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La coyuntura global y Latinoamérica

OPINIÓN de Juan Chaneton.- La complejidad política y social que exhibe el escenario global es el telón de fondo sobre el que se recortan las crisis regionales. Aquel escenario muestra a ciertas políticas de Estados Unidos y Europa como causas de desestabilizaciones mundiales que a la vez constituyen, esas políticas, el núcleo de la crisis misma que afecta, por caso, a Inglaterra, Italia o Francia y, con toda evidencia, a los Estados Unidos. Desarrollamos una síntesis conceptual de los principales datos de la coyuntura global que involucra a dichos países, datos que, por su peso específico, confieren su impronta política y moral a todo el Occidente del que, aun ubicados en su periferia, formamos parte como Latinoamericanos.

I.- Una serie de medidas peligrosas ha tomado Donald Trump en los últimos tiempos, entre las cuales destacan, con luz propia, la ruptura de dos acuerdos de paz (el "cinco más uno", con Irán, y el así llamado INF, con Rusia) y la guerra comercial que decidió emprender contra China sin -al parecer- medir las consecuencias.

El "cinco más uno" -ampliado con la Unión Europea- es el así llamado Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) firmado en 2015 entre los integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Estados Unidos, Francia, Rusia, Reino Unido) más Alemania, por un lado, y la República Islámica de Irán, por el otro. En su virtud, se dispuso el levantamiento de las sanciones impuestas contra Teherán por el anterior presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a cambio de que el país persa limitara su programa nuclear. Donald Trump, en línea con Tel Aviv y el lobby judío norteamericano, procedió a romper el acuerdo el 8 de mayo de 2018 y restableció sus sanciones unilaterales a Irán.

Pero también decidió retirarse, el 2 de agosto último, del Tratado de Armas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, sigla de Intermediate-Range Nuclear Forces). Puso fin así a un consenso que había mostrado su eficacia desde 1987, año en que la Unión Soviética y los EE.UU., por intermedio de sus presidentes, Mikhail Gorbachov y Ronald Reagan, se comprometieron a limitar la escalada del terror respecto de misiles de alcance 500-5500 Km.

Con las manos libres para instalar ese tipo de misiles donde lo creyera necesario, Trump no ha tenido mejor idea que anunciar que lo haría... ¡junto a la frontera de la Federación Rusa! La consecuencia, natural y lógica, es que el mundo se corre un poco más hacia el conflicto entre superpotencias nucleares: el presidente Putin acaba de avisarle a EE.UU. que sus maniobras de guerra en la región Asia-Pacífico amenazan la seguridad rusa y que, por ende, el país va a tomar "medidas simétricas" para contrarrestar la amenaza. Esas medidas, es lógico suponerlo, consistirán en que Rusia va a comenzar a fabricar lo que el INF le prohibía.

No se crea que tales juegos de guerra del aparentemente estólido ocupante de la White House se deben a la mera torpeza de un hombre que ganó unas elecciones pero no está calificado para gobernar. Por el contrario, Donald Trump se apoya -y a la vez expresa- el interés negocial del complejo armamentístico y aeroespacial Raytheon, que es propiedad del Grupo Vanguard y cuyo dueño es Míster F. William Mc Nabb. Si el lector es aficionado a la literatura de terror, puede averiguar quién es este hombre de poco más de sesenta abriles ingresando al sitio https://dondelaverdadnoslleva.blogspot.com/2015/10/la-cara-visible-del-amo-del-sistema.html.

