OPINI脫N de Jorge Majfud
“Lo que hoy est谩 en juego no es s贸lo proteger a Occidente contra los terroristas, de aqu铆 y de all谩, sino —y quiz谩 sobre todo— es crucial protegerlo de s铆 mismo. Bastar铆a con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los Derechos Humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez a帽os m谩s, si no reaccionamos a tiempo”. (2002)
Occidente aparece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecuci贸n preventiva de inocentes. Virtudes como la tolerancia y la autocr铆tica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende ahora, sino todo lo contrario: por ellos fue posible alg煤n tipo de progreso, 茅tico y material. La mayor esperanza y el mayor peligro para Occidente est谩n en su propio coraz贸n. Quienes no tenemos “Rabia” ni “Orgullo” por ninguna raza ni por ninguna cultura sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos.
Actualmente, algunas celebridades del pasado siglo XX, demostrando una irreversible decadencia senil, se han dedicado a divulgar la famosa ideolog铆a sobre el “choque de civilizaciones” —que ya era vulgar por s铆 sola— empezando sus razonamientos por las conclusiones, al mejor estilo de la teolog铆a cl谩sica. Como lo es la afirmaci贸n, aprior铆stica y decimon贸nica, de que “la cultura Occidental es superior a todas las dem谩s”. Y que, como si fuese poco, es una obligaci贸n moral repetirlo.
Desde esa Superioridad Occidental, la famos铆sima periodista italiana Oriana Fallaci escribi贸, recientemente, brillanteces tales como: “Si en algunos pa铆ses las mujeres son tan est煤pidas que aceptan el chador e incluso el velo con rejilla a la altura de los ojos, peor para ellas. (…) Y si sus maridos son tan bobos como para no beber vino ni cerveza, 铆dem.” Caramba, esto s铆 que es rigor intelectual. “¡Qu茅 asco! —sigui贸 escribiendo, primero en el Corriere della Sera y despu茅s en su best seller “La rabia y el orgullo”, refiri茅ndose a los africanos que hab铆an orinado en una plaza de Italia— ¡Tienen la meada larga estos hijos de Al谩! Raza de hip贸critas” “Aunque fuesen absolutamente inocentes, aunque entre ellos no haya ninguno que quiera destruir la Torre de Pisa o la Torre de Giotto, ninguno que quiera obligarme a llevar el chador, ninguno que quiera quemarme en la hoguera de una nueva Inquisici贸n, su presencia me alarma. Me produce desaz贸n”. Resumiendo: aunque esos negros fuesen absolutamente inocentes, su presencia le produce igual desaz贸n. Para Fallaci, esto no es racismo, es “rabia fr铆a, l煤cida y racional”. Y, por si fuera poco, una observaci贸n genial para referirse a los inmigrantes en general: “Adem谩s, hay otra cosa que no entiendo. Si realmente son tan pobres, ¿qui茅n les da el dinero para el viaje en los aviones o en los barcos que los traen a Italia? ¿No se los estar谩 pagando, al menos en parte, Osama bin Laden?” …Pobre Galileo, pobre Camus, pobre Simone de Beauvoir, pobre Michel Foucault.
De paso, recordemos que, aunque esta se帽ora escribe sin entender —lo dijo ella—, estas palabras pasaron a un libro que lleva vendidos medio mill贸n de ejemplares, al que no le faltan razones ni lugares comunes, como el “yo soy atea, gracias a Dios”. Ni curiosidades hist贸ricas de este estilo: “¿c贸mo se come eso con la poligamia y con el principio de que las mujeres no deben hacerse fotograf铆as. Porque tambi茅n esto est谩 en el Cor谩n”, lo que significa que en el siglo VII los 谩rabes estaban muy avanzados en 贸ptica. Ni su repetida dosis de humor, como pueden ser estos argumentos de peso: “Y, adem谩s, admit谩moslo: nuestras catedrales son m谩s bellas que las mezquitas y las sinagogas, ¿s铆 o no? Son m谩s bellas tambi茅n que las iglesias protestantes” Como dice Atilio, tiene el Brillo de Brigitte Bardot. Faltaba que nos enredemos en la discusi贸n sobre qu茅 es m谩s hermoso, si la torre de Pisa o el Taj-Mahal. Y de nuevo la tolerancia europea: “Te estoy diciendo que, precisamente porque est谩 definida desde hace muchos siglos y es muy precisa, nuestra identidad cultural no puede soportar una oleada migratoria compuesta por personas que, de una u otra forma, quieren cambiar nuestro sistema de vida. Nuestros valores. Te estoy diciendo que entre nosotros no hay cabida para los muecines, para los minaretes, para los falsos abstemios, para su jodido medievo, para su jodido chador. Y si lo hubiese, no se lo dar铆a” Para finalmente terminar con una advertencia a su editor: “Te advierto: no me pidas nada nunca m谩s. Y mucho menos que participe en pol茅micas vanas. Lo que ten铆a que decir lo dije. Me lo han ordenado la rabia y el orgullo”. Lo cual ya nos hab铆a quedado claro desde el comienzo y, de paso, nos niega uno de los fundamentos de la democracia y de la tolerancia, desde la Gracia antigua: la pol茅mica y el derecho a r茅plica —la competencia de argumentos en lugar de los insultos.
Pero como yo no poseo un nombre tan famoso como el de Fallaci —ganado con justicia, no tenemos por qu茅 dudarlo—, no puedo conformarme con insultar. Como soy nativo de un pa铆s subdesarrollado y ni siquiera soy famoso como Maradona, no tengo m谩s remedio que recurrir a la antigua costumbre de usar argumentos.
