En septiembre del año pasado recibí un correo electrónico desde la Fundación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. No podía imaginar qué desearían de un astrónomo, en representación de la Sociedad Española de Astronomía (SEA), desde el Festival de referencia mundial en teatro del barroco y el Siglo de Oro.
Al comenzar a organizar la edición número 42 del Festival, que se está desarrollando entre los días 4 y 28 de julio, su director, Ignacio García, se dio cuenta de que el tercer fin de semana, del 19 al 21 de julio, coincidía con el 50 aniversario de la llegada del ser humano a la Luna… ¿podríamos organizar un “Fin de semana lunar”? En la poesía de la época de la literatura que cubre el Festival hay multitud de referencias al cielo, a las estrellas, a la Luna, ¿por qué no entonces unir poesía y astronomía en unas estimulantes jornadas?
Y así comenzó a fraguarse lo que hace unos pocos días ha resultado ser una de las experiencias más fascinantes que me han ocurrido como astrónomo y como divulgador de la ciencia, una experiencia que, desde la SEA he tenido el privilegio de coordinar y en la que he participado de una forma que nunca habría soñado. Organizamos una observación pública con telescopios en la Plaza Mayor, la presentación de un libro (Las mil caras de la Luna, de Eva Villaver), talleres de cráteres y meteoritos para niños y un taller de lunas táctiles para personas con discapacidad visual.
... Pero hubo algo más. Cada fin de semana del Festival, en la madrugada del sábado al domingo, se celebran en el Corral de Comedias unas representaciones llamadas “Flores nocturnas”, que toman su nombre de un verso de Calderón, que se refería a las estrellas de esa manera en el “El Príncipe constante”:
Si en la madrugada del 20 de julio de 1969 el módulo lunar Eagle del Apolo XI estaba posado en la Luna, y Armstrong se disponía a dar ese “pequeño paso para el hombre”, no podíamos dejar pasar la oportunidad de hacer quizás el más bello y original homenaje a ese hecho histórico.
Y fue de esa manera como nació la Flor nocturna “Clara la luna, claras las estrellas”, tomando el título de un verso de un soneto de Sor Juana Inés de la Cruz:
Versos de Sor Juana Inés, Calderón, y Fray Luis de León, música desde el siglo XVI (Luis de Narváez) hasta el XX (Fly me to the moon), y unas sencillas explicaciones científicas se entrelazaron en una hora mágica en el Corral de Comedias, el epicentro del Festival que irradia una energía difícil de describir, pero fácil de sentir cuando uno se encuentra entre sus muros.
La actriz Silvia Marsó recitó los versos y el pianista ciego Manuel Cepero interpretó la música. Quien les cuenta esta experiencia tuvo la inmensa fortuna de transmitir qué sabe la astronomía de la Luna, de su origen, sus fases -una ilusión, una sombra, una ficción, en un guiño a Calderón- de los eclipses, y de evocar esos primeros pasos de un ser humano fuera de la Tierra, su cuna. Los tres fuimos coordinados por la mano maestra de Ignacio García, apoyados por un maravilloso equipo.
Entre los muchos momentos mágicos, uno de los más emocionantes fue quizás cuando, con las luces del Corral apagadas, pudimos contemplar el cielo que nos cubría, con el gran “Triángulo de verano” sobre nuestras cabezas, formado por Altair, Vega y Deneb, las estrellas más brillantes de las constelaciones del Águila, la Lira y el Cisne, siendo conscientes de nuestra pequeñez. Logramos ver una estrella cuya luz ha estado viajando en el espacio 391 años hasta llegar a nuestros ojos en la madrugada del 20 de julio… Esa luz se emitió cuando los albañiles, carpinteros y herreros almagreños comenzaron en 1628 a levantar los muros del Corral de Comedias. Nos consta -y nos emociona saberlo- que a muchos de los asistentes se les saltaron las lágrimas durante este recital poético, astronómico y musical.
