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Esa mujer

Se cumplen 69 años de la muerte de Evita

Eva María Duarte (Junín o área rural de Los Toldos,1​ 7 de mayo de 1919-Ciudad de Buenos Aires, 26 de julio de 1952)

Revisitando a Eva Perón, por Daniela Basso

Organizó a las mujeres y les dio identidad política, amplió la base electoral y visibilizó sus derechos. Primero con la Fundación Eva Perón en 1948, la organización de los Centros Cívicos femeninos, la creación del Partido Peronista Femenino y la posibilidad de votar por primera vez en el año 1951 ¿Por qué se cristaliza el modelo de Eva en la Acción social cuando fue pionera en un modelo de organización política?

Con la llegada de Eva Perón a la arena política, las mujeres entraron en el discurso del poder por la vía electoral. Eva fue profundamente revolucionaria y la historia lo avala.

Su aparición fue gradual, fue construyendo espacios y tuvo resistencias obvias: la oligarquía y sus mujeres, a quienes desplazó de la beneficencia, los hombres que vivían la política como un espacio dado, las clases altas y media urbana, los sectores organizados de izquierda y otras resistencias inesperadas, como las intelectuales, las anarquistas y las sufragistas que no disputaban poder en la argentina, pero se constituían en masa crítica.

En ese contexto, Eva organizó a las mujeres y las empoderó y luego pasó a la acción política. Un antes y después en el universo electoral argentino. ¿Por qué se cristaliza la figura de Eva en la acción social cuando fue la autora de un entramado político único llamado Partido peronista Femenino? ¿Cuál fue el modelo de hacer política de Eva Perón? ¿Fue un modelo independiente del líder o complementario? 


La construcción de un estilo de hacer política. Los inicios

María Eva Duarte, antes de ser primera Dama, acompañaba a Perón en la campaña y hacía actividades fuera del protocolo para interiorizarse de los temas políticos y sociales .En 1946 daba los primeros discursos donde se dirigía especialmente a las mujeres y los trabajadores hablándoles a la par. Eva era territorio.

En los inicios adoptó el modelo personalista de Irigoyen que se articuló en un trato directo con la gente. Irigoyen fue el primer presidente filántropo que recibía a los ciudadanos en su casa y contestaba cartas personalmente. No aceptaba intermediaciones. Eva admiraba su estilo directo. Irigoyen tampoco aceptó que la Sociedad de Beneficencia intermedie entre sus políticas sociales. Cuando en 1946 Eva interviene la Sociedad de Beneficencia, la entidad pierde el control de Hospitales y Hogares. Toda esposa de mandatario pasaba a ser de forma automática presidenta de la Sociedad de Beneficencia, cargo que le negaron a Eva Perón por su origen “bastardo”. Es ese el espacio que ella encuentra para la Fundación Eva Perón, hacerse cargo de los humildes sin hacer beneficencia sino devolviéndoles su dignidad. Nunca abandonaría el trato directo con la gente.


Muchas obras han sido construidas con criterios de ricos; y el rico, cuando piensa para el pobre, piensa en pobre

La fundación Eva Perón

El objetivo de la fundación “Eva Perón“, fue hacer acción social y canalizar la beneficencia que se iba a dar a través de la Sociedad que le fue negada .Además de tener a Perón más cerca del pueblo y crear una estructura que por la magnitud que tomó fue paralela al poder del Estado.

La fundación se sostenía por loterías y casinos, donaciones privadas y además había que dedicarle un día de trabajo por año. El manejo de la fundación le permitió desarrollar una política social paralela y complementaria al gobierno construyendo hospitales, escuelas, casas, barrios, hogares de tránsito, de niños, ancianos, hoteles para las vacaciones de las familias obreras, proveedurías etc. Casa todas las inauguraciones contaban con la presencia de Eva y un discurso conmemorativo.

Sin embargo la fundación no fue la única forma de agruparse y organizar políticamente a las mujeres. El desprendimiento natural de esta organización fueron los centros cívicos femeninos. Estos nucleos eran los que reunían la ayuda que se recibía desde la fundación. Eran casas o clubes manejados por mujeres que lo administraban en cada lugar. Eran independientes del Partido Peronista. Se constituyeron para “colaborar con la obra de justicia social de Evita. Destinados a todas las mujeres argentinas, mayores de 18 años, nativas y naturalizadas, donde se les asegura absoluta independencia en sus ideologías políticas y su credo religioso“.

Estos centros de base y era a través de artes y oficios, educación auxiliar, enfermería o ayuda a carenciados que encontraban su forma de agruparse bajo la tutela de Eva Duarte. Eva les mandaba cartas de agradecimiento y estaba presente desde Buenos Aires a través de una representante elegida por ella personalmente. Esta red organizada territorialmente en todo el país, en los pueblos y en los barrios irían madurando hacia una organización política mayor: El Partido Peronista Femenino.

