OPINI脫N de Jorge Majfud
La blasa ten铆a forma de pez. Era, en realidad, un gran trozo de alg煤n otro aparato met谩lico. A juzgar por algunos detalles, debi贸 ser parte de alguna nave mayor, de una de aquellas naves futuristas que en el pasado surcaban los cielos y el espacio exterior. El futuro hab铆a terminado en 1979. La nave ten铆a algo del Apollo 13 y de los shuttles espaciales como el Discovery o el Atlantis que vinieron un poco despu茅s.
Tal vez hab铆a sido un avi贸n de combate o un submarino en desgracia que hab铆a emergido hacia la superficie, como un barco que naufraga al rev茅s. Todav铆a conservaba parte de los motores in煤tiles; para lo 煤nico que serv铆an tantos fierros all铆 abajo, era para estabilizar en algo los restos a la deriva y prolongar su agon铆a en la superficie y, sobre todo, para mantener ocupado al 煤nico pasajero, quien hab铆a vivido desde siempre obsesionado con el enigma de esos fierros retorcidos.
Pero la nave no se manten铆a a flote por s铆 misma. El pasajero y tripulante se ocupaba todo el d铆a de que la blasa no abandonara la superficie del mar. Para eso, cada d铆a deb铆a sacar el agua que se acumulaba en su barriga. As铆 hab铆a sido desde que ten铆a memoria. Durante m谩s de treinta semanas se las ingeni贸 para mantener a flote aquella mole de acero. Los d铆as de lluvia acumulaba agua dulce y los d铆as de tormenta retrasaban la tarea de reducir las aguas del fondo, a veces m谩s all谩 de los l铆mites tolerables seg煤n sus c谩lculos.
No a pesar de su soledad sino por estar solo, eran pocos los d铆as en que el hombre pod铆a descansar. Siempre hab铆a algo urgente que hacer en la blasa. Las pocas y casi excepcionales horas de descanso las dedicaba a echarse bajo la lona verde. Inexplicablemente, lo atra铆an las manchas de la lona que cobraban vida seg煤n los diferentes soles y las diferentes lunas que la penetraban. Unas veces parec铆an monstruos marinos. Otras veces eran como dioses que bajaban austeros del cielo o surg铆an sensuales desde las aguas. Ten铆a en mente la imagen de una mujer que no conoc铆a pero le era familiar. De todas, era la que m谩s se repet铆a en los reflejos de la lona verde, sobre todo cuando lo ganaba el cansancio al atardecer y se quedaba tirado, exhausto, borracho de sudor y satisfacci贸n por haber reducido al m铆nimo, en un ataque de furia y hast铆o, las aguas de la bodega.
Pero no se abandonaba a la simple complacencia. Las horas de descanso eran pocas y estaban estrictamente limitadas por su responsable impaciencia. Sab铆a que si una emergencia lo encontraba exhausto podr铆a ser el fin de sus d铆as. Su mente deb铆a estar clara y atenta; sus m煤sculos siempre dispuestos a entrar en acci贸n y a resistir largas horas de tensi贸n, subiendo y bajando las escaleras para reducir las aguas, sosteniendo las cuerdas para que el viento no se lleve la vela y el m谩stil, controlando que ninguna pieza met谩lica pudiera resbalarse fuera de la nave. En su vida se hab铆a arrojado muchas veces al mar para rescatar insignificantes trozos de madera, cajas de pl谩stico, botellas y hasta una silla, pero sab铆a que una pieza met谩lica que se ca铆a al agua, sea una herramienta o una simpe tuerca, no paraba de hundirse a la velocidad del rayo hasta encontrar el infinito m谩s oscuro.
En raras excepciones se daba el lujo de mirar las revistas que hab铆a en la blasa. No eran muchas, pero 茅l las cuidaba porque eran sagradas. Aunque estaban escritas en alg煤n idioma incomprensible al que nunca renunci贸 a comprender (sab铆a que los s铆mbolos son como las nubes y las estrellas; quien sabe leerlos puede conocer el presente y predecir el futuro), de todas formas pod铆a comprender sus im谩genes. Una mujer muy hermosa, de pelo color pez y vestida de rojo coral, dominaba la revista principal, desde la tapa hasta las p谩ginas centrales. Estaba casi desnuda y 茅l la adoraba como al sol, raz贸n por la cual s贸lo se permit铆a admirarla las noches de luna llena, ya que fue una noche de luna cuando la descubri贸 y una noche de luna cuando sinti贸 todo su cuerpo conmovi茅ndose ante su presencia. Cuando vio las fotos en su interior supo que ella, la misma en diferentes poses, con diferentes estados de 谩nimo. Junto con otras mujeres que la rodeaban, esperaban en alg煤n lugar en forma de nave gigante sobre una cubierta infinita, rodeada de nubes verdes sin mar.
