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Historias de valentía y sanación: romper el silencio en torno a la violencia machista en Centroamérica




Ilustración de Isabel*, Carolina Escobar Sarti, Bianka Rodríguez y Valentina Duque. © Ladan Lajevardi



La violencia de género es uno de los factores principales que obliga a mujeres, niñas y personas LGBTIQ+ a abandonar sus hogares en Centroamérica. Al mismo tiempo, se trata de uno de los riesgos más recurrentes que enfrentan al buscar protección.


Por: Jacky Habib, con archivos proporcionados por Caro Rolando, Gerente de Pódcasts

Cientos de miles de familias y de jóvenes – mujeres y hombres – en Centroamérica han tenido que tomar una difícil decisión: abandonar sus hogares o morir. Además, para encontrar protección, deben embarcarse en peligrosas travesías.

Para toda la diversidad de mujeres y niñas, la violencia de género es una de las razones principales por las que se ven obligadas a abandonar sus hogares.

El Salvador, Honduras y Guatemala son tres de los cinco países en América Latina en los que se registra la cifra más alta de femicidios, la cual se encuentra también entre las más altas del mundo. Si bien el femicidio es la máxima expresión de violencia contra mujeres y niñas en la región, es uno de muchos tipos de violencia de género, que incluyen explotación, trata, violación y ataques sexuales.

Por desgracia, las mujeres y las niñas enfrentan violencia tanto en medio del desplazamiento como en el camino hacia la protección, situación que se ha agravado con la pandemia de COVID-19.

Conforme seguimos emprendiendo acciones conjuntas durante los 16 Días de Activismo, hemos recopilado historias de valentía y resiliencia que diversas mujeres (incluidas algunas que pertenecen a la comunidad LGBTIQ+) desean compartir.



Ilustración de Isabel* © Ladan Lajevardi
La historia de Isabel*

“Llegó un momento en que ya no quería seguir con la vida que llevaba”, comentó Isabel, una hondureña sobreviviente de abuso sexual por parte de su hermano.



“Decidí irme”.



Isabel abandonó la casa de su familia, el único hogar que conocía, y se trasladó a un asentamiento informal. Estando sola, las pandillas no tardaron en presionarla para que se dedicara al trabajo sexual. A pesar de que las pandillas prometían dinero y una vida cómoda, Isabel se rehusó.



Después de rechazarlos varias veces, Isabel fue atacada por un hombre que apareció en el cuarto que ella estaba rentando. Ebrio y armado, el hombre se escabulló mientras un grupo de amigos suyos esperaba afuera.



“Lo peor es que no pude hacer nada. Mi fuerza no se equiparaba con la suya”, comentó Isabel. “Esa noche fue un infierno donde hizo conmigo lo que él quiso”. El hombre también amenazó con seguirla violando si se rehusaba a ser trabajadora sexual.



“Hay noches en que siento que todo se derrumba. Todo. No sé qué hacer ni qué camino tomar”.

Por miedo a perder la vida, Isabel pidió dinero prestado a una amistad suya y huyó del norte de Honduras a Ciudad de México, un viaje de 40 horas en autobús.

De acuerdo con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, Isabel forma parte de la creciente cifra de mujeres centroamericanas que deben huir para escapar de la mortífera violencia de las pandillas, la cual alimenta el desplazamiento forzado que va en aumento en las Américas. En México, Isabel logró encontrar un albergue para migrantes y solicitantes de asilo, donde ha estado viviendo desde abril.

Ahora, Isabel (de 23 años) siente que su vida está retomando el rumbo: está estudiando nuevamente con la intención de graduarse de la preparatoria. Además, está recibiendo terapia por primera vez, lo cual le ha permitido aprender a sobrellevar el abuso sexual que sufrió en la niñez.

“Me siento orgullosa de mí misma porque nunca imaginé que llegaría a sentirme así [segura y tranquila]. Se lo debo al tratamiento que he recibido y a las personas que me apoyan y que me alientan a seguir adelante”.

Isabel sueña con convertirse en psicóloga para apoyar a otras jóvenes que hayan sobrevivido a la violencia. Sin embargo, comenta que, aunque parece que finalmente tiene control sobre su vida, aún debe vivir con el trauma de la violencia y de los abusos.

“Me dicen que esta ciudad es muy peligrosa, sobre todo porque estoy sola, así que siento mucho miedo cuando salgo”, indicó Isabel.

“Hay noches en que siento que todo se derrumba. Todo. No sé qué hacer ni qué camino tomar”.

* El nombre fue cambiado para proteger la identidad de esta sobreviviente.



