su jugar a la contra disparando a ráfaga contra todo y contra todos. Es muy preocupante que el principal partido de la derecha española demuestre que no propone nada más que destruir cualquier cosa que proceda de sus adversarios políticos y, para ello, se encastilla tras algunos de los elementos fundantes del nacionalismo español más rancio como el mito de la nación más antigua de Europa, la sacrosanta unidad de España o las reminiscencias de aquel imperio en el que nunca se ponía el sol.

El PP sigue padeciendo la pésima digestión de la moción de censura y de su desalojo de La Moncloa, que lleva meses intentando hacer. Tras la derrota imprevista decidieron matar al padre, Mariano, y resucitar al abuelo José María. Parece que el resultado ha sido desigual: el padre está muerto y escasamente llorado; y el abuelo no ha funcionado, al haberse convertido en una caricatura por su insufrible soberbia de perdonavidas de folletín. Con el cadáver político de Rajoy todavía caliente, sus hijos [Soraya, María Dolores, Pablo] se pelearon a muerte hasta que la parentela del partido, que no la militancia, designó heredero al más fotogénico de los retoños. Es ahora cuando el elegido está mostrando todas sus carencias, políticas y éticas. Él y su círculo más próximo se aceleran cada vez más en una hiperactividad que les obliga a lanzar un titular tras otro, día tras día, cada cual más incendiario, más catastrofista, más amenazante, más agorero, más infamante y más irresponsable.

A primera vista la impresión es que van de sketch en sketch, de performance en performance, luchando denodadamente contra todo y contra todos, contra los gigantes y contra los molinos de viento, ya sea el maligno Pedro Sánchez, el pérfido Pablo Iglesias, el traidor Albert Rivera o las amistades deseadas pero peligrosas de Vox.

Cada comparecencia ante la prensa, en cada pleno en el Parlamento, delante de cada micrófono y cada cámara que se les ofrece, la dirección del PP responde según un protocolo que se sustenta en consignas y sentencias de los publicistas del partido, que se desvanecen en pocas horas superadas por nuevas declaraciones explosivas que no dejan títere con cabeza. Pablo Casado ruge en contra de la propuesta de Ley de Eutanasia como una ametralladora: ese problema no existe en España, es una ley que solo persigue dividir a la sociedad y Ramón Sampedro nunca existió [sic]. Y el gran líder sigue corriendo y pasa –sin solución de continuidad- al anuncio del hundimiento definitivo de España si se aprueban los Presupuestos de Sánchez e Iglesias o a la urgencia de aplicar el 155 de nuevo en Cataluña, una complicada realidad política, social y cultural que se niega a reconocer y a comprender.

Junto a su gente más próxima, el secretario general del partido, Teodoro García Egea, y la portavoz en el Congreso, Dolors Montserrat, han vivido una semana horribilis en la que han provocado sorpresa, hilaridad y preocupación. Esto último no solo en la derecha, porque un liderazgo tan romo como el que dirige el masterizado por la URJC es un problema serio para el funcionamiento institucional de España.

Se les unen también espontáneos como el ex portavoz Martínez Maillo [“Pablo Iglesias es el puto amo [sic]”] o la ex ministra García Tejerina. Ésta se sumó al ardor guerrero de Casado y, de entrada, le dio una patada en el cielo de la boca a su compañero Moreno Bonilla a pocos días del inicio de la campaña electoral andaluza. Tejerina, al despreciar por comparación a los niños andaluces, así, a lo bruto, evidenció, además de su inmensa torpeza política, ese rictus de desprecio de señorita castellana [Valladolid] de clase alta hacia los naturales de Andalucía. Ese clasismo insufrible, esa altivez y esa petulancia son, como sabemos, elementos que los andaluces no pueden olvidar a la hora de acudir a las urnas. Se le perdonan muchas cosas al PSOE andaluz, el de Chaves, Griñán y Díaz, sencillamente porque esta gente da miedo. Todavía se recuerda a otra ministra, la despistada Ana Mato, que ni cuenta se daba de los coches que tenía en el garaje, quién afirmó con su rictus de señorita castellana [Madrid] que los chavales andaluces eran todos analfabetos.

