OPINIÓN de Ilka Oliva Corado.- Mi cama no tiene cabecera, reparé en eso hace dos días cuando quise leer en la noche y me dolió el lomo repesado en la pared, si le pongo una ya no cabe la silla en la que me siento a escribir frente a mi escritorio y prefiero escribir. Mi estudio-habitación está lleno de pinturas que tapizan las paredes junto a una guitarra que cuelga a un costado de dos atrapa sueños. Ese estudio-habitación está lleno de tiestos con pinceles y telas de arañas en las esquinas, mi escritorio ocupa buen espacio, y no, no guardo sitio a los libros así es que mi biblioteca es escasa, apenas unos cuantos que yacen sobre un archivo de metal a los que les sacudo el polvo de cuando en cuando. Siempre soñé con un escritorio grande, ancho, aunque de niña mis deberes los hice al trote, en las manos, mientras limpiaba el chiquero de los coches, ordeñaba las cabras, regaba el patio y lo barría con escobillo o recogía los huevos del gallinero; así fue como aprendí a sintetizar para la hora de los exámenes, dos leídas a unas hojas donde resumía el contenido del semestre y el cuestionario habitual como recordatorio de lo que yo creía que era importante. El escritorio en aquellos años era un anhelo imposible, también lo fue como migrante en mi pueblo rentado hasta que decidí hacerlo realidad.
¿Ser escritora? No, eso nunca pasó por mi mente. Lo que siempre estuvo en mí fue pintar, de hecho la pintura es mi primer amor en las artes, en la vida sigue siendo el fútbol. Pero la economía daba apenas para lo básico y eso estirando los quetzales y quitando por aquí para ajustar allá. Fue tanto mi amor por la pintura que entrando a la adolescencia para que no me doliera más la bloqueé de mis pensamientos y la hice desparecer durante décadas tal vez inconscientemente; hasta que en el 2013 a miles de kilómetros de distancia de aquel patio que solía barrer con escobillo, tímidamente comencé a pintar con acuarelas un paisaje de la calle que me lleva a la casa de mi abuela materna, la casa donde nací en Comapa. Me temblaban las manos, regué las acuarelas sobre la hoja hasta que en el tercer intento salió, y poco a poco pude calmar mis nervios y pintar aquella calle en acuarela y acrílico.
Fue una sensación tan distinta a la que provoca en mí escribir, cuando escribo es como si abriera la llave de un chorro a presión y saliera agua a borbotones, es un proceso absolutamente de catarsis, pero con la pintura es otra cosa, pintar me provoca satisfacción, me genera la sensación de bienestar, de tranquilidad, de paz y de plenitud; provoca en mí alegría y felicidad. Nada importa, nada existe cuando pinto, solo son mis pinceles danzando con los colores.
Y aunque me fascinan las acuarelas lo mío son los abstractos. Conozco poco o nada de pintura, de técnicas, de la teoría del origen del arte y esas cosas. Nunca he tomado clases de pintura como nunca tomé de escritura. Y no soy una dibujante pero eso no me importa. Pinto lo que siente mi corazón expresar y, tal como en la escritura que no puedo escribir por encargo o cerebralmente, tampoco puedo pintar por encargo; la letra como la pintura viene de mi alma y nace cuando menos lo espero: se presenta, sale y no importa la hora o el lugar. Con la escritura tengo la salvedad de la hoja de papel, con la pintura se queda en mí como una intranquilidad, como una sed que logro saciar solo cuando tomo el pincel. Y tampoco puedo limitarla a un horario preciso ni a una rutina, cuando lo intento no fluye absolutamente nada.
Sí, los colores tienen que ser encendidos, los colores del arcoíris, del caribe, de la raíz africana que hace vibrar mi corazón. Los abstractos son mis autorretratos, me veo en ellos, en ellos están mis emociones; la explosión de los instantes de felicidad, de ira, de duda, de tristeza, todos mis estados de ánimo en un estallido de colores sin forma precisa, sin lineamiento, libres, existiendo por sí mismos sin decoración ni estilo alguno. Mis pinturas tal como mi escritura no son pensadas ni analizadas, son sentidas y emocionales. Volver a reencontrarme con mi primer amor ha sido una caricia de la vida que se empeña en abrigarme día a día y mostrarme cuál es mi razón de ser.