En todas las revistas aparec铆an mujeres y hombres como 茅l, casi siempre sonriendo, echados en la arena de una playa (ese lugar donde termina el mundo y comienza el Para铆so) o caminando por un pasillo enorme, rodeado de edificios muy altos. Hab铆a una que lo impresionaba especialmente porque le recordaba sue帽os que hab铆a tenido mucho antes de descubrir las revistas. Era la imagen de una ciudad con muchos edificios muy altos vistos desde el mar. Siempre se imaginaba que una ma帽ana se despertar铆a y al mirar hacia el horizonte ver铆a la ciudad surgiendo desde las tranquilas aguas del Oeste.
Los d铆as de sol el hombre levantaba la improvisada vela y dirig铆a la nave hacia la puesta del sol. No estaba seguro por qu茅 ni cuando hab铆a elegido esa orientaci贸n. Reflexion贸 meses sobre esta primera decisi贸n y en alg煤n momento concluy贸 que era la correcta. Primero, porque esa era la direcci贸n que hac铆a cada d铆a el sol. Segundo, porque era m谩s conveniente mantener el curso de una nave perdida para evitar un rumbo errante o circular que prolongara peligrosamente el naufragio. Tarde o temprano deb铆a llegar a alguna parte o el mundo era un infinito oc茅ano, sin treguas.
Sin embargo, tard贸 mucho en aprender a orientarse usando las estrellas. El movimiento de los astros nocturnos era mucho m谩s complejo que el simple movimiento del sol y, por otra parte, hab铆a tomado el h谩bito de dormir por la noche, no durante el d铆a, lo que le imped铆a alcanzar alguna ciencia sobre el orden c贸smico de las cosas que est谩n muy arriba. Por esta raz贸n, sab铆a que quiz谩s su navegaci贸n no hab铆a mantenido siempre la misma direcci贸n. Tal vez por las noches se desviaba hacia alg煤n otro punto cardinal. Tal vez desandaba el camino recorrido durante el d铆a. S贸lo la mujer que sonre铆a podr铆a decirlo alg煤n d铆a.
Con el tiempo descart贸 esta segunda posibilidad. Efectivamente, hab铆a navegado hacia alguna parte del universo. Durante el d铆a el sol hac铆a un camino diferente, m谩s inclinado y m谩s fr铆o, como si hubiese envejecido. Como consecuencia l贸gica, las aguas se hab铆an enfriado y ya no eran tan trasparentes como al comienzo, seg煤n recuerda, aunque con cierta dulce vaguedad, tal vez atribuible a la nostalgia.
En las dos 煤ltimas semanas sobre todo las aguas hab铆an mostrado un cambio inquietante. Se hab铆an vuelto m谩s fr铆as, m谩s sucias, m谩s tristes y a veces m谩s interesantes. Casi a diario divisaba en su horizonte alg煤n objeto de pl谩stico, como si hubiese pertenecido a alguna otra blasa como la suya. No se imaginaba a otro navegante arrojando trozos de su nave, porque sab铆a lo valioso que eran estos materiales que, como los dientes, no se recuperan y en cada p茅rdida nos acercan m谩s al destino de los peces que acaban en sus entra帽as o en las entra帽as de otros peces. Cada d铆a descubr铆a alguna de estas muestras de la muerte de alg煤n semejante, y se lanzaba al agua para rescatarlas.
Los nuevos desperdicios siempre ten铆an alguna utilidad. A veces iban a cubrir una necesidad de muchos d铆as, como un trozo de madera que reemplaz贸 un peque帽o pilar que sosten铆a la loneta verde debajo de la cual dorm铆a la siesta y se comunicaba con los dioses. Otras veces iban a descansar en la bodega semi inundada en espera de alg煤n prop贸sito.
