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Una prensa tóxica y partidaria

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Las principales cabeceras periodísticas que se editan en papel, las más convencionales y de mayor tirada, están claramente divididas entre las que evidencian, al menos, una pretensión de objetividad y las que han apostado por apoyar los intereses más oscuros de la derecha política española.

Es algo que hace tiempo puede comprobarse a diario en cuanto a dos asuntos informativos: el día a día del gobierno de Pedro Sánchez y la situación en Cataluña. La actuación del Ejecutivo, con frecuencia vacilante y dubitativa, afectada de una fuerte tendencia a realizar anuncios que no se cumplen o que les obligan a rectificar sobre la marcha, es castigada sin piedad desde la prensa conservadora. La crisis catalana es el punto más débil de Sánchez y su gabinete, y como en un combate de boxeo, el púgil que observa el deterioro del ojo de su contrario se dedica a machacárselo sin misericordia buscando el KO de éste. Se trata, claro, de perseverar en una línea de actuación que les ha dado frutos jugosos en Andalucía, así que la idea está clara: el palacio de San Telmo debe ser la nueva Covadonga desde donde el trío de nuevos Don Pelayo -Casado, Rivera y Abascal- se han lanzado a la reconquista del poder.

Es algo que puede comprobarse con facilidad: El Mundo, La Razón y el ABC compiten entre ellos en utilizar los adjetivos más duros, más descalificadores, incluso más insultantes, para denigrar los intentos de Sánchez de rebajar la tensión en Cataluña intentando hacer política con los sectores más realistas del independentismo. El Gobierno que preside quiere trabajar con aquellos que -como Sánchez, Iglesias, Urkullu o Junqueras- saben que del enfrentamiento total y sin concesiones entre el Estado y los soberanistas no resultará más que un desastre total de proporciones inasumibles.

Con motivo del Consejo de Ministros celebrado en Barcelona, el 21 de diciembre, la campaña casi militar contra el gobierno de Sánchez ha llegado al paroxismo: rendición, traición, humillación, claudicación, subordinación, secuestro, etc., etc., son los bramidos de esta prensa que sabe cómo puede favorecer los intereses partidarios con los que comulga. Su objetivo busca, también, mantener movilizado y rabioso al electorado más conservador y españolista.

Trabajan fundamentalmente con dos ideas: Sánchez es un gobernante indigno que está dispuesto a vender España a los enemigos separatistas, con la colaboración de los comunistas de Podemos y los incorregibles secesionistas del PNV, ambos siempre en disposición de trabajar por el mal de España. La segunda es potenciar las contradicciones internas del partido de los socialistas, tan explícitas y tan explotables gracias al anacrónico jacobinismo de algunos de sus dirigentes, muchos de los cuales podrían apuntarse al PP sin tener que hacer ninguna modificación sustancial en sus principios.

No es fácil saber dónde va esta derecha nacionalista española, que utiliza la prensa afín como la artillería que barre las trincheras enemigas antes de que actúe la infantería. Objetivamente no les importa nada más que hacer caer el gobierno a costa de lo que haga falta; ni siquiera les importan un rábano los millones de ciudadanos de Cataluña, incluidos los no independentistas, que no aceptan una voladura más o menos controlada de la autonomía catalana. Como dijo Montoro en una intervención programática como pocas se han escuchado en la madrileña Carrera de San Jerónimo: que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros. Esa es la estrategia del PP, a la que se han sumado con entusiasmo Ciudadanos y Vox.

Aunque Torra, Artadi, Tardà, Puigdemont y compañía se dejaran caer por TV3 a los compases del Viva España o del Porompopero, ni la prensa de la caverna, ni el trío de Don Pelayos tendría suficiente. Querrían que Pedro Sánchez instalara la guillotina en la Plaza de Cataluña y uno tras otro -él incluido- fueran pasando.

Sánchez está intentando jugar a lo que debería haber intentado jugar Rajoy hace, al menos, dos o tres años: a rebajar la tensión hasta poder sentarse en una mesa, a intentar convencer a una parte del soberanismo de que es posible alcanzar un marco competencial de convivencia armoniosa entre Cataluña y el resto de España. Conviene decirlo con claridad: aún a estas alturas, es posible seducir a una parte mayoritaria de los ciudadanos de Cataluña para que sean partícipes y beneficiarios de una nueva forma de encajar a su país en el Estado plurinacional.

No hay más que leer la prensa que quiere informar y no intoxicar para aceptar que el 21 de diciembre, con la presencia del Gobierno en Barcelona y con el fracaso de los sectores más radicales del separatismo se ha abierto una ventana a la esperanza de la distensión.

Más allá de las interpretaciones, de las formas –épicas y fantasiosas- que el independentismo utilice para explicar qué está pasando en Cataluña; más allá de que Sánchez presente un balance de resultados que pueda pecar de optimista; lo cierto es que el Gobierno de Madrid y el de la Generalitat catalana emitieron un comunicado según el cual las dos administraciones apuestan "por un diálogo efectivo que vehicule una propuesta que cuente con un amplio apoyo en la sociedad catalana".

Esto es lo que importa: un compromiso de trabajo conjunto para desarrollar unas conversaciones que permitan llegar a un acuerdo que obtenga el apoyo mayoritario de los ciudadanos de Cataluña, de buena parte de los soberanistas y de los que no lo son.

Ni la prensa ultraderechista y tóxica ni los partidos que la inspiran y la aplauden aceptarán fácilmente la situación que se ha abierto, y continuarán con el fuego de artillería. No conviene esperar de ellos ni un respiro. Lo que hace falta es ver cómo se responde y se trabaja desde los sectores que apuestan por una solución política a las demandas catalanas "en el marco de la seguridad jurídica". Un gran paso, insuficiente pero grande, el que se ha dado en Barcelona. No esperamos, sin embargo, que la caverna mediática lo reconozca. Convendría, eso sí, que el gobierno de Sánchez neutralizara el fuego amigo con el que desde algunas regiones están atacándole sus barones.




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