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Neoliberalismo y guerra contra los pobres: la construcci贸n social del doblegamiento y la derrota

Por Mar铆a Jos茅 Rodr铆guez Rejas.-  “Nos han enga帽ado tantas veces que, al final, nos dimos cuenta”

1. Una guerra invisibilizada 1/

La violencia econ贸mica, social e ideol贸gica de las pol铆ticas neoliberales en Espa帽a condena a miles no s贸lo a la exclusi贸n social y a la negaci贸n de su condici贸n de ciudadanos sino tambi茅n a la muerte y al da帽o f铆sico y psicol贸gico. La magnitud de los impactos es tal que t茅rminos como violencia estructural, exclusi贸n o precarizaci贸n se quedan cortos. Los datos cuantitativos y las experiencias narradas por las y los afectados dan cuenta no s贸lo de un alto nivel de violencia en todas sus formas sino de la crueldad ejercida hacia la poblaci贸n, lo que se asemeja a una situaci贸n de guerra que permea la vida cotidiana 2/. Si bien no es guerra expl铆cita, en su sentido militar-armado, s铆 est谩 m谩s all谩 de la lucha de clases tal cual se concibi贸 tradicionalmente.

El proceso de despojo que concentra riqueza y poder en unos pocos mientras muchos son excluidos va acompa帽ado no s贸lo de un cambio en la legislaci贸n y en las instituciones. Se aspira a mantener el control social y, sobre todo, el control con aceptaci贸n de la poblaci贸n para lo cual se construye una nueva subjetividad. La refundaci贸n del sujeto social en el neoliberalismo se erige sobre la demolici贸n del sentir, pensar y hacer previo. Los excluidos en general y, sobre todo, quienes se resisten a la destrucci贸n de las instituciones de distribuci贸n e igualaci贸n que garantizan una vida digna, son percibidos y tratados como (potencial) amenaza. Esto se expresa incluso en las pol铆ticas de defensa y seguridad del Estado, que deja de ser un Estado social para transformarse en un Estado de seguridad garante de las ventajosas condiciones del capital.

Como en una guerra de asedio, la poblaci贸n trabajadora ser谩 cercada, disciplinada y doblegada, a nivel f铆sico y psicol贸gico. Se rompi贸 el sue帽o de la “clase media”. El no merecimiento de los (potenciales) excluidos se va convirtiendo en opini贸n p煤blica. La cultura neoliberal responde as铆 a estrategias de guerra cultural cuyo objetivo 煤ltimo es la derrota psicol贸gica e ideol贸gica. 脡ste es el campo donde se define el triunfo en las nuevas formas de la guerra (Lind, 2004; Creveld, 2009; Kilcullen, 2006). Una guerra invisible en la que no se cuentan los da帽os ni las bajas. A ocho a帽os de la gran movilizaci贸n del 15-M, son muchas las expresiones de fortaleza y resistencia pero tambi茅n hay un reflujo participativo y una poblaci贸n mucho m谩s pauperizada que enfrenta cada d铆a, desde hace a帽os, estas estrategias; “no veo c贸mo vamos a salir de esto”, “siempre ganan” o “esto es lo que hay”, son muestra de ese estado emocional ante la impunidad y la destrucci贸n del bienestar social.

Asistimos a la banalizaci贸n de la crueldad que normaliza el despojo y el dolor. De ah铆 que sea urgente llamar a las cosas por lo que son.

2. No es “crisis”, es capitalismo de guerra

Sabemos hace mucho que el neoliberalismo no es una respuesta a la crisis ni un conjunto de pol铆ticas econ贸micas, como tampoco lo fue, hace m谩s de cuarenta a帽os en otras latitudes donde se ech贸 a caminar. Es un proyecto de reestructuraci贸n del capitalismo cuyo objetivo fue desde un inicio la concentraci贸n de la riqueza y el poder sin precedentes (Vega, 2010) que va acompa帽ado de un proceso de refundaci贸n social conservador. Los datos no dejan lugar a duda: en Espa帽a los beneficios empresariales crecieron en 2016 un 200,7% manteniendo una tendencia alcista desde el 2013. El 1% m谩s rico concentra el 40% de la riqueza mientras el 50% m谩s pobre apenas el 7% y entre 2013-16, con la relativa “recuperaci贸n” econ贸mica, los m谩s ricos se beneficiaron 4 veces m谩s que lo m谩s pobres. Es el tercer pa铆s m谩s desigual de la Uni贸n Europea, s贸lo detr谩s de Ruman铆a y Bulgaria, y cuenta ya con 25 multimillonarios en la lista Forbes 2017 (Oxfam, 2018).

El neoliberalismo funciona como una gran maquinaria de saqueo y despojo, de acomulaci贸n por desposesi贸n (Harvey, 2007). Los grandes negocios se financian con los recursos de las trabajadoras y los trabajadores a trav茅s de la superexplotaci贸n del trabajo y el pago de sus impuestos, que, tenemos que recordar, es la base del capital p煤blico que se transfiere a manos privadas (rescates bancarios, deuda externa, externalizaci贸n de servicios, obra p煤blica, corrupci贸n). De hecho, el trabajo y las familias aportan 83% de los recursos p煤blicos a trav茅s de impuestos. Mientras, la evasi贸n fiscal de grandes empresas y fortunas fue 140.000 millones de euros en 2018, lo que represent贸 el 80% del total defraudado -en 2011 la cifra fue de 42.700 M€-. 脡stos ser谩n considerados inversores mientras se acusa a la clase trabajadora de pedir demasiado. Es el discurso del poder basado en una estrategia de no merecimiento (undeserving) de quienes van siendo excluidos. La estrategia es rentable econ贸micamente y pol铆ticamente. El endeudamiento se presenta como una opci贸n para los trabajadores y las trabajadoras. La hipoteca, el cr茅dito para el coche, la lavadora o el peque帽o negocio cuando est谩s desempleado no es sino otra forma de despojo de los m谩s vulnerables basado en las teor铆as individualistas; t煤 s贸lo tienes que hacerte cargo de todo.

Las “pol铆ticas de ajuste”, que asociamos con recorte del gasto social, privatizaci贸n, pago obligado de la deuda externa o flexibilizaci贸n laboral, operan cotidianamente el saqueo. La transferencia de riqueza y poder s贸lo pod铆a lograrse excluyendo a gran parte de la poblaci贸n y desplaz谩ndola de sus territorios. El neoliberalismo fue violento desde un inicio, no es que se fue poniendo violento. El despojo opera en dos niveles: sobre el territorio-espacio y sobre el territorio-cuerpo. La gentrificaci贸n, por un lado, y el modelo laboral que concentra a la poblaci贸n en las grandes ciudades y zonas tur铆sticas, mientras vac铆a pueblos y provincias peque帽as, por otro, genera un desplazamiento forzado que pauperiza a quienes tienen que abandonar sus lugares de vida. Mientras, el cuerpo, el 煤nico territorio propio, sin el cual no es posible la vida, es sometido a un ritmo fren茅tico, con jornadas cada vez m谩s largas, menor remuneraci贸n y menos tiempo de vida, eso que llamamos “tiempo libre”. La persona, entendida como una unidad de cuerpo-mente-emociones, es prescindible. En la l贸gica neoliberal, el cuerpo es cosificado y reducido a herramienta de trabajo; es un “recurso humano”. El disciplinamiento va acompa帽ado del cerco y el aislamiento a medida que las organizaciones son fracturadas y deslegitimadas. As铆, las pol铆ticas neoliberales act煤an como una estrategia de asedio que concluye en la derrota y apropiaci贸n del territorio y de las personas.