Otro cambio importante que sigui贸 al incremento de desperdicios fueron las aves. Unas aves blancas de pico negro que volaban mucho m谩s alto que los brillantes peces de los primeros d铆as. Aquellos peces eran inofensivos, como los delfines y las aguas trasparentes, pero estas creaturas voladoras parec铆an casi tan amenazantes como los tiburones que lo segu铆an d铆a y noche esperando el naufragio final.
Supo que ya no ten铆a salvaci贸n. Si se hund铆a, los tiburones har铆an pedazo su cuerpo; si mor铆a sobre la nave, las aves de pico negro har铆an lo propio bajo la luz del sol antes que la blasa se hundiese.
Por d铆as lo acos贸 este pensamiento mientras acomodaba la vela para acelerar su marcha. Incre铆blemente, la 煤ltima semana hab铆a logrado duplicar la velocidad gracias a la nueva posici贸n que le hab铆a dado a la vela.
Una ma帽ana se produjo el milagro. La ciudad estaba all铆. Al despertar, como cada ma帽ana, mir贸 hacia el Occidente y la vio, entre el cielo turbio y el brillo del mar. Se alegr贸. Casi levanta los brazos en signo de triunfo. Pero su coraz贸n comenz贸 a palpitar de una forma violenta. Ni en las peores tormentas hab铆a experimentado esa forma de latido incontrolable.
Logr贸 controlarse aunque la excitaci贸n del descubrimiento perduraba en el parpadeo de los ojos y en los movimientos in煤tiles de sus manos. Reflexion贸 un largo rato sobre el descubrimiento hasta que decidi贸 confiar en su instinto de supervivencia. Hab铆a comprendido justo a tiempo el terrible error que hab铆a cometido y sostenido toda su vida.
Entonces, justo a tiempo, dio vuelta y puso marcha hacia la regi贸n m谩s c谩lida, donde los peces vuelan y el agua es transparente. Puso direcci贸n hacia donde hab铆a nacido, cuarenta semanas atr谩s, mucho despu茅s que la mujer del pelo de pez sonriera para indicarle el verdadero camino que reci茅n ahora encontraba.
Del libro Algo sali贸 mal (Editorial Baile del Sol, 2014)
http://bailedelsol.org/index.php?option=com_booklibrary&task=view&id=721&Itemid=427&catid=58
La blasa ten铆a forma de pez. Era, en realidad, un gran trozo de alg煤n otro aparato met谩lico. A juzgar por algunos detalles, debi贸 ser parte de alguna nave mayor, de una de aquellas naves futuristas que en el pasado surcaban los cielos y el espacio exterior. El futuro hab铆a terminado en 1979. La nave ten铆a algo del Apollo 13 y de los shuttles espaciales como el Discovery o el Atlantis que vinieron un poco despu茅s.
Tal vez hab铆a sido un avi贸n de combate o un submarino en desgracia que hab铆a emergido hacia la superficie, como un barco que naufraga al rev茅s. Todav铆a conservaba parte de los motores in煤tiles; para lo 煤nico que serv铆an tantos fierros all铆 abajo, era para estabilizar en algo los restos a la deriva y prolongar su agon铆a en la superficie y, sobre todo, para mantener ocupado al 煤nico pasajero, quien hab铆a vivido desde siempre obsesionado con el enigma de esos fierros retorcidos.
Pero la nave no se manten铆a a flote por s铆 misma. El pasajero y tripulante se ocupaba todo el d铆a de que la blasa no abandonara la superficie del mar. Para eso, cada d铆a deb铆a sacar el agua que se acumulaba en su barriga. As铆 hab铆a sido desde que ten铆a memoria. Durante m谩s de treinta semanas se las ingeni贸 para mantener a flote aquella mole de acero. Los d铆as de lluvia acumulaba agua dulce y los d铆as de tormenta retrasaban la tarea de reducir las aguas del fondo, a veces m谩s all谩 de los l铆mites tolerables seg煤n sus c谩lculos.
No a pesar de su soledad sino por estar solo, eran pocos los d铆as en que el hombre pod铆a descansar. Siempre hab铆a algo urgente que hacer en la blasa. Las pocas y casi excepcionales horas de descanso las dedicaba a echarse bajo la lona verde. Inexplicablemente, lo atra铆an las manchas de la lona que cobraban vida seg煤n los diferentes soles y las diferentes lunas que la penetraban. Unas veces parec铆an monstruos marinos. Otras veces eran como dioses que bajaban austeros del cielo o surg铆an sensuales desde las aguas. Ten铆a en mente la imagen de una mujer que no conoc铆a pero le era familiar. De todas, era la que m谩s se repet铆a en los reflejos de la lona verde, sobre todo cuando lo ganaba el cansancio al atardecer y se quedaba tirado, exhausto, borracho de sudor y satisfacci贸n por haber reducido al m铆nimo, en un ataque de furia y hast铆o, las aguas de la bodega.
