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El virus de la histeria

OPINIÓN de Joan del Alcàzar

El dato es conocido, pero les da lo mismo. A alguna gente los argumentos de los profesionales de la sanidad, como los de la estadística médica les importan un bledo. Ellos a su rollo. Hablan y hablan, en una cháchara interminable, de la maldita epidemia, como si el mundo estuviera a punto de acabarse.

Las autoridades sanitarias lo han repetido por activa, por pasiva y por perifrástica: la gripe, la normal, la común, la de todos los años causó durante la última campaña -sólo en España- el doble de muertos que los que ha causado el coronavirus en todo el mundo hasta ahora.

Esta verdad contrastada no es suficiente para según quien. A una parte de la ciudadanía no le tranquiliza que tengamos uno de los mejores sistemas de salud pública del mundo. No les importa que la red hospitalaria dé cobertura a todo el país, ni que tengamos garantías de la profesionalidad de los equipos médicos de la Sanidad pública. Parecen ignorar que los servicios de salud están perfectamente dotados y preparados para atender una emergencia como la que vivimos.

En paralelo con el fenómeno clínico internacional, hemos descubierto que el virus que más difíciles está poniendo las cosas no es el que apareció en China; el peor virus, el más complicado de neutralizar, el que nos amenaza de forma implacable porque entorpece la lucha contra aquel, es el virus de la histeria.

En la actual coyuntura parece lógica una cierta dosis de preocupación; como lo es que los ciudadanos incrementemos en nuestra cotidianidad las medidas profilácticas convencionales. Pero de la preocupación al pánico hay un abismo. Un abismo hacia el que muchas personas se han dejado arrastrar.

Son aquellas para a las que cualquier otra noticia local o planetaria ha dejado de ser relevante; las que no paran de utilizar las redes sociales para enviar a amigos y conocidos la última ocurrencia de quien sea sobre el Covidien-19. Hablo de los que difunden, asustados, los datos no confirmados por fuentes oficiales; los que dan cuerda a las intoxicaciones informativas de quienes han convertido la enfermedad en una mercancía más; una mercancía para hacer caja ya sea vendiendo noticias, mascarillas, antisépticos o milagrosas pociones preventivas del contagio.

Está claro que los medios de comunicación tienen que informar, pero no lo está tanto que esa información haya de ser exhaustiva y permanente, minuto a minuto. Incluso en los medios más respetables, los informativos se han hecho casi monográficos. De las cifras de infectados y muertos pasan a los efectos sobre las bolsas en particular y sobre la economía en general; y de aquí a las previsiones y las especulaciones sobre si la crisis será corta o larga, o sobre qué pasará si aparecen nuevos casos aquí o allá.

En definitiva, esta obsesiva actuación de los medios ha contribuido a alimentar el miedo de mucha gente preocupada en exceso y, a su vez, ha fortalecido el virus de la histeria.

Sin embargo, no podemos cargar exclusivamente sobre los medios de comunicación la propagación de esta ansiedad descontrolada. Lo explicaba muy bien la profesora de comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona Carme Ferré: "la alarma social existe independientemente de cómo informan los medios" y esto porque hay ocasiones en las que "la sociedad ha llegado a un punto en el que, cuando le dicen que no pasa nada, se alarma". Ferré pone un ejemplo de estos días "a la gente de Zaldívar [Guipúzcoa] le dicen que no pasa nada pero que no puede salir de casa...".

Estos comportamientos son, probablemente, el resultado de la pérdida de capacidad para recibir información con espíritu crítico. Es mucha, incluso demasiada, y deviene complicado procesarla adecuadamente. Como es tanta, nos falta capacidad para separar el grano de la paja, para valorar y priorizar las fuentes de tanta información de acuerdo a criterios elementales de profesionalidad y de honestidad deontológica. Entonces, ante la avalancha de información a menudo tremendista, una respuesta fácil es quedarse con la más simple y que está más próxima; se trata validar la información que resulta más sencilla de digerir. Aunque sea negativa.

Es necesario saber navegar entre tanta información contradictoria en la que se mezcla información contrastada con especulación no fundamentada.

Las autoridades sanitarias merecen total credibilidad. La situación exige atención y calma, pero la ciudadanía debe estar convencida de que los protocolos están funcionando y que todo está bajo control. No hace falta tanta ansiedad, ni es necesario tratar la alarma sanitaria en los medios de manera monográfica minuto a minuto. Es necesario neutralizar tanto a los intoxicadores como a los mercaderes que siempre saben sacar partido de las desgracias.

Esto y dejar trabajar a los profesionales es lo que más nos conviene a todos. No colapsar las urgencias, no ponerse en el peor escenario con la primera señal de enfermedad, no propagar chismes ni cuentos de miedo. Nuestra sociedad cuenta con funcionarios especializados para hacer frente a esta realidad sanitaria. Convendría que les ayudáramos, que no les añadiéramos ningúna complicación que podamos ahorrarles. Que colaboraremos con ellos y con las autoridades sanitarias para acabar con el virus de la histeria. Todo apunta a que este puede resultar un estorbo potente y peligroso para vencer al otro, al que surgió en China.




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