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A propósito de la prohibición de la pesca

Sequimos llorando sobre la leche derramda

OPINIÓN de Ricardo Mascheroni


No es un tema nuevo el ecocidio, que está transformando a nuestros cursos de agua en un desierto húmedo.


No digo que no haya habido preocupación por esta situación, todo lo contrario, a la vista de la cantidad de congresos, jornadas, encuentros, etc. que sobre la temática se han realizado. Si afirmo, que todos ellos no han servido para disminuir tanta destrucción y encontrar una solución racional al problema.


Durante casi 20 años, quienes abordamos los temas ambientales y que amamos el río, hemos alertado sobre esta crónica de una muerte anunciada, pero en ese tiempo, todos los gobiernos sólo han puesto parches de coyuntura y han permitido por acción u omisión la dilapidación de un recurso común, como en otras tantas cuestiones.


Hoy estamos en una etapa terminal, con un tremendo conflicto social y con un juez federal que también enfoca erróneamente el problema y emite un fallo para la tribuna, echando más nafta al fuego, condenando a justos por pecadores.


Para entender el problema hay que retrotraerse a la génesis del mismo, teniendo presente que ni la pesca comercial de subsistencia para abastecimiento de las poblaciones de cercanía, ni la deportiva son la causa del conflicto.


La pregunta es: ¿cuándo se empieza a notar palmariamente la declinación del recurso? Esta situación se detona a partir de la aparición de los frigoríficos para exportación de pescado de río, los que se llevan la parte del león y que no han mejorado la situación social ni económica de los pescadores, menos del resto de la población, pese a todas las promesas incumplidas en todos los compromisos asumidos en esa dirección.


Las ventajas del exterminio ictícola sólo han servido para enriquecer a unos pocos propietarios de esos establecimientos, manteniendo en la eterna precarización a los pescadores y con sus bajos ingresos de siempre.


En tal sentido la prohibición de la pesca agrava el conflicto y si el juez quería encontrar una solución al mismo tendría que haber prohibido el acopio de pescado por parte de esos establecimientos industriales.


Como contrapartida se ha esfumado de nuestra dieta el consumo de pescado de río, cuyos costos han superado el precio del pollo, tradicionalmente más caro que aquellos.


Se perjudica también a los cabañeros, que han realizado importantes inversiones para atraer el turismo y que salvo excepciones educan y realizan pesca con devolución, porque saben que esa es la carnada que atrae a los demandantes de sus instalaciones.


Los pescadores, más allá de sus legítimas y reales necesidades económicas, también son responsables de la situación porque sabían que estaban matando la gallina de los huevos de oro y extraían especies de cualquier tipo y tamaño, porque todo se comercializaba, sobre todo por la laxitud o complicidad de los controles oficiales.


Los gobiernos no han podido o querido entender la irracionalidad e insostenibilidad de la exportación de peces de río, menos han prohijado efectiva y masivamente la creación de industrias locales que agreguen valor a estos productos.


Entiendo las penurias y necesidades de los pescadores, pero tomar de rehén a toda la comunidad, desde mi punto de vista no es el camino para la solución del problema, que si no colapsa hoy lo hará seguramente más adelante, cuando ninguna medida de mitigación sea posible.


¿Qué tendrían que haber hechos los millones de comerciantes y trabajadores cuentapropistas que durante casi un año no pudieron ejercer sus actividades por la pandemia? 


Ricardo Luis Mascheroni 





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