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Esa Iglesia impúdica y obscena

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.-   José María Gil Tamayo es el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española. En una rueda de prensa reciente, este señor reconoció que la Iglesia Católica ha mantenido un "silencio cómplice" ante los casos de pederastia que se han producido en el seno de la comunidad católica. Sin embargo, sin solución de continuidad, repartió las responsabilidades de su Institución con el conjunto de ciudadanos y ciudadanas, acusándonos de inacción ante los crímenes pederastas, y de ser cómplices de una cultura compartida de silencio. ¿Cómo es posible tanta desvergüenza?


A raíz de este inmoral reparto de culpas, el jerarca episcopal focalizó su comparecencia en la que él considera una campaña mediática y política contra la Iglesia Católica; una campaña, dice, que pretende criminalizarla y desacreditarla.

Acepto la tesis del portavoz de los obispos y decido sumarme a la misión, acción para la que me sobran los motivos. ¿Por dónde podría empezar a criminalizar y desacreditar a la Iglesia Católica, además de por la pederastia consentida y encubierta? ¿Por su connivencia pasada y actual con la extrema derecha franquista? ¿Por su militancia contra la igualdad de las mujeres? ¿Por su afán secular de acumular riquezas, que ha evidenciado últimamente con las inmatriculaciones inmobiliarias? ¿Por el absoluto desprecio y descalificación absoluta de cualquier otra moral que no sea la suya? ¿Por la persecución de toda disidencia interna? ¿Por la distancia sideral que hay entre los Evangelios que predica y su praxis diaria? ¿Por dónde comienzo?

Dejadme decir, antes de que algún lector se ofenda, que ya sé que hay dentro de la comunidad católica seres humanos de altísima calidad, que se parecen a Gil Tamayo como un huevo a una castaña. No estoy hablando exclusivamente de los afines a la iglesia de los pobres, en sintonía mayor o menor con la llamada Teología de la Liberación; ni siquiera de aquellos sectores eclesiales que viven inspirados por los Evangelios que recogen las predicaciones de los discípulos de Jesús de Nazaret. Sé que hay miles de sacerdotes y seglares que desde sus creencias religiosas se ponen al servicio de los más necesitados, de los más débiles, de los más frágiles, de los más dependientes, de los más olvidados. Esto les honra y nos reconforta al resto de los humanos; también a los que no tenemos creencias religiosas. De lo que hablo hoy es de la jerarquía eclesiástica, de aquella que entre muchos otros representa el citado Gil Tamayo.

¿Qué ha hecho la jerarquía de la Iglesia ante la pederastia? Según explica Miguel Ángel López Muñoz, desde la plataforma Laicismo.org, si dejamos de lado la decidida acción del obispo de Mallorca, encontramos que lejos de la defensa de las víctimas y la denuncia judicial, la mayoría de los comentarios han sido hasta ahora a título individual, como los del cardenal Antonio Cañizares que en 2007 atribuyó la "polémica" [sic] sobre la pederastia al "intento por parte de algunos de silenciar a Dios en la sociedad". Otros han llegado más lejos, como el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, quien afirmó en 2008 que "hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo (con los abusos) y, además, deseándolo; incluso si te descuidas te provocan". Exculpación y comprensión hacia los pederastas y reparto de culpas entre los perversos, sean los ateos anticlericales o los jóvenes que buscan y desean que abusen de ellos.

¿Connivencia pasada y presente de la Iglesia católica con la extrema derecha y el franquismo? Durante la mayor parte de la dictadura, los españoles vivimos bajo el Nacionalcatolicismo, una de las señas de identidad ideológica del régimen de Franco. El general golpista obtuvo desde el principio el apoyo absoluto del Vaticano y de la jerarquía hispana, mientras que el Estado puso en nómina a los clérigos y concedió la Iglesia una amplia exención de impuestos. Además, la jerarquía católica disfrutó de una autonomía prácticamente plena en cuanto a la educación, convirtiéndola en la antítesis de lo que había sido la escuela laica de la República. Todavía tras los efectos del Concilio Vaticano II, un amplio sector de la Iglesia española permaneció en sintonía perfecta con el régimen y, posteriormente, sigue completamente alineado con el Partido Popular, del que ha obtenido no pocas prebendas y tratos de favor. Esta misma semana, el número dos del partido, el inefable Teodoro García Egea hacía propios los versos de un poeta franquista y escribía que "España es el Padre Nuestro que rezas por las mañanas, y el rojo y gualda que pone ese nudo en tu garganta".