Este proceso se lleva a cabo desde los propios aparatos institucionales del Estado neoliberal, que lejos de ser d茅bil, como se han empe帽ado en difundir sus te贸ricos cercanos, se convierte en un Estado gestor y de seguridad, cada vez m谩s punitivo a nivel interno (Ley de seguridad ciudadana, conocida como Ley Mordaza, la reforma m谩s punitiva del C贸digo penal, etc.) y con un creciente n煤mero de efectivos y de recursos de control del espacio p煤blico (c谩maras de seguridad, drones de supervisi贸n, etc.). Lo que desaparece es la dimensi贸n social y distribuidora del Estado, que pasa a estar controlado por un bloque de poder tecno-empresarial. Su desmantelamiento se legaliza a trav茅s de las diversas reformas (laboral, salud, etc.). Hay por tanto una responsabilidad por parte de la clase pol铆tica que ha respaldado tales medidas; tras cuarenta a帽os de experiencias neoliberales en otras partes del mundo, nadie podr谩 decir que no sab铆a cu谩les ser铆an las consecuencias en este caso.

La crueldad se convertir谩 as铆 en una pr谩ctica legalizada, institucionalizada, sistem谩tica y permanente; es decir, en pol铆tica de Estado. No s贸lo es un insulto, es un acto de crueldad decirle a una poblaci贸n que no hay recursos para educaci贸n, salud, pensiones, etc. mientras las arcas del Estado son saqueadas por pol铆ticos y empresarios. La corrupci贸n asciende a m谩s de 123.500 millones de euros (Casos aislados de una corrupci贸n sist茅mica, s/f). El rescate con dinero p煤blico, a los bancos causantes de la denominada “crisis”, supuso 60.000 millones de euros que nunca se recuperar谩n. La discrecionalidad y el maltrato se imponen cuando adem谩s la justicia se decanta del lado del poder. La condena del Tribunal de Cuentas a Ana Botella por menoscabo del patrimonio p煤blico, en la venta de vivienda social a un fondo de inversi贸n cuando era alcaldesa de Madrid, fue revocada por dicho Tribunal con los votos de dos consejeros propuestos por el PP, una de ellas, Margarita Mariscal, Ministra de Justicia del gobierno de Aznar. El exceso de un poder sin contrapesos y la violencia consciente son una caracter铆stica de una cultura de guerra, as铆 茅sta no sea expl铆cita.

Warren Buffet, un multimillonario estadounidense, dijo claramente hace unos a帽os: “Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la m铆a, la de los ricos, la que est谩 haciendo la guerra y la estamos ganando” (Stein, 2006). En 2011, volvi贸 a expresar claramente la necesidad de aumentar los impuestos a los m谩s ricos, en el art铆culo “Dejen de mimar a los super-ricos”, posici贸n que comparten un grupo de millonarios.

3. ¿Espa帽a es “diferente”? La construcci贸n social del sufrimiento y la contundencia de las cifras

Caminar por las calles de este pa铆s en los 煤ltimos a帽os nos confronta con im谩genes que hubi茅ramos pensado imposibles hace no tanto. Un hombre pide ayuda en la calle. Un breve cartel cuenta su vida y drama, algo m谩s de cincuenta a帽os, sentado en la acera, la mirada al suelo y las manos entrecruzadas bajo el ment贸n: “soy espa帽ol tengo una ni帽a de 7 a帽os, necesito trabajo. No tenemos luz, ni agua caliente. Ayuden por favor. Humanidad. Te puede pasar a ti, te juro que es verdad”.

Ciudades inundadas por miles de turistas de todas partes del mundo, las sonrisas dispuestas para la selfie capturando la estancia en Sevilla, Barcelona, Madrid, etc. Las mismas tiendas de moda, bares y restaurantes, el mismo estilo, el men煤 en ingl茅s, terrazas llenas de gente. Experiencias simuladas para el turista. Una muestra de la transformaci贸n del espacio p煤blico, reflejo del cambio en las condiciones de vida. En el negativo de la foto, poblaciones desplazadas por la especulaci贸n inmobiliaria que oferta pisos tur铆sticos, redes humanas fracturadas, trabajo precario. Alg煤n vestigio del peque帽o comercio local invita a evocar lo que fueron esas calles alguna vez.

En otro lugar, filas. Filas de personas a la puerta de un banco de alimentos gestionado por una fundaci贸n. Una fila en la oficina de empleo, esperando que esta vez “algo salga”. Por la noche, una larga fila en la Plaza Mayor, en Madrid, para recibir un bocadillo que ser谩 su cena. Soportales, cajeros autom谩ticos y esas tiendas de provincia que cerraron con la “crisis” y hasta hoy no han vuelto a abrir, dan cobijo a quienes pasaron a vivir en situaci贸n de calle. Mientras, florecen las tiendas de segunda mano, las casas de empe帽o, los negocios de apuestas (Diario de campo, 2019).

A las im谩genes podr铆amos agregar relatos. Luisa, una mujer que ronda los cuarenta y tiene una hija de siete a帽os cuenta c贸mo fue condicionada a vivir en la otra punta del pa铆s para mantener su trabajo. Un caso de deslocalizaci贸n de la banca que les llev贸 a mudarse, sin opci贸n. Su marido tuvo que renunciar a su trabajo. Ahora, se sienten desplazados y ajenos al nuevo lugar. “Fui a la universidad, saqu茅 buenas notas, hice lo que se esperaba que deb铆a hacer. Busqu茅 un trabajo, form茅 una familia, tuve una hija... ¿qu茅 es lo que hice mal?” (Relato de Luisa, 2019).

Los trabajos precarios han sido normalizados; contratos en los que figuran menos horas de las que realmente se trabaja. Horas extras que no se pagan. Contratos por d铆as, semanas o pocos meses. Salarios de 650 y 850 euros -al menos antes de la reciente subida del salario m铆nimo-. Si te contratan en el campo te toca llevar tu propia herramienta (Relato de Victoriano, Jos茅 Manuel, Antonia, David, Carmen y Miguel, 2019). Jubilados que tienen que priorizar qu茅 medicinas comprar porque no alcanza para todas con una pensi贸n m铆nima de 620 o una no contributiva de 400 (Relato de Irene y Paula, 2019).

Los datos corroboran las historias. Espa帽a es el segundo pa铆s de la UE con la mayor tasa de “pobreza severa”, 6.9%. La poblaci贸n en “riesgo de pobreza” (At Risk of Poverty and/or Exclusion, AROPE, indicador creado desde la UE) es el 26.6%, 12 millones de personas; un eufemismo ya que se refiere a personas con una renta 60% por debajo de la mediana “considerando las transferencias sociales”, con carencia material severa de bienes y hogares que tienen una “muy baja intensidad laboral” (menos de 20% de su potencial). La pol铆tica institucional banaliza (y con ello normaliza) la pobreza al evitar nombrar y reconocer una realidad que afecta a muchas personas. Quien la padece guarda silencio, se averg眉enza y recluye a su mundo privado, como si fuera responsable y no v铆ctima del saqueo. El 32% de los ni帽os y ni帽as son pobres. Los estudios sobre desigualdad y pobreza dejan claro que tal situaci贸n no es superable sin un cambio en las condiciones estructurales y sin pol铆ticas de distribuci贸n social. En el caso de los j贸venes la cifra alcanza el 37% (INE).

En 2018, cuando se anuncia que por fin se han reducido los desahucios, 60.000 familias fueron despojadas de su vivienda, la mayor parte por impago de alquiler. La casa es un espacio f铆sico, social y simb贸lico esencial para la vida humana. Es un espacio de seguridad, de intimidad y afectividad; sin ella estamos a la deriva. ¿Qu茅 pasar谩 cuando ya no est茅n los ancianos que ahora son el soporte de los hijos que perdieron su casa o su trabajo?

