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Fortino, un ser amoroso, seductor y trabajador (XXII)

OPINIÓN de Teodoro Rentería Arróyave.- Desde nuestro particular punto de vista referirnos a los seres que se han ido, no es un tema lúgubre, es un tema de vida; lúgubre en todo caso es cuando se sega una o más vidas, porque nadie tiene derecho, a pesar de las leyes en contrario, a quitarle la vida a un semejante. En última instancia las ejecuciones las llamaría “asesinatos legalizados”.

En la anterior entrega de la serie dedicada al hermano Fortino Ricardo, que ya mora en el éter eterno, decíamos que nuestro padre, médico al fin, siempre supo, desde niños, enfrentarnos a la realidad de la vida. El autor de esta serie lo acompañaba a sus visitas a los pacientes y también a los momentos difíciles cuando uno de ellos expiraba. Se decía y creo que se dice, “el doctor los ayudaba a bien morir”.

En cambio, a mi hermano Fortino Ricardo, más alto y más fuerte que el autor, lo ayudaba a amortajar a los cuerpos. Fue tal la destreza que adquirió Fortino, que son incontables los casos de familiares –tíos, primos y sobrinos-, que vistió y amortajó.

Nuestro padre era creyente, sin fanatismo de ninguna especie, despreciaba a los ensotanados que abusaban de su ministerio. Tenía una frase que lo definía como un hombre de su tiempo y del futuro, a la que nos referiremos más adelante.

Con una clientela numerosísima por su condición de médico general de los pueblos sureños del entonces Distrito Federal, sobre todo en la parte lacustre, tuvo que enfrentar las creencias de brujerías y demás embustes -aclaro, no nos referimos a la medicina tradicional indígena y a la herbolaría, de lo cual Don Fortino era una enciclopedia, puesto que era oriundo de Iztapalapa y de padre xochimilca.

Decía y afirmaba que creía en los santos y en los milagros, el caso es, aclaraba, “que nunca he visto un santo y jamás he constatado un milagro”. Luego agregaba: “Cuando se recupera un enfermo, sus familiares decían “iluminados”, lo alivió 'San Cuilmitas', pero si se te muere, “lo mató el doctorcito". Así en diminutivo.

Cuando de chamacos y de jóvenes nos venían con el cuento de fantasmas y apariciones, mi hermano Fortino, si mediar creencias tan arraigadas, y conste que vivimos en pueblos como San Andrés Tetepilco, correspondiente a la ahora alcaldía de Iztapalapa, se enfrentaba a todos y se metía a los sótanos de las casas y las zonas boscosas de la región para demostrarles a todos de sus errores en sus creencias.

En una ocasión, asistió con toda la pandilla del pueblo a las exequias de la esposa del famoso actor y cantautor, Víctor Cordero Aurrecoechea, entre otras de sus composiciones los corridos “Juan Charrasqueado”, “Gabino Barreda” y “El ojo de vidrio”; el hijo mayor del personaje era miembro de esa cófrade juvenil, también de nombre Víctor y a la postre su compadre y secretario particular del autor en el Instituto Mexicano de la Radio, IMER.

En pleno velorio, a las 12 de la noche, se presentaron las brujas y empezaron hacer algunos ritos con gritos destemplados, al viudo le preguntó que si esa “función” tenía un costo, contestación, y muy cara.

Mi hermano corrió a “las brujas” abusivas y se fue a hacer un “exorcismo pagano” en los cuatro puntos cardinales donde habían actuado las brujas. Su amigo y su familia siempre le reconocieron su valentía y haberlos sacado de sus temores “diabólicos”. CONTINUARÁ.




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