Una experiencia inolvidable. Mi agradecimiento a quien, con mente abierta, ha hecho posible, y creo que transmito bien sus palabras, el hecho de que el Festival no sea un mero “contenedor de representaciones teatrales” sino que sirva de puente para el encuentro de sensibilidades y facetas de la cultura muy distintas que, al final, no hacen sino enriquecernos y hacer que el mundo sea un lugar un poco mejor.
Corral de Comedias |
Y así comenzó a fraguarse lo que hace unos pocos días ha resultado ser una de las experiencias más fascinantes que me han ocurrido como astrónomo y como divulgador de la ciencia, una experiencia que, desde la SEA he tenido el privilegio de coordinar y en la que he participado de una forma que nunca habría soñado. Organizamos una observación pública con telescopios en la Plaza Mayor, la presentación de un libro (Las mil caras de la Luna, de Eva Villaver), talleres de cráteres y meteoritos para niños y un taller de lunas táctiles para personas con discapacidad visual.
... Pero hubo algo más. Cada fin de semana del Festival, en la madrugada del sábado al domingo, se celebran en el Corral de Comedias unas representaciones llamadas “Flores nocturnas”, que toman su nombre de un verso de Calderón, que se refería a las estrellas de esa manera en el “El Príncipe constante”:
Flores nocturnas son: aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores,
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas
Si en la madrugada del 20 de julio de 1969 el módulo lunar Eagle del Apolo XI estaba posado en la Luna, y Armstrong se disponía a dar ese “pequeño paso para el hombre”, no podíamos dejar pasar la oportunidad de hacer quizás el más bello y original homenaje a ese hecho histórico.
Y fue de esa manera como nació la Flor nocturna “Clara la luna, claras las estrellas”, tomando el título de un verso de un soneto de Sor Juana Inés de la Cruz:
Aunque es clara del cielo la luz pura,
clara la luna y claras las estrellas,
y claras las efímeras centellas
que el aire eleva y el incendio apura
Versos de Sor Juana Inés, Calderón, y Fray Luis de León, música desde el siglo XVI (Luis de Narváez) hasta el XX (Fly me to the moon), y unas sencillas explicaciones científicas se entrelazaron en una hora mágica en el Corral de Comedias, el epicentro del Festival que irradia una energía difícil de describir, pero fácil de sentir cuando uno se encuentra entre sus muros.
La actriz Silvia Marsó recitó los versos y el pianista ciego Manuel Cepero interpretó la música. Quien les cuenta esta experiencia tuvo la inmensa fortuna de transmitir qué sabe la astronomía de la Luna, de su origen, sus fases -una ilusión, una sombra, una ficción, en un guiño a Calderón- de los eclipses, y de evocar esos primeros pasos de un ser humano fuera de la Tierra, su cuna. Los tres fuimos coordinados por la mano maestra de Ignacio García, apoyados por un maravilloso equipo.
Entre los muchos momentos mágicos, uno de los más emocionantes fue quizás cuando, con las luces del Corral apagadas, pudimos contemplar el cielo que nos cubría, con el gran “Triángulo de verano” sobre nuestras cabezas, formado por Altair, Vega y Deneb, las estrellas más brillantes de las constelaciones del Águila, la Lira y el Cisne, siendo conscientes de nuestra pequeñez. Logramos ver una estrella cuya luz ha estado viajando en el espacio 391 años hasta llegar a nuestros ojos en la madrugada del 20 de julio… Esa luz se emitió cuando los albañiles, carpinteros y herreros almagreños comenzaron en 1628 a levantar los muros del Corral de Comedias. Nos consta -y nos emociona saberlo- que a muchos de los asistentes se les saltaron las lágrimas durante este recital poético, astronómico y musical.
Una experiencia inolvidable. Mi agradecimiento a quien, con mente abierta, ha hecho posible, y creo que transmito bien sus palabras, el hecho de que el Festival no sea un mero “contenedor de representaciones teatrales” sino que sirva de puente para el encuentro de sensibilidades y facetas de la cultura muy distintas que, al final, no hacen sino enriquecernos y hacer que el mundo sea un lugar un poco mejor.
Benjamín Montesinos
Investigador del Centro de Astrobiología (CAB, CSIC-INTA)
Miembro de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan