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Una de las chicas del radio en la f谩brica de Ingersoll en 1932. / Daily Herald Archive |
Durante la Primera Guerra Mundial, unas 4.000 mujeres fueron empleadas para pintar los relojes de los soldados con radio, el elemento luminiscente reci茅n descubierto. Las obreras trabajaban sin protecci贸n en medio del polvo brillante; incluso lam铆an las cerdas de los pinceles. El c谩ncer se ceb贸 con ellas. De su calvario y su lucha trata el libro de Kate Moore, una historia de derechos laborales, riesgo radiol贸gico y discriminaci贸n de g茅nero.
El ingreso de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial gener贸 una extraordinaria demanda de relojes de pulsera para las tropas. El abaratamiento de los cron贸metros y la necesidad de que cada soldado se mantuviera sincronizado con las 贸rdenes del alto mando impulsaron una formidable democratizaci贸n de la medici贸n y el control del tiempo, hasta entonces privilegio de unos pocos.
Las maniobras nocturnas plantearon una exigencia adicional: que los militares pudieran leer la hora en la oscuridad. Un elemento qu铆mico descubierto hac铆a poco tiempo proporcion贸 la soluci贸n: el radio.
Entre sus propiedades destacaba la radioluminiscencia, es decir, la producci贸n de luz mediante el bombardeo con radiaci贸n ionizante. De la noche a la ma帽ana surgi贸 una pujante industria centrada en la fabricaci贸n de relojes luminiscentes. De la tragedia de muchas de sus trabajadoras trata el libro Las chicas del radio de la escritora inglesa Kate Moore, editado ahora por Capit谩n Swing.

Chicas del radio en una f谩brica de United States Radium Corporation. / Rutgers University
Uno de los libros de cabecera sobre los imaginarios culturales relativos a la energ铆a nuclear, el imprescindible Nuclear Fear de Stephen Weart, ya dedicaba algunos p谩rrafos al calvario de las j贸venes encargadas de pintar a mano los diales de tales artilugios. La epidemia de c谩ncer que se ceb贸 con ellas constituye un hito fundamental en la percepci贸n social de los riesgos asociados a la radiactividad.
La euforia radiactiva
Conviene tener presente que, a comienzos de la d茅cada de 1920, una desbordante euforia radioactiva se apoder贸 de los pa铆ses desarrollados. La sustancia descubierta por los Curie era saludada como fuente de vida y de energ铆a. A rebufo de su fama milagrosa se promocionaron dent铆fricos, leches, maquillajes, suspensorios y mantequillas “radiactivas”.
Para pintar con precisi贸n, las obreras chupaban sus pinceles impregnados en radio. As铆 absorbieron por v铆a oral dosis letales
Por fortuna, se trataba de reclamos enga帽osos, pues dicho elemento costaba demasiado para distribuirlo masivamente. Desgraciadamente, s铆 era real el radio diluido en la pintura utilizada por las pintoras de diales.
Las obreras ejecutaban su tarea con finos pinceles de pelo de camello. Recuerda Moore que, para afinarlos y pintar con precisi贸n, aquellas cogieron la costumbre de chupar sus cerdas peri贸dicamente. De esta manera, absorbieron por v铆a oral dosis de radio letales.
Los primeros en advertir sus efectos fueron los dentistas. Al principio, no se explicaban qu茅 enfermedad estaba desintegrando las mand铆bulas de sus pacientes. Poco m谩s tarde, los tumores se manifestaron en otras partes del esqueleto; una tras otra mor铆an sin que nadie acertara en el diagn贸stico, pese a que en sus organismos se detectaron niveles de radiactividad mil veces superiores al m谩ximo tolerable.
Cost贸 numerosas vidas que la noci贸n del envenenamiento por radio se abriera paso y se estableciera una relaci贸n causal con la pintura aplicada a los diales.

Sarcoma en la mand铆bula de una de las trabajadoras. Colecci贸n de Ross Mullner.
G茅nero, derechos laborales y riesgo radiactivo
En su libro, Moore entrelaza varios hilos argumentales. A los dramas individuales, retratados con desgarrador detalle, se a帽ade la discriminaci贸n de g茅nero. Las j贸venes eran contratadas por su destreza con el pincel y por su disposici贸n a aceptar una paga menor. A diferencia de los qu铆micos de sus empresas, que manipulaban el radio con sumo cuidado, trabajaban sin ninguna protecci贸n.
Mor铆an sin que nadie supiera por qu茅. Ten铆an niveles de radiactividad mil veces superiores al m谩ximo tolerable
Luego est谩 la cr贸nica de riesgos laborales. Como ha sucedido tantas veces, las compa帽铆as buscaron escurrir el bulto: de entrada negaron el riesgo del cual eran conscientes, apoy谩ndose en estudios fraudulentos encargados a m茅dicos sobornados; luego apostaron por dilatar los juicios y, cuando tras 14 a帽os de litigios fueron condenadas por negligencia, demoraron los pagos de las 铆nfimas indemnizaciones.
El saldo positivo fue que, a resultas del esc谩ndalo, se introdujo una legislaci贸n de seguridad industrial cuyos inmediatos beneficiarios fueron los miembros del Proyecto Manhattan.
Finalmente, la historia del riesgo radiactivo. Cuando ocurrieron los hechos narrados, el aura ben茅fica de las radiaciones ionizantes eclipsaba su potencial cancer铆geno (se lleg贸 a irradiar a los tuberculosos con rayos X con la esperanza de curarlos).
Tras 14 a帽os de litigios, sus empresas fueron condenadas, pero demoraron los pagos de las 铆nfimas indemnizaciones
El caso de las f谩bricas de diales luminiscentes dispar贸 las alarmas, pero la toma de conciencia al respecto tuvo que esperar a que las v铆ctimas de Hiroshima y Nagasaki aportaran testimonios masivos e incontestables. La cultura de masas registra el cambio de percepci贸n en los tebeos de Superman con la aparici贸n de la kryptonita roja, la fuente de radiaci贸n capaz de debilitar mortalmente al hombre de acero.
Incluso as铆, cuando en los a帽os 50 se debati贸 la lluvia radiactiva creada por los test de armas nucleares, las chicas del radio sobrevivientes fueron convocadas para ofrecer, ex谩menes m茅dicos mediante, las evidencias definitivas que refutaron a quienes insist铆an en la inocuidad de tales part铆culas.
Se puede hacer una 煤nica objeci贸n a Las chicas del radio: su excesivo 茅nfasis en los sufrimientos personales en detrimento de una mayor contextualizaci贸n cient铆fica. Pero el desequilibrio no le impide cumplir un objetivo esencial, el de recordarnos cu谩nto esfuerzo exige que la sociedad reconozca un riesgo tecnol贸gico y el alto precio que conlleva la resistencia a admitirlo.
Zona geogr谩fica: Internacional
Fuente: SINC
Pablo Francescutti

Soci贸logo, profesor e investigador en el Grupo de Estudios Avanzados de Comunicaci贸n de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y miembro del Grupo de Estudios de Semi贸tica de la Cultura (GESC).