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G7 en Biarritz. Entre la ofensiva capitalista y la guerra económica

OPINIÓN de Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate.-  El capitalismo carece de centro operativo. No existe un mando unificado, un espacio desde el que se decidan nítidamente agendas, políticas y relatos en la defensa de sus valores e intereses. Siendo esto cierto, también lo es que más allá de una estructura de poder compleja y bien engrasada a escala global, de inercias civilizatorias muy asentadas y de un dinamismo fuera de toda duda, el sistema vigente cuenta con múltiples foros y encuentros en los que las élites globales debaten, afinan estrategias y dirimen sus diferencias ante coyunturas cambiantes, espacialmente en momentos críticos como el actual.

Se trata de espacios tanto permanentes como periódicos, pero siempre estructurados –las Cumbres son solo la punta del iceberg de procesos mucho más estables y opacos de interacción público-empresarial– que, si bien no dan lugar a decisiones formales –ya que la globalización neoliberal se sustenta en la actualidad en un modelo de gobernanza difuso, híbrido y multinivel–, sí marcan línea, delimitan el marco de la agenda capitalista real, definen prioridades y homogenizan imaginarios. Se convierten así en eventos de gran significado y peso político, haciendo valer el poder y la fuerza de sus convocantes no solo para imponer el relato edulcorado de las declaraciones finales, sino especialmente la corriente fría y subterránea que atraviesa estos encuentros, conformada por compromisos secretos u opacos, que solamente en su momento aflorarán a la superficie en forma de políticas y posicionamientos.

El G7 es, sin duda alguna, uno de esos espacios. Junto al G20, el Foro Económico Mundial (también conocido como Foro de Davos), el Club Bilderberg, los comités mixtos de los acuerdos comerciales más relevantes, los encuentros organizados por los principales lobbies empresariales, los planes del Pentágono y otras estructuras militares, las cumbres de organismos regionales y multilaterales, los miles think tanks y centros de conocimiento, etc. Conforman de este modo una tupida y compleja red, cuyos componentes podríamos categorizar en función del peso político, alcance internacional o de su composición principalmente pública y/o privada. No obstante, el concepto de poder corporativo, que hace referencia a la articulación de grandes empresas, instituciones públicas y organismos multilaterales en defensa de la agenda de mercantilización capitalista, pone en valor precisamente su lógica de red: asistimos así a una muy sólida arquitectura global, tanto oficial como paraoficial, que blinda y cimenta los intereses de las élites globales, avalando, legitimando e imponiendo en cada momento su agenda y relato.

En todo caso, el G7 cobra hoy en día un significado especial dentro de este modelo de gobernanza capitalista. Por un doble motivo, como se hará evidente en la próxima cumbre que se celebrará en la localidad vasco-francesa de Biarritz, entre el 24 y el 26 de agosto. En primer lugar, por el momento crítico que atraviesa el capitalismo, incapaz de encontrar sendas estables de maximización de las ganancias, en un contexto además de colapso ecológico –que le obliga a tratar de crecer con menos recursos materiales y energéticos– y de creciente vulnerabilidad climática, financiera y social. Este fin de onda larga capitalista, en un escenario muy incierto y sin parangón en la historia del capitalismo, acentúa la relevancia del encuentro de parte muy significativa de las principales economías del planeta (Estados Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Italia, Reino Unido y Francia, junto a los presidentes del Consejo y la Comisión de la Unión Europea). Estas se ven conminadas, para salvar al sistema y a las élites, a tratar de superar el momento crítico actual acentuando la ofensiva capitalista en ciernes, que ya no puede permitir sectores ni dinámicas que se sitúen fuera de la esfera de los mercados y de las empresas transnacionales.

En segundo término, el G7 fortalece su importancia al excluir a China de sus deliberaciones, en un momento que, como en todas las crisis profundas de acumulación capitalista, los consensos intra-élites se resquebrajan y dan lugar a situaciones de guerra económica entre bloques. Precisamente la guerra arancelaria, comercial, financiera y tecnológica entre Estados Unidos y China es más que evidente, y el G7 se torna en un espacio estratégico para tratar de recuperar los “consensos occidentales” en torno a esta contienda económica y geopolítica, a pesar de las diferencias entre el capitalismo más unilateral que representa Trump –al que suma ahora al británico Johnson– y el capitalismo de retórica universalista amparado por Macron o Trudeau.

Por tanto, estos dos fenómenos –guerra económica contra la clase trabajadora y contra el planeta, por un lado, guerra económica inter-bloques, por el otro–, en un marco de disputa por la hegemonía de la agenda capitalista entre matices más universalistas o unilateralistas, serán los que marquen la identidad de la cumbre del G7 que se desarrollará en Euskal Herria.

