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Antisemitismo: una respuesta al sociólogo Danny Trom. ¿De qué hablamos?

OPINIÓN de Enzo Traverso.- Danny Trom "se pregunta" y "se inquieta" en AOC por el "éxito" de mi libro La fin de la modernité juive (Éditions La Découverte, 2013, reimpreso en colección de bolsillo dos años después). No me había dado cuenta de tal éxito, pero sabemos que la noción de éxito es relativa. Comparada a las particularmente indigestas de algunos críticos, mi ensayo quizá sea un éxito de ventas.

Así pues, ¿cómo explicar pues semejante "éxito"? Trom conoce la respuesta: sería un "síntoma" del nuevo antisemitismo que está aumentando y que " hoy ha tomado en Francia la dimensión de un movimiento social". Detengámonos en sus argumentos. Comienza poniendo en cuestión la distinción que hago, en la introducción, entre León Trotsky y Henry Kissinger; encarnaciones de dos dimensiones del mundo judío en el siglo veinte, uno revolucionario y el otro conservador.

Existe una vasta literatura sobre los judíos y la Revolución Rusa, así como sobre "los judíos de Estado", pero mi crítico, que es sociólogo en el CNRS [Centro nacional para la investigación científica-Paris], parece ignorarlo, porque encuentra esta distinción simplemente "aberrante". Desde su punto de vista, ni el uno ni el otro tendrían "ninguna conexión con el hecho judío".

En el fondo, mi libro sería un síntoma de las derivas antisemitas de la izquierda radical, una corriente que "rumia su propia impotencia" y cao, inevitablemente, en las pendientes del "socialismo de los imbéciles", un género inaugurado hace casi dos siglos por Alfonse Toussenel , autor de los Juifs rois de l’époque (1847), y que yo renovaría hoy.

La diferencia entre Toussenel y yo radicaría en el hecho de que mi antepasado mostró abiertamente su odio a los judíos, mientras que yo lo ocultaría detrás de mi "fervor por la judeidad bien entendida y sus encarnaciones entusiasmantes". Este truco me permitiría "criticar el principio mismo de un Estado para los judíos en nombre de la judeidad" y "negar" el antisemitismo en sí mismo como algo que haría pantalla a la islamofobia.

Hablando claro, Trom califica de antisemitas a aquellos que critican "el principio mismo de un Estado judío para los judíos" (es decir, la gran mayoría de los judíos de antes de la Segunda Guerra Mundial y muchos de los actuales). Efectivamente, me opongo a ese principio, como también me opongo a un Estado cristiano para los cristianos o a un Estado islámico para los musulmanes. Estoy más a favor de un Estado secular y democrático en el que todas las personas que viven hoy en Israel y en los territorios palestinos, es decir, judíos y árabes, puedan vivir juntas, en base de igualdad, independientemente de su religión. Lo que no se da en Israel.

Sin duda, Trom defiende el principio de un Estado étnico o confesional, una idea que le coloca en buena compañía con los defensores de la tesis del "gran reemplazo". Por otro lado, sugiere que aquellos que critican la islamofobia serían básicamente antisemitas. Por tanto, denunciar la xenofobia y el racismo de las nuevas derechas europeas, que han hecho de los inmigrantes, los refugiados y los musulmanes su principal objetivo, sería una estrategia bien calculada para ocultar el antisemitismo; sin duda, la única obsesión de Trom.

Esta idea no es nueva: la lista negra del "islamo-izquierdismo" es una famosa cantinela de muchos periodistas e intelectuales conservadores, apreciada por los partidarios incondicionales de la política israelí.

Pero vayamos a lo esencial. El núcleo fundamentalmente antisemita de mi libro reside en mi admiración por Isaac Deutscher, el historiador marxista a quien se debe el concepto de "judío no judío", una defensa de los judíos heréticos que rompieron con la religión y desarrollaron su espíritu crítico contra el orden dominante: Spinoza, Marx, Freud, Rosa Luxemburgo, Trotsky y muchos otros. "El hereje que trasciende al judaísmo es parte de una tradición judía", escribió Deutscher.

Trom revela que detrás de mi admiración por este último existe un deseo de aniquilar la judeidad misma: "Entendemos que aquí radica para el autor el espíritu mismo de la judeidad, es decir, su propia abolición. (...) De ello se deduce que si el judío persiste en afirmarse como tal, solo es el síntoma de la reacción".

Este argumento, del que cualquiera puede apreciar la extraordinaria sutileza crítica, se ha utilizado muchas veces para denunciar el presunto antisemitismo de Marx. En 1959, un digno precursor de Trom, Dagobert D. Runes, pintó un retrato del autor del Manifiesto Comunista como inspirador de Hitler, bajo el título A World Without Jews [Un mundo sin judíos] (prólogo a su propia traducción de Zur Judenfrage). Hoy soy yo quien toma el testigo; lo que, setenta años después de la Segunda Guerra Mundial, equivale a hacer una apología del Holocausto.

Cuando me informaron del artículo de Trom el domingo 9 de junio, estaba en Berlín, donde asistía a un simposio internacional sobre uno de los más grandes historiadores del siglo XX, George L. Mosse: una sección del simposio se dedicaba a su libro titulado German Jews Beyond Judaism [Judíos alemanes más allá del judaísmo].

Como Trom no estaba allí para iluminarnos, ninguno de los muchos participantes, incluidos algunos profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, se dio cuenta de las fatales implicaciones de este "más allá" del título, revelador de un deseo inconsciente de aniquilar a los judíos. Siguiendo a Trom, todos habríamos participado, sin saberlo, del mismo espíritu genocida.

En efecto, existe un antisemitismo de izquierda -o más bien en la izquierda, según la razonable precisión del historiador Michel Dreyfus- que August Bebel llamó una vez "socialismo de los imbéciles". En el siglo XIX, consistió en atacar a los judíos que creían levantarse contra el capitalismo depredador y parasitario.

Hoy se expresa en diferentes formas. Por ejemplo, entre los pobres de espíritu que incendian una sinagoga, convencidos de que así protestan contra el régimen de ocupación que Israel inflige a los palestinos. Por desgracia, también existe un "filosemitismo de los imbéciles", del que Danny Trom es un distinguido representante, que consiste en detectar en todas partes los rastros de una conspiración antisemita universal.

¿Quiénes serían los conspiradores? Por supuesto, los antirracistas, cómplices del oscurantismo etno-religioso de nuestras plebes de los suburbios, ferozmente resistentes al trabajo civilizador de la república, y especialmente los antisionistas de izquierda, ya que los de la derecha se han vuelto muy raros desde que Trump, Bolsonaro, Marine Le Pen e incluso Victor Orban mantienen excelentes relaciones con Israel.

Extremadamente inteligente y oculta, esta conspiración antisemita incluso incluiría a los historiadores del exilio judío y del Holocausto. El socialismo y el filosemitismo de los imbéciles se alimentan mutuamente. El primero debe ser combatido, no hace falta decirlo, pero puede superarse con un trabajo de educación y explicación. Por el contrario, leyendo la prosa de Trom, el segundo me parece más difícil de frenar.

No he escrito mi libro con la esperanza de generar una opinión de consenso y su crítica es totalmente legítima. Sin embargo, habría que criticar sus ideas sin caricaturizarlas. La crítica requiere un mínimo de honestidad intelectual, de la que Trom carece. Lo que "roza lo grotesco" en su texto es la forma en que me atribuye sus propias fantasías.



Enzo Traverso, es historiador y profesor en la Universidad de Cornell

Traducción: viento sur
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article49317




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