81 a帽os del nacimiento de Eduardo Galeano
“Somos todos culpables de la ruina del planeta”
La salud del mundo est谩 hecha un asco. ‘Somos todos responsables’, claman las voces de la alarma universal, y la generalizaci贸n absuelve: si somos todos responsables, nadie lo es.
Como conejos se reproducen los nuevos tecn贸cratas del medio ambiente. Es la tasa de natalidad m谩s alta del mundo: los expertos generan expertos y m谩s expertos que se ocupan de envolver el tema en el papel celof谩n de la ambig眉edad. Ellos fabrican el brumoso lenguaje de las exhortaciones al ’sacrificio de todos’ en las declaraciones de los gobiernos y en los solemnes acuerdos internacionales que nadie cumple.
Estas cataratas de palabras -inundaci贸n que amenaza convertirse en una cat谩strofe ecol贸gica comparable al agujero del ozono- no se desencadenan gratuitamente. El lenguaje oficial ahoga la realidad para otorgar impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo en nombre del desarrollo y a las grandes empresas que le sacan el jugo.
Pero las estad铆sticas confiesan. Los datos ocultos bajo el palabrer铆o revelan que el 20 por ciento de la humanidad comete el 80 por ciento de las agresiones contra la naturaleza, crimen que los asesinos llaman suicidio y es la humanidad entera quien paga las consecuencias de la degradaci贸n de la tierra, la intoxicaci贸n del aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidaci贸n de los recursos naturales no renovables.
La se帽ora Harlem Bruntland, quien encabeza el gobierno de Noruega, comprob贸 recientemente que si los 7 mil millones de pobladores del planeta consumieran lo mismo que los pa铆ses desarrollados de Occidente, “har铆an falta 10 planetas como el nuestro para satisfacer todas sus necesidades”. Una experiencia imposible.
Pero los gobernantes de los pa铆ses del Sur que prometen el ingreso al Primer Mundo, m谩gico pasaporte que nos har谩 a todos ricos y felices, no s贸lo deber铆an ser procesados por estafa. No s贸lo nos est谩n tomando el pelo, no: adem谩s, esos gobernantes est谩n cometiendo el delito de apolog铆a del crimen. Porque este sistema de vida que se ofrece como para铆so, fundado en la explotaci贸n del pr贸jimo y en la aniquilaci贸n de la naturaleza, es el que nos est谩 enfermando el cuerpo, nos est谩 envenenando el alma y nos est谩 dejando sin mundo.
“Es verde lo que se pinta de verde”
Ahora, los gigantes de la industria qu铆mica hacen su publicidad en color verde, y el Banco Mundial lava su imagen repitiendo la palabra ecolog铆a en cada p谩gina de sus informes y ti帽endo de verde sus pr茅stamos. “En las condiciones de nuestros pr茅stamos hay normas ambientales estrictas”, aclara el presidente de la suprema banquer铆a del mundo. Somos todos ecologistas, hasta que alguna medida concreta limita la libertad de contaminaci贸n.
Cuando se aprob贸 en el Parlamento del Uruguay una t铆mida ley de defensa del medio ambiente, las empresas que echan veneno al aire y pudren las aguas se sacaron s煤bitamente la reci茅n comprada careta verde y gritaron su verdad en t茅rminos que podr铆an ser resumidos as铆: “los defensores de la naturaleza son abogados de la pobreza, dedicados a sabotear el desarrollo econ贸mico y a espantar la inversi贸n extranjera”.
El Banco Mundial, en cambio, es el principal promotor de la riqueza, el desarrollo y la inversi贸n extranjera. Quiz谩s por reunir tantas virtudes, el Banco manejar谩, junto a la ONU, el reci茅n creado Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
Este impuesto a la mala conciencia dispondr谩 de poco dinero, 100 veces menos de lo que hab铆an pedido los ecologistas, para financiar proyectos que no destruyan la naturaleza. Intenci贸n irreprochable, conclusi贸n inevitable: si esos proyectos requieren un fondo especial, el Banco Mundial est谩 admitiendo, de hecho, que todos sus dem谩s proyectos hacen un flaco favor al medio ambiente.
El Banco se llama Mundial, como el Fondo Monetario se llama Internacional, pero estos hermanos gemelos viven, cobran y deciden en Washington. Quien paga, manda, y la numerosa tecnocracia jam谩s escupe el plato donde come. Siendo, como es, el principal acreedor del llamado Tercer Mundo, el Banco Mundial gobierna a nuestros pa铆ses cautivos que por servicio de deuda pagan a sus acreedores externos 250 mil d贸lares por minuto, y les impone su pol铆tica econ贸mica en funci贸n del dinero que concede o promete.
La divinizaci贸n del mercado, que compra cada vez menos y paga cada vez peor, permite atiborrar de m谩gicas chucher铆as a las grandes ciudades del sur del mundo, drogadas por la religi贸n del consumo, mientras los campos se agotan, se pudren las aguas que los alimentan y una costra seca cubre los desiertos que antes fueron bosques.
