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La guerra: el mal del ser humano


Memoria Colectiva (Kollekt铆v eml茅kezet), 1980, por Zoltan Popovits© Zoltan Popovits


¿C贸mo vivir despu茅s del horror? El mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para dar una nueva oportunidad al porvenir.

por Tzvetan Todorov

Al t茅rmino de la Segunda Guerra Mundial, uno de sus grandes actores, Winston Churchill, declar贸: “Tiene que haber un acto de olvido de todos los horrores del pasado. ”En el mismo momento, el fil贸sofo estadounidense George Santayana form ulaba esta advertencia: “Los que olvidan el pasado est谩n condenados a repetirlo”. Para nosotros que hemos vivido o conocido la historia dolorosa del siglo XX, ¿cu谩l de esas dos exhortaciones ser铆a m谩s provechosa? Entre el olvido y la memoria ,¿qu茅 elegir ?

La contradicci贸n entre ambas f贸rmulas es s贸lo aparente. La memoria no se opone al olvido. La memoria es ,siempre y necesariamente, una interacci贸n entre el olvido (el hecho de borrar) y la salvaguarda del pasado en su totalidad - algo a decir verdad imposible.En una de sus narraciones, Funes el memorioso, el escritor argentino Jorge Luis Borges imagin贸 un personaje que retiene la totalidad de lo que ha vivido: es una experiencia pavorosa. La memoria selecciona en el pasado lo que considera importante para el individuo o para la colectividad; adem谩s, lo organiza y lo orienta de acuerdo con un sistema de valores que le es propio.A los pueblos les gusta m谩s recordar las p谩ginas gloriosas de su historia que las vergonzosas. Las personas, por su parte, a menudo procuran liberarse de un recuerdo traumatizante sin lograrlo.
Neutralizar un pasado doloroso

¿Por qu茅 necesitamos recordar? Porque el pasado constituye realmente el fondo de nuestra identidad, individual o colectiva, y porque sin un sentimiento de identidad, sin la confirmaci贸n que 茅sta da a nuestra existencia, nos sentimos amenazados y paralizados. Esta exigencia de identidad es, pues, perfectamente leg铆tima: necesito saber qui茅n soy y a qu茅 grupo pertenezco. Pero tanto los hombres como los grupos viven en medio de otros hombres, de otros grupos. Por eso no es posible contentarse con decir que cada uno tiene derecho a existir; es indispensable ver c贸mo esta afirmaci贸n influye en la existencia de los dem谩s. En la esfera p煤blica no todos los recuerdos del pasado son igualmente admirables; el que da p谩bulo al af谩n de venganza o de desquite suscita,en todo caso, algunas reservas.

Cuando uno mismo ha sido v铆ctima del mal, tal vez sienta la tentaci贸n del olvido total, de borrar un recuerdo doloroso o humillante. Tal es el caso de la mujer que ha vivido una violaci贸n, del ni帽o que ha sufrido el incesto:¿no es mejor hacer como si esos acontecimientos traumatizantes no hubieran existido? Sin embargo, de la historia de los individuos se desprende que una represi贸n total de esa 铆ndole es peligrosa : el recuerdo descartado de ese modo se mantiene pese a todo activo y puede originar neurosis dolorosas. M谩s vale primero tener presente ese pasado doloroso que negarlo o reprimirlo; no para cavilar sobre 茅l hasta el infinito, lo que ser铆a caer en el otro extremo, sino para dejarlo progresivamente de lado, neutralizarlo, amansarlo en cierto modo. Es as铆 como opera el duelo en la vida de un individuo: en un primer momento nos negamos a admitir la p茅rdida que acabamos de sufrir y padecemos cru e lmente por la ausencia repentina de seres queridos; m谩s tarde, sin que nuestro afecto disminuya, los situamos en un plano diferente, ni ausentes ni presentes como antes. Un cierto alejamiento viene entonces a atenuar el dolor.
Una alternativa est茅ril