II.- La guerra comercial con China. Exhibiendo una vocación intervencionista que ni a Keynes se le hubiera ocurrido, el jefe del Estado norteamericano acaba de "ordenarle" a las empresas locales que se vayan de China y que busquen alternativas de localización en otros países. Se trata del último capítulo de la guerra comercial que inició Donald Trump hace un año y medio imponiendo aranceles a la entrada de productos chinos al mercado estadounidense. La escalada está hoy en un punto que, aparentemente, es de no retorno. El interés de la "casa común", en este tema, es también, como decimos arriba, el referido a las consecuencias para la paz mundial que puede tener aquella escalada. En el pasado, el proteccionismo condujo a la guerra. Hoy, el disuasivo comienza a ser el mismo que durante la guerra fría: la destrucción mutua asegurada. Para evitarla es preciso que el actual presidente pierda las próximas elecciones del año que viene. Trump, como Bolsonaro, parece, a veces, inmune al sentido común y hermético a toda influencia de fuente racional.

Al parecer no ha comprendido, ni se interesa en comprender, un punto nodal: la tasa de ganancia, en los mercados globales, tiende al descenso, y esa tendencia se contrarresta con diversas medidas, entre otras, la financiarización de la economía y la radicación de los emprendimientos fronteras afuera. Por eso, esos emprendimientos se deslocalizaron y por eso no volverán y, si vuelven, lo harán aquellos que pueden robotizar el proceso productivo, es decir, volverán como las oscuras golondrinas, esto es, a cualquier cosa menos a generar empleo.

No es posible volver atrás la rueda sistémica global. Eso sería como poner una piedra en una puerta giratoria, como acaba de decir Alberto Fernández para referirse al muy argentino y ya famosísimo "cepo" de antaño, pero que ahora viene como metáfora muy apta para señalar que lo que quiere hacer Trump será un intento vano.

Hace casi una década, escribíamos algo que sigue vigente: "Las condiciones que confieren una ventaja estratégica al libre mercado con respecto a las economías sociales de mercado del período de posguerra son las de un libre comercio global desregulado en conjunción con una movilidad de capital global sin restricciones. Se trata de una ventaja que opera como tal en lo inmediato. Pues, a largo plazo... aparecerán las crisis: el comercio desregulado y la «movilidad» del capital conducen al desastre." (https://www.voltairenet.org/article164414.html, nota "El capitalismo sigue en crisis").

Ya acaban de decir los especialistas que si General Motors le hiciera caso a Trump y regresara a los Estados Unidos (lo cual no va a ocurrir, según los mismos especialistas), sufriría un golpe mortal, se iría a la quiebra y el conflicto interno en el país semejaría el incendio del Amazonas pero en escala ampliada. Ello así, por cuanto GM vendió en China 3.650.000 autos en 2018. "La cifra es incluso superior a la correspondiente al mercado estadounidense, donde General Motors logró vender tres millones de vehículos" (Hu Weija, Global Times: https://mundo.sputniknews.com/politica/201908261088486139-abandonar-el-mercado-chino-y-hacer-caso-a-trump-es-un-suicidio/.

El saldo conceptual puede resumirse como sigue: la globalización es una fuerza que todo lo avasalla y el libre comercio, la desregulación y los flujos de capital constantes y sin trabas constituyen su ethos identitario. Es inútil tratar de impedir ese desarrollo "natural". Pero ese desarrollo natural, a largo plazo, igual conduce a la crisis. Oponerse a la ola, como hace Trump, y no hacerlo, resulta, en términos de dinámica global, lo mismo. En cualquier caso, el desastre a futuro es tendencia.

Aquí es donde aparece como una opción racional el multilateralismo, aun cuando tampoco estaría exenta de dificultades. También ayer decíamos: "La economía global no supone, en primer lugar, la extensión de los valores e instituciones de Occidente al resto de la humanidad, sino que, prioritariamente, representa el atardecer de la era de la supremacía global occidental, lo cual no significa que este crepúsculo habrá de ser contemplado de buena gana y en paz por quienes gobiernan el mundo". Esto lo escribíamos en la Red Voltaire en marzo de 2010.

