OPINIÓN de María José Avello.- La olla a presión que se había acumulado por las últimas décadas de administración del modelo neoliberal ha reventado de forma imparable.
El alza en el pasaje del transporte público, junto a las declaraciones de distintas figuras pertenecientes al gobierno de Sebastián Piñera, que han insultado la inteligencia de la gente que se rompe el lomo trabajando, como que es “un incentivo a levantarse más temprano”, desataron la furia de un país entumecido de miedo y sumisión, como una pequeña gota de agua que rebalsa un vaso de injusticias soportadas largamente.
El modo de enfrentar la movilización (que en un comienzo no era más que una inocentada de estudiantes secundarios de pasarse los torniquetes sin pagar, con cánticos) ha sido aplicación de violencia desmedida por parte de carabineros. Cómo esto no ha funcionado y han provocado el apoyo incondicional de la mayoría de la población, que también ha tomado parte y se ha sumado muy activamente, han declarado el estado de emergencia y han sacado a los militares a las calles. Pero la gente en vez de asustarse y meterse a sus casas se ha indignado y ha participado con más fuerza y convicción.
Ha pasado de todo. Una gran mayoría manifestándose pacíficamente, mucha gente organizando destrozos focalizados en los enclaves de la privatización, el mercado desregulado y la usura: estaciones de metro, supermercados, farmacias, bancos, edificios estatales, compañías de servicios básicos han sido saqueados y quemados. Rápidamente se han sumado regiones a lo que era una manifestación de Santiago, luego se ha convocado a paro nacional para el lunes, sumándose sindicatos de distintas áreas productivas. La noche recién pasada de este sábado 19 de octubre fue intensa y muy preocupante, se declaró toque de queda en varias comunas de la región Metropolitana y de la región de Valparaíso; en ese contexto hay imágenes de militares disparando como locos en distintas comunas de Santiago, Valparaíso, Iquique, Antofagasta, Concepción, Temuco. Hay muertos, pero aún no hay cifras oficiales. Además hay muchos montajes, hay videos que evidencian el modo en que carabineros ha procedido provocando incendios y robando especies. Algunos tenemos el temor de que se esté agudizando intencionalmente para hacer un autogolpe o al menos para justificar el uso desmedido de la violencia estatal con resultado de muerte. Además han salido civiles de extrema derecha a volcarse contra los manifestantes, haciendo uso de sus vehículos privados para arrollar a los manifestantes y a dispararles con armas de fuego, con toda impunidad.
La gente está muy cansada del abuso. La gran mayoría de la población apoya el movimiento y se suma porque no se trata de los treinta pesos de aumento del pasaje, eso no es más que la punta del iceberg, la gota que rebalsó el vaso y todo el mundo lo sabe. Se trata de que los sueldos han caído, ha aumentado el desempleo y el trabajo precarizado. El costo de vida ha aumentado de forma sostenida hasta cifras exorbitantes, absurdas para un país con salarios tercermundistas y en base a la corrupción de políticos, colusión de empresarios y la instalación cada vez más descarada de políticas de privatización de todos los servicios y aspectos básicos de la vida, con un encarecimiento progresivo que nos tiene sin poder cubrir: el agua, la electricidad, el gas, la vivienda, el transporte, la salud o la educación. El transporte ya va en un 20% del salario mínimo. Un arriendo de departamento (el más barato) equivale a un salario mínimo. Fenómenos que se combinan con la aberración que es el sistema de pensiones (AFP) donde, más de la mitad de las personas de la tercera edad se jubila con el equivalente a un tercio de un sueldo mínimo. Hoy en Chile se ve cotidianamente a viejos y viejas que se van a recoger la fruta y verdura que se bota después de las ferias libres, porque con sus pensiones no les alcanza para comer.
