Son mujeres de uno de los estados mexicanos m谩s violentos del pa铆s en el que los enfrentamientos son habituales entre grupos criminales, grupos de autodefensa y autoridades policiales y militares, que en muchas ocasionan suponen el bloqueo y aislamiento de comunidades enteras.
Son mujeres del estado de Guerrero.

Ana se preocupa por lo que va a llegar: “¿Hasta cu谩ndo vamos a estar as铆? No sabemos. Hasta que uno de los dos grupos enfrentados, pierda, pues. Queremos un futuro para nuestros hijos, nuestros nietos”. Juan Carlos Tomasi

Ana se preocupa por lo que va a llegar: “¿Hasta cu谩ndo vamos a estar as铆? No sabemos. Hasta que uno de los dos grupos enfrentados, pierda, pues. Queremos un futuro para nuestros hijos, nuestros nietos”. Juan Carlos Tomasi
La organizaci贸n M茅dicos Sin Fronteras habla con mujeres de la Sierra Madre cuyos pueblos han quedado incomunicados, confinados durante meses por la rivalidad entre grupos armados.
Ana se preocupa por lo que va a llegar: “¿Hasta cu谩ndo vamos a estar as铆? No sabemos. Hasta que uno de los dos grupos enfrentados, pierda, pues. Queremos un futuro para nuestros hijos, nuestros nietos”.
“脥bamos en el coche con mi marido, sus primos y la mujer de uno de ellos. Nos dirig铆amos a la ciudad m谩s cercana, bajando la sierra. Salieron unos hombres armados, conduc铆an camionetas. Hicieron bajar a los cuatro hombres y se los llevaron. A las dos mujeres, nos ayud贸 un se帽or que pas贸 luego por all铆 con una moto, que nos llev贸 a la cuidad, donde pusimos denuncia. Estuvieron cinco d铆as desaparecidos. Los encontraron despu茅s, al lado de la carretera, enterrados, muertos”.
Gabriela apenas suma dos d茅cadas y tiene dos hijos. Estaba embarazada cuando mataron a su marido. Ahora, con un beb茅 de escasas semanas en brazos, prefiere no dar su nombre real y que su cara no sea visible. Teme represalias porque en la zona todav铆a pesa la tensi贸n. Tensi贸n entre los grupos criminales y otros actores armados. Hay que ser prudente. Pero no por ello permanece muda.
“Pensaba que iban a volver, que todo hab铆a sido una equivocaci贸n. Que los regresar铆an. Eran hombres que no se hab铆an metido en nada, trabajaban en el campo. Cuando me dijeron que estaba muerto, me fui con mis padres. Di a luz fuera de aqu铆, con su ayuda. De hecho quiero irme de aqu铆, alejarme de este lugar de tanta violencia. Montar un negocio, lo que sea, hasta irme de misionera he pensado, pero tengo a los ni帽os peque帽os. Aqu铆 tengo todos mis recuerdos, los de la infancia, los de la familia, los de mi esposo”.
Gabriela, que ha acudido desde uno de los pueblos cercanos a la cl铆nica m贸vil que desplegamos en la zona, reclama: “Las v铆ctimas eran j贸venes, ten铆an toda la vida por delante, ten铆an entre 17 y 26 a帽os. No sabemos qu茅 va a pasar. Qu茅 es lo pr贸ximo. ¿Que ataquen a mujeres y ni帽os? Mi hijo mayor, con 2 a帽os, dej贸 de comer, dej贸 de caminar. Desde entonces, desde hace seis meses estamos sin luz, sin poder movernos, sin acceso a medicinas, sin escuela. Somos muchas las familias inocentes viviendo aqu铆”.
La tensi贸n permea toda actividad. “Uno se siente desolado, porque no puede trabajar con tranquilidad, por miedo. No podemos ir al monte como sol铆amos, a ver c贸mo est谩n las vacas, a ayudarlas a parir, por ejemplo. Ahora guardamos a las pre帽adas en un corralito cerca. Antes, con una vaca pre帽ada, iba a verla al monte a cada momento, cuando me parec铆a, para vigilarla”, explica Ana.