La precariedad, que se superpone al problema del desempleo, va acompa帽ada de incertidumbre, temporalidad y bajos salarios. Se requieren 43 contratos en promedio para crear un puesto de trabajo. Ahora sabemos que puedes tener trabajo y ser pobre. La situaci贸n es m谩s dif铆cil para los j贸venes; el 50% cree que tendr谩 que migrar. Lena 脕lvarez es una joven maestra que no ha conseguido trabajar en su 谩mbito: “Para cualquier cosa te piden un m铆nimo de a帽os de experiencia, certificarlo, una carta de recomendaci贸n… Es imposible tener la experiencia que demandan y esos estudios con veintipocos a帽os”. Despu茅s de un a帽o, s贸lo encontr贸 empleo en un supermercado. “No es el trabajo de mi vida, es en un pueblo y me tiene que llevar mi pareja, muchas veces es lo comido por lo servido… Mi pareja con ingenier铆a electr贸nica y un m谩ster, tambi茅n est谩 en paro. Estamos en plan de pillar lo que salga, olvidar lo que quer铆as. Cuando recib铆 la llamada del supermercado me ilusion茅 pero luego me dio el baj贸n porque no he conseguido meterme en nada de lo que yo estudi茅. Lo cojo porque las facturas hay que pagarlas y me da algo m谩s de tranquilidad, aunque son s贸lo dos meses y a media jornada” (P煤blico, 2 oct. 2018). Su relato est谩 atravesado por la impotencia y la desesperanza. Se asume que el trabajo no da para vivir, que hay que renunciar al proyecto de vida propio y que, adem谩s, hay que hacer el esfuerzo de sobreponerse an铆micamente. Asociar estabilidad a un contrato de dos meses y a media jornada es demoledor. El doblegamiento es un proceso doloroso y cruel que conduce a la destrucci贸n de la subjetividad.

Si adem谩s no se tiene trabajo la situaci贸n es a煤n peor. La cifra de paro es una de las m谩s altas de Europa (17.3% en 2018 y 14% para mayo de 2019). En el caso de los j贸venes alcanza el 32.5%. De acuerdo con el economista Antonio Sanabria, las cifras reales son a煤n mayores ya que: “Las estimaciones del desempleo no cuentan a quienes han dejado de buscar activamente al no encontrar trabajo, as铆 como a quienes s铆 trabajan pero hacen menos horas en contratos por horas o a jornada parcial… Si incluimos a estas personas desanimadas y subempleadas, la tasa de paro actual se aproximar铆a al 24,5%. Es decir, que una de cada cuatro personas en edad de trabajar no encuentra empleo, ha dejado de buscarlo o est谩 subempleada” (P煤blico, 2 oct. 2018). Y, por si esto fuera poco, la tasa de cobertura del sistema de protecci贸n por desempleo en enero de este a帽o fue de s贸lo el 61,87% (La Moncloa, 2019). ¿C贸mo vive el 38.13% restante?

La maquinaria neoliberal avanza como bulldozer destruyendo posibilidades de vida. Vicen莽 Navarro plantea que la esperanza de vida se ha modificado en Catalu帽a en funci贸n del nivel socioecon贸mico, entre ciudades y entre barrios, a partir de la recesi贸n de 2007 y que la situaci贸n es semejante en el pa铆s: “En Catalunya, la diferencia de esperanza de vida de ciudades de elevada renta como Sant Cugat del Vall猫s era de ocho a帽os m谩s que en ciudades obreras del cintur贸n de Barcelona como El Prat de Llobregat o Sant Adri脿 de Bes貌s. Y dentro de Barcelona, los barrios con rentas superiores como Pedralbes registraron durante el periodo 2009-2013 una esperanza de vida de 11 a帽os m谩s que el barrio obrero de Torre Bar贸, que tiene la esperanza de vida m谩s baja de Barcelona” (Navarro, 2017). En este contexto de guerra contra los pobres crece el n煤mero de personas que mueren por infartos y derrames cerebrales en el lugar de trabajo (208 s贸lo en 2017), las muertes por accidente laboral contin煤an creciendo (un 5.5% en 2018) y s贸lo desde inicios de 2019 comenzaron a contabilizarse como tales algunos accidentes de autom贸vil que ten铆an lugar en la jornada de trabajo. La concentraci贸n laboral en las grandes ciudades obliga a los trabajadores y a las trabajadoras a recorrer cada vez mayores distancias que se suman a su jornada de trabajo y que aumentan los riesgos de accidentes.

El neoliberalismo mata, literalmente, de diversas formas. Los suicidios se dispararon en los 煤ltimos a帽os. En 2016 la cifra lleg贸 a 3.569 suicidios, 10 por d铆a. La tendencia se repiti贸 en 2017. Es la segunda causa de muerte entre los j贸venes. Adem谩s, 2 millones de personas sufren ansiedad y 2,4 millones depresi贸n. Desde las teor铆as individualistas son silenciados al considerarlos problemas personales y no psicosociales. Muchos trabajadores de diversos 谩mbitos (campo, call center, comerciales, hosteler铆a, salud, etc.) son tratados con ansiol铆ticos y antidepresivos. Orfidal y Trankimacin aparecen con frecuencia en sus relatos. Pazital ser谩 el analg茅sico estrella recetado por los m茅dicos para tratar un cuerpo que se rebela a trav茅s del dolor. Asistimos a la medicalizaci贸n y psiquiatralizaci贸n de los problemas sociales (Moreno y Casani, 2011; Guinsberg, 2002).

Detr谩s de cada n煤mero en las estad铆sticas hay un ser humano asediado y doblegado que trata de resistir. El caso de Rosa, una trabajadora de un call center que sufri贸 acoso laboral es revelador. Tras el cambio de directrices en la empresa comenz贸 a sufrir acoso laboral al discrepar sobre la exigencia de vender ADSL a personas ancianas, lo que consider贸 poco 茅tico. Al coaching empresarial de grupo sigui贸 el personalizado. El malestar y la angustia fueron tratados por su m茅dico con un ansiol铆tico, adem谩s de recomendarle “hacer como los dem谩s” y adaptarse. “Lleg贸 un momento en que sent铆a que mi boca y mis o铆dos ya no me pertenec铆an”, cuenta, conectada durante horas a la diadema donde no dejaban de entrar autom谩ticamente llamadas. Despu茅s sobrevino el tratamiento psiqui谩trico y la p茅rdida del trabajo. Tras mucho esfuerzo est谩 reconstruyendo su vida (Relato de Rosa, 2019).

La experiencia espa帽ola no es diferente. Los impactos del neoliberalismo son similares a los de otras partes del mundo y de esas experiencias hay que aprender.

4. Doblegamiento y disciplinamiento: la dimensi贸n cultural de la guerra

El gran 茅xito del neoliberalismo ha tenido lugar en el plano sociocultural e ideol贸gico. La disputa es por una visi贸n del mundo y un sentido de vida que trata de imponerse no s贸lo como el mejor sino como el 煤nico posible (Ramos, 2003). Se requiere una refundaci贸n de la subjetividad y de las pr谩cticas sociales. Por un lado, somos socializados en los valores neoliberales (consumismo, satisfacci贸n material, individualismo) que tratan de crear la ilusi贸n de libertad (individual) y ascenso social para-s铆-mismo. Las reformas educativas tendr谩n un peso clave en la construcci贸n de este nuevo sujeto neoliberal (D铆ez, 2018). Al poner en el centro el yo se despliegan varias armas de destrucci贸n social masiva: la competitividad, la soledad, la frustraci贸n. Se atomiza el tejido social a la par que se socava la empat铆a, la solidaridad, la organizaci贸n y la participaci贸n pol铆tica. Por otro lado, somos socializados en la aceptaci贸n de las limitaciones y el abuso a trav茅s del disciplinamiento y doblegamiento. Se busca el control social con aceptaci贸n. El objetivo es la derrota: un sujeto “roto” f铆sica, emocional y mentalmente. El embate ideol贸gico y cultural ser谩 profundamente violento y proporcional a las expectativas de saqueo.