Veamos. S贸lo la expresi贸n “cultura occidental” es tan equ铆voca como puede serlo la de “cultura oriental” o la de “cultura isl谩mica”, porque cada una de ellas est谩 conformada por un conjunto diverso y muchas veces contradictorio de otras “culturas”. Basta con pensar que dentro de “cultura occidental” no s贸lo caben pa铆ses tan distintos como Cuba y Estados Unidos, sino irreconciliables per铆odos hist贸ricos dentro de una misma regi贸n geogr谩fica como puede serlo la peque帽a Europa o la a煤n m谩s peque帽a Alemania, donde pisaron Goethe y Adolf Hitler, Bach y los skin heads. Por otra parte, no olvidemos que tambi茅n Hitler y el Ku-Klux-Klan (en nombre de Cristo y de la Raza Blanca), que Stalin (en nombre de la Raz贸n y del ate铆smo), que Pinochet (en nombre de la Democracia y de la Libertad) y que Mussolini (en su nombre propio) fueron productos t铆picos, recientes y representativos de la autoproclamada “cultura occidental”. ¿Qu茅 m谩s occidental que la democracia y los campos de concentraci贸n? ¿Qu茅 m谩s occidental que la declaraci贸n de los Derechos Humanos y las dictaduras en Espa帽a y en Am茅rica Latina, sangrientas y degeneradas hasta los l铆mites de la imaginaci贸n? ¿Qu茅 m谩s occidental que el cristianismo, que cur贸, salv贸 y asesin贸 gracias al Santo Oficio? ¿Qu茅 m谩s occidental que las modernas academias militares o los m谩s antiguos monasterios donde se ense帽aba, con refinado sadismo, por iniciativa del papa Inocencio IV y bas谩ndose en el Derecho Romano, el arte de la tortura? ¿O todo eso lo trajo Marco Polo desde Medio Oriente? ¿Qu茅 m谩s occidental que la bomba at贸mica y los millones de muertos y desaparecidos bajo los reg铆menes fascistas, comunistas e, incluso, “democr谩ticos”? ¿Qu茅 m谩s occidental que las invasiones militares y la supresi贸n de pueblos enteros bajo los llamados “bombardeos preventivos”?
Todo esto es la parte oscura de Occidente y nada nos garantiza que estemos a salvo de cualquiera de ellas, s贸lo porque no logramos entendernos con nuestros vecinos, los cuales han estado ah铆 desde hace m谩s de 1400 a帽os, con la 煤nica diferencia que ahora el mundo se ha globalizado (lo ha globalizado Occidente) y ellos poseen la principal fuente de energ铆a que mueve la econom铆a del mundo —al menos por el momento— adem谩s del mismo odio y el mismo rencor de Oriana Fallaci. No olvidemos que la Inquisici贸n espa帽ola, m谩s estatal que las otras, se origin贸 por un sentimiento hostil contra moros y jud铆os y no termin贸 con el Progreso y la Salvaci贸n de Espa帽a sino con la quema de miles de seres humanos.
Sin embargo, Occidente tambi茅n representa la Democracia, la Libertad, los Derechos Humanos y la lucha por los derechos de la mujer. Por lo menos el intento de lograrlos y lo m谩s que la humanidad ha logrado hasta ahora. ¿Y cu谩l ha sido desde siempre la base de esos cuatro pilares, sino la tolerancia?
Fallaci quiere hacernos creer que “cultura occidental” es un producto 煤nico y puro, sin participaci贸n del otro. Pero si algo caracteriza a Occidente, precisamente, ha sido todo lo contrario: somos el resultado de incontables culturas, comenzando por la cultura hebrea (por no hablar de Amenofis IV) y siguiendo por casi todas las dem谩s: por los caldeos, por los griegos, por los chinos, por los hind煤es, por los africanos del sur, por los africanos del norte y por el resto de las culturas que hoy son uniformemente calificadas de “isl谩micas”. Hasta hace poco, no hubiese sido necesario recordar que, cuando en Europa —en toda Europa— la Iglesia cristiana, en nombre del Amor persegu铆a, torturaba y quemaba vivos a quienes discrepaban con las autoridades eclesi谩sticas o comet铆an el pecado de dedicarse a alg煤n tipo de investigaci贸n (o simplemente porque eran mujeres solas, es decir, brujas), en el mundo isl谩mico se difund铆an las artes y las ciencias, no s贸lo las propias sino tambi茅n las chinas, las hind煤es, las jud铆as y las griegas. Y esto tampoco quiere decir que volaban las mariposas y sonaban los violines por doquier: entre Bagdad y C贸rdoba la distancia geogr谩fica era, por entonces, casi astron贸mica.
Pero Oriana Fallaci no s贸lo niega la composici贸n diversa y contradictoria de cualquiera de las culturas en pleito, sino que de hecho se niega a reconocer la parte oriental como una cultura m谩s. “A m铆 me fastidia hablar incluso de dos culturas”, escribi贸. Y luego se despacha con una incre铆ble muestra de ignorancia hist贸rica: “Ponerlas sobre el mismo plano, como si fuesen dos realidades paralelas, de igual peso y de igual medida. Porque detr谩s de nuestra civilizaci贸n est谩n Homero, S贸crates, Plat贸n, Arist贸teles y Fidias, entre otros muchos. Est谩 la antigua Grecia con su Parten贸n y su descubrimiento de la Democracia. Est谩 la antigua Roma con su grandeza, sus leyes y su concepci贸n de la Ley. Con su escultura, su literatura y su arquitectura. Sus palacios y sus anfiteatros, sus acueductos, sus puentes y sus calzadas”.