III.- Si con la guerra no bastara para hacer de la humanidad una patética comparsa cósmica en busca de un destino y un sentido que no parecen a su alcance, la catástrofe ecológica emerge en clave de tragedia: ardió el Amazonas, el "pulmón del mundo", que ahora se acuerdan de que es el pulmón del mundo, y este pulmón, a lo que parece, está aquejado de un tumor maligno llamado Bolsonaro aun cuando Trump ya se ha apresurado a apoyar al presidente brasileño exhibido como uno de los responsables de los incendios por su colega de Francia, Emmanuel Macron, quien oportunamente aseguró que Bolsonaro le mintió y que carece de políticas ambientales porque el ecosistema de importa un bledo, lo cual es evidente pues el apologista de la tortura devenido presidente nada menos que de Brasil ya lo había dicho en su campaña electoral.

Claro que, como dice en Francia la izquierda insumisa de Jean Luc Mélénchon, sólo Macron pudo creer que Bolsonaro era ecologista. En verdad, no es que Macron le haya creído a Bolsonaro. El francés, a quien la salud del ecosistema tampoco le quita el sueño, parecería estar encontrando, en el incendio de la selva, el pretexto que necesitaba para escaparse de un acuerdo (Mercosur-UE) que firmó sin convicción y con la mente puesta en lo que, para él, es una base electoral importante: los agricultores franceses, que no quieren saber nada con un acuerdo que los obligaría a compartir el mercado francés con los productores del Mercosur.

Lo cierto es que, como el oxígeno y la biodiversidad están en peligro, el asunto ha mutado sus rasgos inicialmente domésticos para transformarse en -según Macron- una "crisis internacional", preludio, seguramente, para comenzar a instalar la idea de que, como la Antártida, el Amazonas no debería ser zona de soberanía brasileña sino que, dada la evidente incapacidad de los "sudacas" para conservar en buen estado la cosa cuyo cuidado se les ha encomendado -y que es la casa común-, debería internacionalizarse mediante algo así como un "Tratado Amazónico", remedo del Tratado Antártico que rige el estatus de los hielos australes: se congelan los reclamos de soberanía por un cierto número de años. Bingo para el imperio: la selva junto con el acuífero de agua dulce de las inmediaciones estarían, así, más cerca de ser suyos.

IV.- Biarritz, playa vasca en el norte de Francia que reúne al G7 en su decadente versión 2019. Allí estuvieron todos... menos los más importantes. Y no sólo eso. Además de la ausencia de Xi Jinping (una de las partes en la guerra comercial), faltaba Putin. Y sin Rusia y China, francamente, los problemas mundiales seguirán sin solución. El tema de fondo de esta versión del G7 debió ser la igualdad y cómo lograrla pero otros temas treparon al podio de la relevancia temática de la conferencia. Quedó un saldo menos que módico en Biarritz: Trump accedió a que, para limar asperezas, tal vez se reúna con el liderazgo iraní en un futuro por ahora inescrutable, y la próxima sede del encuentro será Miami.

V.- Italia. El neofascista Matteo Salvini ha mostrado hasta hoy "mano de hierro" con hombres, mujeres y niños que huyen del dolor y la miseria a bordo de la nave insignia de la ONG Proactiva Open Arms fundada por el catalán Òscar Camps. Los fascistas, aunque sean "neo", son así: fuertes con el débil, obsecuentes con el poderoso. Además, Salvini creyó verlo venir y se subió al tren: el 8 de agosto pasado rompió la coalición que su partido, la Liga, mantenía con el Movimiento Cinque Stelle (M5S) de Luigi Di Maio. La moción de censura contra el primer ministro, Giusseppe Conte, pretendía forzar unas elecciones anticipadas para encaramarse en la cima.

Pero las "reservas democráticas" han podido más, por lo menos hasta ahora, y la tropa de Beppe Grillo (el fundador del Cinco Estrellas) rompió con el neofascismo y se acercó al Partido Democrático (PD), con lo cual se abrió la posibilidad de armar una nueva mayoría en el Parlamento para frenar el avance de la ultraderechista Liga de Matteo Salvini.

Además de los problemas domésticos de Italia, los debates en la península incluyen dos cuestiones que exceden al país: los refugiados y el europeísmo.