El murmullo de las amenazas y el miedo

Cada d铆a somos sobre-expuestos a experiencias violentas: la p茅rdida del trabajo, de la jubilaci贸n, de la vivienda, etc. Si se piensa en el futuro, se percibe a煤n peor. La sensaci贸n de vulnerabilidad se convierte en miedo y 茅ste es uno de los mecanismos m谩s eficientes de regulaci贸n social. Se habla casi en susurro tratando de no invocar la adversidad con la palabra, as铆, como se cuentan las desgracias: “despidieron a dos en el trabajo, el d铆a menos pensado me toca a m铆”, “acabo de encontrarme al vecino, ¡est谩 en el paro y con 50!”, “ah铆 van los hijos de Conchi, que vinieron a buscar los tupper para la semana”. Discursos impregnados de preocupaci贸n y angustia. Incertidumbre en el futuro y, sobre todo, un gran miedo a traspasar la l铆nea de la exclusi贸n, a ser pobres en definitiva. Y lo que se teme se convierte en amenaza. La percepci贸n de inseguridad se traslada desde la inseguridad social a la inseguridad p煤blica. Se teme al “otro” porque es pobre y a eso se van sumando los dem谩s componentes del estereotipo (color de piel, migrante, gitano, “es barrio”). Si adem谩s se es joven la percepci贸n de amenaza aumenta. Los medios de comunicaci贸n conservadores alimentar谩n los fantasmas al igual que las empresas de seguridad, encantadas de vender alarmas y rejas. Una parte de la poblaci贸n demandar谩 mayor presencia de los cuerpos de seguridad del Estado y estar谩 m谩s dispuesta a ceder su autonom铆a a cambio de sentirse seguros. Como resultado, la criminalizaci贸n de la pobreza y la criminalizaci贸n de la protesta crecen y comparten un referente de clase. El excluido-migrante-mena-barrio-gitano-joven es un potencial delincuente al igual que el excluido en general es un potencial activista y/o manifestante.

La narraci贸n desde el miedo, especialmente si la persona est谩 despolitizada y no tiene un marco de referencia cr铆tico, es una narraci贸n descontextualizada; as铆, la realidad aparece m谩s como producto del infortunio -”la crisis”- que de la decisi贸n e intereses de quienes ejercen el poder. Sin contexto, no se puede construir el sentido y significado de lo que sucede; lo particular se generaliza y entonces, nos convertimos en reproductores y amplificadores del miedo que (nos) paraliza.

Impotencia ante el abuso y la corrupci贸n

Primero se legaliz贸 el saqueo. Mucho antes de la crisis de 2008 las reformas legales ya hab铆an desmantelado una parte del Estado social. A partir de entonces, se acelera intensamente el proceso. El ciudadano se siente rebasado, no s贸lo por la velocidad e intensidad de la destrucci贸n sino por el avasallamiento de la corrupci贸n que aparece d铆a con d铆a y que es parte del saqueo. Un sinn煤mero de tramas y casos (Lazo, B谩rcenas, G眉rtel, Enredadera, etc) acompa帽ado de cifras escandalosas. Muchos implicados y pocos condenados, lo que genera un sentimiento de impotencia. Al mismo tiempo que se desahucian familias y muchas calles aparecen desoladas tras la quiebra de peque帽os negocios, el mundo del glamour y el derroche se exhiben como referentes de 茅xito. Todo es un gran exceso convertido en espect谩culo que el ciudadano tiene que procesar: la descomposici贸n de la clase pol铆tica, el sistema judicial en entredicho, el desamparo y la burla cruel ante el abuso. Los medios de comunicaci贸n acr铆ticos actuar谩n como cajas de resonancia del disciplinamiento. Al enojo le sigue la frustraci贸n que paraliza y desmoviliza. Cuando el poder se parapeta tras la Uni贸n Europea proyecta una imagen de fortaleza inexpugnable, como con la reforma del art. 135 constitucional que prioriza el pago de la deuda externa. Adem谩s se judicializa el conflicto y se legaliza la represi贸n; las multas y sanciones por “atentado contra la autoridad” en las movilizaciones son parte del disciplinamiento.

El des谩nimo y la desesperanza ser谩n s铆ntomas del doblegamiento. Sin darnos cuenta, nos convertimos en difusores de la negaci贸n del cambio; nuestras conversaciones empiezan a contener sus expresiones, “no hay nada que hacer”, “estamos vendidos”. El siguiente paso es la desmovilizaci贸n, ceder el espacio p煤blico para recluirse en la vida privada.

El disciplinamiento del cuerpo

La refundaci贸n social se aprehende e interioriza a trav茅s del cuerpo. En 茅l se experimentan los sentimientos y emociones de lo que hacemos, de lo que o铆mos, de lo que vemos. El cansancio y estr茅s del exceso de trabajo aparece en todos los relatos recabados (en el campo, en la f谩brica, en el hospital, etc.). R谩pido, cada vez m谩s. Sin tiempo de vida. La flexibilizaci贸n, la productividad, la multifuncionalidad se corporeizan. El m贸vil es la extensi贸n que hace presente el trabajo m谩s all谩 de la oficina; un mensaje autom谩tico se activa cada noche: “Sra. Rodr铆guez, son las 22:30, es tiempo de descansar” (Relato de Martina, 2019). Tambi茅n hablan del dolor (cuello, ci谩tica, codos, cabeza, etc.), del insomnio y la ansiedad, de la agresi贸n f铆sica y verbal de muchos jefes, del acoso laboral (Relato de Marta, 2019). La medicalizaci贸n asegura un d铆a m谩s de trabajo para el capital. Saliendo del trabajo contin煤a la agresi贸n: en lo que vemos al recorrer las calles, en lo que escuchamos en las noticias, en los mensajes de vulnerabilidad, de frustraci贸n, etc. La agresi贸n es corporal y emocional. Im谩genes y lenguaje asociados. As铆, el disciplinamiento del cuerpo y de las emociones se retroalimenta. En el cuerpo-mente tiene lugar la batalla que cada persona enfrenta todos los d铆as entre el doblegamiento y la resistencia. El asedio psicol贸gico permea las pr谩cticas socioculturales y la vida cotidiana buscando un sujeto d贸cil, por eso se asemeja a una cultura de guerra donde el objetivo es la poblaci贸n civil.

El lenguaje como arma de guerra

Frases construidas desde el poder, como “Han vivido por encima de sus posibilidades”, se repitieron una y otra vez desde la clase pol铆tica conservadora y los medios de comunicaci贸n. En la afirmaci贸n estaba contenido el juicio y condena que responsabilizaba a los ciudadanos de a pie de todos los males de la econom铆a; eran irresponsables, derrochadores y deb铆an pagar por ello. As铆 se justificaban los “recortes”. Quienes estaban siendo saqueados eran adem谩s despreciados p煤blicamente. El exceso y la burla son propios de la crueldad. La ofensa es a煤n mayor si consideramos que en Espa帽a, la distribuci贸n social fue relativa y dur贸 apenas unos a帽os, logrando cosas muy b谩sicas: tener un trabajo (y no todas), endeudarse para adquirir una vivienda y un coche, e irse unos d铆as de vacaciones. El lenguaje, que es un constructor de realidad, oper贸 como instrumento de maltrato para legitimar la exclusi贸n.

El ejercicio de crueldad no tuvo contenci贸n. Recordemos aquel famoso “que ¡se jodan!”, dicho a micr贸fono abierto por la diputada del PP Andrea Fabra, durante el periodo m谩s duro de las pol铆ticas de ajuste, o el “Qu茅 ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y ¡os jod茅is!” de la Secretaria de Comunicaci贸n del gobierno de Rajoy. En ambas expresiones no s贸lo hay desprecio sino disfrute. Los ciudadanos fueron as铆 maltratados y victimizados una y otra vez por los mismos que encabezaban la corrupci贸n. Las tertulias televisivas se encargar铆an de convertir en espect谩culo la agresi贸n verbal, con participantes gritando e insultando al que piensa diferente. Desde hace a帽os, han jugado un importante papel en la banalizaci贸n de la crueldad, contribuyendo a normalizar esas pr谩cticas entre los espectadores.

El lenguaje de la crueldad coloniza tambi茅n a los de abajo, que reproducen, a veces sin darse cuenta, el discurso y las pr谩cticas dominantes, en sus entornos y con sus iguales. As铆 es el comentario despreciativo, racista o clasista, en la barra del bar, lanzado con fuerza para provocar y hacerse o铆r. Otras veces, ya no es necesario el papel del maltratador externo (tertuliano virulento, pol铆tico conservador, jefe explotador, “cu帽ado”), uno mismo realiza esa funci贸n a trav茅s de expresiones cotidianas que refuerzan el doblegamiento: “Aqu铆 s贸lo pagamos los pringaos”, “Esto es lo que hay”, “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. La autodescalificaci贸n est谩 impregnada del lenguaje de la derrota que nos expropia de la palabra para nombrar y comunicar el mundo futuro que queremos construir.