Por otra parte, ha sido interesante que a diferencia de otras manifestaciones, en esta oportunidad se han sumado segmentos de la población que antes habrían estado en contra de cualquier movilización, o que se habían mantenido indiferentes. Hay amplios sectores que se consideran a sí mismos de clase media, porque han podido mejorar su posición social durante la bonanza del periodo de crecimiento económico del retorno a la democracia: algunos por ser profesionales y principalmente porque han podido comprar casa, automóvil, plasma y tener vacaciones (ese es el modelo del emprendedor o del trabajador que supera la media salarial) pero este proceso también les ha afectado, porque sus padres reciben bajas jubilaciones, sus hijos están en establecimientos escolares privados caros, la bencina y el uso de carreteras exclusivas concesionadas (tags) se han extendido y encarecido, un periodo corto de cesantía los lleva rápidamente a perderlo todo y, finalmente, lo que pagan por todo llega a ser ridículamente caro. Además, se observaron manifestaciones en sectores donde nunca se habría imaginado, como las comunas de La Dehesa, Las Condes, La Reina y Vitacura, que pertenecen al segmento más acomodado de la sociedad chilena.
Los recuentos presentados por los personeros de gobierno no dan cuenta de la cantidad de asesinados durante esta madrugada e intentan el viejo truco de sostener que se trataría de grupos violentistas minoritarios “que se portan mal” y que habría que controlar para reestablecer la normalidad. Lo que no reconocen, no han sido capaces de diagnosticar y mucho menos asumir, es que se trata de un malestar generalizado, inorgánico, extendido y de alta intensidad que difícilmente podrán parar con la disminución de esos treinta pesos del pasaje o amenazas. Las cacerolas no han parado por un instante de sonar en todo el país durante dos días completos y no pararán hasta que renuncie Piñera, saquen los militares de las calles y se llame a elecciones democráticas para salvar esta tremenda crisis del modelo implantado en dictadura. Con el agravante de que, por primera vez, la furia desatada no tiene representantes, no hay con quien entablar una mesa de diálogo, ni sector político que pueda capitalizar adherencia y representatividad. Esta vez se trata de un diálogo con la gente y en un país tan institucional, burocrático y autoritario como Chile, no hay capacidad política para abordar tal desafío. Habrá que construirla entre todos o morir en una nueva arremetida dictatorial.
*María José Avello, Socióloga y Escritora.
El alza en el pasaje del transporte público, junto a las declaraciones de distintas figuras pertenecientes al gobierno de Sebastián Piñera, que han insultado la inteligencia de la gente que se rompe el lomo trabajando, como que es “un incentivo a levantarse más temprano”, desataron la furia de un país entumecido de miedo y sumisión, como una pequeña gota de agua que rebalsa un vaso de injusticias soportadas largamente.
El modo de enfrentar la movilización (que en un comienzo no era más que una inocentada de estudiantes secundarios de pasarse los torniquetes sin pagar, con cánticos) ha sido aplicación de violencia desmedida por parte de carabineros. Cómo esto no ha funcionado y han provocado el apoyo incondicional de la mayoría de la población, que también ha tomado parte y se ha sumado muy activamente, han declarado el estado de emergencia y han sacado a los militares a las calles. Pero la gente en vez de asustarse y meterse a sus casas se ha indignado y ha participado con más fuerza y convicción.
Ha pasado de todo. Una gran mayoría manifestándose pacíficamente, mucha gente organizando destrozos focalizados en los enclaves de la privatización, el mercado desregulado y la usura: estaciones de metro, supermercados, farmacias, bancos, edificios estatales, compañías de servicios básicos han sido saqueados y quemados. Rápidamente se han sumado regiones a lo que era una manifestación de Santiago, luego se ha convocado a paro nacional para el lunes, sumándose sindicatos de distintas áreas productivas. La noche recién pasada de este sábado 19 de octubre fue intensa y muy preocupante, se declaró toque de queda en varias comunas de la región Metropolitana y de la región de Valparaíso; en ese contexto hay imágenes de militares disparando como locos en distintas comunas de Santiago, Valparaíso, Iquique, Antofagasta, Concepción, Temuco. Hay muertos, pero aún no hay cifras oficiales. Además hay muchos montajes, hay videos que evidencian el modo en que carabineros ha procedido provocando incendios y robando especies. Algunos tenemos el temor de que se esté agudizando intencionalmente para hacer un autogolpe o al menos para justificar el uso desmedido de la violencia estatal con resultado de muerte. Además han salido civiles de extrema derecha a volcarse contra los manifestantes, haciendo uso de sus vehículos privados para arrollar a los manifestantes y a dispararles con armas de fuego, con toda impunidad.
