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Fortino, un ser amoroso, seductor y trabajador (XXI)

Por Teodoro Rentería Arróyave.- Escribo esta entrega la víspera, domingo 21, en que se cumplen dos meses de la partida al éter eterno, ese triste jueves 21 de febrero de 2019, de mi querido hermano-amigo Fortino Ricardo Rentería Arróyave. Hoy quiero recordar al ser amoroso y seductor; con todo reconocimiento fue el consentido de nuestra madre María Arróyave Vázquez, “Maruca”, para su familia. Se dice que yo fui de mi padre el doctor Fortino Rentería Meneses, para los otros dos, los pequeños, María Isabel y el ingeniero químico, Francisco, el cariño estaba bien repartido de nuestros progenitores.

Aparte de ese amor que le prodigó a mi hermano mi madre, el de mi padre no fue menor, por lo tanto los consentimientos los inventamos; los padres nos quieren por igual y sólo existen preferencias para normar conductas. Pongo de ejemplo, a lo mejor sutilezas, pero las mismas se convierten en demostraciones de amor.

Mi madre no podía ver a un Fortino sin dinero, siempre le prestaba algo, que supongo nunca le pagó. Desde niño nos levantábamos muy temprano y nos despedíamos de nuestros padres todavía en la cama. Fortino siempre le pedía a nuestro papá efectivo para el recreo, su contestación: “Tómalo del buró”, obvio, barría con toda morralla, que no era poca. Ya adolescentes, Fortino le pidió que le heredera sus relojes de bolsillo.

Debo recordar, que a nuestro padre siempre lo vimos de traje de tres piezas, con corbata, sombrero, leontina para llevar el reloj a la bolsita del chaleco. Es el caso que don Fortino no le pensó mucho, le regaló los relojes, sino mal recuerdo son tres, que siempre los conservó y presumió, ahora están en la casa familiar de Nogales.

Como buen médico que fue nuestro padre, nos acostumbró a saber de los enfermos y también de que los seres humanos son mortales. Fortino y yo, inseparables hermanos, nos enfrentamos a la muerte muy niños, él de cinco y el que escribe de 7, la diferencia fue de un año 5 meses. Sólo conocimos a la abuela materna, Doña Loreto Vázquez de Arróyave. No conocimos al abuelo Luis, ni a los paternos, Don Anselmo Rentería Blanco y Teodora Meneses de Rentería.

Loretito nos conoció y la conocimos desde que nacimos; la comida familiar del domingo era toda una tradición, nos llegamos a sentar a la mesa entre 50 y 60 familiares cada semana, imprescindible concurrente era la abuelita, siempre llegaba con la prima Leonor, hija mayor de mi tío Luis. Mi padre pagaba el taxi de ida y vuelta. Nuestro primer triciclo, fue regalo de la mamá de mi mamá.

Un día, no puedo precisar la fecha porque pese a mis esfuerzos en el Panteón de Xoco por el rumbo de Coyoacán, no he localizado su fosa. Mi padre nos dio la noticia del fallecimiento de la abuelita, no sólo eso, nos condujeron a la que fue su vivienda por la Calzada de la Viga. Yacía su cuerpo vestido con sus mejores prendas en la cama. No nos llevaron al sepelio, desde el balcón de nuestra casa de Hamburgo 8 esquina con Calzada de Tlalpan, vimos pasar con estremecimiento el cortejo fúnebre. Mismo sentimiento que he experimentado cuando los seres queridos, llámense familiares, amigos y personas admiradas, emprenden el viaje al éter eterno, no se diga el de mi hermano.






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