Decía estos días Antón Losada que Pablo Casado es un friqui, y con él sus más próximos. Extravagante, raro, pintoresco, excéntrico, desmesurado, obsesivo son adjetivos que definen ese préstamo adquirido del inglés freaky. Pablo Casado ha exhibido un currículum inmerecido y tramposo, y no perdona ocasión de evidenciar su pobre preparación académica. García Egea, con mejor expediente académico, es un campeón en el lanzamiento de huesos de aceituna en su Murcia natal capaz de declarar lo primero que se le viene a la boca… como un hueso más. Así, por ejemplo, afirmó que la Junta de Andalucía gasta más en prostitución que en educación [sic]. Su colega Dolors Montserrat, una Pierre-no-doy-una de Sant Sadurní d'Anoia, tuvo una tarde aciaga en el congreso el miércoles, acusando al gobierno de Sánchez de “tener desconcertadas a las prostitutas españolas” [sic], y de mezclar en la misma frase –para pasmo de los diputados sensatos de su partido y regocijo de los demás- La Moncloa [Sánchez], Waterloo [los separatistas catalanes], la dacha de Galapagar [la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero] y la herriko taberna [metáfora burda del apoyo a Sánchez de los diputados vascos de Bildu y el PNV].

Desde luego es fácil admitir esa calificación para los dirigentes peperos, la de friquis. Pero esa, como decíamos más arriba, es una impresión que pudiera ser incluso benévola por simplificadora.

Hay algo más serio tras esas actuaciones risibles y ridículas. Por debajo hay más y es más grave: no tienen más programa que deslegitimar y neutralizar a sus adversarios políticos, inmovilizarlos, anularlos, atacándolos por todos los flancos, utilizando incluso la mentira y la descalificación grosera, subvirtiendo el sistema de valores propios de una democracia avanzada. No proponen nada, solo buscan destruir lo que proponen los otros.

Asusta, además, que buena parte de su activismo político esté sirviéndose, en gran medida, de un nacionalismo rudimentario de clara ascendencia franquista. Para muestra, el último botón: el soliloquio con tintes de epopeya de Casado en el pasado 12 de octubre. "¿Qué otro país puede decir que un nuevo mundo fue descubierto por ellos?" se preguntaba retóricamente el dirigente, para pasar a afirmar que "La Hispanidad celebra el hito más importante de la humanidad, solo comparable a la romanización" [sic]. El remate estuvo a la altura: “España es el único país que puede decir que un nuevo mundo fue descubierto por ellos" [sic].

En la España franquista de los años sesenta muchos miles de niños estudiamos los cursos previos al bachillerato con la Enciclopedia Álvarez [“Intuitiva, Sintética y Práctica”], y con ella nos enseñaban que: “Ninguna nación del mundo puede presentar una hoja de servicios tan limpia como la que España puede exhibir, referente a la conquista, civilización y evangelización de América. A pesar de ello, nuestros tradicionales e implacables enemigos nos acusan de crueles y de no haber hecho en el Nuevo Mundo nada que merezca la pena de ser recordado. Tales acusaciones, injustas de todo punto, constituyen la famosa leyenda negra, que ciertos países extranjeros, apoyados por algunos malos españoles, han venido vertiendo sobre España a través de los siglos”.

Ni siquiera le ha hecho falta a Pablo Casado leer el exitoso pero insostenible libro de Elvira Roca Barea, que ha hecho furor entre nacionalistas españoles de diversa ubicación partidaria. La señora, que se ha hecho un enorme hueco mediático afirmando cosas del tamaño y el descaro de “Los republicanos no fueron los vencidos en la Guerra Civil” [sic], ha escrito que el imperio español en América fue un periodo de extraordinaria placidez: en trescientos años “no hubo ni conflictos importantes ni grandes convulsiones sociales, ni nada que pudiera compararse a la rebelión de los cipayos en el Imperio británico. La convivencia de las razas distintas fue en general bastante pacífica y hubo prosperidad”. Al final, no solo Pablo Casado sigue la senda de la Enciclopedia Álvarez.    




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