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Bolsonaro es cada día más Bolsonazi y golpista

Brasil destruido, con mucha pobreza y muertos por Covid


OPINIÓN de Sergio Ortiz

DRAMAS SOCIALES Y POLÍTICOS

El presidente de Brasil convocó a sus partidarios civiles, policiales y militares a manifestarse en Brasilia, San Paulo, Río de Janeiro y otras ciudades el martes 7 de septiembre. La fecha, emblemática, conmemora el Día de la Independencia de Brasil, en este caso su 199 aniversario.


El objetivo de esa jornada no era independentista sino más bien golpista, pues Jair Bolsonaro apuntó contra el Supremo Tribunal Federal (STF) (equivalente a la Corte Suprema de Justicia, en Argentina) y al Tribunal Superior Electoral. Lo hizo contra ambos organismos aunque en particular contra el magistrado del Supremo Tribunal Federal, Alexandre de Moraes, y el titular del Tribunal Electoral, Luís Roberto Barroso.


La bronca tremendísima del neonazi ocupante del Palacio del Planalto desde enero de 2019 contra De Moraes es porque éste lleva adelante una causa contra los ideólogos de campañas de noticias en los medios y redes contra la democracia. Bolsonaro está acusado de ser parte de la misma, con dos hijos. Un exdiputado federal Roberto Jefferson ya fue detenido y el supuesto jefe de la organización teme que él pueda seguir en esa lista de presidiarios. Y contra Barroso el enojo se debe a otra causa contra Bolsonaro, por su prédica contra el sistema electoral de Brasil, vigente desde 1996. Sin ninguna prueba en contra del mecanismo de las urnas electrónicas, aquél asegura que son parte de un fraude en su contra para las presidenciales de 2022.


Lo notable y contradictorio del caso es que aquellos dos altos tribunales brasileños fueron artífices, junto con la derecha parlamentaria, mediática y económica, del golpe de Estado “constitucional” que depuso a Dilma Rousseff el 31 de agosto de 2016. El fruto podrido de ese proceso fue Bolsonaro llegando al Planalto, con el camino asfaltado por el vice de Dilma, Michel Temer, y otros bloques derechistas aliados en el impeachment que destituyó a la presidenta lulista del Partido de los Trabajadores (PT).


Si ahora Bolsonaro se siente amenazado en su cargo y hasta en su libertad por aquellos factores de poder es porque en dos años y siete meses de gestión se debilitó en todo sentido.


Su imagen positiva hoy es del 24 por ciento, a la baja, algo que no pudo frenar ni siquiera con varios recambios ministeriales. El grueso de la población brasileña la está pasando muy mal con este gobierno neoliberal, privatizador y ajustador de todo lo que sea salarios, jubilaciones, empleo, presupuestos escolares y sanitarios, etc.


La caída en picada de un Bolsonaro cada vez más derechista se debe, ante todo, a las críticas e insatisfacción del pueblo. O sea, a las causas internas del país. También colabora con esa crisis el debilitamiento del derechoso marco regional y continental que supo gozar el excapitán de paracaidistas bajo la batuta de Donald Trump en la Casa Blanca y sus aliados latinoamericanos del Cartel de Lima (Sebastián Piñera, Iván Duque, Lenin Moreno, Mario Abdo Benítez y Mauricio Macri, en línea con Luis Almagro).


UN PUEBLO QUE SUFRE

Mientras Bolsonaro miente con que hay un complot de la justicia en su contra, la realidad indica de dónde viene su decaimiento político. En una nota en Perfil (8/6/2021) Eleonora Gosman cita la Encuesta Nacional sobre Inseguridad Alimentaria, en un informe publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Eso reveló que 19 millones de brasileños pasan hambre; son 9 millones más que hace dos años. La tasa de desempleo es del 14,6 por ciento, con 14.8 millones de desocupados.


El ministro de Economía, Paulo Guedes, propuso que para mitigar el hambre los restaurantes guarden las sobras de alimentos para pobres y mendigos.


Mientras en el polo popular se acumula tanta pobreza e incluso hambre, en el otro extremo los multimillonarios tienen cada vez más dinero, dentro y fuera del país. Según Forbes los 67 súper ricos brasileños ahora tienen 217.000 millones de dólares, el doble del año pasado.


Frente a la pandemia, el bolsonarismo entregó una ayuda de 110 dólares a los más necesitados, en la segunda mitad del año 2020. Eso finalizó en diciembre. Ante los reclamos no tuvo más remedio que reanudarla en abril de este año, pero reducida a la mitad de aquel monto, por cuatro meses. Son parches pequeños y no permanentes.