“Entre el capital y el trabajo, la ecolog铆a es neutral”
Se podr谩 decir cualquier cosa de Al Capone, pero 茅l era un caballero: el bueno de Al siempre enviaba flores a los velorios de sus v铆ctimas… Las empresas gigantes de la industria qu铆mica, petrolera y automovil铆stica pagaron buena parte de los gastos de la Eco 92.
La conferencia internacional que en R铆o de Janeiro se ocup贸 de la agon铆a del planeta. Y esa conferencia, llamada Cumbre de la Tierra, no conden贸 a las transnacionales que producen contaminaci贸n y viven de ella, y ni siquiera pronunci贸 una palabra contra la ilimitada libertad de comercio que hace posible la venta de veneno.
En el gran baile de m谩scaras del fin de milenio, hasta la industria qu铆mica se viste de verde. La angustia ecol贸gica perturba el sue帽o de los mayores laboratorios del mundo, que para ayudar a la naturaleza est谩n inventando nuevos cultivos biotecnol贸gicos.
Pero estos desvelos cient铆ficos no se proponen encontrar plantas m谩s resistentes a las plagas sin ayuda qu铆mica, sino que buscan nuevas plantas capaces de resistir los plaguicidas y herbicidas que esos mismos laboratorios producen. De las 10 empresas productoras de semillas m谩s grandes del mundo, seis fabrican pesticidas (Sandoz, Ciba-Geigy, Dekalb, Pfiezer, Upjohn, Shell, ICI).
La industria qu铆mica no tiene tendencias masoquistas. La recuperaci贸n del planeta o lo que nos quede de 茅l implica la denuncia de la impunidad del dinero y la libertad humana. La ecolog铆a neutral, que m谩s bien se parece a la jardiner铆a, se hace c贸mplice de la injusticia de un mundo donde la comida sana, el agua limpia, el aire puro y el silencio no son derechos de todos sino privilegios de los pocos que pueden pagarlos.
Chico Mendes, obrero del caucho, cay贸 asesinado a fines del 1988, en la Amazon铆a brasile帽a, por creer lo que cre铆a: que la militancia ecol贸gica no puede divorciarse de la lucha social. Chico cre铆a que la floresta amaz贸nica no ser谩 salvada mientras no se haga la reforma agraria en Brasil.
Cinco a帽os despu茅s del crimen, los obispos brasile帽os denunciaron que m谩s de 100 trabajadores rurales mueren asesinados cada a帽o en la lucha por la tierra, y calcularon que cuatro millones de campesinos sin trabajo van a las ciudades desde las plantaciones del interior. Adaptando las cifras de cada pa铆s, la declaraci贸n de los obispos retrata a toda Am茅rica Latina. Las grandes ciudades latinoamericanas, hinchadas a reventar por la incesante invasi贸n de exiliados del campo, son una cat谩strofe ecol贸gica: una cat谩strofe que no se puede entender ni cambiar dentro de los l铆mites de la ecolog铆a, sorda ante el clamor social y ciega ante el compromiso pol铆tico.
“La naturaleza est谩 fuera de nosotros”
En sus 10 mandamientos, Dios olvid贸 mencionar a la naturaleza. Entre las 贸rdenes que nos envi贸 desde el monte Sina铆, el Se帽or hubiera podido agregar, pongamos por caso: “Honrar谩s a la naturaleza de la que formas parte”. Pero no se le ocurri贸. Hace cinco siglos, cuando Am茅rica fue apresada por el mercado mundial, la civilizaci贸n invasora confundi贸 a la ecolog铆a con la idolatr铆a. La comuni贸n con la naturaleza era pecado. Y merec铆a castigo.
Seg煤n las cr贸nicas de la Conquista., los indios n贸madas que usaban cortezas para vestirse jam谩s desollaban el tronco entero, para no aniquilar el 谩rbol, y los indios sedentarios plantaban cultivos diversos y con per铆odos de descanso, para no cansar a la tierra. La civilizaci贸n que ven铆a a imponer los devastadores monocultivos de exportaci贸n no pod铆a entender a las culturas integradas a la naturaleza, y las confundi贸 con la vocaci贸n demon铆aca o la ignorancia.
Para la civilizaci贸n que dice ser occidental y cristiana, la naturaleza era una bestia feroz que hab铆a que domar y castigar para que funcionara como una m谩quina, puesta a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza, que era eterna, nos deb铆a esclavitud.
Muy recientemente nos hemos enterado de que la naturaleza se cansa, como nosotros, sus hijos, y hemos sabido que, como nosotros, puede morir asesinada. Ya no se habla de someter a la naturaleza, ahora hasta sus verdugos dicen que hay que protegerla. Pero en uno u otro caso, naturaleza sometida y naturaleza protegida, ella est谩 fuera de nosotros.
La civilizaci贸n que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo grandote con la grandeza, tambi茅n confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo.
Eduardo Galeano