Por Chema Cabellero. (Mundo Negro)
El hombre tiene prisa. No puede llegar tarde a la cita. Por eso qued贸 con el conductor con bastante tiempo de antelaci贸n. Pero el tr谩fico tiene sus propios planes. Es hora punta en la gran ciudad. Todo el mundo quiere llegar pronto a su destino.
Atasco de tr谩fico en una calle de Lagos (Nigeria). Fotograf铆a: Dan Kitwood/Getty
Los transportes de pasajeros est谩n abarrotados y, a pesar de ello, los ayudantes de los conductores y los aprendices siguen ofertando m谩s plazas. Los transe煤ntes tambi茅n son numerosos e invaden cualquier espacio sobre el que se pueda caminar. Esquivan veh铆culos y vendedores que ofrecen sus mercanc铆as aprovechando los atascos que bloquean las calles.
El sem谩foro parece estar eternamente rojo. El polic铆a consulta su m贸vil. El cruce es un amasijo de coches, furgonetas, camiones y motos que intentan girar en todas las direcciones al mismo tiempo. En la radio, Tiken Jah Fakoly canta Plus rien ne m’茅tonne. Ya nada sorprende al hombre. Por m谩s que insiste al conductor, este no hace m谩s que encogerse de hombros y se帽alar la masa que se extiende delante del parabrisas, como diciendo «No hay nada que yo pueda hacer». Sus dedos tamborilean el volante al comp谩s de la m煤sica. De vez en cuando, saluda a alguno de los caminantes o conductores. Comentan y r铆en en un idioma que el hombre no comprende.
S铆, no comprende nada: la parsimonia del ch贸fer, las risas de los que pasan junto al coche o de los otros conductores, la sinfon铆a de cl谩xones… El calor empieza a apretar. Mira constantemente el reloj. Finalmente, se decanta por el m贸vil. Busca la aplicaci贸n que le indica d贸nde est谩 y qu茅 ruta tomar para llegar m谩s r谩pido al destino. Ense帽a el mapa al conductor, que mira la pantalla. Escucha las explicaciones del hombre: «Ves, aqu铆 muestra un atajo. En el pr贸ximo cruce gira a la izquierda». El ch贸fer asiente con la cabeza y, al llegar al cruce, sigue recto. El hombre se enfada, pregunta que por qu茅 no ha seguido las indicaciones de la aplicaci贸n. El conductor le dice que 茅l sabe ad贸nde van, que no se preocupe.
La aplicaci贸n recalcula la ruta, muestra un nuevo lugar donde torcer. El hombre ense帽a de nuevo la pantalla del m贸vil al conductor. 脡l la mira, parece estudiarla y sigue recto. La desesperaci贸n del pasajero es evidente. No entiende la tozudez del ch贸fer. Pero insiste. Casi grita para decir que en la pr贸xima rotonda hay que salir. Y al llegar a ella el coche sigue recto.
No hay forma de hacer entender al conductor que la aplicaci贸n del m贸vil les ayudar谩 a llegar antes al destino, que deben seguir sus instrucciones. De pronto el coche gira a la derecha. Sale del atasco. Toma calles secundarias menos transitadas. El hombre se resigna, parece que van en direcci贸n contraria al camino que indica el m贸vil. De repente, sin creerlo, se encuentra ante la puerta de su destino a la hora. «Una m谩quina no va a ense帽arme mi ciudad», le dice el ch贸fer mientras le abre la puerta.
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