A sus 60 a帽os, es testigo de una huida de los vecinos que ya no soportan la violencia. “Ayer se fue una familia m谩s. Vender谩n sus vacas a cualquier precio y ‘adi贸s’ y qui茅n sabe si van a regresar. Los maestros todav铆a no han vuelto: ten铆amos k铆nder, primaria y secundaria. Ahora nada. ¿Hasta cu谩ndo vamos a estar as铆?, no sabemos. Hasta que uno de los dos grupos enfrentados, pierda, pues. Queremos un futuro para nuestros hijos, para nuestros nietos”. Dos de las aulas ahora vac铆as de la escuela se han convertido en improvisado campamento para acoger a nuestros equipos, que iniciaron sus visitas a la poblaci贸n en noviembre de 2018.
Riqueza primero; violencia despu茅s
M谩s arriba, en una comunidad en lo alto de la Sierra Madre, los m谩s viejos del lugar recuerdan c贸mo se form贸 el pueblo. “Cuando llegu茅, de peque帽a, eran cuatro casas”, dice Ana Mar铆a, de 70 a帽os. Don Gabino, su marido, a su vez, explica que la zona fue poblada por vecinos de Michoac谩n que tuvieron que huir a ra铆z de la guerra de los Cristeros (1926-1929). La Sierra hizo honor a su nombre y prove铆a a sus habitantes de ma铆z, frijoles, calabazas, papas… Luego sus frutos dejaron de ser exclusivamente comestibles y fue generosa en el cultivo de otros, marihuana y amapola, que trajeron riqueza primero, violencia despu茅s.
Ana Mar铆a fue la comadrona del pueblo. “He mochado el ombligo a 35 ni帽os. Ahora hace ya cuatro a帽os que no lo hago. Como no tenemos m茅dico, nos apa帽amos con curas tradicionales”. Y explica remedios contra la sinusitis, contra la picadura del alacr谩n o los soplos en el coraz贸n. “Las mujeres embarazadas a punto de parir o con alg煤n problema bajan a la ciudad m谩s pr贸xima, pero con mucho miedo”.

© Juan Carlos Tomasi
“Cuando atacaron el pueblo, nos quedamos en casa, sin salir, sobrevivimos con lo que ten铆amos, con lo que cultivamos. Mucha gente se ha ido, por miedo o por estar involucrada. Da miedo, sobre todo por los ni帽os, porque les puedan hacer da帽o”, dice Elvira, que lleg贸 al pueblo hace 20 a帽os. Como otras mujeres, ella tambi茅n acompa帽a a su marido al campo. “Una siente que acompa帽谩ndolos les protege”. Los ataques han sido de madrugada y luego ya en la ma帽ana, con los ni帽os en el colegio, donde se pudieron cobijar. “Da miedo por los hijos, que est谩n empezando a vivir como para vivir una vida as铆. Y uno se plantea porqu茅 mis hijos tienen que vivir esta vida, por qu茅 uno tiene que vivir esta vida, si no hemos matado, si no hemos robado, si no hemos quitado nada a nadie y uno vive con esa pregunta y con el temor por los ni帽os”, se lamenta Carmen, reunida con otras mujeres.
Confinados durante meses
Sin luz, obligados a esperar a ser escoltados para poder bajar a la cuidad a avituallarse, a cobrar, sin comerciantes que lleguen a vender o peones a trabajar, sin poder vender el aguacate o arriesgar la vida para poder bajarlo al mercado.
Confinados.
“Intentamos ir recuperando cierta normalidad. Con placas solares ya va llegando internet, se ha abierto alguna tiendita, empezamos a salir de casa. Pero s铆 recuerdo que, al principio, cuando llegaron por primera vez los M茅dicos Sin Fronteras, yo personalmente sent铆 que vienen a rescatarnos, vienen a apoyarnos. Mucho apoyo sentimos, con los psic贸logos, con los m茅dicos, s铆 sentimos alivio”, explica Melania.
Las mujeres hacen un listado de cosas que desear铆an para la zona: educaci贸n, caminos y carreteras arregladas, apoyo para la creaci贸n de puestos de trabajo y que Guerrero deje de ser, como es, un lugar del que salir para buscarse la vida (a otros Estados, a Estados Unidos).
