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Bolsonaro, un neonazi en crisis terminal

OPINIÓN de Sergio Ortiz

YA SE FUE SU MAESTRO TRUMP Y AHORA LE TOCARÍA A ÉL


Brasil vive una aguda crisis sanitaria y ocupa el segundo lugar mundial en contagios y muertes por COVID-19. El gobierno de Bolsonazi arde en llamas.

SERGIO ORTIZ


El gigante sudamericano no es “o mais grande do mundo” en el ranking del COVID-19 porque de ese sitial del ranking es extremadamente difícil desplazar al imperio yanqui. Los números de EE UU son monstruosos, de modo que en el corto y mediano plazo será el número uno.

Eso sí, el Brasil con Jair Mesías Bolsonaro a la cabeza logró estabilizarse en la segunda posición, habiendo desplazado a la India. Y si siguiera como en las últimas semanas, con un récord de casi 4.000 muertos por día, podría disputar el triste podio.

Si Bolsonazi sigue hasta el 2022, como es su mandato tras ganar en octubre de 2018, entonces sí hay alguna chance de ser “o mais grande..”. Es de esperar que no; que el pueblo brasileño por medios institucionales lo deponga, impeachment mediante. Que no siga ese suplicio por esa vergüenza en el Palacio del Planalto hasta 2022 (ese año serían los comicios y la asunción del nuevo presidente, el 1 de enero de 2023).

Leyendo su prontuario político y judicial surgió una similitud con Patricia Bullrich, no en el sentido montonero de procedencia pues Jair fue un fascista capitán del Ejército, retirado por reclamos y amenazas que formuló a sus superiores, sino en el plano partidario. El capitán pasó por nueve partidos, desde que debutó en 1988 como concejal, ganó bancas de diputado federal y finalmente pudo instalarse en el Palacio de Alvorada, la residencia presidencial. Nueve son más que los muchos pases de la Bullrich; eso sí, todos de derecha y ultraderecha, como los de la presidenta del PRO.

Con muchos de sus colegas de la derecha regional, pero en forma más acentuada, Bolsonaro hizo profesión de fe anticomunista, calumnió a Paulo Freire y educadores de prestigio, violó los derechos humanos, hizo apología del racismo y la homofobia, discriminó a las mujeres, quitó derechos sociales, etc.

Brasil es parte de la América Latina y el Caribe, la región más desigual del mundo. Y con él al frente de su gobierno, aplicando un programa bien neoliberal, con su ministro de Economía Paulo Guedes, ligado estrechamente al mundo financiero local e internacional, aumentó la desigualdad. El país retrocedió en aspectos progresistas de las administraciones de Lula da Silva y Dilma Rousseff. Éstas habían sacado de la pobreza extrema a 40 millones de brasileños, pero gran parte vieron sus cabezas hundidas otra vez debajo de esa línea de flotación por quienes amañaron un juicio político trucho contra Rousseff para echarla. Y como continuidad de la maniobra, condenaron a Lula da Silva y lo proscribieron para las elecciones de 2018.

Detrás de esa persecución estuvo la derecha brasileña y el capitán retirado, con sus aliados y operadores en el Congreso, el vicepresidente Michel Temer, y en la “Justicia”, entre ellos el juez Sergio Moro, verdugo de Lula, luego premiado por Bolsonazi como ministro de Injusticia.


Marche una autocrítica

El neonazi no llegó al Planalto con un golpe militar. Brasil inauguró el 31 de marzo de 1964 el ciclo de golpes de Estado orientados por el Departamento de Estado y el Pentágono, que asolaría la región. Ayer 31 de marzo, al cumplirse 57 años de ese tétrico acontecimiento, los bolsonaristas manifestaron en ciudades, entre ellas Porto Alegre, celebrando algo que mancilló la democracia, abrió más la economía al poder omnímodo de monopolios y violó los derechos humanos con prisiones, secuestros y asesinatos. Bolsonaro, su vicepresidente, su ministro de Defensa Walter Braga Netto, otros militares y civiles son de ese palo golpista.

Hoy gobiernan con el voto popular luego de derrotar en el balotaje a la fórmula del PT encabezada por Fernando Hadad, con Lula preso. De ese voto tan erróneo deberá hacerse autocrítica ese electorado porque de ese modo se pegó un tiro en el pié y en otros órganos vitales. El PT deberá autocriticar su alianza con Temer y otros derechistas y centristas, y su tibieza, desmovilizadora.

De aquella luna de miel bolsonarista de 2018 hoy no queda casi nada. Las encuestas cantan que el presidente tiene una imagen positiva de menos del 30 por ciento, de un núcleo duro derechista duro de roer.

Se fue cayendo en parte porque el COVID-19 hizo estragos con 12,7 millones de contagios y 322.000 muertes. No era la gripecita que el personaje ninguneó, como un resfrío.

Esa conducta criminal tuvo dos fundamentos. Uno, su ignorancia sanitaria, agravada porque sus dos primeros ministros de Salud eran militares que no sabían nada (va por el cuarto, ahora un médico, pero es muy tarde).

Y la otra razón de su negativa a los cuidados fue su adhesión al lobby del gran empresariado, que no quería saber nada con cuarentenas ni aislamiento. Entre Salud y Economía, optaron por lo segundo, pero en realidad les importaba un comino el salario y el hambre de millones de personas, ídem sus vidas.


En caída libre

El balance calamitoso del gobierno se puede apreciar con aquellos números del COVID-19. De la desocupación, la pobreza, la caída del PBI, etc, se tienen los primeros cómputos. “La economía de Brasil cayó 4,1% en 2020, el peor resultado en tres décadas”, informó el 3 de marzo pasado el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

En los últimos días, en el marco de un gobierno en caída libre, renunciaron siete ministros, varios militares (había 8 sobre un gabinete de 22). También renunciaron los tres jefes de las Fuerzas Armadas, lo que indica que además de declive político y social, el presidente tiene conflictos con su matriz uniformada de origen. Son errores u horrores suyos o atribuibles a sus decisiones, como haber sostenido al canciller Ernesto Araújo que calumniaba a China cuando necesitaba adquirir vacunas en Beijing. Ni oportunistas saben ser estos neonazis de cuarta.

La crisis de gabinete quedó a la vista, con 7 cambios en marzo. A lo largo del mandato, van 24 salidas de ministros y la estabilidad luce muy lejana. A las razones locales se suma otra de contexto geopolítico: ya no está en la Casa Blanca el magnate neonazi que tan bien sintonizó con sus socios menores, Bolsonaro y Mauricio Macri. Ahora no hay fotos ni mimos en Washington, ni en el G-20, ni créditos del FMI. Tienen que arreglarse con lo propio, que no es popular, como su superministro Guedes, que en febrero de 2020 justificó una devaluación diciendo que “hasta las empleadas domésticas iban a Disney”. Estaba plagiando a Javier González Fraga, que en 2016, para explicar los fracasos del plan macrista, declaró: “le hiciste creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”. La derecha neoliberal en crisis es, además de criminal, muy poco imaginativa.





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