Silenciamiento forzado o cuando tu “cu帽ado” es un paramilitar cultural

La agresi贸n permanente tambi茅n busca doblegar al disidente hasta condenarle al silencio; se apropia de su palabra y neutraliza su acci贸n en el medio social. Es censura y act煤a en los espacios de vida cotidiana (la familia, los amigos, el trabajo). El proceso es doloroso para quien lo experimenta. Sin palabra no podemos nombrar y ser en el mundo. Sin narraci贸n propia la persona es anulada. As铆 opera la agresi贸n del “cu帽ado” conservador que convierte cualquier reuni贸n familiar en ocasi贸n de acoso y derribo. Provoca, insulta y degrada recurriendo a etiquetas descalificadoras -”radical”, “extremista”, “podemita”-. La v铆ctima ser谩 recriminada por el resto del grupo que act煤a como espectador, como sucede en toda cultura de guerra -“siempre est谩s igual”, “para qu茅 sigues con eso si no te hace bien” (Relato de Teresa, 2019)-. La v铆ctima ser谩 identificada como fuente del problema, quien arruina la fiesta -”siempre hablando de pol铆tica”- siendo revictimizada. Peor a煤n si es mujer. Por la v铆a de fuerza queda regulado de qu茅 se puede hablar, c贸mo y cu谩ndo. Resistir no es f谩cil. El “cu帽ado” (o el jefe, amigo, vecino), disfruta de la agresi贸n y, lo sepa o no, es un operador del frente neoconservador en esta guerra cultural.

Mecanismos de adaptaci贸n: (auto)destrucci贸n emocional para la supervivencia

En la sociedad neoliberal la transformaci贸n de la subjetividad nos impone dejar de ser, para ser otro. Ante lo doloroso del proceso, la persona activa mecanismos de adaptaci贸n que disminuyan el dolor y le permitan sobrevivir. Una anciana buscando comida en un contenedor de basura. La imagen es impactante. Un hombre duerme en el cajero todas las noches, coloca su cart贸n y se cubre con una manta. Escenas que ahora son recurrentes. Unos no quieren mirar, porque produce dolor, otros porque no les interesa; otros guardan silencio. A medida que las situaciones se mantienen en el tiempo e incluso se intensifican, se sienten impotentes. Los espectadores generan estrategias para aceptar los hechos, evitar el dolor y as铆 sobrevivir; ser谩n los principales destinatarios de los mensajes y acciones difundidos por los victimarios (Blair, 2001). La violenta exclusi贸n se va normalizando. El precio ser谩 la destrucci贸n previa del sujeto doliente, de su mirada del mundo emp谩tica, de su sentir solidario y de su palabra cr铆tica. Es parte del proceso de disciplinamiento y doblegamiento. Parafraseando a Lind, creador del concepto guerra de cuarta generaci贸n, es en el campo mental y emocional donde se define el triunfo de esta guerra cultural. Una guerra invisible e invisibilizada que tiene como objetivo el control social con aceptaci贸n (Kilcullen, 2006).

5. La guerra contra los pobres: no merecimiento y segregaci贸n territorial

A medida que las pol铆ticas neoliberales se extienden en el tiempo, el empobrecimiento afecta a m谩s personas. La crueldad escala varios niveles cuando desde los sectores conservadores se construye una corriente de opini贸n que responsabiliza a los excluidos de todos los problemas sociales (previos y por venir) y del mal funcionamiento de la econom铆a a partir de una supuesta inferioridad moral. Se les culpabiliza y exhibe p煤blicamente como 煤nicos responsables. Las etiquetas denigrantes brotan en cascada y se repiten incesantemente en medios de comunicaci贸n y desde las voces conservadoras: irresponsables, derrochadores, fracasados, incapaces, personas que no valoran, que no aprovechan, que abandonan. Se construye una corriente de opini贸n que les considera no merecedores (undeserving) e indignos de una vida mejor, de recibir ayuda social del Estado y de habitar los espacios de la ciudad donde viven los “afortunados”. La narrativa del poder no tiene contexto, ni historia, ni estructura econ贸mica. Una vez trasladada la responsabilidad de su situaci贸n a las propias v铆ctimas, la crueldad se habr谩 banalizado penetrando las pr谩cticas sociales e instal谩ndose en la vida cotidiana: el duque de Alba declara que “envidia ser un jornalero del PER”, un grupo viola colectivamente a una mujer para “divertirse” porque est谩n de fiesta, un ni帽o maltrata sistem谩ticamente a su compa帽ero en el colegio, etc. El exceso y la banalizaci贸n de la crueldad son caracter铆sticas de una cultura de guerra.

A los excluidos se les exige superarse a s铆 mismos al mismo tiempo que el maltrato y la degradaci贸n p煤blica promueven el des谩nimo; una exigencia imposible -y por ello cruel- considerando los candados estructurales del neoliberalismo que cancelaron la movilidad social ascendente. La presi贸n social y psicol贸gica refuerza la autoculpabilidad y el sentimiento de inutilidad social de los excluidos. “Trabajo hay pero no quieren trabajar”, “quieren chupar del Estado”; son tratados como par谩sitos, como un costo y un lastre. Los mensajes violentos se incorporan al discurso p煤blico y se difunden entre los sectores medios e incluso entre los afectados. “La gente derrocha y pide medicinas que no necesita”, como se argument贸 para impulsar el co-pago, aunque ninguno de sus voceros aclar贸 que el t茅rmino proced铆a del viejo lenguaje neoliberal, usado hac铆a cuarenta a帽os en Am茅rica Latina. Adem谩s, se considera que no se esfuerzan lo suficiente para salir de su situaci贸n, por lo que hay que presionarles, administrativa y jur铆dicamente. As铆 se endurece y reduce el acceso a las ayudas sociales, casi todas externalizadas, que revictimizan al solicitante, teniendo que exponer y justificar moralmente su situaci贸n. “Lo m谩s dif铆cil no fue tomar la decisi贸n de ir a pedir la ayuda alimentaria sino tener que contar una y otra vez por lo que est谩bamos pasando a personas que no conoc铆a de nada” (Relato de Regina, 2019).

A medida que el trabajo disminuya o que los trabajos bien pagados escaseen, el rechazo a los pobres ser谩 mayor y nutrir谩 las bases sociales y electorales conservadoras y de extrema derecha. La toxicidad de la mentira es parte del desmerecimiento y la guerra cultural: los inmigrantes y la poblaci贸n gitana “acaparan las ayudas sociales”, “A este pa铆s ha venido mucha gente a hacer turismo sanitario”. No importa que varios funcionarios de servicios sociales, M茅dicos del Mundo (2012), Amnist铆a Internacional y otras organizaciones lo hayan desmentido (Reder, 2017). No importa que lo que existe como negocio sanitario sea de car谩cter privado y est茅 orientado a tratamientos est茅ticos para el turismo europeo. Los pobres ser谩n la amenaza y el enemigo a combatir. La cultura conservadora previa ser谩 el caldo de cultivo ideal, con todos sus imaginarios hist贸ricos, c贸digos y s铆mbolos del (in)consciente colectivo.