Remacha Melania: “Nosotros tenemos nuestras ra铆ces aqu铆 y no queremos dejar nuestra tierra, tenemos ilusi贸n y sabemos trabajar el campo, nos gusta el campo. Por eso, queremos luchar por la paz, para que nuestros j贸venes no emigren a otros pa铆ses, dejando a las madres llorando, porque aqu铆 no hay un empleo donde mantenerse”. Pero, primero, una necesidad m谩s acuciante que expresa Carmen: “Tranquilidad, m谩s que nada, saber que no van a venir a atacar otra vez”.
Ana se preocupa por lo que va a llegar: “¿Hasta cu谩ndo vamos a estar as铆? No sabemos. Hasta que uno de los dos grupos enfrentados, pierda, pues. Queremos un futuro para nuestros hijos, nuestros nietos”.
“脥bamos en el coche con mi marido, sus primos y la mujer de uno de ellos. Nos dirig铆amos a la ciudad m谩s cercana, bajando la sierra. Salieron unos hombres armados, conduc铆an camionetas. Hicieron bajar a los cuatro hombres y se los llevaron. A las dos mujeres, nos ayud贸 un se帽or que pas贸 luego por all铆 con una moto, que nos llev贸 a la cuidad, donde pusimos denuncia. Estuvieron cinco d铆as desaparecidos. Los encontraron despu茅s, al lado de la carretera, enterrados, muertos”.
Gabriela apenas suma dos d茅cadas y tiene dos hijos. Estaba embarazada cuando mataron a su marido. Ahora, con un beb茅 de escasas semanas en brazos, prefiere no dar su nombre real y que su cara no sea visible. Teme represalias porque en la zona todav铆a pesa la tensi贸n. Tensi贸n entre los grupos criminales y otros actores armados. Hay que ser prudente. Pero no por ello permanece muda.
“Pensaba que iban a volver, que todo hab铆a sido una equivocaci贸n. Que los regresar铆an. Eran hombres que no se hab铆an metido en nada, trabajaban en el campo. Cuando me dijeron que estaba muerto, me fui con mis padres. Di a luz fuera de aqu铆, con su ayuda. De hecho quiero irme de aqu铆, alejarme de este lugar de tanta violencia. Montar un negocio, lo que sea, hasta irme de misionera he pensado, pero tengo a los ni帽os peque帽os. Aqu铆 tengo todos mis recuerdos, los de la infancia, los de la familia, los de mi esposo”.
Gabriela, que ha acudido desde uno de los pueblos cercanos a la cl铆nica m贸vil que desplegamos en la zona, reclama: “Las v铆ctimas eran j贸venes, ten铆an toda la vida por delante, ten铆an entre 17 y 26 a帽os. No sabemos qu茅 va a pasar. Qu茅 es lo pr贸ximo. ¿Que ataquen a mujeres y ni帽os? Mi hijo mayor, con 2 a帽os, dej贸 de comer, dej贸 de caminar. Desde entonces, desde hace seis meses estamos sin luz, sin poder movernos, sin acceso a medicinas, sin escuela. Somos muchas las familias inocentes viviendo aqu铆”.
La tensi贸n permea toda actividad. “Uno se siente desolado, porque no puede trabajar con tranquilidad, por miedo. No podemos ir al monte como sol铆amos, a ver c贸mo est谩n las vacas, a ayudarlas a parir, por ejemplo. Ahora guardamos a las pre帽adas en un corralito cerca. Antes, con una vaca pre帽ada, iba a verla al monte a cada momento, cuando me parec铆a, para vigilarla”, explica Ana.
A sus 60 a帽os, es testigo de una huida de los vecinos que ya no soportan la violencia. “Ayer se fue una familia m谩s. Vender谩n sus vacas a cualquier precio y ‘adi贸s’ y qui茅n sabe si van a regresar. Los maestros todav铆a no han vuelto: ten铆amos k铆nder, primaria y secundaria. Ahora nada. ¿Hasta cu谩ndo vamos a estar as铆?, no sabemos. Hasta que uno de los dos grupos enfrentados, pierda, pues. Queremos un futuro para nuestros hijos, para nuestros nietos”. Dos de las aulas ahora vac铆as de la escuela se han convertido en improvisado campamento para acoger a nuestros equipos, que iniciaron sus visitas a la poblaci贸n en noviembre de 2018.