La crisis sanitaria en Brasil, por la pésima gestión presidencial, se convirtió en catástrofe. Bolsonaro decía que era una “gripezinha”, pero los hechos en su país y el mundo demostraron que era una pandemia. Al 8 de septiembre Brasil registraba 20.9 millones de contagios y 584.171 muertos por COVID-19, pese al recambio de cuatro ministros de Salud. El expresidente Lula da Silva y muchísima gente calificó lo sucedido como un genocidio.


En suma, la pobreza y hambre de las mayorías, por un lado, y la desastrosa política sanitaria, por el otro, son los dos motores que impulsaron la decadencia del presidente. Que no le eche la culpa a nadie, fuera de sí mismo.


NO HAY QUE SUBESTIMARLO

De todos modos no hay que subestimar a Bolsonazi. Además de tener el apoyo de un sector de las clases dominantes y del capital extranjero que hizo negocios con privatizaciones de empresas y servicios públicos estatales, cuenta una buena porción de la derecha política, no toda, más un segmento de las Fuerzas Armadas y de los 600.000 policías, muchos de los cuales estaban dispuesto a concurrir, armados, a las manifestaciones convocadas en su apoyo el 7 de septiembre.


Como un animal herido y acorralado, es aún más peligroso y agresivo, de modo que sería erróneo subestimarlo y atenerse solo a las encuestas que lo dan como perdedor en primera vuelta frente a Lula, en octubre del año que viene. Esos estudios miden bien su debilidad político-electoral, pero Bolsonaro puede dar un golpe de Estado antes o intentar otras maniobras desesperadas. Como dijo varias veces en los últimos actos, sus perspectivas son ir preso, morir o salir victorioso. La suya es a todo o nada.


Su ideología es neonazi, fascista. Así lo caractericé desde su victoria electoral de 2018, a diferencia de un prestigioso sociólogo de izquierda en Argentina que afirmó era erróneo emplear esa categoría porque el fenómeno del brasileño no era comparable con el europeo. Claro que el mío no fue un hallazgo personal sino que coincidí con tantísimos intelectuales y periodistas en aquella caracterización de Bolsonazi como fascista.


Además de esa ideología y sus políticas derechosas, él fue 28 años diputado federal por distintos partidos y bancadas derechistas. En noviembre de 2019 se desafilió del Partido Social Liberal (PSL) y anunció la creación de la Alianza por Brasil, a la que definió como conservadora, religiosa y liberal, básicamente anticomunista y enfilada contra todo lo que huela a socialismo, contra el PT aunque éste tenga poco de tal y mucho de socialdemocracia.


Bolsonaro no abjura de sus prácticas represivas, racistas, discriminadoras de minorías, de pueblos originarios y mujeres, antimedioambientales. Lo van a seguir una gran buena parte del aparato represivo y las iglesias evangélicas, que fueron factor decisivo para la victoria de este presidente en 2018 y en parte con los golpistas de 2019 en Bolivia (por suerte por poco tiempo porque en el mundo terrenal volvieron el MAS de Evo Morales con Luis Arce presidente).


También lo animan al presidente para seguir dando batalla ciertas cuestiones personales y familiares. Hay cinco causas judiciales en su contra que transitan por diferentes etapas; además de las dos ya citadas hay una tercera por prevaricato: no haber realizado una denuncia ante un posible hecho de corrupción del que tuvo conocimiento, de compra fraudulenta de vacunas indias Covaxin contra el coronavirus. La cuarta es por haber filtrado en forma ilegal un informe secreto de la Policía Federal sobre la invasión de un hacker a la Corte electoral en 2018. La quinta causa apunta a tres de sus hijos por corrupción, lavado de activos y nombramiento de asesores parlamentarios fantasmas cuyos sueldos cobraban Flavio y Eduardo Bolsonaro (el primero senador y el otro diputado). Otro hijo, Carlos, está denunciado con Eduardo como parte de la organización de fake news contra la democracia. El hijo menor, Renán, fue denunciado por la fiscalía por facilitar contratos del grupo empresarial Lucena con el Ministerio de Desarrollo Regional para la construcción de viviendas. ¡Linda familia! ¡Uno no sabe con quién quedarse!


No hay que subestimar a Bolsonazi porque puede hacer todavía muchas maldades, pero tampoco creerse sus bravatas. El 7 de septiembre no pudieron ingresar por la fuerza en el Tribunal Supremo ni en el del Electoral, cosa que su referente Trump sí hizo, lamentablemente, en el Capitolio el 6 de enero de 2021.


A Bolsonaro hay que comprarlo por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale. Hay una gran distancia entre esos dos precios. La misma diferencia entre la realidad y sus bravuconadas de que el 7 de septiembre iba a juntar 2 millones de personas en San Pablo. No fue poca gente, pero ese día lo escucharon 125.000 fanáticos en la Avenida Paulista de San Pablo.
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