Mi estudio-habitación está lleno de pinturas y canvas aperchadas, un caballete de principiante al que le empieza a cojear una pata, una ventana que me permite viajar alrededor del mundo y a través del tiempo, un puñado de tiestos con pinceles y pinturas de matices Mamá África y una bruma de terquedad que no me permite darme por vencida y reta a decir que sí, que también soy pintora.
Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
14 de octubre de 2019.
--
¿Ser escritora? No, eso nunca pasó por mi mente. Lo que siempre estuvo en mí fue pintar, de hecho la pintura es mi primer amor en las artes, en la vida sigue siendo el fútbol. Pero la economía daba apenas para lo básico y eso estirando los quetzales y quitando por aquí para ajustar allá. Fue tanto mi amor por la pintura que entrando a la adolescencia para que no me doliera más la bloqueé de mis pensamientos y la hice desparecer durante décadas tal vez inconscientemente; hasta que en el 2013 a miles de kilómetros de distancia de aquel patio que solía barrer con escobillo, tímidamente comencé a pintar con acuarelas un paisaje de la calle que me lleva a la casa de mi abuela materna, la casa donde nací en Comapa. Me temblaban las manos, regué las acuarelas sobre la hoja hasta que en el tercer intento salió, y poco a poco pude calmar mis nervios y pintar aquella calle en acuarela y acrílico.
Fue una sensación tan distinta a la que provoca en mí escribir, cuando escribo es como si abriera la llave de un chorro a presión y saliera agua a borbotones, es un proceso absolutamente de catarsis, pero con la pintura es otra cosa, pintar me provoca satisfacción, me genera la sensación de bienestar, de tranquilidad, de paz y de plenitud; provoca en mí alegría y felicidad. Nada importa, nada existe cuando pinto, solo son mis pinceles danzando con los colores.
Y aunque me fascinan las acuarelas lo mío son los abstractos. Conozco poco o nada de pintura, de técnicas, de la teoría del origen del arte y esas cosas. Nunca he tomado clases de pintura como nunca tomé de escritura. Y no soy una dibujante pero eso no me importa. Pinto lo que siente mi corazón expresar y, tal como en la escritura que no puedo escribir por encargo o cerebralmente, tampoco puedo pintar por encargo; la letra como la pintura viene de mi alma y nace cuando menos lo espero: se presenta, sale y no importa la hora o el lugar. Con la escritura tengo la salvedad de la hoja de papel, con la pintura se queda en mí como una intranquilidad, como una sed que logro saciar solo cuando tomo el pincel. Y tampoco puedo limitarla a un horario preciso ni a una rutina, cuando lo intento no fluye absolutamente nada.
Sí, los colores tienen que ser encendidos, los colores del arcoíris, del caribe, de la raíz africana que hace vibrar mi corazón. Los abstractos son mis autorretratos, me veo en ellos, en ellos están mis emociones; la explosión de los instantes de felicidad, de ira, de duda, de tristeza, todos mis estados de ánimo en un estallido de colores sin forma precisa, sin lineamiento, libres, existiendo por sí mismos sin decoración ni estilo alguno. Mis pinturas tal como mi escritura no son pensadas ni analizadas, son sentidas y emocionales. Volver a reencontrarme con mi primer amor ha sido una caricia de la vida que se empeña en abrigarme día a día y mostrarme cuál es mi razón de ser.
Mi estudio-habitación está lleno de pinturas y canvas aperchadas, un caballete de principiante al que le empieza a cojear una pata, una ventana que me permite viajar alrededor del mundo y a través del tiempo, un puñado de tiestos con pinceles y pinturas de matices Mamá África y una bruma de terquedad que no me permite darme por vencida y reta a decir que sí, que también soy pintora.
Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
14 de octubre de 2019.
--