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La paradoja del patriotismo militarista latinoamericano

OPINI脫N de Jorge Majfud.- En una reciente entrevista*, hice referencia a la funci贸n complementaria que la mayor铆a de los ej茅rcitos latinoamericanos han cumplido desde el siglo XIX en la din谩mica global administrada por las grandes potencias. Como siempre, narrativa y realidad estuvieron divorciadas hasta que la primera se inocul贸 en la segunda y luego se fosiliz贸 en el subconsciente popular de un sector de la poblaci贸n. La idea medieval del “honor” (XIII), las m谩s modernas de “la reserva moral de la Naci贸n” (Chile, 1924) y de la doctrina de la “Seguridad nacional” para Am茅rica Latina (Washington, 1962), resultaron ser sus estrictos opuestos: gracias a estos ej茅rcitos, las superpotencias mundiales fueron capaces de intervenir, dominar y dictar las pol铆ticas de sus patios traseros (脕frica y Am茅rica latina).

Inmediatamente me llegaron los cl谩sicos insultos acusando de “vendepatrias”, “infiltrados” y “traidores” a los cr铆ticos de la Santa Instituci贸n, de la pol铆tica del Palo largo y de la ideolog铆a militarista que seduce tanto a quienes se les acalambra el brazo, la mano y los dedos.

La lista de evidencias es ilimitada, pero mencionemos unos pocos ejemplos, los menos conocidos. Cuando en 1928 los campesinos colombianos de Ci茅naga se dieron cuenta que ninguno de ellos llegaba a viejo, iniciaron una huelga contra la poderosa United Fruit Company exigiendo, no una revoluci贸n comunista ni de ning煤n otro tipo sino algunas mejoras como la construcci贸n de una cl铆nica y la contrataci贸n de m茅dicos para los miles de trabajadores que cortaban bananas para la felicidad de la compa帽铆a y de los consumidores civilizados. La Compa帽铆a no acept贸 los reclamos y se neg贸 a pagar los beneficios establecidos por la ley colombiana de 1915, alegando que sus trabajadores no eran sus trabajadores sino de un subcontratista colombiano. Cinco mil trabajadores fueron a la huelga y el gobierno de Estados Unidos, presionado por la compa帽铆a bananera, amenaz贸 a Colombia con enviar, como era su costumbre, los marines. Al fin y al cabo, los marines se encontraban ocupando o supervisando varios pa铆ses cercanos en Am茅rica Central y en el Caribe, pa铆ses incapaces de gobernarse a s铆 mismos por defecto de sus razas inferiores, como lo reconoc铆a la prensa estadounidense del momento. El presidente colombiano, Miguel Abad铆a M茅ndez, temiendo otra intervenci贸n que le recordara el desgarro de parte de su territorio, Panam谩, veinticinco a帽os atr谩s, envi贸 su propio ej茅rcito a Ci茅naga. Seg煤n un cable del consulado estadounidense, no todos los soldados estaban dispuestos a cumplir con su deber, pero en la noche del cinco de diciembre, los soldados colombianos, casi tan pobres (el “casi” es relevante) como los campesinos a quienes fueron a reprimir, encontraron a cinco mil trabajadores durmiendo en las calles del pueblo a la espera del gerente de la compa帽铆a todopoderosa. Los soldados les leyeron el comunicado de toque de queda que prohib铆a reuniones de m谩s de tres personas. Como casi nadie pudo escuchar lo que dec铆an, nadie obedeci贸. Cientos fueron masacrados en pocas horas y cargados por la madrugada en tren con rumbo desconocido. Cuando sali贸 el sol, quedaban siete cad谩veres sin recoger, lo que explicaba el tiroteo. La brutalidad militar y paramilitar se repetir谩n por mil por las pr贸ximas generaciones, pero bajo otras excusas.

Veinte a帽os despu茅s, en 1948, Costa Rica, harta de manipulaciones, elimina su ej茅rcito y hasta resiste las invasiones de reg铆menes militaristas de la regi贸n. Desde entonces, pese a su contexto adverso y en medio del Patio trasero plagado de dictaturas t铆teres, nunca m谩s supo de dictaduras militares.

