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El mundo civilizadamente correcto

OPINI脫N de Jorge Majfud


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El gobernador de Nueva York, el dem贸crata Andrew Cuomo, renuncia por acusaciones de haber tocado a mujeres sin permiso y se suma a una larga y aburrida lista de distracciones p煤blicas.

Los poderosos del mundo civilizado caen siempre por alg煤n esc谩ndalo sexual o por alguna otra raz贸n de car谩cter personal. Hasta ahora, ninguno ha tenido que renunciar por alguna de esas guerras que dejan cientos de miles de muertos. Mucho menos ha tenido alguno que enfrentar una corte de justicia, raz贸n por la cual, por ejemplo, en Estados Unidos los presidentes nunca temen dejar el poder como en alg煤n pa铆s sujeto de acoso internacional. No necesitan perpetuarse en la presidencia ni le conviene al verdadero poder, que radica en las mega corporaciones que financian partidos pol铆ticos y dictan las leyes econ贸micas en los congresos (las leyes morales siempre quedan a cargo de sus votantes o de sus adversarios). 

No porque no haya razones para acusar a alguno de esos presidentes de cr铆menes de guerra, de cr铆menes de lesa humanidad, como las matanzas sistem谩ticas de indios, negros, mestizos del Sur, asi谩ticos del Este y del Oeste; como las bombas at贸micas sobre dos ciudades; como el uso de bombas, qu铆micos y otras armas de destrucci贸n masiva en Corea, en Vietnam; como la destrucci贸n de democracias y la imposici贸n de decenas de dictaduras genocidas en Am茅rica latina con el 煤nico objetivo de continuar haciendo buenos negocios; como mentir descaradamente para inventar otra guerra en Irak dejando millones de muertos para luego disculparse por “el error de inteligencia” y retirarse como un buen abuelo a pintar retratos mediocres en un lujoso rancho de Texas.

Como dec铆a una canci贸n popular durante la guerra de expropiaci贸n del territorio mexicano (Horace Pratt “Mira esa bandera”. Canci贸n de una madre patriota a su hijo),

“La justicia es el lema de nuestro pa铆s

el que siempre est谩 en lo cierto”.

Cuando en 1847 el senador Abraham Lincoln cuestion贸 la moral de esta guerra, el representante dem贸crata de Missouri, John Jamieson, le grit贸 desde su banca: “un patriota nunca cuestiona a su presidente, menos cuando estamos en guerra; no importa si la guerra es justa o no”.

Ninguno, ni un presidente ha temido un solo minuto la posibilidad de enfrentar un tribunal nacional; mucho menos una corte de justicia internacional. Ni siquiera cuando las matanzas ocurrieron entre blancos poderosos, como en la Guerra Civil. Hasta los ca铆dos en desgracia fueron siempre perdonados o librados de cualquier responsabilidad legal. La Constituci贸n mantiene un silencio c贸mplice ante la posibilidad de que un presidente pueda ser condenado y los expertos se entretienen discutiendo sobre el breve periodo de cinco a帽os en que ese milagro podr铆a ocurrir luego de consumado el cr铆men, incluso luego de ser removido por un impeachment. En 1977, el mismo Richard Nixon afirm贸 que “lo que hace un presidente nunca es ilegal” y la historia de los hechos indica que ten铆a raz贸n.

Ser rico y poderoso no solo permite secuestrar las orgullosas democracias del “mundo libre” sino que, adem谩s, confiere inmunidad ante los m谩s perfectos sistemas de justicia, siempre implacables con los de abajo.

Excepto cuando la testosterona no se desborda en los negocios o en las guerras sino en la cama equivocada.

JM, agosto 2021





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