OPINI脫N de Carolina V谩squez Araya
En el inicio de las comunidades humanas prevaleci贸 una visi贸n de futuro.
En nuestra estrecha perspectiva de las cosas, al hablar de cultura tendemos a enmarcarla en objetos y manifestaciones espec铆ficas, la mayor铆a de ellas ligadas al arte y a sus derivados. Desde la imposici贸n de un marco de valores cuya principal caracter铆stica es la importancia de lo material por sobre lo social y humano -el capitalismo a la cabeza- hemos perdido la noci贸n de la riqueza impl铆cita en el tejido social, independientemente de su nivel econ贸mico o su posici贸n en la pir谩mide, especialmente en lo referente a su relaci贸n con el entorno.
Las sucesivas crisis en donde se han sepultado las esperanzas de progreso de millones de seres humanos alrededor del planeta, han hecho brotar una especie de renacer de las culturas originarias, las cuales b谩sicamente consist铆an en alimentar, proteger, resguardar y enriquecer a los peque帽os n煤cleos de habitantes en territorios salvajes y de dif铆cil control. De ah铆 el surgimiento de iniciativas -muy especialmente en grupos de escasos recursos- para volver los ojos a la tierra. En estos d铆as de lecturas variadas, me han llamado la atenci贸n aquellas enfocadas sobre esta variante fundamental de nuestras culturas, caracterizadas por su relaci贸n con la madre tierra y, como parang贸n, con la madre humana.
La mujer es fuente de vida. Esta afirmaci贸n resulta redundante frente a las evidencias de su papel como protagonista del fen贸meno de la reproducci贸n humana, su cuidado y su educaci贸n. Pero adem谩s, su naturaleza la convierte en un factor fundamental en la protecci贸n de su entorno y la continuidad de distintas manifestaciones de su cultura, de su comunidad y, como corolario de esa actuaci贸n primigenia, de su capacidad de regresar a la tierra y convertir la azada en su pincel para crear un vergel en un campo yerto. Eso, para m铆, es cultura.
En Per煤, un grupo de mujeres, la mayor铆a de ellas en edad de retiro, decidieron cultivar el desierto. En el parque abandonado de uno de esos conglomerados habitacionales en donde el factor com煤n es una pobreza alucinante, han creado un enorme huerto comunitario. Un esfuerzo gigantesco que ha provisto de recursos y alimentos a una comunidad que no los ten铆a. Un esfuerzo de mujeres capaces de romper la inercia de la costumbre de no tener, para establecer un antes y un ahora distinto y cargado de esperanza.
La mujer -como una caracter铆stica propia de su condici贸n- tambi茅n es la guardiana de la naturaleza: de los bosques, de los r铆os, de la integridad del territorio; y, por esa elevada misi贸n, ha sido perseguida y eliminada, como si salvaguardar las fuentes de vida fuera un acto de terrorismo. Innumerables vidas de mujeres lideresas han sido segadas en nuestro continente y alrededor del mundo por quienes intentan detener su lucha y evadir a la justicia. Estos actos de extrema crueldad demuestran hasta qu茅 punto la voluntad de esas mujeres puede cambiar la ruta del despojo y hacer prevalecer el derecho del ser humano sobre su ambiente.
La reciente iniciativa de las m谩ximas responsables de los temas de ambiente y derechos humanos de la Organizaci贸n de las Naciones Unidas -Inger Andersen y Michelle Bachelet- cuyo esfuerzo ha resultado en la declaraci贸n oficial de la ONU de que tener un ambiente limpio, saludable y sostenible es un derecho humano, pone en evidencia una vez m谩s el compromiso y la responsabilidad de las mujeres en su lucha por la supervivencia de nuestra y de todas las especies que nos acompa帽an en la ruta.
Si la cultura es el conjunto de saberes acumulados por la Humanidad en su camino, entonces la protecci贸n de la vida en todas sus manifestaciones es un acto reivindicatorio ante los intentos del sistema econ贸mico de destruir lo poco que queda de las riquezas naturales del planeta; este af谩n del capitalismo salvaje tiene un solo prop贸sito: acumular una riqueza que, ante el dantesco escenario de la destrucci贸n de nuestro entorno, no servir谩 de nada. Los esfuerzos de las comunidades de mujeres, entonces, conjugan en s铆 mismos los valores de la vida y la cultura. Nuestra obligaci贸n es apoyarlas y protegerlas.
La mujer en un factor fundamental en la protecci贸n de su entorno.