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Memoria familiar de La Retirada: Hombres y mujeres libres, ¡recordadlo!

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Con esta exigencia de memoria finaliza la inscripción en el monolito que recuerda el horror que miles y miles de fugitivos españoles sufrieron a raíz febrero de 1939 en la playa de Argelès-sur-Mer, en el departamento de Pirineos Orientales, en la región de Languedoc-Roussillon, a poco más de 30 kilómetros de la frontera con España: "A la memoria de los 100.000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelès, después de La Retirada de febrero de 1939. Su desgracia: haber luchado para defender la Democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939. Hombre libre, ¡recuérdalo!".

Uno de aquellos fugitivos era mi padre, quien me habló en alguna ocasión -pocas- de aquella dura experiencia; y es ahora, con ocasión de la efeméride, que no puedo evitar emocionarme al rememorar aquel drama de unos hombres –muchos de los cuales habían comenzado la guerra cuando eran poco más que unos adolescentes-, unos muchachos que habían sufrido tres años de calvario para ser, finalmente, derrotados y perseguidos por los vengativos partidarios de Franco.

Aunque ya había comenzado en 1937, La Retirada es el nombre que recibe el éxodo republicano de los primeros meses de 1939. Fue un exilio que se efectuó mayoritariamente a pie, no sólo por parte de militares vencidos como mi padre, sino también por parte de familias enteras que querían atravesar los Pirineos huyendo -tras la caída de Barcelona-, de los bombardeos de la aviación franquista y del miedo a la venganza de sus enemigos.

Hay discrepancias en cuanto a las cifras, pero fueron muchas decenas de miles, los que huyeron buscando la paz y la libertad de la Francia democrática. Hace unos días, mi amigo Alfons Cervera me activó la mochila cargada de historia familiar que llevo a la espalda, tanto que he necesitado escribir estas líneas para rendir homenaje a aquellos fugitivos. Recuerdo el relato de mi padre, que hablaba de hambre insoportable y de muerte, de heridos que no podían resistir la dureza de la marcha; el encuentro con el primer campesino francés quien, armado con una escopeta y con mucha prevención, preguntó al grupo de hombres de aspecto lamentable que se había acercado a su casa si eran republicanos. Al recibir la confirmación, se relajó y sólo dijo "fascistas, cerdos; fascistas, cerdos".

Alfons Cervera, un hombre con el que me une la sensibilidad hacia el recuerdo de aquel trauma que fue la guerra y la dictadura, ha escrito: " Han pasado ochenta años desde entonces. Desde aquella nieve que cubría los caminos cuando la guerra ya prácticamente la había ganado el Ejército franquista, con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista. Y con la neutralidad insultante de Francia y Gran Bretaña. La guerra, aquella guerra “con cara de malo de cine”, que decía Blas de Otero. Esa hilera amarga de gentes apenas cubiertas con las mantas del desamparo. La derrota. La callada persistencia de la derrota en las escuelas y las casas de la dictadura. La inmensa, irremediable tristeza de Antonio Machado en las tardes escolares, con la lluvia abrillantando los cristales de un miedo que se confundía con la inocencia infantil de los años primeros. Las imágenes en blanco y negro de la Retirada. Así llaman en Francia al éxodo republicano que confiaba en que detrás de las montañas estaba la playa. Y sí que estaba la playa. Es verdad que al otro lado de la frontera estaba la playa. Pero no era la playa que la huida esperaba". No, no fue una playa de libertad y paz, que lo fue de dolor y de angustia.

Las autoridades francesas trasladaron al pelotón de mi padre a la playa, pero no, ciertamente no era la playa que esperaban. Era Argelès-sur-Mer, un campo improvisado a la orilla del mar, al que fueron conducidos ellos y miles de fugitivos que, al llegar, no contaban más que con el abrigo que cada uno llevaba encima. En dos semanas se construyeron barracones, aunque insuficientes para las cerca de cien mil personas recién llegadas en cosa de días. Las condiciones de vida eran extremas, y no sólo por el frío y el hambre, no sólo por la sarna o los piojos, sino por el durísimo trato, casi de prisioneros de guerra, que recibieron a cargo de los guardianes marroquíes y senegaleses de la Legión Extranjera Francesa. Particularmente mala fue, una vez más como siempre pasa en las guerras, la situación de las mujeres, especialmente las más jóvenes. Testimonios hay de que las niñas y las jovencitas llevaban atado al cuello una especie de rudimentario silbato hecho con cañas que usaban para protegerse de los intentos de violación por los legionarios.

Se dice que más de la mitad de los refugiados de La Retirada volvieron a la España franquista durante las semanas y meses posteriores a la llegada a Francia. Mi padre fue uno de los que lo hizo, al tener noticias de que su padre y su hermano mayor habían sido encarcelados, y el resto de sus hermanos estaban solos y en condiciones precarias. Además, mi padre se creyó la promesa de Franco de que nada tenían que temer quienes no hubieran cometido delitos de sangre. Él, al fin y al cabo, no había hecho nada más que combatir en defensa de la legalidad de la República, así que nada debería pasarle. No es necesario decir que la propaganda franquista era falsa. Primero lo enviaron a Santander, a un campo en la playa de la Magdalena, donde los prisioneros sufrieron unas condiciones parecidas a las de Argelès, y después a África, en concreto a Tetuán, donde se pasó cuatro años alistado a la fuerza en el ejército franquista, en compañía de muchos otros jóvenes que tenían un historial parecido al suyo.

Han pasado ochenta años de La Retirada. Más de veinte que mi padre murió. El tiempo borra tantas cosas con su terca e implacable perseverancia que hay que continuar ejercitando la memoria. Fue demasiado el dolor, fue demasiado profundo el mar de lágrimas, resultó demasiado duradera la asfixia como para que olvidemos, tanto y más ahora que los bárbaros vuelven a amenazarnos con su soberbia de siempre. Hombres y mujeres libres, ¡recordadlo!




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