¿Ser谩 necesario recordarle a Fallaci que entre todo eso y nosotros est谩 el antiguo Imperio Isl谩mico, sin el cual todo se hubiese quemado —hablo de los libros y de las personas, no del Coliseo— por la gracia de siglos de terrorismo eclesi谩stico, bien europeo y bien occidental? Y de la grandeza de Roma y de su “concepci贸n de la Ley” hablamos otro d铆a, porque aqu铆 s铆 que hay blanco y negro para recordar. Tambi茅n dejemos de lado la literatura y la arquitectura isl谩mica, que no tienen nada que envidiarle a la Roma de Fallaci, como cualquier persona medianamente culta sabe.
A ver, ¿y por 煤ltimo?: “Y por 煤ltimo —escribi贸 Fallaci— est谩 la ciencia. Una ciencia que ha descubierto muchas enfermedades y las cura. Yo sigo viva, por ahora, gracias a nuestra ciencia, no a la de Mahoma. Una ciencia que ha cambiado la faz de este planeta con la electricidad, la radio, el tel茅fono, la televisi贸n… Pues bien, hagamos ahora la pregunta fatal: y detr谩s de la otra cultura, ¿qu茅 hay?”
Respuesta fatal: detr谩s de nuestra ciencia est谩n los egipcios, los caldeos, los hind煤es, los griegos, los chinos, los 谩rabes, los jud铆os y los africanos. ¿O Fallaci cree que todo surgi贸 por generaci贸n espont谩nea en los 煤ltimos cincuenta a帽os? Habr铆a que recordarle a esta se帽ora que Pit谩goras tom贸 su filosof铆a de Egipto y de Caldea (Irak) —incluida su famosa f贸rmula matem谩tica, que no s贸lo usamos en arquitectura sino tambi茅n en la demostraci贸n de la Teor铆a Especial de la Relatividad de Einstein—, igual que hizo otro sabio y matem谩tico llamado Tales de Mileto. Ambos viajaron por Medio Oriente con la mente m谩s abierta que Fallaci cuando lo hizo. El m茅todo hipot茅tico-deductivo —base de la epistemolog铆a cient铆fica— se origin贸 entre los sacerdotes egipcios (empezar con Klimovsky, por favor); el cero y la extracci贸n de ra铆ces cuadradas, as铆 como innumerables descubrimientos matem谩ticos y astron贸micos, que hoy ense帽amos en los liceos, nacen en India y en Irak; el alfabeto lo inventaron los fenicios (antiguos linbaneses) y probablemente la primera forma de globalizaci贸n que conoci贸 el mundo. El cero no fue un invento de los 谩rabes, sino de los hind煤es, pero fueron aquellos que lo traficaron a Occidente. Por si fuera poco, el avanzado Imperio Romano no s贸lo desconoc铆a el cero —sin el cual no ser铆a posible imaginar las matem谩ticas modernas y los viajes espaciales— sino que pose铆a un sistema de conteo y c谩lculo engorroso que perdur贸 hasta fines de la Edad Media. Hasta comienzos del Renacimiento, todav铆a hab铆an hombres de negocios que usaban el sistema romano, neg谩ndose a cambiarlo por los n煤meros 谩rabes, por prejuicios raciales y religiosos, lo que provocaba todo tipo de errores de c谩lculo y litigios sociales. Por otra parte, mejor ni mencionemos que el nacimiento de la Era Moderna se origin贸 en el contacto de la cultura europea —despu茅s de largos siglos de represi贸n religiosa— con la cultura isl谩mica primero y con la griega despu茅s. ¿O alguien pens贸 que la racionalidad escol谩stica fue consecuencia de las torturas que se practicaban en las santas mazmorras? A principios del siglo XII, el ingl茅s Adelardo de Bath emprendi贸 un extenso viaje de estudios por el sur de Europa, Siria y Palestina. Al regresar de su viaje, Adelardo introdujo en la subdesarrollada Inglaterra un paradigma que a煤n hoy es sostenido por famosos cient铆ficos como Stephen Hawking: Dios hab铆a creado la Naturaleza de forma que pod铆a ser estudiada y explicada sin Su intervenci贸n (He aqu铆 el otro pilar de las ciencias, negado hist贸ricamente por la Iglesia romana) Incluso, Adelardo reproch贸 a los pensadores de su 茅poca por haberse dejado encandilar por el prestigio de las autoridades —comenzando por el griego Arist贸teles, est谩 claro. Por ellos esgrimi贸 la consigna “raz贸n contra autoridad”, y se hizo llamar a s铆 mismo “modernus”. “Yo he aprendido de mis maestros 谩rabes a tomar la raz贸n como gu铆a —escribi贸—, pero ustedes s贸lo se rigen por lo que dice la autoridad”. Un compatriota de Fallaci, Gerardo de Cremona, introdujo en Europa los escritos del astr贸nomo y matem谩tico “iraqu铆”, Al-Jwarizmi, inventor del 谩lgebra, de los algoritmos, del c谩lculo ar谩bigo y decimal; tradujo a Ptolomeo del 谩rabe —ya que hasta la teor铆a astron贸mica de un griego oficial como 茅ste no se encontraba en la Europa cristiana—, decenas de tratados m茅dicos, como los de Ibn Sina y iran铆 al-Razi, autor del primer tratado cient铆fico sobre la viruela y el sarampi贸n, por lo que hoy hubiese sido objeto de alg煤n tipo de persecuci贸n.
Podr铆amos seguir enumerando ejemplos como 茅stos, que la periodista italiana ignora, pero de ello ya nos ocupamos en un libro y ahora no es lo que m谩s importa.
Lo que hoy est谩 en juego no es s贸lo proteger a Occidente contra los terroristas, de aqu铆 y de all谩, sino —y quiz谩 sobre todo— es crucial protegerlo de s铆 mismo. Bastar铆a con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los Derechos Humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez a帽os m谩s, si no reaccionamos a tiempo.