Sobre la primera, ya hemos señalado que el vicepresidente y ministro del Interior de Italia, el neofascista Matteo Salvini, sólo tiene como política negar el desembarco a los migrantes (de África, en su gran mayoría) sin atender a los reclamos de los demás gobiernos de Europa que intentan "repartirse" a los refugiados concediendo, cada uno de ellos cupos de desembarco. La actitud del neofascista luce como más reñida con una moral elemental cuando se comprueba que una nave fletada por dos ONG francesas, el Ocean Viking, de bandera noruega, llevaba 103 menores de edad, de los que 92 no estaban acompañados por ningún adulto y tres eran bebés. Noventa y dos niños sin nadie que los cuide son una mercadería muy apta para negocios varios. Así es el capitalismo, ya sea en su versión neoliberal como socialdemócrata: todo tiene precio y todo puede ser un buen negocio.

El otro tema es Europa. Todo va quedando más claro a medida que las dificultades para avanzar en la integración se hacen evidentes. La solidaridad y la colaboración de todas las naciones de Europa en el marco de un espacio integrativo deberían cancelar las recidivas catastróficas del pasado siglo XX. Para eso, entre otras cosas, fue pensada la unidad. Pero ello requiere de otro ingrediente: la producción de riqueza abundante de modo tal que el conflicto social se reduzca a dimensiones mínimas que permitan su adecuada y fructífera administración. La "bomba migratoria" que soporta el continente es un factor más que agrava la situación. La solución de fondo no está al alcance de Europa: generar opciones de vida dignas de tal nombre en los países que expulsan seres humanos que huyen de la miseria y de las guerras. Una vez más, la dialéctica del proceso histórico se hace presente: Occidente crea lo que habrá de destruirlo. Porque las guerras y la implantación de gobiernos corruptos que entregan los valiosísimos minerales africanos, han llevado el sello, siempre, de la occidental moral judeo-cristiana.

Así las cosas, las fuerzas productivas que motorizan el crecimiento económico encuentran dificultades para crecer; y aun cuando crecieran no harían posible la prosperidad general, pues con estos modos de gestión de la economía la pobreza es el reverso necesario y la condición de existencia de la riqueza. Se cierne el desempleo sobre Europa.

Por eso, la unidad no ha producido beneficios que ya parecen poco y, en cambio, está dando pábulo a los neofascismos, que sólo tragedias han causado y pueden causar de cara al futuro. Los espacios integrativos tendrán éxito si, al mismo tiempo, devienen base geográfica de experiencias que intenten dar comienzo a un proceso de superación de unas formas de relacionar los factores de la producción, para sustituirlas por otras basadas más en la colaboración y en la redistribución del fruto de una productividad aumentada por la incorporación de las nuevas tecnologías de la información, la robótica y la inteligencia artificial, todo ello en un marco internacional multilateral y, por ende, sin hegemonismos.

VI.- Inglaterra. El Brexit es la forma british del neofascismo. La flema británica no podía permitirse descender al chabacano modo italiano de socavar las formas demoliberales de representación política. Por eso, Boris Johnson, el primer ministro, reclamó de Su Majestad la autorización para clausurar por un mes nada menos que la casa del pueblo de la nación inglesa, ese Parlamento que viene desde aquel 1215 en que la nobleza le arrancó al rey un "bill of rights" que devino la celebérrima "carta magna" que junto al common law, la cámara de los Lores, la iglesia anglicana y la monarquía constituyen el modo burgués de estar en el mundo que tiene Inglaterra.

Ha sido medio rateril el procedimiento de Boris Johnson, neofascista al fin. Hace acordar a las miserias de Mussolini, redivivo hoy en el primer ministro inglés. Supuso éste que así no tendrían tiempo los representantes del pueblo para oponerse con eficacia a la salida, a como dé lugar, de Europa: si prosperaban los designios de Johnson, el Parlamento reabriría sus puertas recién el próximo 14 de octubre y el 31 de ese mes vence el plazo para abandonar la Unión Europea.