En cuanto a las colectividades, es raro que sientan la tentaci贸n de olvidar radicalmente el mal de que han sido v铆ctimas. Los afroamericanos de hoy no procuran de ning煤n modo que se olvide el traum atismo de la esclavitud que sufrieron sus antepasados. Los descendientes de las personas fusiladas o quemadas en Oradour-sur-Glane, en 1944, no quieren que se olvide esa ofensa: al contrario, hacen lo necesario para que el pueblo se conserve en ruinas. Tambi茅n en esos casos cabr铆a desear que, al igual que para los individuos, se evite la alternativa est茅ril de la omisi贸n total o de la evocaci贸n sin fin: el mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para permitir que nos volquemos mejor hacia el porvenir. Ese es el significado de actos como el perd贸n o la amnist铆a: se justifican una vez que la ofensa se ha reconocido p煤blicamente, n o para imponer el olvido, sino para dejar que el pasado d茅 una nueva oportunidad al presente. ¿No tuvieron raz贸n esos israel铆es y esos palestinos cuando reunidos en torno a una misma mesa en Bruselas, en marzo de 1998, expresaron la convicci贸n de que “sencillamente para empezar a hablar hay que poner el pasado entre par茅ntesis”?

Cuando Churchill recomend贸 el olvido, en cierto sentido tuvo raz贸n, pero su recomendaci贸n ha de ir acompa帽ada inmediatamente de una serie de condiciones. Nadie debe impedir que se recupere la memoria. Antes de volver la hoja, dec铆a Jelu Jelev, presidente de Bulgaria inmediatamente despu茅s de la ca铆da del comunismo, hay que leerla. Y el olvido no cobra de ning煤n modo el mismo sentido seg煤n que uno haya sido agente o v铆ctima del mal: acto de generosidad y de fe en el futuro en un caso, no es m谩s que cobard铆a y negativa a asumir responsabilidades en el otro.

Pero, ¿basta recordar el pasado para evitar que se repita, como parece afirmar Santayana? En absoluto. A decir verdad, lo que se produce con mayor frecuencia es lo contrario: es un pasado de antigua v铆ctima el que permite al agresor actual encontrar sus mejores justificaciones. Los nacionalistas serbios se remontaron a tiempos muy lejanos para buscar las suyas: ¡a la derrota que les infligieron los turcos en los campos del Kosovo en el siglo XIV! Los franceses justificaban su propia actitud belicosa, en 1914, con la injusticia que hab铆an sufrido en 1871. Hitler esgrim铆a el recuerdo del humillante tratado de Versalles, al t茅rmino de la Primera Guerra Mundial, para convencer a sus compatriotas de que hab铆a que iniciar la Segunda. Una vez concluida 茅sta, el hecho de haber sido v铆ctimas de la violencia nazi no impidi贸 de ning煤n modo que los franceses - a veces los mismos, convertidos en militares despu茅s de haber sido resistentes - practicaran la tortura y arremetieran contra la poblaci贸n civil en Indochina o Argelia. Existe el riesgo de que los que no olvidan el pasado lo repitan tambi茅n, cambiando de papel: nada impide que la antigua v铆ctima se convierta a su vez en agresor. La memoria del genocidio que sufrieron los jud铆os est谩 viva en Israel; sin embargo, los palestinos han sido all铆 v铆ctimas de otras injusticias.

Apoderarse de la memoria de un antiguo h茅roe o, lo que es m谩s sorprendente, de una antigua v铆ctima, puede ser necesario para que el individuo o una colectividad afirme su derecho a la existencia; ese acto sirve sus intereses pero no le concede ning煤n m茅rito adicional. Al contrario, puede tornarlo ciego a las injusticias de que es responsable en el presente. Los l铆mites de esta forma de memori a , que da primac铆a a los papeles del h茅roe y de la v铆ctima, quedaron de manifiesto durante la conmemoraci贸n del cincuentenario de Hiroshima y Nagasaki en 1995: en Estados Unidos s贸lo se quer铆a recordar la actitud heroica del pa铆s en la derrota del militarismo adverso; en Jap贸n, s贸lo el hecho de haber sido v铆ctimas de las bombas at贸micas. Hay en cambio un m茅rito indiscutible en pasar de la propia desgracia, o de la de sus allegados, a la desgracia de los dem谩s, en no reclamar para s铆 el estatuto exclusivo de antigua v铆ctima. Asimismo, reconocer el mal cometido por nosotros en el pasado, aunque no sea tan grave como el que hemos sufrido, puede contribuir a mejorarnos. El pasado no tiene derechos en s铆, ha de ser puesto al servicio del presente, as铆 como el deber de memoria ha de quedar sometido al de justicia.

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