El no merecimiento es la fase m谩s cruenta de la guerra sociocultural contra los pobres, “es una guerra librada con una variedad de armas como la retenci贸n de oportunidades de trabajo decentes, escuelas, viviendas y las necesidades requeridas… A veces es tambi茅n una guerra asesina, pero m谩s a menudo, la guerra mata el esp铆ritu y la moral de la gente pobre y adem谩s se suma a las miserias que resultan de la carencia de dinero” (Gans, 1995). En el frenes铆 de la crueldad, adem谩s, se les exige que tengan suficiente fortaleza para salir adelante por s铆 mismos, que crean en s铆 mismos, que se sobrepongan a sus circunstancias, que no se dejen arrastrar. El “coaching” y “mindfulness” ser谩n la nueva ideolog铆a orientada a los pobres y convertida en negocio; inunda el campo laboral y terape煤tico, alimentando la egolatr铆a, el presentismo (aqu铆 y ahora) y la despolitizaci贸n del sujeto. La soluci贸n est谩 en uno mismo y en la irrestricta libertad de mercado, dir铆a Hayek, s贸lo hay que ser “emprendedor” -lo que se conoci贸 como “microempresario” en Am茅rica Latina hace treinta a帽os- As铆, el capital accede a los escasos ahorros familiares y generar nuevo endeudamiento. Nada escapa al saqueo.

Pero la crueldad no es in煤til para el productor de violencia (Blair, 2001). La guerra cultural contra los pobres es una estrategia altamente provechosa que permite: construir una explicaci贸n sobre la “crisis” con responsables definidos sobre los que focalizar la rabia; justificar las medidas pol铆ticas adoptadas; y legitimar y legalizar el desmantelamiento de las instituciones de distribuci贸n social, as铆 como la cancelaci贸n de futuros recursos para los excluidos. Los 煤nicos pobres aceptados socialmente son los pobres d贸ciles, los que no protestan o los que se suicidan; contra todos los dem谩s, se reforzar谩 la legislaci贸n de seguridad que criminaliza la disidencia. Es una guerra de espectro completo (econ贸mica, social, cultural, psicol贸gica, pol铆tica, jur铆dica) en la que se disputa el control de la poblaci贸n. Es guerra de cuarta generaci贸n.

Territorios segregados, la frontera del barrio y la frontera de clase

A la segregaci贸n f铆sica, ideol贸gica y cultural de los pobres se sumar谩 la territorial. El desplazamiento hacia la periferia de las ciudades es parte del despojo a la vez que refuerza su invisibilidad -desaparecen del espacio p煤blico por donde transitan los favorecidos, donde su presencia incomoda-. Los territorios con valor de negocio para la especulaci贸n inmobiliaria, viviendas, calles, barrios enteros, se disputan como en un frente de guerra (Relato de Santiago, 2019; Relato de Alba, 2019; Relato de Ma. Antonia y Salvador, 2019). El precio del suelo crece de forma imparable al igual que los alquileres que el Estado, apelando a la propiedad individual y al mercado, no est谩 dispuesto a regular ¿C贸mo van a vivir “esas gentes” a escasos metros de una de las zonas tur铆sticas m谩s codiciadas de Barcelona, como El Raval? ¿O Lavapi茅s? En el centro de Sevilla varios carteles pegados en las paredes denuncian “¿Conoces a Javier Lorenzo? Javier no es un vecino del barrio. Javier no es el vecino que alquila una habitaci贸n para llegar a fin de mes. Javier tiene 77 apartamentos en AirBnb”. El lenguaje de la especulaci贸n es cruel y clasista: “se vende con bichos” es una expresi贸n usada en el sector inmobiliario en referencia a las personas que habitan un edificio en disputa. El acoso inmobiliario sucede en grandes y peque帽as ciudades, como Le贸n, y no respeta edades. Mar铆a ten铆a 80 a帽os y su esposo 88, hab铆an vivido cerca de 60 a帽os en una casa de alquiler. La presi贸n del propietario para que abandonara el piso fue creciendo hasta que un d铆a dos hombres entraron en su casa y le dijeron “venimos a medir el piso”. Inmediatamente preguntaron si ten铆a joyas, reloj y dinero mientras abr铆an cajones y puertas para intimidarles y lograr que se fueran (Relato de Mar铆a, 2019).

La din谩mica de los desplazamientos en las ciudades es un espejo de la desigualdad en ascenso. A gran escala, hay un efecto de expulsi贸n hacia la periferia que tiene un efecto domin贸. Quienes estaban en el centro se trasladan a un barrio contiguo -si pueden-, a su vez la presi贸n encarecer谩 el suelo en ese lugar y desplazar谩 a una parte de esos vecinos y as铆 sucesivamente. Por otro lado, el modelo laboral de concentraci贸n urbana genera una din谩mica del desplazamiento desde los pueblos m谩s peque帽os a las ciudades pr贸ximas y, en general de 茅stas a las ciudades m谩s din谩micas. Trabajadores concentrados, compitiendo por los escasos puestos de trabajo, viviendo en caros y escasos metros cuadrados. Es una din谩mica de empobrecimiento masivo. El resultado, sumado al envejecimiento demogr谩fico, son extensas zonas del pa铆s despobladas y un mundo rural en agon铆a (50%de los municipios est谩 en riesgo de desaparici贸n) (FEMP, 2016).

En una escala micro, los antiguos barrios obreros se convierten en los lugares donde se concentra la poblaci贸n con menos recursos, originaria y/o migrante. Estos barrios se van degradando con la indolencia si no es que con la complicidad de las autoridades (Pol铆gono Sur y Pajaritos en Sevilla, El Crucero y Armunia en Le贸n, Entrev铆as, San Blas o Vallecas en Madrid, etc.). Se habla de barrios y escuelas gueto, algo inaudito, en alusi贸n a los guetos en Estados Unidos y las banlieue en Francia (Wacquant, 2007). Una etiqueta degradante m谩s de la guerra cultural que penetra el lenguaje cotidiano. El discurso de la diversidad convive hoy con el de la segregaci贸n, que invisibiliza a los actores de estos espacios, su diversidad mestiza, su historicidad pol铆tica y su organizaci贸n.

La desconfianza y el miedo construyen una frontera simb贸lica y cultural que los medios de comunicaci贸n y el pensar acr铆tico cultivan sin cesar (Roitman, 2016). En algunos casos, la frontera es f铆sica y literal, como el muro que separa el Pol铆gono Sur en Sevilla. Se habla desde los prejuicios y de lo que no se conoce. La frontera es, sobre todo, ideol贸gica; una frontera de clase que marca lo incluido y excluido, el adentro y afuera, el ser respetado o visto como amenaza, el temer o tener miedo de ser temido. Los muros de la frontera crecen con la destrucci贸n de pol铆ticas sociales, con el car谩cter punitivo de la cultura neoliberal y con el a帽ejo eco del clasismo y racismo de una derecha revivificada. Cada d铆a hay que desmontar el estigma y enfrentar la agresi贸n para ser reconocido como interlocutor. La negritud, el acento extranjero o cal贸, el rostro gitano, el aspecto de barrio, pesan. Y, por si esto fuera poco, hay que sobreponerse al peso que impone la degradaci贸n del entorno (el deterioro de los espacios p煤blicos, o la basura en la calle, o la venta de droga, etc.). Se tendr铆a la impresi贸n de que son territorios cercados y “gestionados” desde el poder, con menos presencia de los servicios sociales y de seguridad en relaci贸n a los espacios donde vive poblaci贸n m谩s favorecida, cuando deber铆a ser al contrario. As铆 son Las Vegas, en Sevilla, un conocido punto de distribuci贸n de droga. La patrulla pasa y mira mientras la solicitud de la gente del barrio para poner una comisar铆a nunca ha sido atendida. Esto mismo sucede en otros lugares del pa铆s.

6. Pol铆ticas de seguridad y guerras de cuarta generaci贸n

Las pol铆ticas de seguridad y defensa en el Estado neoliberal son un reflejo de la conservadurizaci贸n del poder. Los cuerpos de seguridad cumplen un papel cada vez m谩s relevante como garantes del orden social. En un contexto en el que se castiga la inversi贸n en pol铆tica social, el presupuesto de defensa creci贸 un 10,6%, tan s贸lo en 2018, alcanzando los 8.500 millones de euros (M€); el incremento en 2017 fue de 32%. Pero si se considera el gasto de defensa oculto e integrado en otras partidas, el gasto real ascender铆a a 19.926 M€ (Ortega y Bohigas, 2018). Por otra parte, est谩 el gasto en seguridad ciudadana y penitenciarias que en 2018, fue de 8.400 M€.

