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Jorge Majfud: “Nadie se gradúa de escritor”

Entrevista con Jorge Majfud


Parte II: escribir o no escribir



Yolanda Delgado-Batista: Además de su profesión de docente en la Universidad de Jacksonville University, usted es escritor de ficción ¿Qué es lo que más aprecia y más detesta de este oficio?

Jorge Majfud: No sé si podría definir la escritura como un oficio. No vivo de escribir ni lo hago por obligación. Para mí, la literatura, tanto al leerla como al escribirla, me provee de dos sentimientos aparentemente contradictorios: refugio y liberación.

YDB: ¿Por cierto, qué materia o materias imparte en la universidad?

JM: International Studies en el área de América Latina y diversos cursos de literatura.

YDB: Estudió arquitectura, ¿cómo fue que un día decidió escribir novelas y relatos?

JM: Aprendí a leer antes de entrar en la escuela primaria en los diarios que cada mañana llegaban a la casa de mi padre. De niño también escribía pequeñas obras de teatro donde mis abuelos, tíos y amigos, con quienes pasaba los veranos, eran los protagonistas. Mis abuelos vivían en el otro extremo del país, en el campo, y disfrutaban leyendo esas historias. Escribía en una máquina que tenía mi padre en el cuarto que yo compartía con mi hermano. Pero en la adolescencia me fascinaban las matemáticas, la física (sobre todo a partir de los 17 años) y el arte plástico. Me apasionaban los programas de televisión europeos, por ejemplo, de las alemanas Transtel, DW, sobre pintores como Picasso, Pollock y escultores como Rodin o Henry Moore por su forma de ver y palpar una escultura. ¿Tal vez me recordaba a mi madre? Tal vez. La teoría de la relatividad fue mi otra gran pasión junto con las novelas de Sartre y Onetti. Por culpa de Einstein y de Sartre tenía pésimas notas en física y en literatura.

Mi madre era escultora y mi padre carpintero, así que la arquitectura estaba entre esas dos profesiones y pensé que ni de la escritura ni del arte iba a poder vivir, así que arquitectura parecía ser una elección natural. Al fin y al cabo, aunque me dediqué al cálculo de estructura luego de recibirme, la arquitectura era una de las Humanidades. Pero pocas cosas en la vida salen como una las planea, y terminé volviendo a la literatura y otras humanidades por razones de sobrevivencia. Con la profunda crisis de 2001 en el Cono Sur, debimos emigrar como la mayoría de nuestros compañeros graduados. Primero trabajé en Costa Rica y luego en un estudio de arquitectos en España, pero a pesar del optimismo local, se veía venir el fin de la bonanza del ladrillo.  Aceptar una invitación y una beca de una universidad extranjera era una opción razonable para alguien que tenía solo cien dólares en el bolsillo y ninguna otra perspectiva de sobrevivencia.

YDB: ¿Cuándo se vio a sí mismo como escritor? ¿Lo recuerda?

JM: No. Creo que ni siquiera hoy me veo como escritor. Siempre me he sentido como un marginal, como un intruso en todo… Ahora le ponen etiqueta psicológica a todo y creo que a eso le llaman “síndrome del intruso”. Antes mis profesores decían que era distraído como todo genio y ahora a nuestros chicos los mandan a terapia para superar su “Trastorno por déficit de atención con hiperactividad”. En Estados Unidos casi la mitad de los estudiantes universitarios está bajo medicación. No digo que no la necesiten, no soy un experto en el área, pero en nuestro tiempo no había nada de eso.

YDB:  Sobrevivimos a muchas cosas…

JM: Sí. Tomábamos agua del río, no teníamos ni calefacción ni aire acondicionado, nos lavábamos la boca con pasta Colgate en tubos de plomo y tomábamos agua de caños fabricados con el mismo metal. Una vez discutí esto en una clase y llegamos a la conclusión de que todos tenemos algún problema psicológico, pero no todos los problemas tienen nombre. En ese momento regresaba una alumna del baño y le pregunté: “Hillary, y tú, ¿tienes algún problema psicológico?”

YDB:  Pobre chica.

JM: Me respondió que no, con convicción y tratando de imaginar qué nueva chifladura se la había ocurrido al profesor. Así que fe la única persona en el salón que había respondido que no. No había tenido tiempo de pensarlo dos veces. Todavía no sé cómo no me han expulsado de mi trabajo en un mundo de sensibilidades políticamente correctas. En las reuniones organizadas por el Centro de Discapacidad he dicho varias veces que yo nunca he tenido ningún problema con algún estudiante con “disability” (discapacidad). Los pocos problemas que he tenido los he tenido siempre con gente “normal”.

