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Esa mujer

Se cumplen 69 a帽os de la muerte de Evita

Eva Mar铆a Duarte (Jun铆n o 谩rea rural de Los Toldos,1​ 7 de mayo de 1919-Ciudad de Buenos Aires, 26 de julio de 1952)

Revisitando a Eva Per贸n, por Daniela Basso

Organiz贸 a las mujeres y les dio identidad pol铆tica, ampli贸 la base electoral y visibiliz贸 sus derechos. Primero con la Fundaci贸n Eva Per贸n en 1948, la organizaci贸n de los Centros C铆vicos femeninos, la creaci贸n del Partido Peronista Femenino y la posibilidad de votar por primera vez en el a帽o 1951 ¿Por qu茅 se cristaliza el modelo de Eva en la Acci贸n social cuando fue pionera en un modelo de organizaci贸n pol铆tica?

Con la llegada de Eva Per贸n a la arena pol铆tica, las mujeres entraron en el discurso del poder por la v铆a electoral. Eva fue profundamente revolucionaria y la historia lo avala.

Su aparici贸n fue gradual, fue construyendo espacios y tuvo resistencias obvias: la oligarqu铆a y sus mujeres, a quienes desplaz贸 de la beneficencia, los hombres que viv铆an la pol铆tica como un espacio dado, las clases altas y media urbana, los sectores organizados de izquierda y otras resistencias inesperadas, como las intelectuales, las anarquistas y las sufragistas que no disputaban poder en la argentina, pero se constitu铆an en masa cr铆tica.

En ese contexto, Eva organiz贸 a las mujeres y las empoder贸 y luego pas贸 a la acci贸n pol铆tica. Un antes y despu茅s en el universo electoral argentino. ¿Por qu茅 se cristaliza la figura de Eva en la acci贸n social cuando fue la autora de un entramado pol铆tico 煤nico llamado Partido peronista Femenino? ¿Cu谩l fue el modelo de hacer pol铆tica de Eva Per贸n? ¿Fue un modelo independiente del l铆der o complementario? 


La construcci贸n de un estilo de hacer pol铆tica. Los inicios

Mar铆a Eva Duarte, antes de ser primera Dama, acompa帽aba a Per贸n en la campa帽a y hac铆a actividades fuera del protocolo para interiorizarse de los temas pol铆ticos y sociales .En 1946 daba los primeros discursos donde se dirig铆a especialmente a las mujeres y los trabajadores habl谩ndoles a la par. Eva era territorio.

En los inicios adopt贸 el modelo personalista de Irigoyen que se articul贸 en un trato directo con la gente. Irigoyen fue el primer presidente fil谩ntropo que recib铆a a los ciudadanos en su casa y contestaba cartas personalmente. No aceptaba intermediaciones. Eva admiraba su estilo directo. Irigoyen tampoco acept贸 que la Sociedad de Beneficencia intermedie entre sus pol铆ticas sociales. Cuando en 1946 Eva interviene la Sociedad de Beneficencia, la entidad pierde el control de Hospitales y Hogares. Toda esposa de mandatario pasaba a ser de forma autom谩tica presidenta de la Sociedad de Beneficencia, cargo que le negaron a Eva Per贸n por su origen “bastardo”. Es ese el espacio que ella encuentra para la Fundaci贸n Eva Per贸n, hacerse cargo de los humildes sin hacer beneficencia sino devolvi茅ndoles su dignidad. Nunca abandonar铆a el trato directo con la gente.


Muchas obras han sido construidas con criterios de ricos; y el rico, cuando piensa para el pobre, piensa en pobre

La fundaci贸n Eva Per贸n

El objetivo de la fundaci贸n “Eva Per贸n“, fue hacer acci贸n social y canalizar la beneficencia que se iba a dar a trav茅s de la Sociedad que le fue negada .Adem谩s de tener a Per贸n m谩s cerca del pueblo y crear una estructura que por la magnitud que tom贸 fue paralela al poder del Estado.

La fundaci贸n se sosten铆a por loter铆as y casinos, donaciones privadas y adem谩s hab铆a que dedicarle un d铆a de trabajo por a帽o. El manejo de la fundaci贸n le permiti贸 desarrollar una pol铆tica social paralela y complementaria al gobierno construyendo hospitales, escuelas, casas, barrios, hogares de tr谩nsito, de ni帽os, ancianos, hoteles para las vacaciones de las familias obreras, proveedur铆as etc. Casa todas las inauguraciones contaban con la presencia de Eva y un discurso conmemorativo.

Sin embargo la fundaci贸n no fue la 煤nica forma de agruparse y organizar pol铆ticamente a las mujeres. El desprendimiento natural de esta organizaci贸n fueron los centros c铆vicos femeninos. Estos nucleos eran los que reun铆an la ayuda que se recib铆a desde la fundaci贸n. Eran casas o clubes manejados por mujeres que lo administraban en cada lugar. Eran independientes del Partido Peronista. Se constituyeron para “colaborar con la obra de justicia social de Evita. Destinados a todas las mujeres argentinas, mayores de 18 a帽os, nativas y naturalizadas, donde se les asegura absoluta independencia en sus ideolog铆as pol铆ticas y su credo religioso“.

Estos centros de base y era a trav茅s de artes y oficios, educaci贸n auxiliar, enfermer铆a o ayuda a carenciados que encontraban su forma de agruparse bajo la tutela de Eva Duarte. Eva les mandaba cartas de agradecimiento y estaba presente desde Buenos Aires a trav茅s de una representante elegida por ella personalmente. Esta red organizada territorialmente en todo el pa铆s, en los pueblos y en los barrios ir铆an madurando hacia una organizaci贸n pol铆tica mayor: El Partido Peronista Femenino.

Eva se puso al hombro la campa帽a por el voto femenino en Enero de 1947 e intento sumar a las sufragistas y feministas infructuosamente. La ley 13.010, pero tuvo idas y vueltas y finalmente se promulg贸 el 23 de septiembre de 1947.

El marco legal estaba, ahora faltaba el marco pol铆tico. La sanci贸n de la ley de voto tuvo un especial sentido para el peronismo, la entrada de Eva por la puerta grande a la pol铆tica. Si Per贸n lo fue para los trabajadores Evita lo era para las mujeres, sin embargo las mujeres votaron por primera vez cuatro a帽os despu茅s de sancionada la ley. Antes que nada hab铆a que reformar la constituci贸n para habilitar a Per贸n a presentarse en una nueva elecci贸n que tenga un fin pol铆tico ampliar la base electoral.

Se elegir铆a presidente para el per铆odo 1952-1958, bajo la Constituci贸n reformada de 1949, que establec铆a una elecci贸n de una sola vuelta, voto directo, un mandato presidencial de 6 a帽os y reelecci贸n indefinida.

Pero entre la reforma y las elecciones hab铆a mucho por hacer. Se deb铆a establecer c贸mo se incorporar铆an las mujeres a la estructura partidaria. En menos de dos a帽os de ardua tarea pol铆tica, el Partido Peronista Femenino logr贸 su objetivo pol铆tico m谩s importante: la reelecci贸n de Per贸n para un segundo per铆odo presidencial. Evita no ocup贸 ninguna candidatura en la elecci贸n, aunque numerosos sectores Pol铆ticos y gremiales buscaron que acompa帽ara a Per贸n en la f贸rmula presidencial; ella deber铆a haber ocupado el cargo de vicepresidenta.

El renunciamiento hist贸rico

«Si con ese esfuerzo m铆o, conquist茅 el coraz贸n de los obreros y de los humildes de mi patria, eso ya es una recompensa extraordinaria que me obliga a seguir con mis trabajos y con mis luchas. Yo no quiero otra cosa que este cari帽o».

El 17 de Octubre de 1951 con una plaza colmada, es la foto del abrazo inmortal. Eva ya hab铆a renunciado a la vicepresidencia por radio. Era la l铆der natural, y un sinf铆n de especulaciones al respecto siguen al d铆a de hoy. Si su renuncia fue por presi贸n de las Fuerzas Armadas, los grupos de poder tradicionales, que eclipsar铆a la figura de Per贸n. Lo cierto es que por ese episodio , la enfermedad y posterior muerte de Eva se habla poco y nada del armado pol铆tico de Eva y la importancia para este triunfo a trav茅s del Partido Peronista Femenino.

El 11 de noviembre de 1951 el peronismo gana las elecciones con la f贸rmula Per贸n – Quijano y Eva vota desde la cama por primera y 煤ltima vez. Las mujeres asistieron masivamente a votar, con una participaci贸n superior al 90%. En la C谩mara de Diputados resultaron elegidas 23 diputadas (15,4% del total), mientras que 6 senadoras fueron elegidas para ocupar una banca en la c谩mara alta (20%). Eva con su armado legitim贸 el ingreso de las mujeres en la pol铆tica y ampli贸 la base de sustentaci贸n del peronismo, lo cual convirti贸 esta experiencia en 煤nica e irrepetible. Las mujeres llegaron de manera excepcional a esta primera elecci贸n y el resultado de su movilizaci贸n e incorporaci贸n al peronismo puede medirse en el 63,97% de votos femeninos que obtuvo el partido oficial el 11 de noviembre de 1951. Las mujeres superaron en cantidad de votos peronistas a los varones en todos distritos. Unidas y organizadas.

Sin embargo el partido como tal no gozo de prestigio pol铆tico real y su importancia ha quedado oscurecida, entre otras cosas, por la muerte de Eva su L铆der y creadora a los siete meses del triunfo. El Partido Peronista Femenino como tal recibi贸 la misma campa帽a de desprestigio, censura y persecuci贸n que instal贸 el golpe militar de 1955 y como tal casi qued贸 en el olvido del posterior revisionismo hist贸rico de la d茅cada de los 80, cuando un sinf铆n de ensayos revisitaban la historia del peronismo.





'Esa mujer', un cuento de Rodolfo Walsh


El coronel elogia mi puntualidad:


—Es puntual como los alemanes —dice.

—O como los ingleses.

El coronel tiene apellido alem谩n.

Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.

—He le铆do sus cosas —propone—. Lo felicito.

Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte a帽os de servicios de informaciones, que ha estudiado filosof铆a y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente com煤n.

Desde el gran ventanal del d茅cimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces p谩lidas del r铆o. Desde aqu铆 es f谩cil amar, siquiera moment谩neamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.

El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.

Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. A煤n no es una b煤squeda, es apenas una fantas铆a: la clase de fantas铆a perversa que algunos sospechan que podr铆a ocurr铆rseme.

Alg煤n d铆a (pienso en momentos de ira) ir茅 a buscarla. Ella no significa nada para m铆, y sin embargo ir茅 tras el misterio de su muerte, detr谩s de sus restos que se pudren lentamente en alg煤n remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de c贸lera, miedo y frustrado amor se alzar谩n, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentir茅 solo, ya no me sentir茅 como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.

El coronel sabe d贸nde est谩.
"脡l bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegr铆a, con superioridad, con desprecio"

Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cant贸n. Sonr铆o ante el Jongkind falso, el F铆gari dudoso. Pienso en la cara que pondr铆a si le dijera qui茅n fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.

脡l bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegr铆a, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.

—Esos papeles —dice.

Lo miro.

—Esa mujer, coronel.

Sonr铆e.

—Todo se encadena —filosofa.

A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una l谩mpara de cristal est谩 rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.

—La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos ro帽osos.

—¿Mucho da帽o? —pregunto. Me importa un carajo.

—Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce a帽os —dice.

El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.

Entra su mujer, con dos pocillos de caf茅.

—Contale vos, Negra.

Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desd茅n queda flotando como una nubecita.

—La pobre qued贸 muy afectada —explica el coronel—. Pero a usted no le importa esto.

—¡C贸mo no me va a importar!… O铆 decir que al capit谩n N y al mayor X tambi茅n les ocurri贸 alguna desgracia despu茅s de aquello.

El coronel se r铆e.

—La fantas铆a popular —dice—. Vea c贸mo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen m谩s que repetir.

Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.

—Cu茅nteme cualquier chiste —dice.

Pienso. No se me ocurre.

—Cu茅nteme cualquier chiste pol铆tico, el que quiera, y yo le demostrar茅 que estaba inventado hace veinte a帽os, cincuenta a帽os, un siglo. Que se us贸 tras la derrota de Sed谩n, o a prop贸sito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.

—¿Y esto?

—La tumba de Tutankam贸n —dice el coronel—. Lord Carnavon. Basura.

El coronel se seca la transpiraci贸n con la mano gorda y velluda.

—Pero el mayor X tuvo un accidente, mat贸 a su mujer.

—¿Qu茅 m谩s? —dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.

—Le peg贸 un tiro una madrugada.

—La confundi贸 con un ladr贸n —sonr铆e el coronel . Esas cosas ocurren.

—Pero el capit谩n N…

—Tuvo un choque de autom贸vil, que lo tiene cualquiera, y m谩s 茅l, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.

—¿Y usted, coronel?

—Lo m铆o es distinto —dice—. Me la tienen jurada.

Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.

—Creen que yo tengo la culpa. Esos ro帽osos no saben lo que yo hice por ellos. Pero alg煤n d铆a se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.

—Me gustar铆a.

—Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos ro帽osos, pero s铆 ante la historia, ¿comprende?

—Ojal谩 dependa de m铆, coronel.

—Anduvieron rondando. Una noche, uno se anim贸. Dej贸 la bomba en el palier y sali贸 corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.

—Mire.

A la pastora le falta un bracito.

—Derby —dice—. Doscientos a帽os.

La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.

—¿Por qu茅 creen que usted tiene la culpa?

—Porque yo la saqu茅 de donde estaba, eso es cierto, y la llev茅 donde est谩 ahora, eso tambi茅n es cierto. Pero ellos no saben lo que quer铆an hacer, esos ro帽osos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidi贸.

El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con m茅todo.

—Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva hist贸rica. Yo he le铆do a Hegel.

—¿Qu茅 quer铆an hacer?

—Fondearla en el r铆o, tirarla de un avi贸n, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en 谩cido. ¡Cuanta basura tiene que o铆r uno! Este pa铆s est谩 cubierto de basura, uno no sabe de d贸nde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.

—Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habr铆a que romper todo.

—Y orinarle encima.

—Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! —digo levantando el vaso.
"El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus ca帽er铆as, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas"

No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los autom贸viles, arrastr谩ndose lejanas como las voces de un sue帽o. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.

—Esa mujer —le oigo murmurar—. Estaba desnuda en el ata煤d y parec铆a una virgen. La piel se le hab铆a vuelto transparente. Se ve铆an las met谩stasis del c谩ncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.

El coronel bebe. Es duro.

—Desnuda —dice—. 脡ramos cuatro o cinco y no quer铆amos mirarnos. Estaba ese capit谩n de nav铆o, y el gallego que la embalsam贸, y no me acuerdo qui茅n m谩s. Y cuando la sacamos del ata煤d —el coronel se pasa la mano por la frente—, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso…
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. S贸lo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos.

La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto m谩s cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus ca帽er铆as, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas. Y ahora el coronel se ha parado, empu帽a una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el asc茅tico, geom茅trico, ir贸nico vac铆o del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.

—Me pareci贸 o铆r. Esos ro帽osos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.

Se sienta, m谩s cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.

—…se le tir贸 encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cad谩ver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire

—el coronel se mira los nudillos—, que lo tir茅 contra la pared. Est谩 todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?

—No.

—Mejor. Desde aqu铆 puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.

Vuelve a servirse un whisky.

—Pero esa mujer estaba desnuda —dice, argumenta contra un invisible contradictor—. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cintur贸n franciscano.

Bruscamente se r铆e.

—Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.

Repite varias veces «Eso le demuestra», como un juguete mec谩nico, sin decir qu茅 es lo que eso me demuestra.

—Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ata煤d. Llam茅 a unos obreros que hab铆a por ah铆. Fig煤rese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qu茅 s茅 yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.

—¿Pobre gente?

—S铆, pobre gente —el coronel lucha contra una escurridiza c贸lera interior—. Yo tambi茅n soy argentino.

—Yo tambi茅n, coronel, yo tambi茅n. Somos todos argentinos.

—Ah, bueno —dice.

—¿La vieron as铆?

—S铆, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…

La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez m谩s r茅mova encuadrada en sus l铆neas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporci贸n o qu茅. Yo tambi茅n me sirvo un whisky.

—Para m铆 no es nada —dice el coronel—. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.

Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas m谩s hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.

—A m铆 no me pod铆a sorprender. Pero ellos…

—¿Se impresionaron?

—Uno se desmay贸. Lo despert茅 a bofetadas. Le dije: «Maric贸n, ¿esto es lo que hac茅s cuando ten茅s que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmi贸 cuando lo mataban a Cristo.» Despu茅s me agradeci贸.

Mir贸 la calle. «Coca» dice el letrero, plata sobre rojo. «Cola» dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, c铆rculo rojo tras conc茅ntrico c铆rculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. «Beba».

—Beba —dice el coronel.

Bebo.

—¿Me escucha?

—Lo escucho.

Le cortamos un dedo.

—¿Era necesario?

El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del 铆ndice, la demarca con la u帽a del pulgar y la alza.

—Tantito as铆. Para identificarla.

—¿No sab铆an qui茅n era?

Se r铆e. La mano se vuelve roja. «Beba».

—Sab铆amos, s铆. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto hist贸rico, ¿comprende?

—Comprendo.

—La impresi贸n digital no agarra si el dedo est谩 muerto. Hay que hidratarlo. M谩s tarde se lo pegamos.

—¿Y?

—Era ella. Esa mujer era ella.

—¿Muy cambiada?

—No, no, usted no me entiende. Igualita. Parec铆a que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. control贸 todo, hasta le sac贸 radiograf铆as.

—¿El profesor R.?

—S铆. Eso no lo pod铆a hacer cualquiera. Hac铆a falta alguien con autoridad cient铆fica, moral.

En alg煤n lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ah铆, su voz amarga, inconquistable.

—¿Enciendo?

—No.

—Tel茅fono.

—Deciles que no estoy.

Desaparece.

—Es para putearme —explica el coronel—. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.

—Ganas de joder —digo alegremente.

—Cambi茅 tres veces el n煤mero del tel茅fono. Pero siempre lo averiguan.

—¿Qu茅 le dicen?

—Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.

Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.

—Hice una ceremonia, los arengu茅. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
"Ya no s茅 d贸nde est谩 el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles"

El coronel est谩 de pie y bebe con coraje, con exasperaci贸n, con grandes y altas ideas que refluyen sobre 茅l como grandes y altas olas contra un pe帽asco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.

—La sacamos en un furg贸n, la tuve en Viamonte, despu茅s en 25 de Mayo, siempre cuid谩ndola, protegi茅ndola, escondi茅ndola. Me la quer铆an quitar, hacer algo con ella. La tap茅 con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qu茅 era, les dec铆a que era el transmisor de C贸rdoba, la Voz de la Libertad.

Ya no s茅 d贸nde est谩 el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el ba帽o, pa帽ales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.

—Llueve —dice su voz extra帽a.

Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Ori贸n.

—Llueve d铆a por medio —dice el coronel—. D铆a por medio llueve en un jard铆n donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cintur贸n franciscano.

D贸nde, pienso, d贸nde.

—¡Est谩 parada! —grita el coronel—. ¡La enterr茅 parada, como Facundo, porque era un macho!

Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor c谩rdeno lo ba帽a, creo que llora, que gruesas l谩grimas le resbalan por la cara.

—No me haga caso —dice, se sienta—. Estoy borracho.

Y largamente llueve en su memoria.

Me paro, le toco el hombro.

—¿Eh? —dice— ¿Eh? —dice.

Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.

—¿La sacaron del pa铆s?

—S铆.

—¿La sac贸 usted?

—S铆.

—¿Cu谩ntas personas saben?

—DOS.

—¿El Viejo sabe?

Se r铆e.

—Cree que sabe.

—¿D贸nde?

No contesta.

—Hay que escribirlo, publicarlo.

—S铆. Alg煤n d铆a.

Parece cansado, remoto.

—¡Ahora! —me exaspero—. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!

La lengua se le pega al paladar, a los dientes.

—Cuando llegue el momento… usted ser谩 el primero…

—No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil d贸lares. Diez mil. Lo que quiera.

Se r铆e.

—¿D贸nde, coronel, d贸nde?

Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme qui茅n soy, qu茅 hago ah铆.

Y mientras salgo derrotado, pensando que tendr茅 que volver, o que no volver茅 nunca. Mientras mi dedo 铆ndice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras s茅 que ya no me interesa, y que justamente no mover茅 un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelaci贸n.

—Es m铆a —dice simplemente—. Esa mujer es m铆a.


Rodolfo Walsh
Publicado dentro de su libro Los oficios terrestres, el cuento 'Esa mujer'es uno de los m谩s le铆dos dentro de la obra de Walsh. En sus p谩ginas se recrea el di谩logo entre un periodista y un almirante en torno al cuerpo desaparecido de una mujer, a la que todos los lectores informados reconocen como Eva Per贸n, pero a la que en el cuento nunca se nombra si no es con el eufemismo que le da t铆tulo. Cuando el libro se edit贸 originalmente en 1967, hac铆a 12 a帽os que el peronismo se encontraba proscripto. 

En la nota introductoria del volumen, Walsh comenta: "El cuento titulado 'Esa mujer' se refiere, desde luego, a un episodio hist贸rico que todos en la Argentina recuerdan. La conversaci贸n que se reproduce es, en lo esencial, verdadera".







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