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Los verdaderos muros de la democracia estadounidense

OPINI脫N de Jorge Majfud.- Los muros de la democracia estadounidense son de dos g茅neros: uno es cultural y el otro estructural. Ambos, con un antiguo objetivo: mantener el poder en manos de una minor铆a que se representa como mayor铆a.

Veamos el muro cultural, primero, pero empecemos por su lado positivo. Los llamados Padres fundadores fueron una 茅lite de intelectuales, reflejo de las nuevas y radicales ideas europeas que, m谩s o menos, encontraron un espacio en el nuevo continente que no ten铆an en el viejo, de la misma forma que lo hizo el cristianismo en Europa y no en la Palestina jud铆a. Es decir, un territorio menos codiciado por los imperios del momento y menos acosado por la tradici贸n milenaria de ideas fosilizadas. Thomas Jefferson se hab铆a hecho ciudadano franc茅s antes de ser presidente de Estados Unidos y todos los dem谩s ten铆an, de alguna forma, una profunda admiraci贸n por los fil贸sofos de la ilustraci贸n, sino directamente por la cultura francesa. Las ideas de Jefferson, como la de los otros fundadores, no sintonizaban mucho con el resto de la poblaci贸n, al extremo de que sus libros fueron prohibidos en muchas bibliotecas bajo la exagerada acusaci贸n de ser ateo. La idea de crear un muro espeso que separase religi贸n de gobierno era demasiado radical.

Sin embargo, esta elite fundacional compart铆a con el resto la desgracia del racismo y de la doble vara. El genio de Benjam铆n Franklin no quer铆a una inmigraci贸n que no fuese blanca y anglosajona. El sabio de Thomas Jefferson no s贸lo abus贸 de una menor a la que hizo madre varias veces, sino que, adem谩s, nunca la liber贸 por ser mulata. La hermosa esclava, Sally Hemings, era la hija ileg铆tima de su suegro con otra esclava. Por no entrar en la larga y persistente historia de leyes racistas que van desde la idea de la no humanidad de los negros hasta el desprecio de los latinoamericanos por su condici贸n de hibridez, como las mulas, algo que, seg煤n los periodistas y congresistas del siglo XIX, no agradaba a Dios. El asco por los chinos, por los irlandeses (antes de convertirse en blancos asimilados), por los indios y por los mexicanos complet贸 el mapa del desprecio y el despojo a todo lo que no era anglosaj贸n y protestante. La hermosa frase “We the people” asum铆a, de hecho, que con eso de “el pueblo” no se refer铆an ni a los negros, ni a los indios, ni a nadie que no perteneciera a la “raza” de los fundadores. Pero Jefferson estaba en lo cierto cuando dijo que “la tierra les pertenece a los vivos, no a los muertos”.

A los padres Fundadores (y a los l铆deres que les siguieron) se los suele disculpar porque eran “hombres de su tiempo”; no se puede juzgar a alguien que vivi贸 hace doscientos a帽os con los valores de hoy. Sin embargo, un par de a帽os despu茅s que Jefferson dejara el gobierno en Estados Unidos, un militar rebelde llamado Jos茅 Artigas, quien estaba contra el abuso militar en el gobierno y a favor de una democracia m谩s directa, apenas tom贸 control de la Uni贸n de los Pueblos Libres (lo que hoy es Uruguay y parte de Argentina) reparti贸 tierras a blancos, indios y negros bajo el lema “los m谩s infelices ser谩n los m谩s privilegiados”. Un principio y una actitud verdaderamente cristiana de un hombre no religioso.

Tampoco es cierto que Estados Unidos nunca tuvo una dictadura. De hecho, sus leyes necesitaron un siglo, hasta despu茅s de la Guerra civil, para reconocer que alguien pod铆a ser ciudadano estadounidense independientemente del color se su piel, aunque luego continu贸 filtrando, tambi茅n por ley, a inmigrantes que no eran suficientemente blancos.

Actualmente, hasta los blancos m谩s blancos se han convertido en negros. Pero no lo saben y por eso tanto renacido odio a los negros y marrones. Se sienten los nuevos negros, pero no lo reconocen y, por eso, necesitan despreciar al resto para confirmar su antigua condici贸n de blanco, es decir, de privilegiados.

Mientras tanto, la democracia estadounidense contin煤a secuestrada por el 0,1 por ciento de su poblaci贸n, por los billonarios que financian las campa帽as pol铆ticas, cenan con los ganadores y env铆an escribas a sentarse en los comit茅s que redactan las leyes que luego aprueban los legisladores, cuya mayor铆a son millonarios.

Ahora echemos una mirada sobre los muros estructurales de la democracia hegem贸nica. Tambi茅n estos problemas hunden sus ra铆ces en el racismo y el elitismo social enmascarado en un discurso opuesto.

Veamos esta l贸gica referida a la obsesi贸n hist贸rica de las burbujas 茅tnicas. La poblaci贸n latina est谩 subrepresentada en extremo porque, al igual que otras minor铆as como la afroamericana y la asi谩tica, viven en las grandes ciudades y 茅stas est谩n en los estados m谩s poblados como California, Texas, Florida, Nueva York e Illinois. De estos estados, s贸lo Texas es un estado con mayor铆a conservadora s贸lida. Florida es pivotante y los dem谩s son tradicionales bastiones progresistas (liberals, en el lenguaje estadounidense). Sin embargo, a pesar de que California tiene una poblaci贸n de 40 millones, s贸lo cuenta con dos senadores. La misma cantidad que Nueva York, otro estado con 20 millones. La misma cantidad de senadores tiene cada uno de los cincuenta estados, como Alaska, un estado cuya poblaci贸n no alcanza los 800 mil habitantes. Una colecci贸n de estados centrales como las dos Dakotas, Nebraska, etc. rondan apenas el mill贸n de habitantes (Wyoming apenas llega al medio mill贸n) y cada uno cuenta con dos senadores. Lo que significa que el voto de un granjero en cualquiera de esa docena de estados conservadores y despoblados vale entre 30 y 40 veces m谩s que el voto de cualquier estadounidense que viva en los poblados estados de California, Texas, Florida, Nueva York o Illinois.

Claro, este sistema de elecci贸n de senadores no es 煤nico en el mundo, pero en Estados Unidos el desbalance poblacional y pol铆tico a favor de los conservadores rurales, desde el siglo XIX, es notable y consistente.

Por si fuese poco, hay que considerar que su sistema de elecciones presidenciales no solo le niega a Puerto Rico, con casi cuatro millones de habitantes (m谩s que varios estados centrales juntos), la posibilidad de elegir presidente, sino que, adem谩s, el sistema electoral vigente, herencia del sistema esclavista que favorec铆a a los estados del sur con una escasa poblaci贸n blanca, hace posible que un presidente sea elegido habiendo recibido tres millones de votos menos que el perdedor.

Gracias a este sistema (los electores no solo reproducen el n煤mero de representantes sino tambi茅n de senadores), estados m谩s poblados como California, Texas, Illinois o Nueva York (que subsidian econ贸micamente a estados m谩s pobres) necesitan el doble o m谩s de votos que los despoblados estados del centro para alcanzar un elector. Otra raz贸n para entender por qu茅 las minor铆as, que sumadas no lo son, no son tratadas con la justicia electoral que una verdadera democracia debe garantizar: un ciudadano, un voto.

No por casualidad la poblaci贸n, pese a la vieja manipulaci贸n medi谩tica, suele tener opiniones muy diferentes a sus propios gobiernos. Lo cual apenas importa en esta democracia.

*majfud.org

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