YDB:  Pero volvamos a su primera vocación, a aquello de la afición por el arte…

JM: Sí. De adolescente pintaba retratos o hacía esculturas, porque ese era el terreno de mi madre; en la secundaria tenía malas notas en Literatura y Filosofía porque no leía lo que estaba en el programa sino a Sartre, Sábato, Bukowski… Como estudiante de arquitectura dedicaba todos mis fines de semana a escribir ficción o ensayos que nada tenían que ver con la carrera; como arquitecto hacía cálculo de estructura y daba clases de matemáticas al tiempo que escribía una novela y un libro de ensayos; como estudiante de literatura en Estados Unidos me dedicaba a la escritura creativa y a escribir ensayos sobre distintas materias; como profesor de Literatura me dedico a libros que no tienen nada que ver con mis clases; como profesor de Humanidades escribo libros de historia, etc.

YDB:  Es decir que la creatividad está en lo marginal…

JM: En la clandestinidad, en la incorrección. Cada vez que me he graduado oficialmente en un área, me he movido hacia otras disciplinas. Por eso nunca me graduaré con ningún título de escritura creativa ni daré clases, al menos que sea por necesidad. En broma siempre digo que ejerzo la profesión de forma ilegal.

YDB: ¿En qué países publica?

JM: En varios. Uruguay, Argentina, México, España, Estados Unidos… No sé. En Uruguay hace años que no publico. En Argentina todas las editoriales han rechazado La frontera salvaje pese a los esfuerzos de tanta gente valiosa como Víctor Hugo Morales. Aparentemente se trata del exceso de páginas. Quién sabe. Se da la paradoja de que en Estados Unidos se han vendido algunos miles de ejemplares, aunque no tiene agente ni agencia ni agenda. Claro que toda paradoja es una lógica oculta. Generalmente las editoriales quieren a sus escritores cerca para el trabajo de promoción. Si tuviese que quedarme con una sola editorial sin duda elegiría Baile el Sol, en Canarias. Ha sabido combinar la realidad económica con la cultura radical. Ha hecho siempre un trabajo decente, heroico por momentos y siempre admirable por su calidad y por su continuidad a lo largo de décadas.

YDB: Sí, esa es la realidad de las editoriales que no pertenecen a conglomerados de capitales.

JM:  La cultura radical ha sobrevivido gracias a esas editoriales como Baile del Sol que este año próximo cumple treinta años de “supervivencia”. La otra es sólo prostitución del consumismo.

YDB: ¿Cree que para ser escritor es necesario cursar una especialidad determinada?

JM: No, absolutamente no. Cuanto más clandestina es la actividad del escritor, del artista, mejor. Lo mejor que podemos enseñar en una universidad, por ejemplo, es contagiar en el alumno la pasión por la Literatura, pero no producimos escritores, sería una pretensión ridícula. Si salen escritores de un curso de literatura es porque ese escritor ya existía en potencia y esos cursos despertaron en él, en ella una pasión que desconocía.

YDB: Pero si fuera Ministro de Educación, crearía una licenciatura específica para quienes quieren ejercer esta profesión al igual que existe la de Medicina o Artes, por ejemplo.

JM: No, creo que no. Yo nunca he tomado ni he enseñado un curso de Escritura creativa. Hay de todo. En realidad, son talleres, ya que no se puede “enseñar” a ser un escritor o escritora creativa en ningún curso. Se puede enseñar cálculo, pero no a escribir El Túnel o Cien años de soledad

YDB: En Estados Unidos, existen tales facultades, si no me equivoco.  Al menos, escuelas y master de Creative Writing… ¿Es que se puede aprender a ser buen escritor en una universidad?

JM: Tal vez un escritor profesional sí, pero eso no es ser un buen escritor. Es como decir que alguien puede “hacer el amor” en un prostíbulo. Sería una casualidad, pero no el resultado de la profesión. Se puede tener sexo, allá cada uno, pero el amor es otra cosa. En Estados Unidos predomina la cultura utilitaria y, por lo tanto, la mayoría de los cursos de escritura intentan resolver el “cómo”, es decir, cómo lograr escribir un best seller o una película que se venda mucho. Básicamente se trata de dar recetas de cómo cocinar una buena pasta. Hay recetas y luego el cocinero le pone un toque propio. Si no se vende es un fracaso. Una creatividad auténtica no se puede enseñar. Se puede estimular, se puede aportar una discusión por parte de alguien experimentado en este o aquel arte, algo similar ocurre en los talleres de arquitectura: se analizan ejemplos históricos, aciertos y errores, etc. Pero toda creatividad es, en esencia, el ejercicio radical de la libertad y para eso no hay un camino tomado. Por eso la creación de los llamados “creadores” es un milagro muy raro. Tan raro como un descubrimiento científico. Lo que hay, como norma, es repetición con variaciones. En el mejor de los casos, una exploración interior, lo contrario a la exploración científica. Es lo que distingue a la literatura de la psicología, por ejemplo.

