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“La mujer sin sepultura”

Un diálogo de voces suspendidas 

SFQU.-Assia Djebar, la argelina en trashumancia, que sobrevivió a la desaparición violenta de seres queridos, al saqueo e intento de muerte de la propia cultura, a las visiones de los cuerpos de mujeres sometidos y amordazados, regresa del exilio. Una “extranjera que no lo es tanto” que lo observa, lo escucha todo desde fuera en esta La mujer sin sepultura. Capaz de revertir el enfoque, de posicionarse en un punto en el extremo para mirar y poder contar desde la novela, la historia y la biografía. El ojo-cine de Djebar que documenta.

Surge entre estas páginas incansable su empeño, siempre permanente y decidido, que lleva a la escriba de Argelia que ocupó un sillón en la academia francesa, a no practicar sino una literatura de necesidad. A  habitar la vida de Zulija Udai, la heroína desconocida de la guerra de independencia argelina. Volviendo a abrir el frasco de la polifonía de los coros colectivos, al igual que lo hizo en El amor, la fantasía. En esta ocasión juntando los monólogos de la propia heroína, con los recuerdos de las mujeres que la conocieron y la quisieron recrear desde diferentes versiones; sus propias hijas – recelosas de abrir la boca, temerosas de acabar viendo a su madre profanada en una imagen televisiva más- o sus compañeras en la lucha. Contando la trayectoria de Zulija, la mujer sin sepultura, en la manera en la que un mosaico antiguo lo haría.

Zulija en la fotografía de portada de La mujer sin sepultura

Djebar, la invitada, que escucha y elucubra, recrea. Desempolvando visiones. Desenredando “la letanía de recuerdos confinados”. Al igual que en su  regreso a la historia de Tin-Hinan, la que está considerada la fundadora del pueblo tuareg, que iluminaba las páginas de Grande es la prisión, trayendo consigo la intención de trasladar las vidas de las que no han querido darles su espacio en la Historia. De aquellas mujeres anónimas, “fugitivas y sin saberlo”.

Zulija, la heroína de Cesarea, la misma ciudad de escritora y luchadora, emerge del olvido, empezando por la infancia de una niña que fue la primera musulmana diplomada de la región. Asombra la vida de esta mujer luminosa y fuera de toda norma: se casó tres veces, se divorció dos y, a menudo, una excepción entre las mujeres de su sociedad, iba sin velo. Ella, comprometida, se disfrazaba de campesina para una red clandestina de mujeres y, finalmente, tras el fallecimiento de su tercer marido: dejó a su familia (cómo teje Djebar estos momentos) para echarse al monte y unirse a la resistencia frente al colonizador francés hasta su horrible final. La madre de los maquis argelinos, a quien algunos de los suyos la habían considerado “disfrazada”, una mujer pseudoeuropea…

La escritora siempre bifurcada en ese laberinto en el que busca las palabras, el lenguaje para traer la narrativa olvidada.  Entre el francés, la lengua “del enemigo”, pero también de la escritura liberadora, y el árabe, o el bereber, de la intimidad, del origen, pero también de la tradición. Aún más allá, el bereber desconocido y anterior, el líbico. Frente a la uniformidad impuesta, las mujeres reclaman la diversidad, de lenguas, de cultos, de héroes.  Y entre todas van componiendo este mosaico que nos dice que “La historia contada por primera vez es para satisfacer la curiosidad, las otras veces es para liberarse“.

La mujer sin sepultura (La femme sans sépulture, 2002). Assia Djebar. Traducción: Laura Rey-Stroller Tortosa. Editorial Armaenia, 2020.





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