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¿Nuevas elecciones? ¿Nos hemos vuelto locos?

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- La situación política en cuanto a la formación de gobierno se ha convertido en una maldita pesadilla que no acaba. Tras una maratón electoral entre abril y mayo, estamos en julio y todavía no ha terminado el electoralismo barato, el negarse el pan y la sal entre los partidos, ni la confrontación de egos superlativos de tanto macho alfa -y alguna mujer pasada de revoluciones- como hay en las direcciones partidarias. No pueden ocultar lo que ya es una evidencia para buena parte de la ciudadanía: que hay una incapacidad manifiesta en las direcciones de los diversos partidos para ponerse a trabajar en los problemas reales y concretos de quienes acudieron responsablemente a las urnas en fechas recientes.

Si esto se puede decir con carácter general, particularmente dolosa es la situación para el sector progresista del electorado, y en especial para los que sienten la izquierda como su tierra natal. Resulta hiriente el maltrato que los partidos de izquierda -grosso modo hablando- practican hacia este segmento de hombres y mujeres, aquella parte de la ciudadanía que está atenta a lo público, que procura estar informada, que lee y escucha cuando los políticos hablan, que debate y opina sobre los temas que a todos nos afectan e interesan. El contingente de electores que vota de forma más informada y convencida por opciones de progreso está asistiendo a un espectáculo lamentable, en el que aquellos que recibieron sus votos son incapaces de gestionarlos.

No acuso singularmente ni a unos ni a otros, que a todos los escucho y, en cierta medida, los compadezco porque entiendo que la situación es muy compleja. Todos tienen sus razones, aunque a menudo las defienden de forma inadecuada, con prepotencia o con desconsideración hacia sus hipotéticos aliados. Entiendo, con todo, que el electorado progresista no merece este comportamiento, y los líderes de sus partidos se lo deberían hacer mirar. Ellos y ellas están para resolver problemas complejos, no para exigir a la ciudadanía que sólo les plantee problemas sencillos.

Podría resultar que la suma de incapacidad y falta de respeto hacia este inmenso sector abocara a la convocatoria de nuevas elecciones. Los dirigentes políticos no saben o no quieren hacer el trabajo que las urnas les encomendaron, y le están diciendo a los ciudadanos y ciudadanas que votaron mal, que no supieron votar. Por lo tanto, como los malos estudiantes, deberán estar votando hasta que los resultados sean los que ellos encuentren a su gusto.

Esto es lo que están emitiendo tirios y troyanos. Después de las consultas de abril y mayo, los representantes electos no aceptan el reto de configurar mayorías tanto para la investidura como para gobernar.

Continúan dedicándose a hablar mal unos de otros, a acusarse mutuamente de ser los responsables de la parálisis, a aparecer ante la opinión pública repitiendo sin descanso frases vacías, intercambiándose los mismos argumentos reiterados hasta la náusea, descargando sobre los contrarios la responsabilidad del callejón sin salida en el que nos encontramos.

Desde la izquierda, atender a las entrevistas radiofónicas o televisivas es casi un ejercicio tan nocivo como desalentador. Alejan a los ciudadanos de la política, y aún más: le transmiten la idea de que dedicarse a ella es cualquier cosa menos noble y honesta.

Cada vez más resulta evidente que algunos requisitos para dedicarse a la cosa partidaria están en contradicción con el perfil más convencional de los ciudadanos. No contestar a las preguntas más claras y concretas, aun cuando son reformuladas con insistencia, es una característica inherente a la condición de político. Como lo es responder a una crítica hacia lo que él o ella representa argumentando que más se puede criticar a todos los demás. Imprescindible resulta, además, tener el valor y el estómago de negar la evidencia. Incluso cuando ésta es tan objetiva como indiscutible para cualquier persona que posea una capacidad lógica elemental.

Hay demasiada incapacidad, demasiada frivolidad en el escenario político actual. Con los problemas que exigen especial y urgente atención, como son los desastres que puede provocar Donald Trump, la emergencia climática que ya no es sólo una amenaza, la violencia de género que no para, el reto que significa el drama migratorio, los insoportables niveles de vulnerabilidad de más de un tercio de la población, la regresión que está imponiendo allí donde puede la extrema derecha, la crisis de Estado en Cataluña a la espera de la sentencia del Tribunal Supremo... Ante esta agenda de urgencias, la respuesta es que tal vez iremos a nuevas elecciones. ¿De verdad? ¿Nos hemos vuelto locos?

¿Volveremos a entrar en el agujero negro en el que ya se cayó en 2016? ¿Nuevas elecciones? ¿Qué resultado podrían dar? Uno bien probable sería que las tres derechas sumaran y se había terminado el problema. Es decir, se extendería el triste y lamentable modelo andaluz en toda España. ¿Será esto lo que conseguirán los dirigentes de la izquierda partidaria hispana?





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