La semilla est谩 ah铆 y s贸lo hace falta echarle un poco de agua. He escuchado decenas de veces la siguiente expresi贸n: “lo 煤nico bueno que hizo Hitler fue matar a todos esos jud铆os”. Ni m谩s ni menos. Y no lo he escuchado de boca de ning煤n musulm谩n —tal vez porque vivo en un pa铆s donde pr谩cticamente no existen— ni siquiera de alg煤n descendiente de 谩rabes. Lo he escuchado de neutrales criollos o de descendientes de europeos. En todas estas ocasiones me bast贸 razonar lo siguiente, para enmudecer a mi ocasional interlocutor: “¿Cu谩l es su apellido? Guti茅rrez, Pauletti, Wilson, Marceau… Entonces, se帽or, usted no es alem谩n y mucho menos de pura raza aria. Lo que quiere decir que mucho antes que Hitler hubiese terminado con los jud铆os hubiese comenzado por matar a sus abuelos y a todos los que tuviesen un perfil y un color de piel parecido al suyo”. Este mismo riesgo estamos corriendo ahora: si nos dedicamos a perseguir 谩rabes o musulmanes no s贸lo estaremos demostrando que no hemos aprendido nada, sino que, adem谩s, pronto terminaremos por perseguir a sus semejantes: beduinos, africanos del norte, gitanos, espa帽oles del sur, jud铆os de Espa帽a, jud铆os latinoamericanos, americanos del centro, mexicanos del sur, mormones del norte, hawaianos, chinos, hind煤es, and so on.
No hace mucho otro italiano, Umberto Eco, resumi贸 as铆 una sabia advertencia: “Somos una civilizaci贸n plural porque permitimos que en nuestros pa铆ses se erijan mezquitas, y no podemos renunciar a ellos s贸lo porque en Kabul metan en la c谩rcel a los propagandistas cristianos (…) Creemos que nuestra cultura es madura porque sabe tolerar la diversidad, y son b谩rbaros los miembros de nuestra cultura que no la toleran”.
Como dec铆an Freud y Jung, aquello que nadie desear铆a cometer nunca es objeto de una prohibici贸n; y como dijo Boudrilard, se establecen derechos cuando se los han perdido. Los terroristas isl谩micos han obtenido lo que quer铆an, doblemente. Occidente parece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecuci贸n preventiva de inocentes. Tanto tiempo imponiendo su cultura en otras regiones del planeta, para dejarse ahora imponer una moral que en sus mejores momentos no fue la suya. Virtudes como la tolerancia y la autocr铆tica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende, sino todo lo contrario: por ellos fue posible alg煤n tipo de progreso, 茅tico y material. La Democracia y la Ciencia nunca se desarrollaron a partir del culto narcisita a la cultura propia sino de la oposici贸n cr铆tica a partir de la misma. Y en esto, hasta hace poco tiempo, estuvieron ocupados no s贸lo los “intelectuales malditos” sino muchos grupos de acci贸n y resistencia social, como lo fueron los burgueses en el siglo XVIII, los sindicatos en el siglo XX, el periodismo inquisidor hasta ayer, sustituido hoy por la propaganda, en estos miserables tiempos nuestros. Incluso la pronta destrucci贸n de la privacidad es otro s铆ntoma de esa colonizaci贸n moral. S贸lo que en lugar del control religioso seremos controlados por la Seguridad Militar. El Gran Hermano que todo lo escucha y todo lo ve terminar谩 por imponernos m谩scaras semejantes a las que vemos en Oriente, con el 煤nico objetivo de no ser reconocidos cuando caminamos por la calle o cuando hacemos el amor.
La lucha no es —ni debe ser— entre orientales y occidentales; la lucha es entre la intolerancia y la imposici贸n, entre la diversidad y la uniformizaci贸n, entre el respeto por el otro y su desprecio o aniquilaci贸n. Escritos como “La rabia y el orgullo” de Oriana Fallaci no son una defensa a la cultura occidental sino un ataque artero, un panfleto insultante contra lo mejor de Occidente. La prueba est谩 en que bastar铆a con cambiar all铆 la palabra Oriente por Occidente, y alguna que otra localizaci贸n geogr谩fica, para reconocer a un fan谩tico talib谩n. Quienes no tenemos Rabia ni Orgullo por ninguna raza ni por ninguna cultura, sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos.
Hace unos a帽os estuve en Estados Unidos y all铆 vi un hermoso mural en el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York, si mal no recuerdo, donde aparec铆an representados hombres y mujeres de distintas razas y religiones —creo que la composici贸n estaba basada en una pir谩mide un poco arbitraria, pero esto ahora no viene al caso. M谩s abajo, con letras doradas, se le铆a un mandamiento que lo ense帽贸 Confucio en China y lo repitieron durante milenios hombres y mujeres de todo Oriente, hasta llegar a constituirse en un principio occidental: “Do unto others as you would have them do unto you” En ingl茅s suena musical, y hasta los que no saben ese idioma presienten que se refiere a cierta reciprocidad entre uno y los otros. No entiendo por qu茅 habr铆amos de tachar este mandamiento de nuestras paredes, fundamento de cualquier democracia y de cualquier estado de derecho, fundamento de los mejores sue帽os de Occidente, s贸lo porque los otros lo han olvidado de repente. O la han cambiado por un antiguo principio b铆blico que ya Cristo se encarg贸 de abolir: “ojo por ojo y diente por diente”. Lo que en la actualidad se traduce en una inversi贸n de la m谩xima confuciana, en algo as铆 como: hazle a los otros todo lo que ellos te han hecho a ti —la conocida historia sin fin.