A medida que se fortalece el Estado de seguridad, la definici贸n (y percepci贸n) de las amenazas se ampl铆a. Al terrorismo se suman las amenazas y conflictos h铆bridos. La generalidad de su definici贸n corresponde a la guerra de amplio espectro o guerra total (econ贸mica, social, pol铆tica, ideol贸gica), permanente y preventiva, con implicaciones en seguridad interior. La Estrategia de Seguridad Nacional 2017, desde la que se definen las acciones de los cuerpos de seguridad y cuyo contenido se refleja en materia jur铆dica, identifica amenazas y desaf铆os que f谩cilmente caen en el campo social y pol铆tico. M谩s all谩 del terrorismo, crimen organizado o ciberseguridad, entre las amenazas se incluye seguridad informativa y desinformaci贸n, infraestructuras cr铆ticas (relativas al funcionamiento de las funciones sociales b谩sicas de salud, seguridad, bienestar social y econ贸mico, sector p煤blico, agua, alimentaci贸n, administraci贸n, energ铆a, espacio, industria qu铆mica y nuclear, transportes, sistema financiero y tributario); desestabilizaci贸n; cat谩strofes; estados fallidos; inestabilidad econ贸mica y financiera; migraci贸n irregular; y cambio clim谩tico. El texto reconoce la naturaleza no s贸lo geopol铆tica, tecnol贸gica y econ贸mica sino tambi茅n social de las amenazas y conflictos h铆bridos. La finalidad de 茅stos es “la desestabilizaci贸n, el fomento de movimientos subversivos y la polarizaci贸n de la opini贸n p煤blica”. La subversi贸n, la presi贸n econ贸mica y financiera forman tambi茅n parte de ellos, con la elasticidad e implicaciones que conllevan. Muchos de los conflictos y acciones de protesta social y pol铆tica podr铆an caber en tal definici贸n, abriendo el camino a la criminalizaci贸n de la protesta.

En la multidimensionalidad, ambig眉edad y mutabilidad de las amenazas descansa el car谩cter permanente y preventivo de la respuesta, lo que signific贸 un cambio dr谩stico en la pol铆tica de seguridad y defensa a nivel nacional e internacional, con profundas implicaciones en la obtenci贸n de informaci贸n y en las acciones de los cuerpos de seguridad. A partir de la idea del enemigo interno y difuso, que puede ser cualquiera y estar en cualquier parte, se desdibuj贸 la frontera entre seguridad nacional y seguridad p煤blica. Aunado a los atentados de los 煤ltimos a帽os, el uso pol铆tico del miedo, al convertir a cualquier ciudadano en una posible amenaza, dispar贸 la percepci贸n de inseguridad y promovi贸 la securitizaci贸n de la sociedad.

De estas concepciones y lineamientos de seguridad derivan la Ley de Seguridad Nacional, la reforma del C贸digo Penal y la Ley de Seguridad Ciudadana, que es una gran camisa de fuerza destinada al control social y pol铆tico. Amnist铆a Internacional se帽alaba: “las leyes antiterroristas restringen la libertad de expresi贸n en Espa帽a... decenas de personas usuarias corrientes de las redes sociales, as铆 como artistas musicales, periodistas e incluso titiriteros, han sido procesadas por motivos de seguridad nacional. Esto ha tenido un profundo efecto paralizante al crear un entorno en el que la ciudadan铆a teme de forma creciente expresar opiniones alternativas o hacer chistes controvertidos” (Amnist铆a, 2018). La lista es larga. Los m煤sicos Pablo Has茅l y C茅sar Strawberry, el cineasta Alex Garc铆a, condenado a dos a帽os de prisi贸n, 4.800 euros de multa y 9 a帽os de inhabilitaci贸n para empleos o cargos p煤blicos por su documental Represi贸n: un arma de doble filo, en el que entrevistaba a personas procesadas por “enaltecimiento del terrorismo” y por el que ser铆a 茅l mismo acusado de acuerdo al art. 578 del C贸digo Penal. Entre 2016-17, 66 personas fueron detenidas a ra铆z del dicho art铆culo. 300 sindicalistas fueron acusados por participar en piquetes como resultado del art. 315.3 del C贸digo Penal. Desde que entr贸 en vigor la Ley de Seguridad Ciudadana, las multas ascienden a 270 M€. Todas estas situaciones de criminalizaci贸n de la disidencia y la resistencia son acciones ejemplarizantes propias de un Estado de seguridad que usa el miedo como mecanismo de desmovilizaci贸n y silenciamiento. Es la otra vertiente del doblegamiento y la derrota. El delito de rebeli贸n y desobediencia imputado a los pol铆ticos catalanes, m谩s all谩 de la posici贸n pol铆tica que cada quien tenga sobre el independentismo, es otra muestra. La situaci贸n ha llegado a tal punto que el propio Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha sancionado a Espa帽a por violar la libertad de expresi贸n, como en el caso de la condena de c谩rcel impuesta a E.Stern y J. Roura por quemar una foto de los Reyes en una manifestaci贸n.

La securitizaci贸n de la sociedad crece con el aumento de efectivos en las calles y con la penetraci贸n de la “cultura de seguridad” en la educaci贸n p煤blica, con programas conjuntos del Ministerio de Interior y de Educaci贸n para introducir el enaltecimiento y acercamiento a las Fuerzas Armadas y Guardia Civil, ideol贸gicamente y como fuente de empleo (D铆ez, 2019). La promoci贸n de una “cultura de la seguridad” aparece expl铆citamente como una de las l铆neas de acci贸n de la Estrategia de Seguridad Nacional que hace descansar en la participaci贸n ciudadana la efectividad de la pol铆tica de seguridad: “nadie es hoy ya sujeto pasivo de la seguridad”, se帽ala. As铆, todos, en cierta medida, podemos ser simb贸licamente soldados del sistema. El Ministerio del Interior prepara un carnet de "polic铆a honorario" para reconocer a quien act煤e a favor de la Polic铆a (Agueda, 2019). La securitizaci贸n tambi茅n se expresa en las formas de actuaci贸n de los cuerpos de seguridad. El maltrato y la tortura han sido documentados por Amnist铆a Internacional, Naciones Unidas, por el Comit茅 para la Prevenci贸n de la Tortura del Consejo de Europa, en 2007, y por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que, desde 2010, ha condenado a Espa帽a hasta en ocho ocasiones por no investigar con eficacia las denuncias de tortura. Entre 2005 y 2015 se hab铆an denunciado 6.621 casos de maltrato y tortura policial, seg煤n la Coordinadora para la Prevenci贸n de la Tortura. El experto Pau P茅rez-Sales (2015), precisa: de los casos “producidos en ambientes ajenos a una detenci贸n en comisar铆a, el 50% de los mismos se ha producido contra activistas de los movimientos sociales, cerca del 40% contra inmigrantes y s贸lo un 10% est谩 relacionado con el ‘conflicto en Euskadi’”.

Todos estos procesos alimentan la cultura de guerra en la que descansa la refundaci贸n conservadora del sujeto. T茅rminos como “extremista violento”, “radical” y “terrorista” aparecen en los documentos de seguridad y ser谩n usados tambi茅n para insultar y denigrar p煤blicamente a quienes tienen posturas pol铆ticas cr铆ticas. La amenaza de “desestabilizaci贸n” corresponder谩 coloquialmente con la etiqueta de “antisistema”. La concepci贸n de seguridad y la definici贸n de amenazas no s贸lo responden a la Estrategia de Seguridad Europea sino al modelo de norteamericanizaci贸n de la seguridad difundido en la OTAN. La guerra h铆brida es un concepto de reciente aparici贸n (2014) que tiene sus antecedentes en la guerra de cuarta generaci贸n, una guerra no convencional, que no requiere de actores estatales -como se帽ala la Estrategia Nacional de Seguridad para referirse a los conflictos h铆bridos, “[acciones] perpetradas tanto por actores estatales como no estatales”-, y ni siquiera armados porque el car谩cter central de los conflictos ser谩 cultural: “Es en la estrategia y en los niveles mental y moral donde se define la guerra” (Lind, 2004). Una guerra de amplio espectro en la que se disputa el control de la poblaci贸n; el 茅xito requiere informaci贸n y conocimiento de la poblaci贸n y su contexto sociocultural. No es casual que el t茅rmino fuera acu帽ado en 1989, en una primera versi贸n, en pleno ascenso del neoconservadurismo en Europa y Estados Unidos, cuando la concepci贸n de las amenazas se traslada del comunismo al terrorismo. De aqu铆 se ir谩n ampliando hasta abarcar un amplio espectro y ser谩n recogidas en el Documento Santa Fe IV (2000): amenazas no convencionales (econ贸micas, culturales, ideol贸gicas), demograf铆a (asociada con migraci贸n y pobreza), desindustrializaci贸n (asociada con desempleo), deforestaci贸n (asociada con el actual cambio clim谩tico), deuda (amenaza financiera), drogas y terrorismo, desestabilizaci贸n y democracia populista. Son equivalentes a las que encontramos en la Estrategia de Seguridad Nacional.

Es decir, desde hace m谩s de tres d茅cadas, la concepci贸n de la guerra se modific贸 y poco tiene que ver con la guerra militar expl铆cita, aunque 茅sta siga presente. De hecho, la fase armada es la 煤ltima de todas las fases, a la que antecedieron la guerra econ贸mica, jur铆dica, medi谩tica, etc. Creveld, en su conocida obra La transformaci贸n de la guerra (2007), destaca que la propaganda y la generaci贸n de terror son definitorias para el 茅xito. Hoy sabemos que cuanto mayor miedo y vulnerabilidad, mayor es la demanda de seguridad y disposici贸n de la poblaci贸n a aceptar medidas de control. Estas nuevas formas de guerra tambi茅n son consideradas conflictos de baja intensidad en los que la insurgencia puede operar a nivel internacional (grupos peque帽os o articulados que pueden estar asociados o no a un poder estatal). Entre las nuevas formas de insurgencia est谩n catalogados no s贸lo el narcotr谩fico y el terrorismo, como se帽ala el Manual de contrainsurgencia 3-24, usado por la OTAN (2014). Kilcullen, un pensador de referencia, ex militar, diplom谩tico y asesor pol铆tico que fund贸 una compa帽铆a de consultor铆a de estrategia, define la insurgencia como “una lucha por el control de un espacio pol铆tico disputado entre un Estado, un grupo de Estados o poderes y uno o m谩s rivales no estables de base popular. Las insurgencias son levantamientos populares que crecen y se conducen a trav茅s de redes sociales preexistentes: aldeas, tribus, familias, vecindarios, partidos pol铆ticos o religiosos. Y existen en un entorno social, informativo y f铆sico complejo” (Kilcullen, 2006). El triunfo ante estos actores no convencionales, dir谩, reside en el control con aceptaci贸n de la poblaci贸n. De ah铆 que la guerra ideol贸gica, cultural y psicol贸gica sea vital. Kilcullen, adem谩s, incorpora expl铆citamente en su an谩lisis el conflicto de “clases sociales”.

En definitiva, la refundaci贸n conservadora de la sociedad en el neoliberalismo no puede entenderse al margen de la pol铆tica de seguridad y defensa que est谩 centrada en guerra ideol贸gico-cultural.

7. Un ep铆logo que es s贸lo el inicio

Son muchos quienes tejen proyectos y construyen organizaci贸n, quienes mantienen la palabra cr铆tica y resguardan la memoria. Las muchas resistencias y fortalezas que enfrentan cada d铆a el doblegamiento necesitan (volver a) encontrarse. Es urgente detener este capitalismo de guerra. No estamos defendiendo solamente nuestros derechos, sino la vida y nuestras posibilidades de vida. Nadie nos va a dar otra. Como dicen sabiamente los yayos, “Si luchas puedes perder. Pero, si no luchas, est谩s perdida” (Asamblea en Defensa de las Pensiones Le贸n, 2019). Ya no tenemos opci贸n, ni tiempo para alimentar la derrota, lo que nos queda es seguir manos a la obra y sumar muchas otras.

Mar铆a Jos茅 Rodr铆guez Rejas es soci贸loga. Es autora de La norteamericanizaci贸n de la seguridad en Am茅rica Latina (Akal, 2017).

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Torr眉s, A. (2015).“Espa帽a ha vivido desde 2004 m谩s de 6.600 casos de tortura o malos tratos policiales”, en P煤blico, 1 de febrero. Disponible en:https://www.publico.es/politica/espana-vivido-2004-mas-600.html

Vega, R. (2010). Econom铆a y pol铆tica en el M茅xico neoliberal. Patr贸n de acumulaci贸n y bloque de poder, Tesis de Licenciatura en Ciencias Sociales, UACM, M茅xico.

Otras fuentes

Relato de Irene Terr贸n y de Paula(nombre ficticio) sobre pensiones m铆nimas (2019), Le贸n

Relato de Luisa (nombre ficticio) sobre deslocalizaci贸n (2019), Le贸n

Relato de Mar铆a Casado sobre acoso inmobiliario (2019), Le贸n

Relato de Regina Fern谩ndez sobre endeudamiento y “emprendimiento” (2019), Logro帽o

Relato de Rosa (nombre ficticio) sobre acoso laboral (2019). Zaragoza

Relato de Teresa (nombre ficticio) sobre silenciamiento (2019), Le贸n

Relato de Martina (nombre ficticio) sobre invasi贸n del trabajo en la vida (2019), Barcelona

Relato de Mar铆a Antonia de la Hoz y Salvador Garc铆a (2019), Sevilla.

Relato de Santiago Gonz谩lez (2019), Barcelona.

Relato de Alba (nombre ficticio) sobre gentrificaci贸n (2019), Barcelona

Relato de Victoriano Vela, Jos茅 Manuel Amaya, Antonia Carrasco, David Amaya, Carmen Tasc贸n y Miguel Garc铆a sobre condiciones de trabajo en el campo (2019), Sevilla

Relato de Iris (nombre ficticio) sobre condiciones laborales de los j贸venes (2019), Le贸n

Rodr铆guez, M.J. (2019). Diario de campo “Impactos sociales y psicosociales del neoliberalismo en Espa帽a”, diciembre 2018-junio 2019

Notas

1/ Este trabajo es resultado de una reflexi贸n tejida a trav茅s de largas conversaciones con diversas personas que tuvieron la amabilidad y paciencia de compartir sus experiencias y su mundo de vida durante siete meses. Fue la mejor c谩tedra sobre experiencias e impactos del neoliberalismo que podr铆a haber imaginado. Por todo ello les estoy infinitamente agradecida. Tambi茅n por permitirme vivir desde la cotidianidad el pa铆s del que emigr茅 hace 24 a帽os y al que regreso siempre. Los registros se plasmaron en un diario de campo y en la grabaci贸n de 75 relatos de personas de Sevilla, Barcelona, Logro帽o, Zaragoza, Madrid y Le贸n que conforman una radiograf铆a del pa铆s y que ser谩n trabajados a futuro desde tem谩ticas espec铆ficas: condiciones laborales (falsos aut贸nomos, jornaleros, obreros, trabajadores de la banca, de la salud, artesanos, desempleados, acoso laboral, “emprendedores” endeudados), desplazados (deslocalizados, emigrados, desplazados urbanos por la gentrificaci贸n), desahuciados, migrantes, retornados, jubilados, j贸venes, territorios estigmatizados (barrio popular, escuela “gueto”), represi贸n de activistas, salud en riesgo, silenciamiento, negritud y racismo, despoblamiento, caridad y externalizaci贸n de la asistencia social, personas en situaci贸n de calle.

2/ Para revisar la distinci贸n entre situaci贸n de guerra y estado de guerra, v茅ase “La caracterizaci贸n de una situaci贸n de guerra, el problema m谩s all谩 de la violencia”, en Rodr铆guez Rejas (2017).


(Coordinadora Estatal por la Defensa del Sistema P煤blico de Pensiones, Le贸n)

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