Pero la presión popular desbarató esos aviesos propósitos. El Parlamento votó, el martes 3 de septiembre, una moción que desbarata la clausura, y ese cuerpo ya ha retomado su agenda opuesta a un Brexit duro.

El culebrón continuó desgranando capítulos, y el 4 de septiembre Johnson volvió a perder una votación que impide su objetivo de adelantar las elecciones al 15 de octubre: en los Comunes hubo 298 votos contra 56 en contra de Johnson. De ese modo, Jeremy Corbyn, el líder de la oposición laborista, marcó la agenda y ahora se está redactando un proyecto de ley que determina un Brexit con acuerdo y midiendo bien sus consecuencias. El jueves 31 de octubre próximo, sólo será, para los británicos, la noche de Halloween y no la fecha de una catástrofe social. Sin embargo, Johnson no se rinde: acaba de anunciar que planteará de nuevo, el 9 de septiembre, la moción que no consiguió los 434 votos (dos tercios) necesarios para que los Comunes le permitan adelantar las elecciones.

Se han salvado, por ahora, los pueblos anglosajones concernidos. Se han salvado, entre otras consecuencias poco gratas, del desempleo masivo que causaría una salida de Europa a tontas y a locas. También eluden el riesgo de la recidiva violenta que implicaría la reposición de la frontera entre las dos Irlandas, que eso sería sal en las heridas de una guerra que nunca acabó del todo en la patria de Joyce y de Bobby Sands, aquel militante heroico que optó por morir en prisión desafiando a una "dama de hierro" bien conocida de los argentinos a propósito de unas islas "demasiado famosas", según las calificó un poeta que, a estas horas, duerme para siempre (si es que "siempre" significa algo) en Ginebra, una de sus patrias.

En fin, la globalización, que supone la transnacionalización de las operaciones en un mercado único mundial, encuentra en los Estados nacionales un estorbo y un obstáculo para realizarse como globalización capitalista. La reacción antipopular y antidemocrática a esta dinámica es ese soberanismo trucho que proponen los neofascistas, cuyo epítome "exitoso" es el lepenismo francés. El soberanismo, si genuino, será anticapitalista. De lo contrario, podemos defender mucho y de la boca para afuera las libertades, el Estado de derecho y las garantías, pero el neofascismo nos ganará el favor popular porque nos quedaremos defendiendo abstracciones mientras los trabajadores pierden derechos todos los días. Ahí es cuando aparecen estos "mussolinis" para decir que con el Estado de derecho no se come. Es el punto de no retorno: el nuevo fascismo está entre nosotros y se encarama en el poder del Estado. Pero la causa de su irrupción no ha sido otra que el propio orden demoliberal burgués que se ha quedado sin respuestas para unas crisis que vienen a ser superadas, sólo en apariencia, por unos encantadores de víboras que ayer mataban a los "inferiores" y hoy empiezan a hacer lo mismo con los inmigrantes.

El panorama que ofrece un mundo en el umbral de la tercera década del siglo XXI, a trazo grueso, es complicado. La soberanía nacional, la autodeterminación y la no injerencia son principios rectores que emergen de la Carta de las Naciones Unidas. Deberán regir más que nunca en una América Latina cuya estatura geopolítica ha ido en aumento y se potencia, día a día, con el conflicto en Venezuela. Tal vez por eso, Alberto Fernández, quien ya actúa como si fuera el próximo presidente de los argentinos, acaba de decir, luego de conversar con Pedro Sánchez en La Moncloa: “... integrar el Grupo Lima (contra Venezuela y su gobierno) y depender tanto de las políticas de los Estados Unidos nos ha hecho retroceder...". El aserto vale no sólo para Argentina, claro está, sino que indica una orientación de política exterior que interpela a toda Centro y Sudamérica.


jchaneton022@gmail.com





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