Jorge Majfud
Montevideo, 8 de enero de 2003
Bitacora (La Republica)
https://www.voltairenet.org/article125889.html
“Lo que hoy est谩 en juego no es s贸lo proteger a Occidente contra los terroristas, de aqu铆 y de all谩, sino —y quiz谩 sobre todo— es crucial protegerlo de s铆 mismo. Bastar铆a con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los Derechos Humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez a帽os m谩s, si no reaccionamos a tiempo”. (2002)
Occidente aparece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecuci贸n preventiva de inocentes. Virtudes como la tolerancia y la autocr铆tica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende ahora, sino todo lo contrario: por ellos fue posible alg煤n tipo de progreso, 茅tico y material. La mayor esperanza y el mayor peligro para Occidente est谩n en su propio coraz贸n. Quienes no tenemos “Rabia” ni “Orgullo” por ninguna raza ni por ninguna cultura sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos.
Actualmente, algunas celebridades del pasado siglo XX, demostrando una irreversible decadencia senil, se han dedicado a divulgar la famosa ideolog铆a sobre el “choque de civilizaciones” —que ya era vulgar por s铆 sola— empezando sus razonamientos por las conclusiones, al mejor estilo de la teolog铆a cl谩sica. Como lo es la afirmaci贸n, aprior铆stica y decimon贸nica, de que “la cultura Occidental es superior a todas las dem谩s”. Y que, como si fuese poco, es una obligaci贸n moral repetirlo.
Desde esa Superioridad Occidental, la famos铆sima periodista italiana Oriana Fallaci escribi贸, recientemente, brillanteces tales como: “Si en algunos pa铆ses las mujeres son tan est煤pidas que aceptan el chador e incluso el velo con rejilla a la altura de los ojos, peor para ellas. (…) Y si sus maridos son tan bobos como para no beber vino ni cerveza, 铆dem.” Caramba, esto s铆 que es rigor intelectual. “¡Qu茅 asco! —sigui贸 escribiendo, primero en el Corriere della Sera y despu茅s en su best seller “La rabia y el orgullo”, refiri茅ndose a los africanos que hab铆an orinado en una plaza de Italia— ¡Tienen la meada larga estos hijos de Al谩! Raza de hip贸critas” “Aunque fuesen absolutamente inocentes, aunque entre ellos no haya ninguno que quiera destruir la Torre de Pisa o la Torre de Giotto, ninguno que quiera obligarme a llevar el chador, ninguno que quiera quemarme en la hoguera de una nueva Inquisici贸n, su presencia me alarma. Me produce desaz贸n”. Resumiendo: aunque esos negros fuesen absolutamente inocentes, su presencia le produce igual desaz贸n. Para Fallaci, esto no es racismo, es “rabia fr铆a, l煤cida y racional”. Y, por si fuera poco, una observaci贸n genial para referirse a los inmigrantes en general: “Adem谩s, hay otra cosa que no entiendo. Si realmente son tan pobres, ¿qui茅n les da el dinero para el viaje en los aviones o en los barcos que los traen a Italia? ¿No se los estar谩 pagando, al menos en parte, Osama bin Laden?” …Pobre Galileo, pobre Camus, pobre Simone de Beauvoir, pobre Michel Foucault.
De paso, recordemos que, aunque esta se帽ora escribe sin entender —lo dijo ella—, estas palabras pasaron a un libro que lleva vendidos medio mill贸n de ejemplares, al que no le faltan razones ni lugares comunes, como el “yo soy atea, gracias a Dios”. Ni curiosidades hist贸ricas de este estilo: “¿c贸mo se come eso con la poligamia y con el principio de que las mujeres no deben hacerse fotograf铆as. Porque tambi茅n esto est谩 en el Cor谩n”, lo que significa que en el siglo VII los 谩rabes estaban muy avanzados en 贸ptica. Ni su repetida dosis de humor, como pueden ser estos argumentos de peso: “Y, adem谩s, admit谩moslo: nuestras catedrales son m谩s bellas que las mezquitas y las sinagogas, ¿s铆 o no? Son m谩s bellas tambi茅n que las iglesias protestantes” Como dice Atilio, tiene el Brillo de Brigitte Bardot. Faltaba que nos enredemos en la discusi贸n sobre qu茅 es m谩s hermoso, si la torre de Pisa o el Taj-Mahal. Y de nuevo la tolerancia europea: “Te estoy diciendo que, precisamente porque est谩 definida desde hace muchos siglos y es muy precisa, nuestra identidad cultural no puede soportar una oleada migratoria compuesta por personas que, de una u otra forma, quieren cambiar nuestro sistema de vida. Nuestros valores. Te estoy diciendo que entre nosotros no hay cabida para los muecines, para los minaretes, para los falsos abstemios, para su jodido medievo, para su jodido chador. Y si lo hubiese, no se lo dar铆a” Para finalmente terminar con una advertencia a su editor: “Te advierto: no me pidas nada nunca m谩s. Y mucho menos que participe en pol茅micas vanas. Lo que ten铆a que decir lo dije. Me lo han ordenado la rabia y el orgullo”. Lo cual ya nos hab铆a quedado claro desde el comienzo y, de paso, nos niega uno de los fundamentos de la democracia y de la tolerancia, desde la Gracia antigua: la pol茅mica y el derecho a r茅plica —la competencia de argumentos en lugar de los insultos.
Pero como yo no poseo un nombre tan famoso como el de Fallaci —ganado con justicia, no tenemos por qu茅 dudarlo—, no puedo conformarme con insultar. Como soy nativo de un pa铆s subdesarrollado y ni siquiera soy famoso como Maradona, no tengo m谩s remedio que recurrir a la antigua costumbre de usar argumentos.
