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Amor y eutanasia, un binomio que algunos no quieren entender

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Ayudar a morir por amor no es una contradicción, es -o puede llegar a ser- una exigencia insoslayable para el que ama ante el sufrimiento irreversible e insoportable de un ser querido.

El impacto de la noticia de la muerte de María José Carrasco, una enferma de esclerosis múltiple desde hace tres décadas, que últimamente había empeorado hasta convertir su vida en un infierno en el que cada día era más duro que el anterior, ha golpeado muchas conciencias.

Pero lo que ha hecho excepcional la muerte de esta mujer valiente ha sido cómo ella y su marido, Ángel Hernández, han convertido su drama en motivo de reflexión y en herramienta de transformación para todas las personas que tienen la capacidad de sentir el dolor creciente e insufrible por lo ocurrido a esta pareja durante años.

Si el impacto que hace veinte años provocó la muerte de Ramón Sampedro, inmortalizado por Carlos Bardem y Alejandro Amenábar en la película Mar adentro (2004) constituyó un hito en la concienciación de la sociedad española, a propósito de la necesidad de abrir el debate sobre la eutanasia, la de María José Carrasco será otra igual de potente.

María José y Ángel han dado prueba de dos cosas que los convierten en ciudadanos de una categoría especial. Han puesto a la sociedad española ante la cruda, amarga, terrible realidad de una mujer condenada a continuar [mal] viviendo de manera indigna en contra de su deseo. Simultáneamente, nos han dado otra lección: su caso no es único, no es excepcional en el sufrimiento indescriptible que nos ha hecho llorar al ser testigos del dolor de dos seres humanos. Esta pareja nos ha recordado -desde su anonimato hasta hace tres días- que hay muchas personas desconocidas, de las que no tenemos noticia, que están sufriendo un calvario que ha hecho de su vida un horror.

Además, esas personas no pueden recibir ayuda para morir con dignidad porque el artículo 143 del Código Penal prohíbe y penaliza que un ser humano ayude a otro a abandonar este mundo, cuando así lo desea de forma consciente y reiterada. El artículo 143 quiere disuadir a todo el mundo de prestar esa ayuda sustentada en el amor.

Hay que eliminar ese maldito artículo que podría condenar a prisión a Ángel Hernández por habernos dado muestra de cómo amaba a María José. Lo que Ángel ha hecho no sólo no puede ser un delito; no puede serlo porque lo que Ángel ha hecho, sencillamente, es lo que cualquier ser humano espera que quien lo ama haga por él en circunstancias similares.

Además, hay que despenalizar la eutanasia y el suicidio asistido con la mayor urgencia, tal y como pide más del 87 por ciento de los ciudadanos. Son los representantes políticos quienes deben resolver el problema legislativo, y deben hacerlo no sólo porque es un clamor, sino porque es justo, es necesario y es humano.

Claro que los reaccionarios de diverso tipo no dejarán de poner palos en las ruedas, ya sean los azules, los naranja o los verde extremo. Pablo Casado dice que este problema [el de morir dignamente] no existe, mientras que Rivera se esconde tras la falsa coartada de los cuidados paliativos. La Conferencia Episcopal, por su parte, se ha descolgado con una sentencia para enmarcar: "La muerte provocada no es la solución a los conflictos". No queda claro si lo que sufría María José Carrasco era un conflicto, o si el conflicto es el de Ángel Hernández con el Código Penal.

Con todo, hay una última reflexión. ¿Cómo es que con un apoyo para cambiar el marco legal de cerca del noventa por ciento de los ciudadanos todavía Ángel Hernández podría ir a prisión? Pues porque la presión efectiva sobre los representantes políticos no ha sido hasta ahora suficientemente fuerte. Porque, como en tantos otros planos de la realidad, los ciudadanos tenemos dificultades para transformar nuestras exigencias éticas en obligaciones políticas.

No hay otro camino -para lograrlo- que fortalecer la sociedad civil, potenciar el asociacionismo militante, apoyar a los actores sociales que intervienen en el escenario parlamentario. En esta batalla para morir con dignidad, una vía muy efectiva para hacerlo es hacerse socio y apoyar públicamente a la Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente, que desde hace muchos años agrupa aquellas personas que no sólo entienden la validez del binomio amor y eutanasia, sino que estarían dispuestas a hacer lo que Ángel ha hecho por María José, sencillamente por amor.





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