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¡Apaguemos el incendio! Necesitamos un armisticio

OPINIÓN de Joan del Alcàzar

Incluso en períodos de guerra los enemigos más irreconciliables han sido capaces de firmar un alto el fuego temporal. Para negociar, para retirar los muertos, para pasar las navidades sin matarse.
Pues bien, tantos como se han aficionado de manera tan abusiva como engañosa a las metáforas bélicas en estas semanas, podrían dar un paso más y plantearse un cese de hostilidades, un armisticio.
Somos muchos los que, en este sentido, clamamos en el desierto. La cosa es que en nuestro país nadie propone una tregua. Ni entre el Gobierno y el principal partido de la oposición, ni dentro del propio Gobierno, ni entre el gobierno central y los autonómicos, ni entre algunos medios de comunicación y los que tienen la responsabilidad de pilotar la crisis, ni siquiera entre los ciudadanos en las redes sociales, en las que han aparecido las dos Españas, una vez más. Parece que nadie es capaz de cesar en los ataques, en el hostigamiento a los otros.
Algunos que quizás podrían ser mediadores simplemente no están. La Iglesia Católica, tan entrometida y charlatana siempre, continúa desaparecida y ni siquiera aparece para practicar la misericordia y la caridad que tanto predica en sus dogmas. Tampoco Felipe de Borbón, de quien la Constitución dice que arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, hace sino apariciones fantasmagóricas como un personaje en busca de un papel, aunque sea de meritorio en la obra.
Lo que tenemos contra el Covid 19 no es una guerra, pero sí son muchos los que se esfuerzan a diario en convertir el país en un campo de batalla. Cualquier motivo es excusa para zurrarle la badana sin piedad al adversario.
No importa si las quejas o las exigencias de quien sea contra el Gobierno están o no fundamentadas, desde las filas del PP y Vox las hacen suyas y las utilizan como munición para el fuego a discreción sobre La Moncloa. No importa si un partido como el PP no hace lo que tocaría en Madrid o en Andalucía, pero eso mismo se lo exige a gritos al gobierno para que lo haga con carácter de urgencia EN toda España. ¡Que se les haga el test a los 47 millones de españolas mañana mismo, sin falta! ¡Que las cifras sean exactas! ¡Que nos pasan los informes de los supuestos expertos! ¡Pero ya! Cuánto les gusta a las derechas lo del "ordeno y mando".
El gobierno, a su vez, demasiado a menudo actúa con una desenvoltura altanera que recuerda a los González, Aznar o Rajoy de las legislaturas con mayoría absoluta. Aquellas épocas "del rodillo". Además, parece mentira tantos goles en propia puerta como se hacen en materia de comunicación y de relaciones con algunos que son socios naturales indispensables.
Vox no está para aportar nada más que odio y confrontación: ellos y ellas con excitar los miedos de muchos y los rencores de otros, con liarla difundiendo rumores falsos y tremendistas, con acusaciones contra todo y contra todos, y con exhibir banderas y banderitas de España, ya tienen bastante. La CUP, está, pero de incógnito, como si durmieran una siesta tranquila y descansada, que ellos son antisistema canónicos, y no se sienten interpelados por menudencias como una pandemia mundial.
Los independentistas de Junts per Catalunya continúan con la letanía del "que hay de lo mío", impertérritos; y el president Torra pasando que es gerundio, al menos, de media Cataluña. Mientras tanto, ERC está como casi siempre: intentando tocar todos los palos a la vez, y pasan de la posición más sensata y comprometida con la situación a exigir que no se pare la Mesa que debe debatir la cuestión catalana. ¿Será necesario esto ahora, en medio del tifón?