Veamos. S贸lo la expresi贸n “cultura occidental” es tan equ铆voca como puede serlo la de “cultura oriental” o la de “cultura isl谩mica”, porque cada una de ellas est谩 conformada por un conjunto diverso y muchas veces contradictorio de otras “culturas”. Basta con pensar que dentro de “cultura occidental” no s贸lo caben pa铆ses tan distintos como Cuba y Estados Unidos, sino irreconciliables per铆odos hist贸ricos dentro de una misma regi贸n geogr谩fica como puede serlo la peque帽a Europa o la a煤n m谩s peque帽a Alemania, donde pisaron Goethe y Adolf Hitler, Bach y los skin heads. Por otra parte, no olvidemos que tambi茅n Hitler y el Ku-Klux-Klan (en nombre de Cristo y de la Raza Blanca), que Stalin (en nombre de la Raz贸n y del ate铆smo), que Pinochet (en nombre de la Democracia y de la Libertad) y que Mussolini (en su nombre propio) fueron productos t铆picos, recientes y representativos de la autoproclamada “cultura occidental”. ¿Qu茅 m谩s occidental que la democracia y los campos de concentraci贸n? ¿Qu茅 m谩s occidental que la declaraci贸n de los Derechos Humanos y las dictaduras en Espa帽a y en Am茅rica Latina, sangrientas y degeneradas hasta los l铆mites de la imaginaci贸n? ¿Qu茅 m谩s occidental que el cristianismo, que cur贸, salv贸 y asesin贸 gracias al Santo Oficio? ¿Qu茅 m谩s occidental que las modernas academias militares o los m谩s antiguos monasterios donde se ense帽aba, con refinado sadismo, por iniciativa del papa Inocencio IV y bas谩ndose en el Derecho Romano, el arte de la tortura? ¿O todo eso lo trajo Marco Polo desde Medio Oriente? ¿Qu茅 m谩s occidental que la bomba at贸mica y los millones de muertos y desaparecidos bajo los reg铆menes fascistas, comunistas e, incluso, “democr谩ticos”? ¿Qu茅 m谩s occidental que las invasiones militares y la supresi贸n de pueblos enteros bajo los llamados “bombardeos preventivos”?
Todo esto es la parte oscura de Occidente y nada nos garantiza que estemos a salvo de cualquiera de ellas, s贸lo porque no logramos entendernos con nuestros vecinos, los cuales han estado ah铆 desde hace m谩s de 1400 a帽os, con la 煤nica diferencia que ahora el mundo se ha globalizado (lo ha globalizado Occidente) y ellos poseen la principal fuente de energ铆a que mueve la econom铆a del mundo —al menos por el momento— adem谩s del mismo odio y el mismo rencor de Oriana Fallaci. No olvidemos que la Inquisici贸n espa帽ola, m谩s estatal que las otras, se origin贸 por un sentimiento hostil contra moros y jud铆os y no termin贸 con el Progreso y la Salvaci贸n de Espa帽a sino con la quema de miles de seres humanos.
Sin embargo, Occidente tambi茅n representa la Democracia, la Libertad, los Derechos Humanos y la lucha por los derechos de la mujer. Por lo menos el intento de lograrlos y lo m谩s que la humanidad ha logrado hasta ahora. ¿Y cu谩l ha sido desde siempre la base de esos cuatro pilares, sino la tolerancia?
Fallaci quiere hacernos creer que “cultura occidental” es un producto 煤nico y puro, sin participaci贸n del otro. Pero si algo caracteriza a Occidente, precisamente, ha sido todo lo contrario: somos el resultado de incontables culturas, comenzando por la cultura hebrea (por no hablar de Amenofis IV) y siguiendo por casi todas las dem谩s: por los caldeos, por los griegos, por los chinos, por los hind煤es, por los africanos del sur, por los africanos del norte y por el resto de las culturas que hoy son uniformemente calificadas de “isl谩micas”. Hasta hace poco, no hubiese sido necesario recordar que, cuando en Europa —en toda Europa— la Iglesia cristiana, en nombre del Amor persegu铆a, torturaba y quemaba vivos a quienes discrepaban con las autoridades eclesi谩sticas o comet铆an el pecado de dedicarse a alg煤n tipo de investigaci贸n (o simplemente porque eran mujeres solas, es decir, brujas), en el mundo isl谩mico se difund铆an las artes y las ciencias, no s贸lo las propias sino tambi茅n las chinas, las hind煤es, las jud铆as y las griegas. Y esto tampoco quiere decir que volaban las mariposas y sonaban los violines por doquier: entre Bagdad y C贸rdoba la distancia geogr谩fica era, por entonces, casi astron贸mica.
Pero Oriana Fallaci no s贸lo niega la composici贸n diversa y contradictoria de cualquiera de las culturas en pleito, sino que de hecho se niega a reconocer la parte oriental como una cultura m谩s. “A m铆 me fastidia hablar incluso de dos culturas”, escribi贸. Y luego se despacha con una incre铆ble muestra de ignorancia hist贸rica: “Ponerlas sobre el mismo plano, como si fuesen dos realidades paralelas, de igual peso y de igual medida. Porque detr谩s de nuestra civilizaci贸n est谩n Homero, S贸crates, Plat贸n, Arist贸teles y Fidias, entre otros muchos. Est谩 la antigua Grecia con su Parten贸n y su descubrimiento de la Democracia. Est谩 la antigua Roma con su grandeza, sus leyes y su concepci贸n de la Ley. Con su escultura, su literatura y su arquitectura. Sus palacios y sus anfiteatros, sus acueductos, sus puentes y sus calzadas”.