Eva se puso al hombro la campaña por el voto femenino en Enero de 1947 e intento sumar a las sufragistas y feministas infructuosamente. La ley 13.010, pero tuvo idas y vueltas y finalmente se promulgó el 23 de septiembre de 1947.

El marco legal estaba, ahora faltaba el marco político. La sanción de la ley de voto tuvo un especial sentido para el peronismo, la entrada de Eva por la puerta grande a la política. Si Perón lo fue para los trabajadores Evita lo era para las mujeres, sin embargo las mujeres votaron por primera vez cuatro años después de sancionada la ley. Antes que nada había que reformar la constitución para habilitar a Perón a presentarse en una nueva elección que tenga un fin político ampliar la base electoral.

Se elegiría presidente para el período 1952-1958, bajo la Constitución reformada de 1949, que establecía una elección de una sola vuelta, voto directo, un mandato presidencial de 6 años y reelección indefinida.

Pero entre la reforma y las elecciones había mucho por hacer. Se debía establecer cómo se incorporarían las mujeres a la estructura partidaria. En menos de dos años de ardua tarea política, el Partido Peronista Femenino logró su objetivo político más importante: la reelección de Perón para un segundo período presidencial. Evita no ocupó ninguna candidatura en la elección, aunque numerosos sectores Políticos y gremiales buscaron que acompañara a Perón en la fórmula presidencial; ella debería haber ocupado el cargo de vicepresidenta.

El renunciamiento histórico

«Si con ese esfuerzo mío, conquisté el corazón de los obreros y de los humildes de mi patria, eso ya es una recompensa extraordinaria que me obliga a seguir con mis trabajos y con mis luchas. Yo no quiero otra cosa que este cariño».

El 17 de Octubre de 1951 con una plaza colmada, es la foto del abrazo inmortal. Eva ya había renunciado a la vicepresidencia por radio. Era la líder natural, y un sinfín de especulaciones al respecto siguen al día de hoy. Si su renuncia fue por presión de las Fuerzas Armadas, los grupos de poder tradicionales, que eclipsaría la figura de Perón. Lo cierto es que por ese episodio , la enfermedad y posterior muerte de Eva se habla poco y nada del armado político de Eva y la importancia para este triunfo a través del Partido Peronista Femenino.

El 11 de noviembre de 1951 el peronismo gana las elecciones con la fórmula Perón – Quijano y Eva vota desde la cama por primera y última vez. Las mujeres asistieron masivamente a votar, con una participación superior al 90%. En la Cámara de Diputados resultaron elegidas 23 diputadas (15,4% del total), mientras que 6 senadoras fueron elegidas para ocupar una banca en la cámara alta (20%). Eva con su armado legitimó el ingreso de las mujeres en la política y amplió la base de sustentación del peronismo, lo cual convirtió esta experiencia en única e irrepetible. Las mujeres llegaron de manera excepcional a esta primera elección y el resultado de su movilización e incorporación al peronismo puede medirse en el 63,97% de votos femeninos que obtuvo el partido oficial el 11 de noviembre de 1951. Las mujeres superaron en cantidad de votos peronistas a los varones en todos distritos. Unidas y organizadas.

Sin embargo el partido como tal no gozo de prestigio político real y su importancia ha quedado oscurecida, entre otras cosas, por la muerte de Eva su Líder y creadora a los siete meses del triunfo. El Partido Peronista Femenino como tal recibió la misma campaña de desprestigio, censura y persecución que instaló el golpe militar de 1955 y como tal casi quedó en el olvido del posterior revisionismo histórico de la década de los 80, cuando un sinfín de ensayos revisitaban la historia del peronismo.





'Esa mujer', un cuento de Rodolfo Walsh


El coronel elogia mi puntualidad:


—Es puntual como los alemanes —dice.

—O como los ingleses.

El coronel tiene apellido alemán.

Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.

—He leído sus cosas —propone—. Lo felicito.

Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.

Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.

El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.

Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.

Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.

El coronel sabe dónde está.
"Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio"

Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.

Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.

—Esos papeles —dice.

Lo miro.

—Esa mujer, coronel.

Sonríe.

—Todo se encadena —filosofa.

A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.

—La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.

—¿Mucho daño? —pregunto. Me importa un carajo.

—Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años —dice.

El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.

Entra su mujer, con dos pocillos de café.

—Contale vos, Negra.

Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.

—La pobre quedó muy afectada —explica el coronel—. Pero a usted no le importa esto.

—¡Cómo no me va a importar!… Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.

El coronel se ríe.

—La fantasía popular —dice—. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.

Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.

—Cuénteme cualquier chiste —dice.

Pienso. No se me ocurre.

—Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.

—¿Y esto?

—La tumba de Tutankamón —dice el coronel—. Lord Carnavon. Basura.

El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.

—Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.

—¿Qué más? —dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.

—Le pegó un tiro una madrugada.

—La confundió con un ladrón —sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.

—Pero el capitán N…

—Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.

—¿Y usted, coronel?

—Lo mío es distinto —dice—. Me la tienen jurada.

Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.

—Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.

—Me gustaría.

—Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?

—Ojalá dependa de mí, coronel.

—Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.

—Mire.

A la pastora le falta un bracito.

—Derby —dice—. Doscientos años.

La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.

—¿Por qué creen que usted tiene la culpa?

—Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.

El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.

—Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.

—¿Qué querían hacer?

—Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.

—Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.

—Y orinarle encima.

—Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! —digo levantando el vaso.
"El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas"

No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.

—Esa mujer —le oigo murmurar—. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.

El coronel bebe. Es duro.

—Desnuda —dice—. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd —el coronel se pasa la mano por la frente—, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso…
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos.

La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas. Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.

—Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.

Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.

—…se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire

—el coronel se mira los nudillos—, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?

—No.

—Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.

Vuelve a servirse un whisky.

—Pero esa mujer estaba desnuda —dice, argumenta contra un invisible contradictor—. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.

Bruscamente se ríe.

—Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.

Repite varias veces «Eso le demuestra», como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.

—Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.

—¿Pobre gente?

—Sí, pobre gente —el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior—. Yo también soy argentino.

—Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.

—Ah, bueno —dice.

—¿La vieron así?

—Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…

La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.

—Para mí no es nada —dice el coronel—. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.

Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.

—A mí no me podía sorprender. Pero ellos…

—¿Se impresionaron?

—Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: «Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.» Después me agradeció.

Miró la calle. «Coca» dice el letrero, plata sobre rojo. «Cola» dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. «Beba».

—Beba —dice el coronel.

Bebo.

—¿Me escucha?

—Lo escucho.

Le cortamos un dedo.

—¿Era necesario?

El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.

—Tantito así. Para identificarla.

—¿No sabían quién era?

Se ríe. La mano se vuelve roja. «Beba».

—Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?

—Comprendo.

—La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.

—¿Y?

—Era ella. Esa mujer era ella.

—¿Muy cambiada?

—No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.

—¿El profesor R.?

—Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.

En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.

—¿Enciendo?

—No.

—Teléfono.

—Deciles que no estoy.

Desaparece.

—Es para putearme —explica el coronel—. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.

—Ganas de joder —digo alegremente.

—Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.

—¿Qué le dicen?

—Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.

Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.

—Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
"Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles"

El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.

—La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.

Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.

—Llueve —dice su voz extraña.

Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.

—Llueve día por medio —dice el coronel—. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.

Dónde, pienso, dónde.

—¡Está parada! —grita el coronel—. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!

Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.

—No me haga caso —dice, se sienta—. Estoy borracho.

Y largamente llueve en su memoria.

Me paro, le toco el hombro.

—¿Eh? —dice— ¿Eh? —dice.

Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.

—¿La sacaron del país?

—Sí.

—¿La sacó usted?

—Sí.

—¿Cuántas personas saben?

—DOS.

—¿El Viejo sabe?

Se ríe.

—Cree que sabe.

—¿Dónde?

No contesta.

—Hay que escribirlo, publicarlo.

—Sí. Algún día.

Parece cansado, remoto.

—¡Ahora! —me exaspero—. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!

La lengua se le pega al paladar, a los dientes.

—Cuando llegue el momento… usted será el primero…

—No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.

Se ríe.

—¿Dónde, coronel, dónde?

Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.

Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.

—Es mía —dice simplemente—. Esa mujer es mía.


Rodolfo Walsh
Publicado dentro de su libro Los oficios terrestres, el cuento 'Esa mujer'es uno de los más leídos dentro de la obra de Walsh. En sus páginas se recrea el diálogo entre un periodista y un almirante en torno al cuerpo desaparecido de una mujer, a la que todos los lectores informados reconocen como Eva Perón, pero a la que en el cuento nunca se nombra si no es con el eufemismo que le da título. Cuando el libro se editó originalmente en 1967, hacía 12 años que el peronismo se encontraba proscripto. 

En la nota introductoria del volumen, Walsh comenta: "El cuento titulado 'Esa mujer' se refiere, desde luego, a un episodio histórico que todos en la Argentina recuerdan. La conversación que se reproduce es, en lo esencial, verdadera".







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