La gente está muy cansada del abuso. La gran mayoría de la población apoya el movimiento y se suma porque no se trata de los treinta pesos de aumento del pasaje, eso no es más que la punta del iceberg, la gota que rebalsó el vaso y todo el mundo lo sabe. Se trata de que los sueldos han caído, ha aumentado el desempleo y el trabajo precarizado. El costo de vida ha aumentado de forma sostenida hasta cifras exorbitantes, absurdas para un país con salarios tercermundistas y en base a la corrupción de políticos, colusión de empresarios y la instalación cada vez más descarada de políticas de privatización de todos los servicios y aspectos básicos de la vida, con un encarecimiento progresivo que nos tiene sin poder cubrir: el agua, la electricidad, el gas, la vivienda, el transporte, la salud o la educación. El transporte ya va en un 20% del salario mínimo. Un arriendo de departamento (el más barato) equivale a un salario mínimo. Fenómenos que se combinan con la aberración que es el sistema de pensiones (AFP) donde, más de la mitad de las personas de la tercera edad se jubila con el equivalente a un tercio de un sueldo mínimo. Hoy en Chile se ve cotidianamente a viejos y viejas que se van a recoger la fruta y verdura que se bota después de las ferias libres, porque con sus pensiones no les alcanza para comer.
Por otra parte, ha sido interesante que a diferencia de otras manifestaciones, en esta oportunidad se han sumado segmentos de la población que antes habrían estado en contra de cualquier movilización, o que se habían mantenido indiferentes. Hay amplios sectores que se consideran a sí mismos de clase media, porque han podido mejorar su posición social durante la bonanza del periodo de crecimiento económico del retorno a la democracia: algunos por ser profesionales y principalmente porque han podido comprar casa, automóvil, plasma y tener vacaciones (ese es el modelo del emprendedor o del trabajador que supera la media salarial) pero este proceso también les ha afectado, porque sus padres reciben bajas jubilaciones, sus hijos están en establecimientos escolares privados caros, la bencina y el uso de carreteras exclusivas concesionadas (tags) se han extendido y encarecido, un periodo corto de cesantía los lleva rápidamente a perderlo todo y, finalmente, lo que pagan por todo llega a ser ridículamente caro. Además, se observaron manifestaciones en sectores donde nunca se habría imaginado, como las comunas de La Dehesa, Las Condes, La Reina y Vitacura, que pertenecen al segmento más acomodado de la sociedad chilena.
Los recuentos presentados por los personeros de gobierno no dan cuenta de la cantidad de asesinados durante esta madrugada e intentan el viejo truco de sostener que se trataría de grupos violentistas minoritarios “que se portan mal” y que habría que controlar para reestablecer la normalidad. Lo que no reconocen, no han sido capaces de diagnosticar y mucho menos asumir, es que se trata de un malestar generalizado, inorgánico, extendido y de alta intensidad que difícilmente podrán parar con la disminución de esos treinta pesos del pasaje o amenazas. Las cacerolas no han parado por un instante de sonar en todo el país durante dos días completos y no pararán hasta que renuncie Piñera, saquen los militares de las calles y se llame a elecciones democráticas para salvar esta tremenda crisis del modelo implantado en dictadura. Con el agravante de que, por primera vez, la furia desatada no tiene representantes, no hay con quien entablar una mesa de diálogo, ni sector político que pueda capitalizar adherencia y representatividad. Esta vez se trata de un diálogo con la gente y en un país tan institucional, burocrático y autoritario como Chile, no hay capacidad política para abordar tal desafío. Habrá que construirla entre todos o morir en una nueva arremetida dictatorial.
*María José Avello, Socióloga y Escritora.