¿Ser谩 necesario recordarle a Fallaci que entre todo eso y nosotros est谩 el antiguo Imperio Isl谩mico, sin el cual todo se hubiese quemado —hablo de los libros y de las personas, no del Coliseo— por la gracia de siglos de terrorismo eclesi谩stico, bien europeo y bien occidental? Y de la grandeza de Roma y de su “concepci贸n de la Ley” hablamos otro d铆a, porque aqu铆 s铆 que hay blanco y negro para recordar. Tambi茅n dejemos de lado la literatura y la arquitectura isl谩mica, que no tienen nada que envidiarle a la Roma de Fallaci, como cualquier persona medianamente culta sabe.
A ver, ¿y por 煤ltimo?: “Y por 煤ltimo —escribi贸 Fallaci— est谩 la ciencia. Una ciencia que ha descubierto muchas enfermedades y las cura. Yo sigo viva, por ahora, gracias a nuestra ciencia, no a la de Mahoma. Una ciencia que ha cambiado la faz de este planeta con la electricidad, la radio, el tel茅fono, la televisi贸n… Pues bien, hagamos ahora la pregunta fatal: y detr谩s de la otra cultura, ¿qu茅 hay?”
Respuesta fatal: detr谩s de nuestra ciencia est谩n los egipcios, los caldeos, los hind煤es, los griegos, los chinos, los 谩rabes, los jud铆os y los africanos. ¿O Fallaci cree que todo surgi贸 por generaci贸n espont谩nea en los 煤ltimos cincuenta a帽os? Habr铆a que recordarle a esta se帽ora que Pit谩goras tom贸 su filosof铆a de Egipto y de Caldea (Irak) —incluida su famosa f贸rmula matem谩tica, que no s贸lo usamos en arquitectura sino tambi茅n en la demostraci贸n de la Teor铆a Especial de la Relatividad de Einstein—, igual que hizo otro sabio y matem谩tico llamado Tales de Mileto. Ambos viajaron por Medio Oriente con la mente m谩s abierta que Fallaci cuando lo hizo. El m茅todo hipot茅tico-deductivo —base de la epistemolog铆a cient铆fica— se origin贸 entre los sacerdotes egipcios (empezar con Klimovsky, por favor); el cero y la extracci贸n de ra铆ces cuadradas, as铆 como innumerables descubrimientos matem谩ticos y astron贸micos, que hoy ense帽amos en los liceos, nacen en India y en Irak; el alfabeto lo inventaron los fenicios (antiguos linbaneses) y probablemente la primera forma de globalizaci贸n que conoci贸 el mundo. El cero no fue un invento de los 谩rabes, sino de los hind煤es, pero fueron aquellos que lo traficaron a Occidente. Por si fuera poco, el avanzado Imperio Romano no s贸lo desconoc铆a el cero —sin el cual no ser铆a posible imaginar las matem谩ticas modernas y los viajes espaciales— sino que pose铆a un sistema de conteo y c谩lculo engorroso que perdur贸 hasta fines de la Edad Media. Hasta comienzos del Renacimiento, todav铆a hab铆an hombres de negocios que usaban el sistema romano, neg谩ndose a cambiarlo por los n煤meros 谩rabes, por prejuicios raciales y religiosos, lo que provocaba todo tipo de errores de c谩lculo y litigios sociales. Por otra parte, mejor ni mencionemos que el nacimiento de la Era Moderna se origin贸 en el contacto de la cultura europea —despu茅s de largos siglos de represi贸n religiosa— con la cultura isl谩mica primero y con la griega despu茅s. ¿O alguien pens贸 que la racionalidad escol谩stica fue consecuencia de las torturas que se practicaban en las santas mazmorras? A principios del siglo XII, el ingl茅s Adelardo de Bath emprendi贸 un extenso viaje de estudios por el sur de Europa, Siria y Palestina. Al regresar de su viaje, Adelardo introdujo en la subdesarrollada Inglaterra un paradigma que a煤n hoy es sostenido por famosos cient铆ficos como Stephen Hawking: Dios hab铆a creado la Naturaleza de forma que pod铆a ser estudiada y explicada sin Su intervenci贸n (He aqu铆 el otro pilar de las ciencias, negado hist贸ricamente por la Iglesia romana) Incluso, Adelardo reproch贸 a los pensadores de su 茅poca por haberse dejado encandilar por el prestigio de las autoridades —comenzando por el griego Arist贸teles, est谩 claro. Por ellos esgrimi贸 la consigna “raz贸n contra autoridad”, y se hizo llamar a s铆 mismo “modernus”. “Yo he aprendido de mis maestros 谩rabes a tomar la raz贸n como gu铆a —escribi贸—, pero ustedes s贸lo se rigen por lo que dice la autoridad”. Un compatriota de Fallaci, Gerardo de Cremona, introdujo en Europa los escritos del astr贸nomo y matem谩tico “iraqu铆”, Al-Jwarizmi, inventor del 谩lgebra, de los algoritmos, del c谩lculo ar谩bigo y decimal; tradujo a Ptolomeo del 谩rabe —ya que hasta la teor铆a astron贸mica de un griego oficial como 茅ste no se encontraba en la Europa cristiana—, decenas de tratados m茅dicos, como los de Ibn Sina y iran铆 al-Razi, autor del primer tratado cient铆fico sobre la viruela y el sarampi贸n, por lo que hoy hubiese sido objeto de alg煤n tipo de persecuci贸n.
Podr铆amos seguir enumerando ejemplos como 茅stos, que la periodista italiana ignora, pero de ello ya nos ocupamos en un libro y ahora no es lo que m谩s importa.
Lo que hoy est谩 en juego no es s贸lo proteger a Occidente contra los terroristas, de aqu铆 y de all谩, sino —y quiz谩 sobre todo— es crucial protegerlo de s铆 mismo. Bastar铆a con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los Derechos Humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez a帽os m谩s, si no reaccionamos a tiempo.