Por supuesto, el relato oficial, la agenda prevista y la declaración final no lo harán explícito. Es necesario leer entre líneas, analizar su contenido desde este enfoque global, entender lo que no se dice. Oficialmente, la Cumbre se centrará en la lucha contra las desigualdades: reducir las brechas sociales –especialmente de género–; favorecer el comercio y la inversión para todos y todas; acabar con la inseguridad y la amenaza terrorista; fortalecer la lucha contra el cambio climático. No obstante, si atendiéramos al contexto global, así como a los intereses reales de los gobiernos participantes y sus alianzas corporativas, la agenda real –así como el posible fracaso o éxito de la Cumbre– se sostiene sobre tres preguntas, que delimitan sus posibles debates: ¿Cómo sostenemos al capitalismo en esta coyuntura crítica? ¿Cómo frenamos a China manteniendo la primacía de Occidente? ¿Es posible un consenso mínimo entre las vertientes de capitalismo actuales de EEUU y UE?

En este marco más realista, otros serán los temas que centren los debates, que subyacen bajo el relato oficial: la posibilidad de retomar las conversaciones para aprobar un nuevo tratado comercial entre EEUU y UE (TTIP 2.0), para lo cual ya existe un mandato europeo, y que generaría el mayor mercado del mundo al margen de China –que se sumaría al que la UE ya tiene con Japón y Canadá–; la guerra en torno a la economía digital, en una disputa en la que fundamentalmente participan empresas estadounidenses y chinas. De este modo, las consecuencias generales del agudizamiento de la guerra económica, o asuntos como el de la tasa google –que perjudicaría a la big tech estadounidenses como Facebook, Amazon o Google/Alphabet–, marcarán el sentido de las conversaciones; el brexit será otro de los asuntos centrales de la Cumbre, convertido en la actualidad en uno de los ejes de la disputa EEUU-UE o, del mismo modo, del debate intracapitalista; y, por último, el control social y la guerra contra el terrorismo, en el que se incluye desde Venezuela e Irán a toda forma de contestación social, para lo cual se pretende ahondar en la lógica securitaria y de desmantelamiento de libertades, también de la mano de las grandes empresas digitales.

El reto no es fácil por tanto: posibilitar la reproducción estable del sistema, fortalecer la alianza entre las élites europeas y estadounidenses, a la vez que se legitiman socialmente las medidas a adoptar en contextos muy diferentes, se asemeja a tratar de cuadrar un círculo. En todo caso, se logre o fracasen los debates, los grandes perjudicados de la Cumbre seremos las grandes mayorías sociales y el planeta en su conjunto, ya que la ofensiva capitalista en ciernes nos conduce al abismo social y al colapso ecológico.

Precisamente por ello múltiples organizaciones sociales vascas, francesas e internacionales quieren mostrar su más profundo rechazo al G7. Así, la plataforma vasca G7 Ez¡ y la internacional Alternatives G7 han organizado colectivamente un programa que no solo pretende hacer descarrilar el tren de las élites capitalistas reunidas en Biarritz, sino también servir de encuentro entre activistas internacionalistas de diferentes latitudes, así como visibilizando las alternativas posibles a este sistema desbocado. De este modo se celebrará en Hendaia e Irún, del 21 al 23 de agosto, una Contracumbre bajo el lema “Defendamos nuestras alternativas” que, en función de 7 ejes temáticos (grandes corporaciones, ecologismo, feminismo, diversidad, democracia, antiimperialismo y abolición de fronteras) desarrollarán más de 70 conferencias y talleres. Posteriormente, el día 24, se celebrará una gran manifestación de rechazo al G7 para, el día 25, realizar concentraciones insumisas en siete puntos de Biarritz, Bidarte Angelu y Baiona -cerca del perímetro de seguridad de zonas rojas y azules-, para conformar la zona arcoíris y protestar ante la prohibición de movilizarse.

Enfrente, Biarritz se convierte en un Estado de sitio: más de 10.000 gendarmes y militares franceses, 4.000 ertzainas, 1.000 policías y guardias civiles, barracones prefabricados para personas detenidas, cierre de accesos a Biarritz y sus espacios públicos, etc., es la respuesta ante la dinámica social y la desobediencia civil. Se prepara y adelanta así un relato de violencia activista y de inseguridad ciudadana, pero que únicamente visualiza la violencia sistémica de las élites reunidas en la costa vasca y el rechazo e indignación acumulada por la sociedad. Biarritz se ha convertido así en una buena oportunidad para mostrar poder popular, alternativas y rechazo a una ofensiva capitalista biocida y violenta.

Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es miembro de la asociación Paz con Dignidad-OMAL
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