YDB: ¿Existe un concepto de escritor en EEUU muy diferente al que se tiene en Hispanoamérica o Europa?

JM: Si hablamos de grandes escritores como Hemingway o Bukowski, se podría decir que los tres continentes hablan el mismo idioma. Si lo vemos desde la perspectiva popular, desde la mayor parte de la sociedad, hay diferencias. En Estados Unidos el escritor es juzgado por lo que vende o por su presencia en los medios o en la academia. En América Latina solemos apreciar mejor al bohemio, al romántico, al existencialista, al artista que no escribe por la fama ni por el dinero. Claro que eso también está cambiando, como todo, porque seguimos siendo colonias culturales y copiamos cualquier cosa por ridícula que sea que irradie el poder hegemónico de Estados Unidos, como si fuésemos originales.

YDB: ¿En Norteamérica un escritor puede abordar todos los temas? Estoy pensando en esa nueva corriente donde únicamente los afroamericanos pueden hablar de asuntos que afectan a su comunidad o la literatura gay sólo puede ser escrita por un autor que lo sea…, una realidad que está afectando a todos los campos de la cultura. Desde Europa esta postura se ve bastante empobrecedora y extremista, pero quizás estemos equivocados en esta percepción.

JM: Es empobrecedora, sí, aparte de arbitraria, porque no es difícil demostrar que alguien con un determinado color de piel y una determinada condición de clase no sabe lo que dice o, peor, solo repite la moral del esclavo, del desclasado, los mitos del amo, del exitoso empresario. Pero, también es una idea extremista pensar que una persona puede hablar con alguna autoridad de cualquier cosa. Podemos hablar de todo, pero nuestra palabra no puede tener un valor especial en todo.

YDB: ¿Cuáles son las actitudes y aptitudes necesarias para dedicarse al oficio de escribir?

JM: Depende de qué tipo de escritor estamos hablando. Si es del escritor, de la escritora que nos importa, diría que, primero, debe ser una oveja negra. Tener una pasión irresistible por esas exploraciones interiores. Alguien que escribe se libera cuando implosiona (cuando explosiona hacia adentro), arrastrando en el proceso todo el mundo que le rodea. Paradójicamente, a eso se llama “expresión”, es decir, una “presión hacia afuera”.   

YDB: ¿Es importante conocer otras lenguas? 

JM: No creo que sea necesario, pero es importante. Yo descubrí con mayor profundidad mi lengua materna, el castellano, a medida que estudiaba inglés. Es como conocer tu propio pueblo a través de los viajes. Quien nunca ha viajado no puede decir que conoce muy bien su propia aldea.

YDB: Ya hemos comentado que compagina la docencia con la escritura de ensayos, artículos de revistas y la creación de novelas y relatos. ¿Puede un escritor de ficción vivir sólo de su obra?

JM: Sí, pero son una pequeña minoría. Dentro de esa pequeña minoría, una micro minoría no escribe para el mercado. Son excepciones y casi siempre alcanzan esa condición como un retiro activo, cuando ya son viejitos. Lo mismo los premios. Suelen llegar cuando uno ya no los necesita ni los quiere, como decía, creo que Vallejo, “como una palada de tierra”. Al final lo único que queda es siempre la fiel y nunca falsa pasión por el arte.

YDB: ¿Cuántas horas diarias dedica a la escritura?

JM: A veces seis horas, a veces ninguna. Todo depende de la realidad, el trabajo, la familia, los diversos estados de ánimo… Escribí casi mil páginas de La frontera salvaje en nueve meses y luego de abandonarla al público he estado un año sin escribir nada más que artículos, ensayos para los medios. Si no llega la locura de la pasión, nada en el arte tiene sentido, sea valioso para los demás o no.

YDB: ¿Planifica el trabajo de una novela antes de ponerse a la tarea?

JM: No, ¡jamás! Una novela que no sea un producto comercial es algo que se va explorando y descubriendo. Mi única guía es que haya una fuerte intuición sobre algo que va a ocurrir y tener algunos personajes que no sigan mis órdenes. Suelo aprender mucho de mis personajes.

YDB: ¿Le resulta complicado compaginar trabajo con vida privada?

JM: Sí, mucho. Pero, total, mi literatura no es tan importante para nadie como para que abandone mis obligaciones…

YDB: ¿Le parece importante estar presente en las redes sociales?

JM: No. De hecho, creo que las redes han desacralizado muchas cosas. Todo lo que cae en esas redes se vulgariza, se banaliza de una forma que creo que las nuevas generaciones nunca alcanzarán a percibirlo, sobre todo aquellos que miden el “éxito” por la banalidad de cada performance. Un producto de la cultura del consumismo. Tengo Twitter para compartir noticias, para leer lo que algunos amigos piensan o sienten. Pero todo es muy superficial y lleva frecuentemente a la frustración y a la agresión, como en una pelea de borrachos.