ACNUR · Historia de Isabel



Ilustración de Bianka Rodríguez © Ladan Lajevardi
La historia de Bianka

A los cinco años, Bianka Rodríguez sabía que era una niña atrapada en el cuerpo de un niño. Sin embargo, al haber crecido en un hogar católico y conservador en El Salvador, no sentía la libertad de expresar su identidad de género. Cuando lo hizo, la respuesta fue muy violenta.



“Como la ‘oveja negra’ de la familia, me golpeaban y me sometían a castigos muy crueles. Trataron de obligarme a encajar en el binario hombre-mujer”, comenta Bianka. A los 14 años, Bianka dejó la escuela y abandonó el hogar familiar en busca de libertad y aceptación. Por desgracia, se topó con la dura realidad que enfrentan las jóvenes trans.



Cuando encontró un lugar donde quedarse, la familia que la recibió insistió en llevarla a la iglesia porque creían que el sacerdote la convencería de vivir como hombre. Del mismo modo, en su etapa universitaria, las burlas de un profesor y de sus compañeros le impidieron continuar con sus estudios. “No comprendía por qué me discriminaban por ser quien soy”, señala. “Empecé a decirle a la gente que no importaba lo que pensaran de mí, sino que lo que me importaba era cómo me sentía yo”.



“Quiero poder caminar libre y tranquilamente por las calles, sin que nadie se burle de mí ni me señale, sin sufrir ataques por ser quien soy”.

Bianka también ha sufrido discriminación al buscar empleo: con frecuencia le niegan oportunidades por su identidad de género. En una ocasión, cuando un reclutador se dio cuenta de que el nombre legal de Bianka era el de un hombre, rompió su currículum vitae frente a ella mientras decía insultos transfóbicos.

“Comprendí que, en esta sociedad, las personas trans no tenemos valía”, dijo Bianka.

América Latina es una de las regiones más peligrosas para las personas transgénero. Según un estudio, cuatro personas LGBTIQ+ son asesinadas cada día en América Latina y el Caribe. De hecho, Bianka comenta que, para personas cuir que solicitan asilo, es todo un desafío encontrar comunidades amigables porque las comunidades de acogida suelen considerar que son un problema, lo cual tiene resultados abominables. En este contexto, Bianka consideró el suicido en múltiples ocasiones.

Sin embargo, a pesar del rechazo de otros familiares, la abuela de Bianka la aceptó y la recibió en su casa. En ese momento, las cosas empezaron a cambiar. Bianka por fin encontró un hogar y una vida estables. Poco después, empezó a colaborar con COMCAVIS TRANS, una organización comunitaria que brinda apoyo a personas transgénero y que ayudó a Bianka a recuperar la confianza.

Ahora, a los 28 años, Bianka es la presidenta y directora ejecutiva de la organización, lo cual la sitúa a la cabeza de la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+ en El Salvador. La organización colabora con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en la defensa de los derechos de las personas LGBTIQ+, con inclusión de aquellas que han sido obligadas a huir a causa de la discriminación en razón de su orientación sexual o identidad de género.

Bianka, la primera mujer trans que ha sido designada colaboradora de alto perfil de ACNUR, recalca que queda mucho por hacer en América Latina, donde las personas transgénero enfrentan niveles desproporcionadamente altos de pobreza, violencia, trata y asesinato.

“Contrario a lo que se piensa, las personas LGBTIQ+ no estamos luchando por derechos especiales”, comentó. “Quiero poder caminar libre y tranquilamente por las calles, sin que nadie se burle de mí ni me señale, sin sufrir ataques por ser quien soy”.



ACNUR · Historia de Bianka



Ilustración de Valentina Duque © Ladan Lajevardi
La historia de Valentina

Según Valentina Duque, oficial de violencia de género en el Buró Regional de ACNUR para las Américas, como ocurrió en el caso de Isabel, muchas mujeres que sufren violencia familiar deben abandonar sus países y comunidades.



“Año tras año, aumenta el número de mujeres, niñas y personas LGBTIQ+ de Honduras y Guatemala que buscan protección en países vecinos”, comenta Valentina Duque.



Con la pandemia, que ha acentuado las desigualdades y limitado la movilidad, la situación ha empeorado y los riesgos para quienes se encuentran en mayor situación de vulnerabilidad van en aumento. En el último año, de acuerdo con ACNUR, diversos países han reportado un incremento en la violencia contra las mujeres, lo que muchas personas ahora denominan “la pandemia en la sombra”.