La Familia Franco es propietaria de un panteón con cuatro tumbas, dos de las cuales están libres, en la madrileña catedral de La Almudena, y allí es donde sus nietos quieren trasladar los restos del general si son exhumados de Cuelgamuros. El arzobispado -como suele ocurrir con la Iglesia en este país- se lava las manos, y afirma que no lo podría impedir porque se trata de un panteón privado que compraron los Franco. Veremos si la diplomacia vaticana es capaz de maniobrar para obtener beneficios sensibles del gobierno de Pedro Sánchez, a cambio de impedir la barbaridad de convertir La Almudena en un monumento de peregrinación fascista.

Con todo, si algo caracteriza a la Iglesia Católica es su voluntad firme e inalterable de imponer sus valores a toda la sociedad. Nunca han aceptado que ese conjunto de normas o pautas deben hacerlos valer entre sus creyentes, pero ayer, hoy y mañana han estado, están y estarán decididos a imponérselos al conjunto de la ciudadanía. Pongamos un par de botones de muestra: la cruzada permanente que mantienen en contra del derecho de las mujeres a interrumpir un embarazo no deseado [por no hablar de la defensa del papel subordinado de la mujer respecto al hombre, dentro y fuera de la sociedad eclesial] o la oposición frontal e innegociable a aceptar el derecho a morir dignamente mediante la eutanasia o el suicidio asistido.

El Comité Episcopal para la Defensa de la Vida sostiene que “aún es tiempo de rectificar los errores y enderezar el peligroso rumbo que [a su juicio] han emprendido algunos sectores, incluidos algunos entre los dirigentes de nuestra sociedad" y trasladan “al conjunto de los ciudadanos, a los legisladores y los gobernantes, sean cuales sean sus creencias o sus convicciones [...] que la legislación en materia de aborto provocado viene a consentir una injustísima muerte de inocentes, las motivaciones principales de la cual son la comodidad, la ignorancia, la soledad y la desinformación". Los católicos, afirma el Comité Episcopal, "estamos en condiciones inmejorables para poder comprender la naturaleza del problema del aborto. Nuestra fe nos permite percibir de una manera más plena y nos urge a proclamar ante todos la grandeza y dignidad del hombre, la vida es un don de Dios, tal como nos ha mostrado Jesucristo, que es Camino, Verdad y también Vida". Del por qué los no católicos deben aceptar resignadamente estos dictámenes no se habla en el documento episcopal.

Esto de que la vida es una concesión divina es una tesis que da para mucho. A propósito de la lucha para conseguir morir con dignidad, la Iglesia se opone y considera que "la vida es un don de Dios y sólo Él tiene poder para darla y quitarla. Bajo esta idea, toda persona, institución o gobierno debe hacer todo lo posible para ayudar a conservar la vida propia y la de los demás". Por eso "no es posible que ninguna persona, institución o gobierno considere que tiene derecho a quitar la vida de otra persona". Perfecto. ¿Y qué pasa con los que no tienen esa creencia, esa fe católica? Pues, según esa concepción según la cual los valores católicos son universales y superiores a cualquier otro sistema moral, no tienen otra salida que aceptarlos y resignarse a sufrir lo que haga falta. "Más sufrió Cristo en la cruz", apuntan los más fanáticos.

Es decir, para concluir, que la Iglesia Católica establece la línea moral correcta para todos, creyentes y no creyentes. ¿Los unos y los otros debemos aceptarla, olvidando su encubrimiento de la pederastia, su connivencia con el franquismo y el neo franquismo, su apuesta por la subordinación de la mujer, su codicia material y su intromisión represiva en la vida de los que no comulgamos con sus designios? Pues no, de ninguna manera. Hay que hacer frente a esta Iglesia impúdica y obscena.





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