Pero no se abandonaba a la simple complacencia. Las horas de descanso eran pocas y estaban estrictamente limitadas por su responsable impaciencia. Sab铆a que si una emergencia lo encontraba exhausto podr铆a ser el fin de sus d铆as. Su mente deb铆a estar clara y atenta; sus m煤sculos siempre dispuestos a entrar en acci贸n y a resistir largas horas de tensi贸n, subiendo y bajando las escaleras para reducir las aguas, sosteniendo las cuerdas para que el viento no se lleve la vela y el m谩stil, controlando que ninguna pieza met谩lica pudiera resbalarse fuera de la nave. En su vida se hab铆a arrojado muchas veces al mar para rescatar insignificantes trozos de madera, cajas de pl谩stico, botellas y hasta una silla, pero sab铆a que una pieza met谩lica que se ca铆a al agua, sea una herramienta o una simpe tuerca, no paraba de hundirse a la velocidad del rayo hasta encontrar el infinito m谩s oscuro.
En raras excepciones se daba el lujo de mirar las revistas que hab铆a en la blasa. No eran muchas, pero 茅l las cuidaba porque eran sagradas. Aunque estaban escritas en alg煤n idioma incomprensible al que nunca renunci贸 a comprender (sab铆a que los s铆mbolos son como las nubes y las estrellas; quien sabe leerlos puede conocer el presente y predecir el futuro), de todas formas pod铆a comprender sus im谩genes. Una mujer muy hermosa, de pelo color pez y vestida de rojo coral, dominaba la revista principal, desde la tapa hasta las p谩ginas centrales. Estaba casi desnuda y 茅l la adoraba como al sol, raz贸n por la cual s贸lo se permit铆a admirarla las noches de luna llena, ya que fue una noche de luna cuando la descubri贸 y una noche de luna cuando sinti贸 todo su cuerpo conmovi茅ndose ante su presencia. Cuando vio las fotos en su interior supo que ella, la misma en diferentes poses, con diferentes estados de 谩nimo. Junto con otras mujeres que la rodeaban, esperaban en alg煤n lugar en forma de nave gigante sobre una cubierta infinita, rodeada de nubes verdes sin mar.
En todas las revistas aparec铆an mujeres y hombres como 茅l, casi siempre sonriendo, echados en la arena de una playa (ese lugar donde termina el mundo y comienza el Para铆so) o caminando por un pasillo enorme, rodeado de edificios muy altos. Hab铆a una que lo impresionaba especialmente porque le recordaba sue帽os que hab铆a tenido mucho antes de descubrir las revistas. Era la imagen de una ciudad con muchos edificios muy altos vistos desde el mar. Siempre se imaginaba que una ma帽ana se despertar铆a y al mirar hacia el horizonte ver铆a la ciudad surgiendo desde las tranquilas aguas del Oeste.
Los d铆as de sol el hombre levantaba la improvisada vela y dirig铆a la nave hacia la puesta del sol. No estaba seguro por qu茅 ni cuando hab铆a elegido esa orientaci贸n. Reflexion贸 meses sobre esta primera decisi贸n y en alg煤n momento concluy贸 que era la correcta. Primero, porque esa era la direcci贸n que hac铆a cada d铆a el sol. Segundo, porque era m谩s conveniente mantener el curso de una nave perdida para evitar un rumbo errante o circular que prolongara peligrosamente el naufragio. Tarde o temprano deb铆a llegar a alguna parte o el mundo era un infinito oc茅ano, sin treguas.
Sin embargo, tard贸 mucho en aprender a orientarse usando las estrellas. El movimiento de los astros nocturnos era mucho m谩s complejo que el simple movimiento del sol y, por otra parte, hab铆a tomado el h谩bito de dormir por la noche, no durante el d铆a, lo que le imped铆a alcanzar alguna ciencia sobre el orden c贸smico de las cosas que est谩n muy arriba. Por esta raz贸n, sab铆a que quiz谩s su navegaci贸n no hab铆a mantenido siempre la misma direcci贸n. Tal vez por las noches se desviaba hacia alg煤n otro punto cardinal. Tal vez desandaba el camino recorrido durante el d铆a. S贸lo la mujer que sonre铆a podr铆a decirlo alg煤n d铆a.