Veamos el caso de la revoluci贸n boliviana de 1952. Fue la 煤nica revoluci贸n popular en Am茅rica Latina aceptada por Estados Unidos. ¿C贸mo se entiende esta excepci贸n a la regla? Cuando un hecho contradice el patr贸n hist贸rico, basta con bucear en los documentos originales para encontrar la respuesta. Uno de ellos es un informe enviado al presidente Truman el 22 de mayo de 1952 por su embajador en Bolivia, Dean Acheson, quien le advierte a Washington que si Estados Unidos no reconoce la nueva revoluci贸n popular encabezada por Siles Zuazo y Juan Lech铆n (V铆ctor Paz Estensoro se sum贸 desde el exilio), Bolivia se iba a radicalizar contra la presencia de las compa帽铆as estadounidenses. (Algo que la soberbia de Eisenhower y Nixon no comprendi贸 cuando Fidel Castro los visit贸 en Washington apenas llegado al poder de la isla; creyeron que iban a resolver el problema de Cuba tan f谩cil como lo hab铆an hecho con Guatemala e Ir谩n seis a帽os antes, pero la derrota militar en Bah铆a Cochinos les demostr贸 lo contrario.) Truman concedi贸, sigui贸 la sugerencia de Acheson, y los cambios en Bolivia empezaron a tomar forma. Aunque de forma muy marginal, los indios y los mineros comenzaron a existir como seres humanos.

El siguiente paso era obvio: Washington comenz贸 a exigirle al gobierno boliviano que desarme las milicias que hicieron posible la revoluci贸n del 52 (una contradicci贸n ideol贸gica para los fundadores de Estados Unidos) y en su lugar consolide un ej茅rcito tradicional.

Una de las figuras de la revoluci贸n, el presidente Paz Estensoro, comenz贸 a alinearse con las directivas del Norte. Consolid贸 un ej茅rcito fuerte en Bolivia hasta que 茅l mismo fue desplazado por una nueva dictadura en su segundo mandato, orquestada por la CIA. Bolivia sufrir谩 otras dictaduras olig谩rquicas con la ayuda de algunos criminales nazis (como el carnicero de Lyon, Klaus Barbie) contratados por la CIA para ayudar a reprimir los movimientos populares que eran estrat茅gicamente calificados como “comunistas”, como si s贸lo los comunistas fuesen capaces de luchar por la justicia social, la libertad individual y los derechos humanos de los pueblos.

Podr铆amos continuar, pero acabo de transgredir el l铆mite intimidatorio de las mil palabras. Resumamos el patr贸n hist贸rico que se induce de toda esta historia tr谩gica. Despu茅s de analizar miles de documentos desclasificados creo que, adem谩s de probar la pasada funci贸n servil de la mayor铆a de los ej茅rcitos latinoamericanos, podemos inducir y deducir que las superpotencias imperialistas s贸lo tuvieron 茅xito cuando las rebeliones populares llegaron al poder por elecciones (Venezuela 1948, Guatemala 1954, Brasil 1964, Chile 1973, Hait铆, 2004, etc.) y fracasaron estrepitosamente cuando 茅stas llegaron por una acci贸n armada, no por sus ej茅rcitos sino por sus milicias rebeldes (M茅xico 1920, Bolivia 1952, Cuba 1959, Nicaragua 1979). No estoy diciendo que esa sea la soluci贸n hoy, sino que esa fue la realidad a lo largo de m谩s de un siglo y esa es la cultura fosilizada en un margen significativo de su poblaci贸n.

La funci贸n tradicional de los ej茅rcitos latinoamericanos no fue luchar ninguna guerra contra ning煤n invasor (la guerra de Malvinas fue un recurso desesperado para salvar otra dictadura) sino reprimir a sus propios pueblos cuando 茅stos se revelaron contra la explotaci贸n de poderosos intereses criollos y extranjeros, protegidos por dictadores puestos y alimentados por las grandes potencias imperiales.

La marca en el subconsciente colectivo es tan poderosa que cualquiera que hoy se atreva a se帽alar estos simples hechos ser谩 estigmatizado como “agente peligroso”. El odio a los de abajo no ha desaparecido, incluso en pa铆ses donde el brazo imperial se ha retirado. Queda el trauma, la tara, pero con nombres m谩s elegantes. ¿Cu谩ntos en Estados Unidos tolerar铆an a su ej茅rcito desplegado en las calles de su propio pa铆s? En Am茅rica latina es una vieja costumbre.

Para no hablar de lo que Malcolm X llamaba “los negros de la casa”, que cuando escuchan a alguien hablando de la oligarqu铆a y los de abajo, se persignan y acusan al mensajero de crear grietas y divisiones en la sociedad.

https://majfud.org/
JM, noviembre 3, 2019




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