Riqueza primero; violencia despu茅s
M谩s arriba, en una comunidad en lo alto de la Sierra Madre, los m谩s viejos del lugar recuerdan c贸mo se form贸 el pueblo. “Cuando llegu茅, de peque帽a, eran cuatro casas”, dice Ana Mar铆a, de 70 a帽os. Don Gabino, su marido, a su vez, explica que la zona fue poblada por vecinos de Michoac谩n que tuvieron que huir a ra铆z de la guerra de los Cristeros (1926-1929). La Sierra hizo honor a su nombre y prove铆a a sus habitantes de ma铆z, frijoles, calabazas, papas… Luego sus frutos dejaron de ser exclusivamente comestibles y fue generosa en el cultivo de otros, marihuana y amapola, que trajeron riqueza primero, violencia despu茅s.
Ana Mar铆a fue la comadrona del pueblo. “He mochado el ombligo a 35 ni帽os. Ahora hace ya cuatro a帽os que no lo hago. Como no tenemos m茅dico, nos apa帽amos con curas tradicionales”. Y explica remedios contra la sinusitis, contra la picadura del alacr谩n o los soplos en el coraz贸n. “Las mujeres embarazadas a punto de parir o con alg煤n problema bajan a la ciudad m谩s pr贸xima, pero con mucho miedo”.

© Juan Carlos Tomasi
“Cuando atacaron el pueblo, nos quedamos en casa, sin salir, sobrevivimos con lo que ten铆amos, con lo que cultivamos. Mucha gente se ha ido, por miedo o por estar involucrada. Da miedo, sobre todo por los ni帽os, porque les puedan hacer da帽o”, dice Elvira, que lleg贸 al pueblo hace 20 a帽os. Como otras mujeres, ella tambi茅n acompa帽a a su marido al campo. “Una siente que acompa帽谩ndolos les protege”. Los ataques han sido de madrugada y luego ya en la ma帽ana, con los ni帽os en el colegio, donde se pudieron cobijar. “Da miedo por los hijos, que est谩n empezando a vivir como para vivir una vida as铆. Y uno se plantea porqu茅 mis hijos tienen que vivir esta vida, por qu茅 uno tiene que vivir esta vida, si no hemos matado, si no hemos robado, si no hemos quitado nada a nadie y uno vive con esa pregunta y con el temor por los ni帽os”, se lamenta Carmen, reunida con otras mujeres.
Confinados durante meses
Sin luz, obligados a esperar a ser escoltados para poder bajar a la cuidad a avituallarse, a cobrar, sin comerciantes que lleguen a vender o peones a trabajar, sin poder vender el aguacate o arriesgar la vida para poder bajarlo al mercado.
Confinados.
“Intentamos ir recuperando cierta normalidad. Con placas solares ya va llegando internet, se ha abierto alguna tiendita, empezamos a salir de casa. Pero s铆 recuerdo que, al principio, cuando llegaron por primera vez los M茅dicos Sin Fronteras, yo personalmente sent铆 que vienen a rescatarnos, vienen a apoyarnos. Mucho apoyo sentimos, con los psic贸logos, con los m茅dicos, s铆 sentimos alivio”, explica Melania.
Las mujeres hacen un listado de cosas que desear铆an para la zona: educaci贸n, caminos y carreteras arregladas, apoyo para la creaci贸n de puestos de trabajo y que Guerrero deje de ser, como es, un lugar del que salir para buscarse la vida (a otros Estados, a Estados Unidos).
Remacha Melania: “Nosotros tenemos nuestras ra铆ces aqu铆 y no queremos dejar nuestra tierra, tenemos ilusi贸n y sabemos trabajar el campo, nos gusta el campo. Por eso, queremos luchar por la paz, para que nuestros j贸venes no emigren a otros pa铆ses, dejando a las madres llorando, porque aqu铆 no hay un empleo donde mantenerse”. Pero, primero, una necesidad m谩s acuciante que expresa Carmen: “Tranquilidad, m谩s que nada, saber que no van a venir a atacar otra vez”.