La semilla est谩 ah铆 y s贸lo hace falta echarle un poco de agua. He escuchado decenas de veces la siguiente expresi贸n: “lo 煤nico bueno que hizo Hitler fue matar a todos esos jud铆os”. Ni m谩s ni menos. Y no lo he escuchado de boca de ning煤n musulm谩n —tal vez porque vivo en un pa铆s donde pr谩cticamente no existen— ni siquiera de alg煤n descendiente de 谩rabes. Lo he escuchado de neutrales criollos o de descendientes de europeos. En todas estas ocasiones me bast贸 razonar lo siguiente, para enmudecer a mi ocasional interlocutor: “¿Cu谩l es su apellido? Guti茅rrez, Pauletti, Wilson, Marceau… Entonces, se帽or, usted no es alem谩n y mucho menos de pura raza aria. Lo que quiere decir que mucho antes que Hitler hubiese terminado con los jud铆os hubiese comenzado por matar a sus abuelos y a todos los que tuviesen un perfil y un color de piel parecido al suyo”. Este mismo riesgo estamos corriendo ahora: si nos dedicamos a perseguir 谩rabes o musulmanes no s贸lo estaremos demostrando que no hemos aprendido nada, sino que, adem谩s, pronto terminaremos por perseguir a sus semejantes: beduinos, africanos del norte, gitanos, espa帽oles del sur, jud铆os de Espa帽a, jud铆os latinoamericanos, americanos del centro, mexicanos del sur, mormones del norte, hawaianos, chinos, hind煤es, and so on.
No hace mucho otro italiano, Umberto Eco, resumi贸 as铆 una sabia advertencia: “Somos una civilizaci贸n plural porque permitimos que en nuestros pa铆ses se erijan mezquitas, y no podemos renunciar a ellos s贸lo porque en Kabul metan en la c谩rcel a los propagandistas cristianos (…) Creemos que nuestra cultura es madura porque sabe tolerar la diversidad, y son b谩rbaros los miembros de nuestra cultura que no la toleran”.
Como dec铆an Freud y Jung, aquello que nadie desear铆a cometer nunca es objeto de una prohibici贸n; y como dijo Boudrilard, se establecen derechos cuando se los han perdido. Los terroristas isl谩micos han obtenido lo que quer铆an, doblemente. Occidente parece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecuci贸n preventiva de inocentes. Tanto tiempo imponiendo su cultura en otras regiones del planeta, para dejarse ahora imponer una moral que en sus mejores momentos no fue la suya. Virtudes como la tolerancia y la autocr铆tica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende, sino todo lo contrario: por ellos fue posible alg煤n tipo de progreso, 茅tico y material. La Democracia y la Ciencia nunca se desarrollaron a partir del culto narcisita a la cultura propia sino de la oposici贸n cr铆tica a partir de la misma. Y en esto, hasta hace poco tiempo, estuvieron ocupados no s贸lo los “intelectuales malditos” sino muchos grupos de acci贸n y resistencia social, como lo fueron los burgueses en el siglo XVIII, los sindicatos en el siglo XX, el periodismo inquisidor hasta ayer, sustituido hoy por la propaganda, en estos miserables tiempos nuestros. Incluso la pronta destrucci贸n de la privacidad es otro s铆ntoma de esa colonizaci贸n moral. S贸lo que en lugar del control religioso seremos controlados por la Seguridad Militar. El Gran Hermano que todo lo escucha y todo lo ve terminar谩 por imponernos m谩scaras semejantes a las que vemos en Oriente, con el 煤nico objetivo de no ser reconocidos cuando caminamos por la calle o cuando hacemos el amor.
La lucha no es —ni debe ser— entre orientales y occidentales; la lucha es entre la intolerancia y la imposici贸n, entre la diversidad y la uniformizaci贸n, entre el respeto por el otro y su desprecio o aniquilaci贸n. Escritos como “La rabia y el orgullo” de Oriana Fallaci no son una defensa a la cultura occidental sino un ataque artero, un panfleto insultante contra lo mejor de Occidente. La prueba est谩 en que bastar铆a con cambiar all铆 la palabra Oriente por Occidente, y alguna que otra localizaci贸n geogr谩fica, para reconocer a un fan谩tico talib谩n. Quienes no tenemos Rabia ni Orgullo por ninguna raza ni por ninguna cultura, sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos.
Hace unos a帽os estuve en Estados Unidos y all铆 vi un hermoso mural en el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York, si mal no recuerdo, donde aparec铆an representados hombres y mujeres de distintas razas y religiones —creo que la composici贸n estaba basada en una pir谩mide un poco arbitraria, pero esto ahora no viene al caso. M谩s abajo, con letras doradas, se le铆a un mandamiento que lo ense帽贸 Confucio en China y lo repitieron durante milenios hombres y mujeres de todo Oriente, hasta llegar a constituirse en un principio occidental: “Do unto others as you would have them do unto you” En ingl茅s suena musical, y hasta los que no saben ese idioma presienten que se refiere a cierta reciprocidad entre uno y los otros. No entiendo por qu茅 habr铆amos de tachar este mandamiento de nuestras paredes, fundamento de cualquier democracia y de cualquier estado de derecho, fundamento de los mejores sue帽os de Occidente, s贸lo porque los otros lo han olvidado de repente. O la han cambiado por un antiguo principio b铆blico que ya Cristo se encarg贸 de abolir: “ojo por ojo y diente por diente”. Lo que en la actualidad se traduce en una inversi贸n de la m谩xima confuciana, en algo as铆 como: hazle a los otros todo lo que ellos te han hecho a ti —la conocida historia sin fin.
Jorge Majfud
Montevideo, 8 de enero de 2003
Bitacora (La Republica)
https://www.voltairenet.org/article125889.html