YDB: ¿Piensa que hoy en día un escritor debe aprender técnicas de publicidad y marketing para darse a conocer o cree que estas actividades son exclusivas del editor?

JM: Es parte del maldito juego. Yo nunca tuve agente literario y lo más que he hecho para promover mis libros ha sido aceptar entrevistas, colaborar de vez en cuando con jóvenes que escriben tesis o que se apasionan con los videos… Esas cosas eventuales. Hace décadas que me resisto a la presentación de mis libros, pero sospecho que la desaparición del editor, del editor selectivo y exigente, más que una liberación para los escritores ha sido una terrible pérdida para la literatura, como también lo ha sido la desaparición del crítico profesional o especializado, tipo Ángel Rama, por ejemplo, personas que tenían la habilidad de darle un sentido inteligible al caos literario del momento. No faltan escritores que escriban “El perfume de tu corazón”, “Las aladas palabras de tu ausencia” o “El secreto del espía cuyo nombre era Libertad” sino editores y lectores en serio. Pero ese es el mismo problema de la música y del cine comercial, y de tantas otras áreas supuestamente creativas, porque, en el fondo, es un problema global.

YDB:  Si le dieran la noticia de que mañana sólo podrá publicar en digital, ¿aceptaría?

JM: …y qué más remedio? Pero la palabra escrita tiene vocación de papel.

YDB: ¿Qué opinión tiene sobre la auto publicación?

JM: Es una opción. El problema es que luego se necesitan cien vidas para descubrir la monedita de oro entre las dunas del desierto.

YDB: En sus inicios, supongo que le costó abrirse camino y hacerse un nombre. ¿Qué consejos le daría a alguien que empieza?

JM: En 1996 me recibí de arquitecto y me olvidé de decírselo a mi padre. Para mí fue un día más, sin ceremonias ni nada pomposo, esas cosas tan comunes en la cultura anglosajona. Estaba pendiente de la respuesta Horacio Verzi, el editor de Graffiti, una editorial de Montevideo que quise mucho. Cuando me dijo que iba a publicar Memorias de un desaparecido sentí una felicidad que sólo se compara con estar enamorado o con el nacimiento de un hijo. Ya nunca más volví a sentir esa alegría. Creo que no era por hacerme ningún nombre sino porque significaba que tantos años de escribir y mal reescribir esa novela en mi solitario cuarto de estudiante en Montevideo no iban a terminar en la basura, que alguien le iba a dar vida. Había vivido tanto en ese mundo que lo quería ver revindicado de alguna manera.

YDB:  En alguna parte dice que usted removió la literatura uruguaya con esa novela…

JM: No es verdad. Alguien lo dijo y así quedó. Creo que fue el escritor Tomás de Mattos quien la presentó en 1996. ¿O fue la crítica Mercedes Ramírez? Bueno, al crítico Hugo Acevedo del diario La República le gustó mucho, según recuerdo. Él siempre escribía bien de mis libros y una vez me llamó por teléfono. Para un joven provinciano de 26 años eso era más que un premio literario. Nunca pude compartir un café con él.

Pero la verdad es que pocos la leyeron. Ni mis familiares la leyeron. Mi querido abuelo, siempre directo en lo que decía, se quejaba de que era muy complicada. Por el gris que dejan los dedos debajo de las páginas, supe que no había pasado de la página veinte. Pero yo los entendí siempre y los quise por su honesta y amable sinceridad, algo muy rioplatense que no cae bien aquí en Estados Unidos, más afectos a la formalidad disfrazada de informalidad. 

YDB: ¿Qué consejo le dieron a usted que agradeció en aquel momento?

JM: “Dedícate a la arquitectura. Eso sí te dará de comer.”

YDB: ¿Recibió apoyo por parte de sus padres?

JM: Sí, de mi padre, ya que mi madre estaba muerta. Pero mi querido padre nunca comentó nada de esa primera novela ni de ningún otro libro que escribí. Yo sé que quería que me fuera bien con esa aventura de bohemio, pero tal vez no quería caer en esa obsesión recomendada por la psicología contemporánea por la cual los padres se sienten obligados a tratar a sus niños como si fuesen Einstein y Picasso juntos para reforzar su autoestima, lo que, supuestamente, los ayudaría a ser exitosos en un mundo despiadado e hipercompetitivo. No fue mi caso sino todo lo contrario, y me temo que tampoco es el caso de mi hijo.  

YDB:  Si volviera a nacer, sería escritor o sería…

JM: Si volviese a nacer me haría hindú. No creo que eso suceda nunca.





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