El PSOE y Unidas Podemos no pierden ocasión de revelar cuántas desconfianzas mutuas acumulan, y si el personalismo de Sánchez resulta preocupante, el de Iglesias no desmerece. Resulta lamentable que no sean capaces de dejar de competir por cuotas de pantalla, para rentabilizar los anuncios de grandes cosas que vendrán. Si aún rivalizaran por éxitos conseguidos, ya sería difícil de justificar en medio de la pandemia, pero que pugnen por ver quién anuncia antes las cosas buenas que se harán en un futuro indeterminado, resulta tan ridículo como irritante. Además, resulta decepcionante que se anuncien a bombo y platillo cosas buenas que luego no se cumplen.
Los ciudadanos de la calle tampoco vamos demasiado finos. En lugar de mantener, o intentar mantener, los nervios, tendemos a adscribirnos sin fisuras el bloque "de los nuestros". Los "otros" son tan malos, tan impresentables, que la tentación de cerrar filas y entrar en conflicto es con demasiada frecuencia la respuesta más sencilla. Un servidor no se libra de esa conducta.
Parece, sin embargo, que todos nos olvidamos de cuál es la situación en la que nos ha puesto el maldito Covid19.
Cada vez hay más gente que lo está pasando entre mal y fatal, y cuya situación no parece reversible a corto plazo; para muchos ni a medio. Cuánta gente hay en su casa, encerrada en condiciones poco o nada confortables, con menos metros de los que necesitarían, con los niños subiéndose por las paredes después de estar un mes confinados, sin más recurso de entretenimiento que la televisión o los móviles todo el santo día. Cuántos niños y adolescentes que no sólo no pueden acceder a la enseñanza on line, sino que no pueden ni hacer tres comidas de caliente al día. Cuánta gente con un salario que no llega o que ya no existe, ni se sabe cuándo volverá, preocupados por los más mayores de la familia, aislados en su propia casa o en una residencia acosada por el virus.
Con todo, buena parte de la ciudadanía acude fielmente a los balcones al caer la tarde, a aplaudir la gente que está en el frente, en primera línea, para seguir con el lenguaje bélico, tan de moda. Por lo menos, durante cinco minutos al día esos ciudadanos dan un ejemplo de unidad: son cinco minutos de Alto el fuego. Casi literales, porque una hora más tarde, algunos -muchos menos- salen no a aplaudir, sino a golpear las cacerolas contra el Gobierno.
Cuando tiene ocasión, esta ciudadanía habla también con las encuestas. Unas cuantas coinciden en que el 90 por ciento, palmo arriba palmo abajo, piden que los responsables de sacarnos adelante colaboren, que hablen, que negocien, que pacten, que ayuden, que no den más faena de la que ya hay, que no hablen si no tienen nada que decir, que no se preocupen por salir en la foto, que ahora no importan las fotos.
Sin embargo, los que se están repartiéndose palos hacen como que sí, pero no. No hacen el más mínimo de caso. Cada uno a su rollo, a su bola.
Parecen no darse cuenta de cómo ha cambiado el mundo en un par de meses, de cómo está el país en pocas semanas. Por no querer ver la realidad, ni siquiera se han dado cuenta de cuán disfuncional es el Estado español para afrontar un problema tan grande como el que padecemos. Cuesta trabajo creer que tengamos graves problemas incluso para contar los muertos por la pandemia, o para unificar criterios en asuntos básicos elementales.
Lo dicen los que saben. En ningún sitio, en ningún país, se sabe muy bien qué hacer. Si acaso, se sabe qué cosas no se deben hacer. El resto son hipótesis, teorías que habrá que validar o no por el método de prueba/error. Pero esto es imposible hacerlo razonablemente bien en este clima de confrontación generalizada en el que estamos. El agrio y feroz enfrentamiento interno sí que es una realidad made in Spain.
Así pues, para hacer frente a la crisis sanitaria y para poder enfrentar la reconstrucción social y económica será imprescindible firmar un armisticio entre todos los actores implicados, incluyendo los ciudadanos de a pie. El edificio está en llamas, todos los vecinos, o la mayoría al menos, debiéramos colaborar para apagarlo. No se puede entender que continuemos insultándonos, desacreditándonos, acusándonos mientras el incendio avanza todavía sin control. 




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