Con el tiempo descart贸 esta segunda posibilidad. Efectivamente, hab铆a navegado hacia alguna parte del universo. Durante el d铆a el sol hac铆a un camino diferente, m谩s inclinado y m谩s fr铆o, como si hubiese envejecido. Como consecuencia l贸gica, las aguas se hab铆an enfriado y ya no eran tan trasparentes como al comienzo, seg煤n recuerda, aunque con cierta dulce vaguedad, tal vez atribuible a la nostalgia.
En las dos 煤ltimas semanas sobre todo las aguas hab铆an mostrado un cambio inquietante. Se hab铆an vuelto m谩s fr铆as, m谩s sucias, m谩s tristes y a veces m谩s interesantes. Casi a diario divisaba en su horizonte alg煤n objeto de pl谩stico, como si hubiese pertenecido a alguna otra blasa como la suya. No se imaginaba a otro navegante arrojando trozos de su nave, porque sab铆a lo valioso que eran estos materiales que, como los dientes, no se recuperan y en cada p茅rdida nos acercan m谩s al destino de los peces que acaban en sus entra帽as o en las entra帽as de otros peces. Cada d铆a descubr铆a alguna de estas muestras de la muerte de alg煤n semejante, y se lanzaba al agua para rescatarlas.
Los nuevos desperdicios siempre ten铆an alguna utilidad. A veces iban a cubrir una necesidad de muchos d铆as, como un trozo de madera que reemplaz贸 un peque帽o pilar que sosten铆a la loneta verde debajo de la cual dorm铆a la siesta y se comunicaba con los dioses. Otras veces iban a descansar en la bodega semi inundada en espera de alg煤n prop贸sito.
Otro cambio importante que sigui贸 al incremento de desperdicios fueron las aves. Unas aves blancas de pico negro que volaban mucho m谩s alto que los brillantes peces de los primeros d铆as. Aquellos peces eran inofensivos, como los delfines y las aguas trasparentes, pero estas creaturas voladoras parec铆an casi tan amenazantes como los tiburones que lo segu铆an d铆a y noche esperando el naufragio final.
Supo que ya no ten铆a salvaci贸n. Si se hund铆a, los tiburones har铆an pedazo su cuerpo; si mor铆a sobre la nave, las aves de pico negro har铆an lo propio bajo la luz del sol antes que la blasa se hundiese.
Por d铆as lo acos贸 este pensamiento mientras acomodaba la vela para acelerar su marcha. Incre铆blemente, la 煤ltima semana hab铆a logrado duplicar la velocidad gracias a la nueva posici贸n que le hab铆a dado a la vela.
Una ma帽ana se produjo el milagro. La ciudad estaba all铆. Al despertar, como cada ma帽ana, mir贸 hacia el Occidente y la vio, entre el cielo turbio y el brillo del mar. Se alegr贸. Casi levanta los brazos en signo de triunfo. Pero su coraz贸n comenz贸 a palpitar de una forma violenta. Ni en las peores tormentas hab铆a experimentado esa forma de latido incontrolable.
Logr贸 controlarse aunque la excitaci贸n del descubrimiento perduraba en el parpadeo de los ojos y en los movimientos in煤tiles de sus manos. Reflexion贸 un largo rato sobre el descubrimiento hasta que decidi贸 confiar en su instinto de supervivencia. Hab铆a comprendido justo a tiempo el terrible error que hab铆a cometido y sostenido toda su vida.
Entonces, justo a tiempo, dio vuelta y puso marcha hacia la regi贸n m谩s c谩lida, donde los peces vuelan y el agua es transparente. Puso direcci贸n hacia donde hab铆a nacido, cuarenta semanas atr谩s, mucho despu茅s que la mujer del pelo de pez sonriera para indicarle el verdadero camino que reci茅n ahora encontraba.
Del libro Algo sali贸 mal (Editorial Baile del Sol, 2014)
http://bailedelsol.org/index.php?option=com_booklibrary&task=view&id=721&Itemid=427&catid=58