En Honduras, por ejemplo, de acuerdo con la Universidad Autónoma de Honduras, una mujer es asesinada cada 17 horas con 36 minutos. De hecho, tan solo en 2020, más de 309 mujeres han sido asesinadas.


“Se trata de mujeres que, durante el confinamiento, compartían el techo con sus victimarios, mujeres y niñas en riesgo, que necesitaban asistencia y no tuvieron acceso a servicios de protección porque estos se suspendieron o interrumpieron durante la pandemia”, señala Valentina.

“Estamos hablando de mujeres y personas LGBTIQ+ que, debido al impacto socioeconómico de la COVID-19, no tienen empleo y padecen inseguridad alimentaria, lo cual aumenta el riesgo de que sufran violencia de género”.


“Su capacidad de resiliencia [de las personas refugiadas] es enorme; son estas personas quienes comprenden mejor cómo superar los desafíos que enfrentan”.

Si bien es necesario hacer mucho más para acabar con la violencia de género, están dando frutos los esfuerzos colaborativos para contenerla y para apoyar a las sobrevivientes.

En México, por ejemplo, el programa para personas refugiadas LGBTIQ+ les ofrece oportunidades laborales y de mentoría con empresas de talla mundial. En Honduras, en colaboración con una organización que defiende los derechos de las mujeres, ACNUR está realizando un estudio de violencia de género para determinar cuál es la mejor forma de responder a la crisis. Además, en distintos puntos de Guatemala pueden verse unidades móviles que, como parte de una iniciativa conjunta entre ACNUR y el gobierno, ofrece información y apoyo a mujeres que sufren violencia.

A pesar de estos esfuerzos y avances, eliminar la violencia de género requiere de la participación de todas las personas, lo que incluye hablar de ella en distintos espacios, cuestionar los estereotipos de género, brindar apoyo a comunidades de base y organizaciones lideradas por mujeres, así como dar la bienvenida a las personas refugiadas.

“Su capacidad de resiliencia [de las personas refugiadas] es enorme; son estas personas quienes comprenden mejor cómo superar los desafíos que enfrentan, comentó.



ACNUR · Historia de Valentina



Ilustración de Carolina Escobar Sarti © Ladan Lajevardi
La historia de Carolina

Carolina Escobar Sarti es la directora nacional de La Alianza, una organización sin fines de lucro que presta servicios de prevención, protección y asesoría jurídica a sobrevivientes de trata de personas y de otras formas de violencia.



La organización creó una alianza con ACNUR para proteger a las personas en situación de vulnerabilidad en Coatepeque, Guatemala. En la frontera con México, ambas instituciones se esfuerzan por repatriar a sobrevivientes de trata de personas; en especial, niñas y niños.



Además de la trata, la niñez es particularmente vulnerable a la violencia sexual. De acuerdo con la Red de Observatorios de Salud Sexual y Reproductiva de Guatemala, en 2020 se registraron 114.000 embarazos infantiles o adolescentes en el país; de los cuales, el 30% era resultado de abuso sexual de padres a sus hijas.



“En general, se trata de un problema transgeneracional porque los mismos hombres abusan de abuelas, madres, hijas y nietas durante largos periodos de tiempo, en el mismo espacio”.


En medio de la pandemia de coronavirus, Carolina y otras defensoras expresaron preocupación por el alza en violencia familiar y de género.

La organización que dirige Carolina, que ahora está repleta de sobrevivientes que solicitan apoyo, ha rescatado a niñas de 10 años que quedaron embarazadas luego de haber sido abusadas sexualmente en el confinamiento. Del mismo modo, la organización ha registrado muertes de mujeres que fueron asesinadas por su pareja durante la pandemia.

Quienes están en posibilidades de hacerlo, huyen para salvar su vida; sin embargo, corren el riesgo de sufrir violencia o de caer en la pobreza o en redes de trata y explotación en medio del desplazamiento.

“Para ellas, quedarse supone más peligros que emprender la travesía”.



ACNUR · Historia de Carolina



El 7 de diciembre de 2021 tuvo lugar el evento de alto nivel sobre protección y empoderamiento de mujeres y niñas desplazadas de México y Centroamérica.

El conversatorio fue organizado por el Gobierno de Canadá, que ocupa la presidencia de la Plataforma de Apoyo al Marco Regional Integral de Protección y Soluciones (MIRPS). Con la participación de la Alta Comisionada Auxiliar para la Protección, Gillian Triggs, representantes de gobiernos y comunidades expertas en la región abordarán la violencia de género como detonante del desplazamiento en México y Centroamérica; al mismo tiempo, propondrán soluciones para empoderar a mujeres y niñas desplazadas por la fuerza.

ACNUR




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